Parte VI: Diez meses.
No sé si debería comenzar a preocuparme o dejarla ir.
Quizás se hartó de mí. Quizás se dio cuenta de que soy una persona demasiado melancólica y rota como para que esté bien. Y duele, duele haber confiado de esa forma para no saber si ella me dio realmente la espalda o simplemente le ha ocurrido algo.
Pero a pesar de todo, los retorcidos y rizados patrones que la tristeza forma en mi interior, la suma de melancolía y nostalgia, generando intrincados poemas, me parecen hermosos. Porque siempre existe algo bello en el desastre, en la destrucción.
Y aunque ella tal vez me haya olvidado y eso me esté destrozando por dentro, hay cierta elegancia en el modo en que el polvo se levanta al yo estar cayendo a pedazos. Hay cierta delicadeza en los ángulos creados por lo que yo antes era.
Suspiro, sintiendo mi interior tan destruido que parece imperceptible desde fuera. Porque creo que llega un punto, en que los ojos ajenos creen que siempre fuiste así, por mucho que unos conocidos rápidamente notarían los cambios.
Ya no derramo lágrimas amargas por algo que fue, pero caen gotas cristalinas por algo que podría haber sido. Por todo eso que no logré.
Y me mata por dentro, pero al mismo tiempo continúo vivo gracias a ello. Porque temo que, si me dejo llevar, no logre encontrármela de nuevo para pedirle explicaciones. Por mucho que tenga que llegar al punto de rogarle.
Decido guardar las memorias en una caja lacrada, escondida en los estantes más recónditos de mi mente, dejando que cada cierto tiempo, sus recuerdos me acaricien con la suavidad de una pluma, con la intensidad del deseo desenfrenado, recordando su tacto y sus ojos, recordando sus palabras y miedos.
Sé que no podré dejarla ir. Es mi Emery. Aquella chica azul que distrajo a mis más oscuros demonios con su cómoda melancolía. Ese libro interminable y a la vez tan acabado, ese corazón de papel, ese viaje a la Luna que jamás se logró cumplir.
Mi mayor miedo es algún día descubrir que nunca fue ella misma, que tal vez todo esto fue simplemente una pesadilla disfrazada de sueño, esa de la que jamás lograré despertar. Porque cuando la vida parece demasiado irreal, es difícil despertar a una realidad inexistente.
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