Parte III: La carta con ese doloroso pasado.
No comenzaré esta carta con un "querida Emery"; después de todo me parece inapropiado.
Creo que, como tu confiaste en mi para contarme lo que te atormentaba, es mi turno.
Nací en Londres hace veinticinco años un cinco de diciembre, pero al parecer mi madre no me consideró lo suficiente porque me abandonó a los dos años en la calle. De ella no recuerdo mucho, aunque así lo prefiero. Después de todo, prefiero no recordar a esa mujer que no me quiso como para quedarse conmigo.
Crecí completamente solo, siendo maltratado día a día para lograr comer. De ahí provienen mis muchas cicatrices, son un doloroso recuerdo de mi origen.
Fue así hasta que cumplí seis años, cuando una amable mujer me encontró en la calle y me llevó a un orfanato.
Allí era el marginado proveniente de la calle, ese tan delgado y bajito que parecía insignificante, él leía para distraerse y no hablaba a menos que fuera necesario.
Pasados dos años, en los que no logré hacer más amigos que un chico, que fue adoptado poco después de conocerme, una amable pareja me adoptó también.
Me dieron un apellido y me llevaron a vivir con ellos, a unos cuántos kilómetros de Londres. Fueron ellos los que considero y siempre consideraré mis padres. Annie y Bill.
Cuando cumplí diez, ellos me dieron la estupenda noticia de que iba a tener una hermanita. Seis meses después nació Sarah. El milagro más bello y amado de mi vida.
Tuve una adolescencia normal, era feliz con mi familia y amigos; agradecía cada día a las vueltas de la vida que me habían llevado a esa casa que consideraba mi hogar, junto con aquellas tres personas.
O por lo menos lo fue. Era navidad y yo tenía dieciocho. Y olvidé comprar el puré de manzanas. Intenté convencerla de que no era necesario, pero Annie era muy obstinada.
Me dejaron cuidando la casa mientras iban a comprarlo. Y tuvieron un accidente debido a la neblina. Sarah sobrevivió pero luego de dos semanas, murió también. Fueron las peores dos semanas de mi vida.
Luego de eso decidí dejarlo todo, aparte a mis amigos y, con mis abuelos a cargo de las pertenencias de mi difunta familia, salí a recorrer. Y eso me llevó a ti.
Tal vez esta sea mi carta más simple, sin comparaciones, sin sentimientos intensos. Pero es que aún duele.
Duele que me hayan abandonado a mi suerte siendo solo un niño. Duelen los maltratos que sufrí en la calle. Duele el tiempo que pasé en el orfanato. Duele no poder abrazar a mi madre o conversar con mi padre de negocios. Duele recordar a mi frágil hermanita sufriendo en una camilla de hospital ya que sus pulmones y corazón estaban fallando. Duele no poder darles las buenas noches. Duele sentir que si hubiese comprado aquel estúpido puré de manzana, ellos no habrían salido. Duele saber que fue mi culpa.
Siento que tal vez no entiendas mi letra del todo debido a las lágrimas y siento que te hayas despertado debido a mis sollozos.
Te amo Emery. Tengo miedo a perderte, como pierdo cada cosa buena que me ocurre en la vida. Pero doy gracias a los cielos por haberte encontrado.
Yo solo... Quiero dejar de llorar en silencio. Quiero dejar de sentirme triste. Quiero muchas cosas, la mayor parte imposibles.
Siempre tuyo,
Christian.
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