Parte I: Capítulo 4
Día 10: Emery
El sonido de los trazos sobre el papel cruje mientras el lápiz grafito se despalza sobre él. Las lineas comienzan a definir su rostro y sonrío levemente.
- Esta muy bien, pero no has pintado las pecas - declara de pronto su voz.
Me doy la vuelta, concentrándome en Christian. Sus ojos son mucho más intensos que los logrados en mi pequeño dibujo.
Ladeo la cabeza.
- En ese caso ayúdame.
Y él sonríe. Sigue sin llegar a sus ojos.
- Te veo entonces.
Deja el café y se va.
***
Día 11: Emery
Observo su rostro desde cerca, detallando el suave contorno de los labios, las espesas pestañas de un suave marrón claro, los cientos de lunares esparcidos sobre su piel. Parece como si se hubieran dejado caer sin cuidado, dejando rastros de salpicaduras a su alrededor.
Termino de dibujar y le muestro el retrato. La luz de la luna se refleja sobre su piel, logrando que parezca un fantasma perdido y solo.
Tan solo.
De pronto siento como una barrera muy fina pero inquebrantable nos separa. Las lágrimas se acumulan en mis ojos y no puedo evitar que una de ellas caiga.
Él alza la mirada, sus ojos entristecidos como la primera vez.
- Eres tan azul Emery...
Y aunque no entiendo las palabras, me dejo acariciar por ellas mientras llevo mi rostro hacia las estrellas, ansiando un calor inexistente que su luz fría y muerta no puede darme.
***
Día 12: Christian
Observo la luna, llena y redonda, mientras siento como la conocida sensación de dolor que aparece todos los años, me invade desde el oscuro rincón en el que se protege durante el resto del tiempo.
Sus garras arañan mi mente sin que yo haga un amago por defenderme y mis dedos rasgan las cuerdas en la guitarra.
Unos delicados pasos se detienen a mis espaldas y no me molesto en volverme.
Sus delgados brazos rodean mi cuello y siento su nariz entre mis cabellos, sus labios depositando un beso suave.
Y luego se esfuma, pero al mismo tiempo no lo hace.
Al alzar los ojos, con la visión borrosa por las lágrimas, unos orbes dorados me reciben con el sufrimiento pintado en ellos.
No es Annie, es Emery.
- Estás llorando - dice, con esa voz ronca y rota, que me recuerda a los sueños en colores pastel.
- También soy azul Em - declaro, con la guitarra aún entre mis brazos, aferrándome a lo único que me queda.
Ella niega.
- Eres amarillo Christian, tan amarillo que brillas.
- Se necesita oscuridad para brillar pequeña Em.
Ladea su cabeza y los dorados mechones cubren parte de su fino rostro, despertando en mi una primitiva necesidad de apartarlos para poder contemplar su extraña hermosura para siempre.
Solo que los para siempre no existen. No existen.
- Entonces déjame ser esa oscuridad.
Y el resto de las palabras se atoran en mi garganta.
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