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Luego de eso Eddie y Bianca siguieron a Pat a sus clases, pero yo me fui con Alicia.
Ella no tomaba nota, ni llevaba la tarea hecha y noté que los profesores evitaban pedírsela. La observé mientras ella recostaba su cabeza en la mano y mientras suspiraba, la miré cuando sus pulmones se llenaban de aire y cuando la sangre surcaba sus venas y se acumulaba en sus pálidas mejillas. Sus labios eran finos y a la vez pomposos. Amaba cómo se derramaba su cabello por los hombros y quedaba fascinado con el color que estaba sobre su cabeza.
Era amarillo y estaba muy apagado como si fuera el destello de algún metal o una linterna en la distancia. Aun así, era el color de la luz del sol y sentía una sensación cálida cuando me acercaba a ella. Porque su color era alegre, enérgico, estimulante y audaz, podía sentir inteligencia y por alguna razón llegaba a mí sin rodeos ni tapujos, se deslizaba por mi mente y la colmada de calidez. Pero a la vez su color era inquietante y perturbador, algo filoso. Era el sol, vital pero peligroso, ardiente y distante.
Traté de seguirla a su casa, pero estaba fuera de mi rango. Regresé al cementerio arrastrando los pies. Llegué a mi puesto, había estrellas en el cielo, era amarillas. Pude ver Neptuno, pero también era amarillo.
Cerré mis ojos e imaginé (imaginé soñar) que todo el mundo era de ese color, los mares eran amarillos, las nubes, los niños, las risas, los sonidos y los sabores.
Y yo era amarillo junto con el mundo, no había muerto, y no existía razón para soñar nada como eso.
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