—Hola —dijo observándolo con desconfianza y escudriñándolo de arriba abajo como si no lo reconociera sin su fleco.

—Hola —respondió Pat.

Finalmente soltó la bandeja y se concentró en su almuerzo y el libro que había traído: Frankenstein. El monstruo que actúa como monstruo cuando es rechazado por los campesinos que observó por meses, cuando no recibe el amor que esperaba.

—Gran charla —se burló Eddie.

Yo no podía dejar de mirarla, era como si me volviera a enamorar en cada segundo, me encantaba todo en ella, sobre todo la manera en que se perdía entre las páginas macabras de aquella historia. Pero sentía que, aunque estaba frente de mí, se encontraba a kilómetros de distancia, como un cumulo de galaxias de una región lejana. Sentía que ni con telescopios podría alcanzarla.

Y no tenía que recordar mucho para saber que esa sensación era amor, cuando se ama a una persona se sufre porque se sabe que jamás podrá comprenderla del todo, ni llegar a ella, pero se alboroza por la misma razón. Era como convivir con un misterio dulce, como formar parte de un sueño alucinante. Al menos eso creía y confiaba en que mi nueva intuición me ayudara a entender todo.

—No advirtió tu fleco —observó atentamente Bianca—. Bueno, lo intentamos.

—¡Pero si está guapísimo! —protestó Eddie golpeando la mesa con indignación.

—Dilo —susurré ensimismado.

—No creo que sea buena idea que Pat diga que está guapísimo —opinó Bianca—. Sonaría un poco engreído.

—No, eso no —murmuré.

—¿Qué cosa? —preguntó Pat, musitando muy bajito.

Le expliqué lo del libro, Pat asintió, se revolvió en su silla buscando coraje y formuló con timidez:

—Gra-gran libro.

—Exc-excelen-excelente —se mofó Eddie y Bianca le dio un puntapié.

Alicia levantó sus ojos y soltó el tenedor.

—¿Qué?

—Gran libro, lo leí, algunos dicen que lo mejor de la historia es que nunca se sabe con exactitud si Víctor enloqueció y asesinó a sus seres amados o si de verdad existe un monstruo viviente y vengativo. Digo, el único que lo ve es un marino, pero podría ser inventado.

Ella se quedó callada, alcé las cejas para animarlo a seguir.

—Pero yo no pienso igual —Humedeció sus labios, me observó cómo esperando aprobación y asentí, él se inclinó un poco hacia Alicia—. Lo que me gusta de la historia es que el monstruo sólo se vuelve uno cuando no recibe el amor que tanto veía que los humanos tenían, de hecho, creo que Víctor fue injusto al negarse a construirle una novia. El sólo quería amor.

Alicia lo observó con los ojos húmedos como si hubiera escuchado algo maravilloso y aterrador, finalmente dejó el libro sobre la mesa. Genial, le interesaba Pat.

—Sí, creo que es poesía sin rima, demuestra a la perfección cómo las personas siempre quieren amor, no sólo las personas, también las creaciones de laboratorio —Hizo una mueca con el labio, un esbozo de sonrisa.

—También es irónico porque el monstruo se escondió y vigiló por meses a una familia de campesinos, los espiaba tanto que llegó a sentirse parte de ellos, de noche los ayudaba con el trabajo, fue amable, aunque aquella criatura nunca había recibido ninguna muestra de amabilidad. Fue testigo de cómo una familia se quería y cuando juntó coraje y se acercó a ellos, lo rechazaron. Lo esquivaron porque se veía diferente ¡Y él desesperado cree que alguien igual de deforme podrá quererlo! ¡Le pide a su creador una novia! Y es interesante cómo la escritora muestra la compañía, o al menos la idea errónea o loca de compañía. Porque Frankenstein no pide un hermano o un hijo o un perro o un amigo, no, pide una pareja, una novia. Digo, es irónico que vigila una familia y ve el afecto de padre o hermanos, pero llega a la conclusión de que el amor que él busca es el amor más difícil de conseguir: el de una pareja.

Alicia parecía complacida con su análisis.

—Dile que de todos modos Frankenstein quiso hallar el amor de la manera incorrecta, mató a todas las personas que Víctor amaba en venganza por dejarlo solo. Él no respetaba el amor si hacía eso.

Pat lo repitió.

—¿Eso crees?

—Dile que sí.

—Sí.

—Entonces supongo que para ti yo no respeto el amor —respondió ella arrastradamente—. Yo alejo a todas las personas porque estoy enojada, sólo quiero a una y no está aquí.

—Dile que no aparte a esas personas.

—No las apartes y ya.

—Pero estoy enojada.

—Pues puedes quedarte con el enojo —contesté—. Puedes conservarlo si quieres, puedes alimentarlo y puedes desposarlo con otros tipos de enojos que tengas en la cabeza, pero esa no es la razón por la que apartas a los demás, sólo lo haces porque te viene en gana. Míralo así, podrías obligarte a aceptar la compañía, el amor, que no quieres tener por la simple razón de que estás enojada. Podrías hacer lo que sea y no necesitas un sentimiento como razón.

Pat repitió cada palabra que dije. Alicia abrió los ojos enormemente, estuvo varios segundos en silencio. Lo suficiente como para que Bianca opinara:

—Creo que la rompiste.

—Te cortaste el cabello —evidenció Alicia como si fueran las pistas de algún misterio—. Te sientas diferente. Te ves diferente.

—Yo no soy como me veo.

Ella sonrió con pesar.

—Yo sí —Permaneció unos segundos en silencio—. ¿Cuál es tu nombre? —preguntó al cabo de estudiar cada rasgo de Pat.

—Me llamo Patricio.

Ella extendió una mano.

—Alicia, pero seguro me conoces como la Solteloca.

—Me gusta más Alicia.

—Sí, a mí también.

Y no había pena alguna en aquella sonrisa.