9
—¡No me puedo creer que estemos aquí! —exclamó Yasani asomada a la ventana del dirigible.
—¡Mira, ahí va otro fénix mensajero! Son enormes —dijo Kayssa a su lado—. Me pregunto a dónde irá...
Yasani se introdujo del todo en la cabina del dirigible y se sentó en uno de los asientos tapizados a rayas. Kayssa la imitó y se sentó colocó frente a ella. Las separaba una mesa de metal que parecía brotar del mismo suelo y que, aparte de un armarito en la parte derecha de la cabina, componía todo el mobiliario del vehículo. Mizzi se sentó sobre la mesa entre ambas.
—¿Crees que Alzer se molestó por lo que dije del fénix mensajero? —preguntó Yasani.
—Creo que se siente un poco frustrado. Seguramente le gustaría ser mejor Domador.
Yasani suspiró y echó un vistazo al interior del dirigible.
—Pero a todos nos queda mucho por aprender...
—Tú hiciste brotar una Fortunea —recordó Kayssa.
—Y lo mío me costó... Puede que Alzer solo necesite un poco de tiempo.
Pasaron unos minutos en silencio hasta que Kayssa sacó de su bolsa una cantimplora llena de agua.
—¿Podrías... hacer eso que haces con el agua? —pidió Kayssa con una sonrisa.
Los Vitalistas controlaban libremente el agua y la tierra, porque en ellas estaba la vida, pero ningún otro elemento más. El fuego y el aire era terreno de los Magos. Yasani le devolvió la sonrisa y destapó la cantimplora. Alzó una mano despacio con la palma hacia arriba y el agua que contenía la cantimplora ascendió en tres esferas que quedaron suspendidas en el aire frente a ella. Kayssa abrió la boca y Yasani dirigió la esfera más pequeña hacia ella. La engulló y Yasani volvió a dejar el agua en su sitio bajo la atenta mirada de Mizzi.
—Me encanta eso —confesó Kayssa fascinada.
—¿Te gustaría ser Vitalista?
—No lo sé... Todas las ramas tienen algo que, a su modo, me llama la atención. No sabría decidirme.
—En realidad, si lo piensas, todas están bastante relacionadas entre sí. Los Vitalistas tenemos un aprecio especial por la vida en general, pero los Domadores lo tienen hacia los animales y otras criaturas. Los Artistas son capaces de capturar con sus obras esas relaciones y ese aprecio especial que muestran los demás, y los Metamorfos se transforman en cualquier elemento que alguien podría necesitar.
—¿Qué hay de los Guerreros y los Alquimistas? —preguntó Kayssa.
—Los Alquimistas crean pócimas e inventos que potencian las demás ramas y, a veces, replican sus habilidades. Con menor efecto, eso sí. Y los Guerreros se encargan de defender la paz y el equilibrio entre todos.
—Supongo que tienes razón.
—¿Sabes...? Con el dirigible vamos a tardar menos de lo que pensábamos en llegar a Libos. Podemos quedarnos con mis tíos cuando hayamos encontrado lo que buscamos.
—Si te digo la verdad, no sé qué buscamos exactamente —contestó Kayssa—. Según la maestra Siela, Vidrel viajó hasta allí siguiendo la pista de esas... bestias negras, pero no sé ni por dónde empezar.
—De momento disfrutemos del viaje. ¿No te parece increíble que esto ahora esté vivo? —preguntó Yasani colocando una mano con suavidad sobre la fría pared.
—Desde luego. Y que sea tan silencioso.
Kayssa volvió a asomarse por la ventana y contempló el paisaje que pasaba bajo ella. El dirigible no volaba muy lejos del suelo, pero sí lo bastante como para dejar ver los campos, aldeas y ciudades lejanas. Libos aún no estaba a la vista, aunque al ritmo al que iban no tardarían en alcanzarla. Unas horas más tarde, el dirigible redujo la marcha y descendió hasta aterrizar en un descampado a diez minutos de la ciudad. Bajaron de él y de inmediato el vehículo volvió a elevarse hasta perderse en el cielo.
—¡No! —gritó Kayssa angustiada.
—No te preocupes. Melora dijo que cuando volviéramos aquí él estaría esperándonos. Lo ha unido a nosotras. Venga, vamos a Libos. Es por allí.
Libos era más grande que Etrea, pero no era ni la mitad de Álferel. Los edificios habían sido construidos para rechazar al sol, a pesar de que su intensidad aún quedaba lejos de la del paraje de Ibias. Como consecuencia, las ventanas eran estrechas, los tejados bajos y los muros se habían rociado con una sustancia depurada por Alquimistas que protegía del calor. Todos los caminos eran de tierra fina de color rojizo que se levantaba de vez en cuando en polvaredas aisladas.
—¿Quieres probar suerte en la torre de los maestros? —tanteó Yasani.
Kayssa resoplo.
—Ya que estoy aquí, me pasaré. Pero creo que mejor debería preguntar por Vidrel y Rellie.
—Puedes preguntar a los maestros por ellos y así tendrás medio camino hecho.
—Buena idea —dijo Kayssa.
—Si allí no saben nada, se me ocurre un lugar al que podemos acudir. La casa de mis tíos está a mitad de la calle del oeste de la plaza de la fuente. Es la del balcón verde. La fuente está por allí —dijo Yasani señalando uno de los caminos de tierra—. Y la torre se ve desde aquí. Mucha suerte, yo mientras iré a ver a mis tíos para decirles que hemos llegado.
Kayssa atravesó la plaza de la fuente sintiéndose un poquito más sola que en Álferel. Yasani estaba con ella, pero aún así echaba en falta a Alzer. Alcanzó la torre de los maestros y se dio cuenta de que apenas la impresionaba. Subió las escaleras con una mueca cansada y llamó al primer estudio de la primera planta. Tras recorrerse de nuevo una torre más descubrió que allí tampoco habían oído hablar de valasianos sin luz en su cristal. Mencionó a Vidrel, a Rellie y a las misteriosas bestias negras, pero solo el maestro de los Metamorfos, un hombrecillo delgado y canoso, parecía dispuesto a aportar algo útil sobre todo aquello. Kayssa le reveló entonces que no era Maga y que su cristal era en realidad transparente, lo que le arrancó un gesto de sorpresa al maestro.
—Si eso es verdad, no deberías ir contándolo. Has hecho preguntas extrañas que podrían llamar la atención de gente no deseada. A Vidrel le pasó.
—¿Qué tipo de gente? ¿Qué le pasó a Vidrel? ¿Sabes algo de las bestias negras? —interrogó Kayssa.
—A ese tipo de preguntas me refiero. No sé nada de bestias negras, pero ese hombre despertó mi curiosidad cuando vino a verme. Me transformé en un pajarillo y le seguí durante un trecho del camino hasta un callejón. No debí haberlo hecho, lo sé. La intriga me pudo. Se reunió con un grupo de gente que... Si tuviera que apostar algo, diría que ellos tuvieron algo que ver con la desaparición del muchacho.
—¿Por qué iba a reunirse Vidrel con los secuestradores de su hijo?
—Porque ninguno de ellos tenía luz.
—Eso es imposible —dijo Kayssa con un jadeo.
—No puedo decirte más, porque Vidrel me detectó. Los Magos saben cuándo un Metamorfo anda cerca, igual que los Domadores si nos convertimos en animales. Se alejó con ellos, o desaparecieron en algún sitio, y les perdí de vista.
—Gracias por todo, maestro... —Kayssa se dio cuenta de que ni siquiera sabía su nombre.
—Tilfe. Escúchame... Creo que no deberías seguir con esto. Vidrel es un loco, y las personas con las que se reunió parecían peligrosas. Estoy seguro de que si hubiera estado en su sano juicio no se habría acercado a ellas.
—Perdió a su hijo. Es normal que hiciera cuanto estuviese en su mano, por descabellado que sea, para averiguar algo más. Igual que... Igual que voy a hacer yo. Gracias por la ayuda y por el consejo, maestro Tilfe, pero quiero encontrar la luz de mi cristal.
Kayssa abandonó la torre con la sensación de que algo no encajaba. Vidrel se había entusiasmado al saber que ella no tenía luz y había dicho que, además de Rellie, nunca había conocido a nadie más en la misma situación. Sin embargo, el maestro Tilfe afirmaba haberlo visto en compañía de varias personas que tampoco tenían luz. Acarició el anillo que le había entregado y frunció los labios. Tenía que volver a hablar con él cuando regresan a Álferel.
Se dirigió a la fuente de la plaza, que despedía sus siete chorros de colores, y se sorprendió al ver a Mizzi junto a ella. Mizzi le hizo una seña con el brazo y Kayssa se acercó.
—¿Me estabas esperando? —le preguntó.
Mizzi asintió y le tiró del vestido para que la acompañara. Kayssa se dejó guiar y ambas se plantaron frente a una casa con un amplio balcón verde.
—Gracias por acompañarme —le dijo a Mizzi.
Se agachó para recogerla y la muñeca se acomodó en su hombro. Llamó a la puerta y la recibió un hombre alto y musculado con el tono de piel ligeramente azulado que caracterizaba a los miméticos de Marevant, la única ciudad de Valasia construida sobre y bajo el mar. De un pendiente en su oreja derecha colgaba un cristal de color rojo. Yasani se colocó a su lado en cuestión de segundos y ambos la invitaron a entrar.
Kayssa solo recordaba haber visto a los tíos de Yasani en una ocasión, hace muchos años. El hermano de Diase, la madre de Yasani, se llamaba Shal, y su piel y sus ojos eran algo más oscuros que los de ella, porque en Libos el sol caía con más fuerza que en Etrea, pero menos que en Kralvor, la ciudad de origen de ambos. Iccoli, en cambio, había perdido la mayoría de los rasgos de los habitantes de Marevant. Las franjas destinadas a la respiración acuática se habían borrado de su pecho y de las membranas de sus extremidades no quedaba ni rastro. Solo conservaba el tono de piel, un poco menos pálido ya que el de sus paisanos, y los ojos claros. A Kayssa siempre le había llamado la atención el contraste creaban cuando ambos estaban juntos.
—¡Kayssa, cuánto tiempo! —exclamó Shal desde una cocina acogedora y abierta al salón que olía a hojaldre—. Cuánto has crecido...
—¿Cómo te va todo? —preguntó Iccoli sentándose en una butaca que colgaba del techo.
El salón era luminoso y una de las paredes estaba formada en su totalidad por un enorme acuario en el que habitaban peces y criaturas alargadas, redondas o escurridizas que Kayssa nunca antes había visto. Los contempló muda de asombro. Algunos de ellos despedían un resplandor similar al de los cristales.
—¿Te gusta? —preguntó Shal encantado—. A Iccoli le recuerda a casa. Lo hice para él.
El brillo azul bajo su camisa pareció aumentar de intensidad para remarcar su presencia.
—Mucho. —Kayssa se acomodó en un banco de madera situado frente al acuario y Yasani y Mizzi ocuparon dos sillas de terciopelo azul marino.
—Los peces de Marevant son más bonitos. ¡Y mucho más grandes! —Iccoli se echó a reír—. ¿Qué os trae por aquí, chicas?
—Estamos intentando averiguar por qué el cristal de Kayssa no se ilumina.
—¿Y habéis descubierto algo? —quiso saber Shal.
Kayssa agradeció que no hiciera ningún comentario adicional respecto a lo extraño que resultaba que aún no tuviera luz, aunque luego recordó que llevaba el anillo con el cristal blanco de Vidrel.
—Un par de cosas, aunque nada demasiado concreto —respondió Kayssa—. ¿Puedo haceros una pregunta?
—Claro, adelante —respondió Iccoli.
—¿Alguna vez habéis visto por Libos a alguien sin luz? ¿Quizá un grupo pequeño de gente así con aspecto... peligroso?
Iccoli y Shal reflexionaron unos segundos en silencio y Yasani la miró sorprendida.
—No, creo que no. Me acordaría —afirmó Shal.
—Yo tampoco.
—Vale, y... Ya sé que esto es disparatado, pero ¿habéis visto o habéis oído algo sobre unas bestias negras? —dijo Kayssa.
—¿Bestias negras? ¿Te refieres a los urgos?
—No, no. Unas... bestias horribles que no parecen de este mundo. Por los Sabios... —Kayssa se sintió ridícula al decirlo en voz alta. Ni siquiera sabía qué aspecto tenían esas bestias de las que Vidrel no dejaba de hablar.
—No, lo siento —respondió Shal—. Y ahora a poner la mesa, ¡la comida está lista! Iccoli, mueve el culo, que yo he cocinado.
Shal sirvió sobre la mesa un hojaldre rectangular de verduras recolectadas en Kralvor y una olla con carne de trisos, un tipo de ganado muy extendido por el paraje de Ibias.
—Nos lo ha mandado mi madre —informó Shal.
—Menos mal que Alzer no está aquí —comentó Yasani olisqueando el guiso.
Kayssa dio algunos detalles más sobre su búsqueda durante la comida e informó a Yasani de que debían hacerle otra visita a Vidrel antes de partir hacia Erus. Yasani se mostró de acuerdo y sugirió dirigirse al mercado a preguntar a los habitantes de Libos por Rellie, por las bestias negras o por las inquietantes personas sin luz. Según ella, si alguien sabía algo, tenía que estar allí.
Algunos de los mercaderes reconocieron a Yasani y la obsequiaron con dulces y otros productos locales que se guardó en la mochila. Interrogaron a todos con los que se cruzaron, aunque solo los más mayores recordaban a Vidrel. En cualquier caso, nadie fue capaz de aportar nada aparte de un par de muecas extrañadas.
—Ocurró hace mucho tiempo, Kay —dijo Yasani al verla abatida—. Es normal que la gente no se acuerde. Las poblaciones cambian y se renuevan, pero aún tenemos a Vidrel para preguntarle. ¿Quién mejor que él? Aunque... Espero que lo encontremos en mejores condiciones que la última vez. O que, al menos, se muestre más hablador...
—Ya...
Kayssa suspiró y Mizzi se aferró a su pierna en un intento por consolarla. Regresaron a la casa de los tíos de Yasani cuando la noche hubo caído y tras cenar un poco del humeante estofado que había quedado de la comida, se metieron en dos camas que Iccoli había improvisado para ellas en una habitación que empleaban como estudio.
—Espero que estéis cómodas. Buenas noches —les deseó Shal.
—Buenas noches, tío.
—Buenas noches, Shal.
Shal cerró la puerta con cuidado. La habitación se iluminó de verde y de blanco, y la tenue luz del cristal falso que Meiren le había regalado asomó entre las grietas del guardapelo. Le echaba de menos, y eso que ni siquiera había pasado una semana desde que le vio por última vez.
—Aún tenemos tiempo hasta que volvamos a reunirnos con Alzer en Álferel —dijo Yasani—. Podemos preguntar a los ancianos, a ver si recuerdan algo. Y luego te llevaré al mejor restaurante de todo Libos. Te encantará, ya verás.
—Gracias, Yasani.
—Estoy deseando comer allí mañana. Tienes que probar el flan de menta.
Kayssa sonrió en la oscuridad y cerró los ojos, agotada. A los diez minutos cayó rendida al sueño, pero apenas unas horas más tarde se despertó con un sobresalto. Se incorporó en la cama, intranquila. Había escuchado algo cerca de la ventana y tenía la sospecha de que algo o alguien la observaba.
—Yasani —susurró asustada—. ¡Yasani!
Yasani se removió en la cama y bostezó.
—¿Kay? ¿Qué pasa? ¿Estás bien?
—Creo que hay alguien fuera.
—¿Cómo? Yo no veo nada...
—Que sí. Lo... Noto.
—Pues asómate al balcón a comprobarlo —contestó Yasani dándose la vuelta.
—Me da miedo.
—Ahí no hay nada, Kayssa. No detecto ninguna vida, aparte de mis tíos. Y los vecinos están todos en sus casas. Además están los escudos. Aquí estamos a salvo.
Las palabras de Yasani la tranquilizaron un poco. Kayssa se levantó y se acercó despacio al balcón. El sentimiento de que ahí había alguien se hizo más intenso. Abrió la ventana con dedos temblorosos y se asomó al exterior.
Desde allí se veía la fuente de la plaza, que iluminaba la madrugada. Escrutó la noche y la brisa fresca le sacudió el cabello y la calma. Las lunas arrojaban su luz plateada sobre las casas de Libos. La ciudad dormía tranquila. De pronto, una especie de sombra cruzó por detrás de los dos edificios que quedaban más próximos a la casa. Kayssa no pudo distinguir ninguna silueta, solo una neblina borrosa que se desvanecía. De color negro. Al instante se le disparó el corazón. Yasani no había detectado ninguna vida, pero era posible que las bestias negras no la tuvieran. La sombra volvió a cruzar rauda de un lado a otro de la calle, esta vez más cerca, y Kayssa volvió al estudio con el pulso a mil.
—¡Yasani, levántate! ¡Tenemos que irnos! —apremió sacudiendola.
—¿Que dices? ¿Cómo vamos a irnos en mitad de la noche?
—Puede que estemos en peligro. Y tus tíos también. Coge tus cosas y vamos a la explanada donde nos dejó el dirigible. Por favor, que esté ahí... —suplicó para sí misma.
Se vistió a toda prisa y empezó a guardar todas sus pertenencias en la bolsa de tela. Yasani se puso en pie y la miró preocupada.
—Kayssa...
—¡He visto una sombra cerca de la casa! —exclamó—. ¿Y si son las bestias negras? Aún la siento...
Yasani hizo también el equipaje y garabateó una nota para sus tíos. Cogió a Mizzi por un brazo e hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta. Atravesaron el silencioso salón con el acuario y en cuanto cruzaron la puerta echaron a correr con todas sus fuerzas sin detenerse a mirar atrás ni una sola vez.
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