12
Kayssa les contó a sus compañeros de viaje lo que había averiguado de aquella falsa Alquimista, aunque no expuso sus dudas. Vidrel negó con la cabeza e hizo alusión a la locura de la mujer, lo que arrancó a Alzer un gesto irónico. A pesar de todo, ninguno de ellos creía que las desapariciones fueran obra de los maestros.
Los dos siguientes días transcurrieron en calma. Alzer a menudo desaparecía en los claros o entre los humedales del paraje de Erus durante un par de horas y luego regresaba jadeante y con el cabello agitado. El resto del tiempo charlaban sobre el viaje y, a excepción de Alzer, compartían sus expectativas incluso con Vidrel, que parecía haberse hecho un hueco entre ellos. La tercera noche después de dejar la posada se vieron obligados a detener la marcha de nuevo para que su vehículo, fiel y silencioso, tomase un respiro.
Se encontraban en el corazón del bosque de Erus, el mayor y más frondoso de todos los bosques de Esthenia. La mayoría de los árboles tenían troncos tan gruesos que ni los cinco a la vez podían abarcarlos. Había inseparables también y arbolitos más endebles a la sombra de los grandes. El cielo apenas era visible, pues el follaje, de colores que variaban entre el amarillo, verde, rosado y azul intenso, lo cubría casi todo. De vez en cuando se dejaban ver criaturas que solo vivían allí, como los largartos cornudos de tres colas o los mustros, unos animalitos pequeños y rápidos con bigotes y patas finas y elásticas. Alzer respiró hondo y se impregnó del bosque y sus susurros. Kayssa, en cambio, le dedicó una mirada inquieta. No le hacía ninguna gracia tener que pasar la noche allí, pero aún tardarían otro par de días en abandonar el bosque y, desde luego, ahí no había posadas.
El carro se echó en el suelo bajo una cúpula de hojas en un rincón apartado y recogió las patas. El leve zumbido que desprendía se apagó, aunque ni siquiera así parecía un montón de chatarra inerte. Había algo en él, una chispa de vida que incluso Kayssa, sin luz verde en su cristal, podía apreciar. Vidrel cubrió el carro y los alrededores de la zona de hechizos vigilantes y de protección. Intentó crear un glifo en el suelo que activase un pequeño vendaval si algún ser extraño lo pisaba, pero solo consiguió medio signo tras muchos sudores y frustración.
—Ya os dije que estaba algo oxidado —se excusó.
Kayssa pidió a Alzer, a Meiren y a Yasani que informaran sobre las criaturas que los rodeaban.
—Esto está lleno de vida —dijo Meiren fascinado.
—Hay seres y bestias por todas partes. ¡Y creo que puedo vincularme con algunas! —exclamó Alzer emocionado.
—¿Pero son peligrosos? —preguntó Kayssa.
—No lo sé. Tal vez. Iré a echar un vistazo.
Alzer se escurrió entre dos gruesos troncos y su luz dorada se desvaneció en la oscuridad.
—Podemos cerrar la zona un poco más —propuso Yasani—. Con ramas y más árboles. Eso nos protegerá un poco.
—Buena idea —aprobó Meiren.
Al instante ambos se pusieron a trabajar codo con codo. Con las rodillas ligeramente flexionadas alzaron las manos con las palmas hacia arriba por encima de sus cabezas y después las cerraron. Murmuraron un par de palabras y entonces unos tiernos tallos brotaron de la tierra envueltos en luz verde. Repitieron el proceso y los tallos se engrosaron hasta convertirse en troncos y ramas que formaron un entramado al que Yasani y Meiren guiaron con las manos en una especie de danza.
—Vaya —murmuró Kayssa admirada—. Hacéis muy buen equipo.
—Es verdad —corroboró Meiren—. Aún así será mejor que entremos en la cabina. Estaremos más seguros.
Alzer regresó media hora después sin demasiada información. Se tumbó junto a Kayssa y cerró los ojos, cansado.
—¿Sabéis? Esto necesita un poco de decoración —dijo Yasani.
Barrió con la mano izquierda el redondo habitáculo y lo cubrió de enredaderas y guirnaldas de pétalos coloridos. Mizzi cogió una flor y se la puso a Kayssa en el pelo.
—Mucho mejor —afirmó Yasani satisfecha.
Kayssa sonrió y se tumbó también. Se sentía segura, y no solo por los hechizos y protecciones que habían colocado fuera. Confiaba en todos ellos, hasta en Vidrel, porque de un modo u otro habían llegado hasta allí con ella como muestra de su apoyo. Se quedó dormida en algún momento, y cuando se despertó lo hizo con la sensación de que habían pasado muchas horas. Sin embargo, la oscuridad aún se colaba por la ventana. Buscó alrededor qué la había sacado del sueño y entonces se encontró con dos grandes ojos oscuros, muy abiertos, que la observaban fijamente.
Kayssa ahogó un grito. Miró con más detenimiento a la figura, agachada en la penumbra, y vio que tenía agarrada la bolsa de criks de Vidrel con una mano. Con la otra se cubría una pulsera, pero bajo sus dedos se escapaban rayos de luz roja. Se estudiaron en silencio, inmóviles, y en un pestañeo la figura tiró de la bolsa y echó a correr.
Kayssa podría haberla dejado marchar. Podría haberse quedado en el carro y fingir que no se había dado cuenta de nada, pero algo, tal vez la frágil imagen de Vidrel enseñando sus monedas o tal vez la injusticia de haber presenciado un robo, la impulsó a salir tras ella. Se abalanzó sobre la puerta y a solo unos pasos vio la luz roja de la figura, menuda, ágil, y escurridiza, agitarse en la oscuridad. Sabía que no tenía nada que hacer frente a un Guerrero, pues su rival era más fuerte y veloz que ella. Se preguntó cómo había burlado los encantamientos de Vidrel y entonces se le ocurrió que tal vez pudiera utilizarlos a su favor. Tomó un puñado de piedrecitas y, sin detenerse, las lanzó hacia el lado izquierdo del ladrón. El Guerrero las esquivó con un salto hacia la derecha y Kayssa pidió a los Sabios que el glifo a medio dibujar de Vidrel funcionase, aunque sólo fuera un poco. Y lo hizo. El glifo activó una brisa de aire que, sin ser el vendaval que debería, desequilibró a la figura y la retuvo el tiempo suficiente como para que Kayssa se lanzara contra ella en un choque violento. Ambos cayeron al suelo y, de repente, Kayssa creyó estar alucinando. En su cristal inerte había prendido un chispazo de color rojo, tan rápido y breve que supuso que lo había confundido con el del ladrón. Este aprovechó la distracción para librarse de ella, pero antes de ponerse en pie unas raíces alargadas y flexibles le inmovilizaron. Kayssa se dio la vuelta y vio a Meiren de pie tras ella.
—¡Kayssa! ¿Estás bien?
—Sí. Gracias, Meiren.
—¿Quién es?
—No lo sé, vamos a comprobarlo. Tiene algo que no le pertenece.
Se puso en pie y se sacudió la tierra de la ropa. Hizo un gesto de dolor al notar que se había hecho cortes y raspaduras en las manos, codos y rodillas al caer.
—Ven, deja que te cure eso —dijo Meiren con el ceño fruncido.
Le sanó las heridas, que se cerraron dejando un una sensación cálida y reconfortante, y los dos se acercaron a la víctima capturada, que aún se retorcía presa de las raíces.
Se trataba de una joven de unos dieciséis años, de mirada oscura y afilada y pelo descuidado, más largo por un lado que por el otro. Vestía unos pantalones negros de tela liviana y una chaqueta abrochada hasta tan arriba que le cubría la barbilla y parte de los labios. De un cinturón grueso colgaba una hoja curva guardada en una funda y un par de cadenas pesadas. Kayssa le arrebató la bolsa de Vidrel y dio un paso atrás.
—¿Quién eres? —le preguntó.
—Eso no te importa.
—¿Qué? ¡Nos acabas de robar! ¿Cómo has esquivado los hechizos?
—Suéltame —exigió altiva mirando a Meiren—. Ya habéis recuperado la bolsa.
—Ni hablar —respondió él—. Vas a venir con nosotros y te entregaremos en la siguiente ciudad que alcancemos.
El rostro de la chica se tiñó al instante de terror.
—¡No! Por favor, eso no.
—Haberlo pensado antes de atacarnos —dijo Kayssa.
—Yo no os he atacado.
—Pues antes de irrumpir en nuestro carruaje y llevarte lo que no es tuyo.
—Os ofrezco protección a cambio de que no me entreguéis.
—No necesitamos protección —indicó Meiren.
—¿Ah, no? —La chica alzó una ceja—. Es curioso, porque yo diría que una Guerrera se acaba de colar en vuestro campamento...
Yasani salió de la esfera del carro y se acercó a ellos.
—¿Qué hacéis aquí? —preguntó. Entonces reparó en la joven del suelo—. ¿Qué ha pasado?
—Esta... ladrona se llevó la bolsa de Vidrel —explicó Meiren.
—Me llamo Lida —se quejó la Guerrera.
—Y Kayssa salió tras ella y la detuvo —continuó Meiren ignorándola—. Vamos a entregarla en la próxima ciudad en la que paremos.
—¡Esperad! Lleguemos a un acuerdo, ¿vale? No podéis entregarme, hay... gente que depende de mí. Me necesitan.
Yasani la miró conmovida.
—Tal vez podría acompañarnos, si la tenemos bien vigilada... —aventuró.
—¡Yasani! —exclamó Meiren—. ¡Está mintiendo! Es una ladrona.
—¡No estoy mintiendo! —se defendió Lida.
Alzer y Vidrel se despertaron con la discusión y se unieron también.
—Pues ya estamos todos... —murmuró Lida con fastidio—. A ver, eres Meiren, ¿verdad? ¿Puedes dejar que al menos me incorpore? Estoy incómoda aquí en el suelo.
Meiren aflojó el agarre de las raíces para permitirle ponerse en pie y en seguida volvió a ajustarlas con firmeza.
—Podéis llevarme así si queréis —dijo Lida—. No me quejaré. Os defenderé si hay algún peligro y cuando haya saldado mi deuda de honor y todo eso me dejáis donde estemos. Me da igual dónde sea.
Alzer la miró con tanta intensidad que Lida bajó la vista. Vidrel recuperó la bolsa que Kayssa le tendía y propuso una votación para decidir qué hacer con la extraña. Alzer y Meiren votaron por entregarla y Yasani aceptó el trato que Lida proponía.
—A pesar de que me has robado y de que lo último que quiero es hacerme cargo de más críos, estoy con Yasani —dijo Vidrel con cierta aspereza—. Una Guerrera no nos vendrá mal, y por lo visto sabes lo que te haces. Pero te irás en cuanto hayas... ¿cómo has dicho? Ah, sí. "Saldado tu deuda de honor".
Todos, incluida Lida, se giraron hacia Kayssa esperando su respuesta.
—Yo voto por mi pacto, por si sirve de algo —comentó Lida encogiéndose de hombros.
Kayssa estaba a favor de entregarla, pero se lo replanteó al recordar el extraño chispazo de su cristal. Aún no sabía siquiera si había sido real o no. Tal vez lo hubiera activado aquella chica, de algún modo, y si la entregaban ya no podría saberlo. Suspiró y se frotó los ojos, resignada.
—Te vigilaremos en todo momento, y si intentas algo raro ten por seguro que te entregaremos. No habrá más pactos ni votaciones —zanjó.
Lida sonrió, aunque su sonrisa quedó medio oculta por el cierre de la chaqueta.
—¡De acuerdo! —exclamó contenta—. Vámonos entonces. Eh... ¿Hacia dónde viajamos?
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