Capítulo XXXIX
—Cariño, sé que debe ser difícil y que todavía estás tratando de asimilar todo, pero si sigues vagando por los pasillos y recibiendo así a la gente vas a espantar a toda la clientela.
Me encogí de hombros, tratando de preguntarle sin palabras que otra actitud o cara debía poner en estas circunstancias, mientras cogía la bandeja cargada de refrescos. No recibí ninguna respuestas de Kim, solo un resoplido y una sacudida de cabeza mientras volvía a mirar las notas así que me fui de vuelta a la sala cuatro a entregar el pedido.
El miércoles decidí volver al trabajo de nuevo. Ese mediodía le comuniqué a Yoon que quería volver al trabajo y él me dijo que podía volver cuando quisiera pero que no quería presionarme si aún no me sentía anímicamente preparada. Le dije que esa misma tarde iría, si algo podía hacer que dejara de lado mis pensamientos era mantener la mente ocupada con otra cosa. Pero al parecer eso no había funcionado pues cuando todas las salas estaban servidas y no tenía nada más que hacer mi mente me jugaba malas pasadas pensando que a mamá le habría encantado venir aquí y cantar con todas sus ganas algunas de las antiguas canciones que había en las listas. Mis ánimos habían vuelto a estar por suelos, arrastraba mis pies como si fuerza un muerto viviente y contestaba con escasas palabras o movimientos del cuerpo como el que le había hecho a mi compañera. Yoon debió contarle todo lo que me había ocurrido a Kim para que supiera como me encontraba y que debía cuidarse de decir, pero Kim era demasiado lista y en cuanto hubiera visto el estado tan deplorable en el que me encontraba me habría hecho una simple pregunta, un "¿Qué te ocurre?", antes de que yo se lo hubiese contado todo y me hubiera largado a llorar como una niña pequeña, de nuevo.
Kim tenía algo que hacía que la considerases como tu mayor confidente y con solo una simple pregunta de sus labios conseguía que quisieras desnudarle tu alma y todos tus temores y ella te abrazaría y te diría que todo iba a ir bien. Por eso no había querido hablar mucho con ella, porque sabía que en cuanto abriera mi boca para algo que no fuera pasarle un pedido me derrumbaría y no sabía si mi corazón y mi alma aguantarían volver a romperse de nuevo antes de quedar fragmentada para siempre. No quería volver a llorar tampoco, desde hacía unos días cada vez que las lágrimas salían de mis ojos escocían como si fueran gotas de limón, ácidas y dolorosas.
Entregué las bebidas en la sala y salí de ella como si fuera un fantasma. Miré el reloj en mi muñeca para ver que solo faltaban veinte minutos para la una del mediodía y, por tanto, mi hora de salir. Hoy nos habían cambiado el turno a Kim y a mí, habíamos cubierto los puestos de dos de nuestras compañeras esa mañana porque ellas tenían que acudir a algún sitio al cuál no presté atención cuando nos lo explicó Yoon. Así que hoy pasaría toda la tarde comiéndome la cabeza o haciendo cualquier cosa que no fuera productiva en casa, lo que hacía que recordara que todavía tenía que escribir la canción con Mike para el lunes. Durante los cinco días que habían pasado todavía no se me había ocurrido que era exactamente eso que quería decirme a mí misma en esta canción. ¿Vive feliz? ¿Trata de afrontar el trauma que te ha dejado que tu madre muriera por tratar de llamarte? ¿Tú no fuiste la razón por la que tu madre había muerto? No había nada que pudiera decirme y que pensara que era una verdad.
Cuando dio la una en punto en el gran reloj dela recepción apareció Yoon y nos dijo que ya nos podíamos ir, que él se encargaba de cerrar la caja y limpiar las salas. Nos despedimos de él cuando salimos, ya cambiadas, del vestuario. En cuanto salimos del local Kim se aferró a mi envolviéndome en un abrazo que hizo que se me cortara la respiración. Desde que sabía lo de mi madre, cada vez que salíamos del karaoke y antes de despedirnos para irnos cada una por nuestro camino, me estrechaba contra ella para darme fuerzas y decirme que yo podía superar cualquier cosa. Pero la verdad es que no podía, entre sus brazos me sentía como una niña pequeña que necesitaba que alguien la cuidara y estuviera siempre a su lado, que no la dejaran sola nunca. Necesitaba un punto de apoyo, algo a lo que aferrarme y me asegurara que de ahora en adelante todo iría bien. Una constante que me mantuviera en pie y me recogiera cada vez que me caía. Nos separamos en cuanto comenzaron a escocerme los ojos, lo que anunciaba inminentes lágrimas.
—Se que debes de haberlo escuchado ya pero cuando sientas que todo se te viene encima y te estás ahogando apóyate en otra persona —en realidad hasta ahora nadie me lo había dicho, y creo que necesitaba escuchar esas palabras—. Tienes mi número de teléfono y si necesitas algo puedes mandarme un mensaje o llamarme, voy a estar para lo que necesites Sun. Nos llevamos unos cuantos años, pero eres como mi hermana pequeña ya y no quiero seguir viéndote triste —me envolvió de nuevo entre sus brazos. Los míos temblaban como gelatina queriendo envolverlos a su alrededor también, pero no fui capaz. Sabía que si la abrazaba no la iba a querer soltar y montaría un cuadro en la calle llorando hasta consumirme esperando que ella me acariciara la cabeza hasta que me quedara tranquila o viniera alguien para decirnos que sería mejor que hiciéramos eso en otro sitio—. Ahora creo que deberías irte —dijo separándose de mi regalándome una sonrisa mientas veía por encima de mi—, creo que han venido a recogerte.
Kim me dio la vuelta haciendo que me encontrara con los ojos de Mike mirándome atentamente. No sabía cuánto tiempo llevaba ahí, pero le daba gracias porque no hubiera interrumpido mi abrazo con Kim, verdaderamente necesitaba uno de sus abrazos. Kim se despidió moviendo su mano mientras se iba en dirección contraría a la que Mike y yo debíamos tomar.
Me acerqué a él y caminamos de vuelta a casa. No sabía que iba a venir a recogerme pues él no había comentado nada y yo solo le había dicho que volvería a casa a la una, pero me alegraba que hubiera venido a buscarme, su compañía hacía que el oscuro nubarrón de mi corazón se desvaneciera un poco y brillase algo de luz. No hablamos durante el camino de vuelta, pero no hacía falta entre nosotros. Nuestros cuerpos parecían hablar por sí solos además de atraerse entre ellos como si fueran imanes haciendo que nuestras manos se rozaran con cada paso que dábamos. Mike dio el primero paso y unió nuestros dedos encajándolos como si hubiesen nacido para estar juntos. Sentí las mejillas en llamas, a pesar de que ya nos habíamos besado y que casi habíamos tenido que atrancar la puerta de su camerino para desatar el fuego que ardía entre nosotros, todavía me sentía tímida cada vez que hacía un simple gesto como unir nuestras manos.
Llegamos a casa y, como ya era costumbre en estos días, me encerré en mi habitación. Me tiré en la cama mirando el techo. No debió haber pasado mucho tiempo, aunque se había sentido como media hora, antes de que Mike me llamara para salir a comer. Últimamente estábamos comiendo más tarde de la hora en que solía comer todo el mundo y eso era culpa mía. Cuando me encerraba en mi habitación Mike gastaba como unos diez minutos en convencerme de que saliera a comer y cuando decidía salir había que volver a calentar la comida porque ya se había quedado fría. Esta vez no tardé demasiado en salir de mi habitación. Comimos en silencio sin decir nada y, en cuanto terminamos y lavamos los platos, me volví a encerrar en ella. Me tumbé en mi cama de nuevo, no aguanté mucho mirando el blanco techo antes de que mis ojos se cerraran. Recuperar unas horas de sueño no le hacían mal a nadie.
Esa noche no había dormido demasiado porque las pesadillas no dejaban de invadir mi mente cuando cerraba los ojos, pero esta vez el que se iba de casa no era tan solo mi padre sino Mike también. Ver a Mike yéndose de la misma forma en que lo había hecho mi padre me hizo despertarme gritando desgarrando mi garganta en el proceso. Mike había aparecido en mi puerta agitado y, seguramente, pensando que alguien me estaba matando por la forma en que había gritado. En cuanto lo vi en el marco de la puerta, mirándome como si fuera lo más preciado que tuviera que cuidar, mis piernas se movieron solas plantándome delante de él, aferrando con las puntas de los dedos el dobladillo de su camisa y acercándome a su cuerpo todo lo que podía. Me envolvió en sus brazos y nos tumbamos ambos en mi cama, volviéndome a dormir, esa vez sin pesadillas, escuchando el ritmo constante de su corazón. El mismo que todavía sentía en mis oídos antes de quedarme profundamente dormida.
♪♪♪♪
Me desperté sobresaltada al sentir algo en mi piel. Abrí los ojos de golpe y me reincorporé en la cama de un movimiento para ver a Mike mirándome con cara de pena por haberme despertado, aunque no me habría despertado si no hubiera sido por algo. Levanté, o eso creo que hice porque a pesar de haberme despertado de golpe seguía medio dormida, una ceja preguntándole el motivo de haberme despertado.
—Siento haberte despertado, pero ya son las cinco de la tarde. Si no te despiertas esta noche no podrás dormir.
Sinceramente no me importaba no dormir esa noche. Habría dado lo que fuera por continuar con mi siesta porque había sido la única vez que dormía yo sola y no tenía pesadillas, no me importaba no dormir esa noche si con ello podía seguir soñando y no tener malos sueños. Pero mi compañero no parecía querer que eso ocurriera.
—También te he despertado porque vamos a ir a un lugar.
Volví a alzar la ceja extrañada, ¿a dónde debíamos ir los dos a las cinco de la tarde de un sábado? Iba a volver a meterme en la cama, pero Mike fue más rápido, me atrapó los dos brazos tirando de ellos, y me puso en pie. Su voz mandona volvió a él indicándome, más bien ordenándome, que me vistiera en diez minutos y que saliera. Después de ello salió de la habitación dejándome con la intriga de a donde teníamos que ir tan urgentemente. Cogí lo primero que pillé del armario y me cambié de ropa. Apuré hasta el último de los minutos que me había concedido Mike, aunque no estuviera haciendo nada, antes de salir de la habitación. Estaba sentado en el sofá mirando su móvil, en cuanto me vio se levantó de este y abrió la puerta al pasillo indicándome que fuera delante. Me encogí de hombros, comprobé que llevaba el teléfono en el bolsillo del pantalón y salí a la entrada para ponerme las deportivas.
Cuando salimos de casa la única indicación que me dio Mike, después de preguntarle, fue que íbamos en dirección al metro. En la estación pagamos por nuestros tickets y esperamos a que viniera el transporte. Sinceramente no tenía ni idea de a donde íbamos y Mike no quería decir nada manteniendo el misterio, como si nuestra parada fuera a ser una sorpresa para mí. Iba mirando el cartel con el nombre de cada estación en la que paraba el metro y lo único que pude concluir era que nos estábamos alejando del centro de Seúl, pero seguía sin tener claro a donde nos dirigíamos. Después de pasar cinco paradas más Mike me avisó que la próxima era la nuestra, se me puso la piel de gallina al pensar donde íbamos a bajar y lo que había en esta zona de la capital.
Las puertas del metro se abrieron y Mike tuvo que tirar de mis manos para que yo me levantara del asiento y saliera antes de que las puertas se cerraran y nos saltáramos nuestra parada, lo cual era mi plan, pero Mike tenía mucha más fuerza que yo por lo cual fue inevitable que me arrastrara fuera del vehículo. No quería ir a donde seguramente Mike estaba arrastrándome, todavía no estaba preparada para ir y enfrentarme a lo que ello significaba, pero no podía hacer nada ante la determinada mirada que Mike me lanzaba pidiéndome que caminara algo a lo que mis pies se negaban.
Recorrimos dos calles conmigo dándome la vuelta cada pocos segundos pensando en la mejor forma de echar a correr y huir de allí, pero antes de darme cuenta ya habíamos llegado y mi cuerpo se quedó bloqueado ante la imponente entrada. Un gran arco de piedra, con las verjas abiertas, y un gran cartel colgado de él que decía "Cementerio de Seúl" nos dio la bienvenida. Me quedé estática mientras mis labios palpaban con acidez cada silaba y hangul que había escrito. Mike unió nuestras manos dándome coraje para entrar junto a él, pero tuve que retenerlo a mi lado unos segundos antes de que me guiase dentro. Necesitaba hacerme a la idea de que iba a ver la tumba de mi madre antes de lo que había previsto. La gente solía salir con una sonrisa cada vez que venían a ofrecer sus respetos y a hablar con sus familiares, pero para mí solo había dos opciones de cómo podría acabar al ver la tumba de mi madre: o bien me desmoronaba y lloraba siendo confortada por los brazos de Mike o echaba a correr del lugar en busca de oxígeno. Esperaba que ninguna de las dos se cumplieran, pero, conociéndome, lo más probable es que ocurriera lo primero.
Respiré hondo varias veces antes de dejar que Mike me llevara cogida de la mano dentro del lugar. Atravesamos un largo pasillo de paredes blancas y sin techo hasta que salimos al terreno reservado para todas las personas que nos habían dejado. El suelo de tierra estaba cubierto de fina hierba que adornaba las primeras lápidas. Las primeras filas de lápidas ya estaban doradas por el desgaste del tiempo, pude fijarme que una de ellas tenía de fecha 1959, por lo cual era entendible su color por el paso de los años. Mike me condujo hasta el pasillo que separa dos de los terrenos reservados para las lápidas del suelo. Atravesamos como veinte pasillos de lápidas hasta llegar a uno que solo tenía cinco. Fuimos por ese pasillo hasta plantarnos delante de la blanca y plateada lápida.
Mi mirada estaba centrada en el suelo, mirando mis pies. Todavía no quería enfrentarme a lo único que había de mi madre. Su lápida, con su nombre y fecha de defunción.
—La enfermera del hospital llamó hace unos días para decir que tu madre había especificado que prefería seguir la antigua tradición y ser enterrada en el suelo bajo una lápida.
Alcé la vista ante las palabras de Mike y me quedé mirando la reluciente lápida. Tallada en brillante mármol brillaba bajo el intenso sol de principios de mayo. Me agaché a su altura y deslicé los dedos a lo largos del nombre de mamá. Tardé un poco en darme cuenta del detalle que adornaba la lápida junto a su nombre. Había notas musicales, de colores blancos y negros, subiendo desde la parte de lápida que estaba enterrada en el suelo hasta arriba de esta. Me alejé un poco para fijarme en todo lo que ponía en esta.
Hee Mina
1976-2020
"La música siempre nos recordará"
No pude evitar quedarme embobada mirando esa frase. Mamá debió haberla elegido ella misma, solo ella sería capaz de poner una oración como aquella. Pero tenía toda la razón. Sus canciones, su guitarra me recordarían siempre a ella. Siempre estaría presente conmigo a través de ellos. Acaricié una vez más aquellas letras antes de levantarme y enfrentar a Mike quien parecía observar con ojo crítico la lápida. ¿Estarían sus padres también en este cementerio? No lo mencioné ya que enseguida dejó de mirar la lápida y me atravesó con sus ojos azules. Me hice pequeña ante su mirada, aunque sabía que solo me miraba con ternura y cariño.
—Primero que todo quiero que sepas que no te he traído aquí para aumentar tu dolor, sino para disminuir eso que te está matando día tras día —se giró de nuevo a repasar de arriba a abajo la lápida antes de volver a hablar—. Tu madre nunca habría querido que te convirtieras en este monstruo que no muestra sus sentimientos y cada día se encierra más en sí misma. No puedes seguir viviendo así Sun, te estás haciendo daño a ti misma y a la gente de tu alrededor. Me duele verte como si no fueras más que un cuerpo al que su alma ha abandonado. ¿Recuerdas aquella sonrisa que me diste durante el festival? Esa es la verdadera tú, quien tienes que volver a ser.
¿Cómo podía tener tanta razón y que a la vez doliera tanto escucharle decir esas palabras? Yo no había elegido ser esta criatura sin sentimientos que lo único que quería era llorar hasta quedarse seca o caer dormida en el acto tratando de olvidar todo. Desde que lo conocí había querido ser una mejor versión de mí misma, una mejor Sun que fuera capaz de volver a expresar lo que sentía como hacía a través de la música, cuando cantaba con él. Había querido volver a vivir mi antigua vida, recuperar todo lo que había perdido (aunque algunas cosas se hubieran ido para siempre). Quería volver a ser yo, quería volver a ser aquella niña ingenua que no tenía preocupación alguna. Pero no me veía capaz de hacerlo sola. Necesitaba su ayuda, lo necesitaba a él.
Sentí las lágrimas amenazando con desbordarse de mis ojos mientras trataba por todos los medios posibles retenerlas. Sus palabras habían calado hondo en mí, las había aceptado, porque tenía toda la razón.
—¿Cómo... —tragué el nudo que sentía en la garganta antes de seguir hablando—...cómo puedo volver a ser yo? —le pregunté, y entonces sentí como una lágrima caía por mi mejilla llevando parte de mi dolor.
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