Estaba teniendo alucinaciones o estaba reviviendo recuerdos del pasado aún cuando tenía los ojos abiertos en la oscuridad. Veía a mi padre y a mi madre. Veía a una pequeña yo de la mano de sus padres paseando por la orilla del río Han. Veía una familia feliz, sin problema alguno. Era la vida que yo tanto había deseado durante los últimos cuatro años, la vida que se había ido en un simple día hacia cuatro años.
La escena cambió en cuanto quise llamar a mis padres y pedirles que volvieran conmigo a lo que eramos antes, y me encontré en el salón de mi antigua casa. Me veía a mi con once años tocando la guitarra sentada en las piernas de mi padre mientras mi madre cantaba a nuestro alrededor. Mi padre sonreía mirándonos con orgullo a ambas y nos decía que eramos lo que más quería en el mundo. Mentira.
Aquellos tiempos eran los que siempre me atormentaban en las pesadillas. Me recordaban constantemente que mi familia ya no volvería a ser así. Que con la huida de mi padre se había abierto una profunda grieta por la que yo no dejaba de caer y caer.
La escena volvió a cambiar y ahora estaba yo, con trece años, sentada al lado de mi padre mientras los dos cantábamos una canción que mamá había compuesto para nosotros con su guitarra. Aquella letra siempre estaba enterrada debajo del dolor punzante de mi pecho. Debajo de toda aquella oscuridad que amenazaba con hundirme día a día.
Mi padre. Aquella figura paterna que yo solía tener y a la cual admiraba. Él me había convertido en el monstruo que era ahora. Un monstruo con solo sentimientos dolorosos y negros. Mi felicidad, mi risa y mi madre. Todo fue desapareciendo poco a poco y la escena volvió a cambiar.
Esta vez lo que vi fue a Mike en nuestro piso. Trayendo tinas con agua y sentado al lado de mi cama mientras yo estaba tumbada en mi cama con los ojos cerrados pero escuchando sus leves murmullos. La escena se fue difuminando y todo quedó negro.
Sentí unos suaves dedos en mis mejillas. Abrí los ojos de golpe asustada por el repentino toque en mi piel, y me encontré con el techo de mi habitación ahora iluminada por la luz que se filtraba por la ventana. Miré hacia la izquierda y vi a Mike mirándome preocupado. No lo había soñado. De verdad había estado cuidándome. Se había quedado a mi lado todo el tiempo. Se sentía tan extraño tener a otra persona que no fuera Minho a mi lado. Los últimos años yo había cuidado de mi misma cuando estaba enferma, menos cuando era inevitable y Minho se quedaba conmigo. Se sentía diferente que ahora fuera él quien estuviera velando por mi junto a mi cama.
—¿Estás bien? —su pregunta no se refería solo a la fiebre. Sentía mis mejillas mojadas y sus dedos estaban limpiando mis lágrimas.
Había estado llorando, de eso no me cabía ninguna duda. El recuerdo de mi padre siempre producía la misma sensación en mi: un vacío monumental, una opresión en el pecho y unas inmensas ganas de llorar hasta quedarme seca.
Mi padre no se había comunicado ni con mi madre ni conmigo en esos cuatro años. Ni siquiera llamó cuando el médico me avisó del estado de mamá y de que había intentado contactar con él pero su teléfono no daba señal. El médico me contó de los nuevos métodos que estaban empleando en el tratamiento de mamá y que todavía era pronto para saber si eran efectivos o no.
—No lo sé —la fiebre todavía me hacía delirar y ni siquiera sabía si estaba contestando algo con sentido—. ¿Nunca te has preguntado porqué la gente se va? —aparté la mirada de él y miré el techo. Repentinamente esta pared blanca era lo más interesante del mundo—. Se van, desaparecen, mueren. Él nos dejó y por su culpa mi madre se irá pronto también. Es estúpido echarle a él la culpa de la enfermedad de mi madre, pero pienso que si no se hubiera ido mi madre lo habría superado —no sabía si Mike se estaba tomando en serio lo que estaba diciendo o lo estaba asociando a la fiebre, algo que yo mismo me preguntaba ¿Estaba contándole eso porque quería que lo supiera o solo lo hacía porque la fiebre me obligaba a desnudar mi alma con él?—. Tengo miedo. No quiero que mi madre se vaya. Tengo miedo de quedarme sola y que la oscuridad me consuma. Mi madre es la pequeña lucecita que enciendo en la oscuridad para alejar a las sombras, pero me temo que si se va la oscuridad me hará parte de ella. Me reclamará parte de ella y no me soltará nunca.
Mike no dijo nada y mis ojos se volvieron a cerrar escuchando solo su respiración.
♪♪♪♪
Pasé dos días más con fiebre y sueños donde veía a mi padre, a mi antigua familia unida. Mike no se separó de mi ni siquiera para ir a la escuela. Me dijo, después de que le preguntara por tercera vez que hacía en casa y no en la escuela, que había pedido permiso para faltar y cuidarme. Esos días los pasó casi todo el tiempo en mi habitación cambiando el paño de mi frente, haciéndome la comida y escuchándome cuando me despertaba y volvía a ponerme en plan filósofa.
El cuarto día, sábado, ya me encontraba totalmente recuperada. Dormir tanto me había hecho bien. Pero ya no podía seguir faltando al trabajo. Debía seguir pagando las facturas del hospital y de la casa, aunque ahora compartiera gastos.
Salí de la habitación y fui a la cocina. Mike tenía un delantal puesto y estaba cocinando algo que olía demasiado bien. Bueno, después de pasar cuatro días alimentándome de solo gachas cualquier cosa olía bien. No me había escuchado llegar, a pesar de que había ido arrastrando los pies hasta allí. Estaba cantando una de sus canciones y yo me quedé quieta escuchándolo.
Su voz era suave y hacía cosquillas en mis oídos. Era un sonido único que muchos desearían tener. Cerré los ojos apoyándome contra el marco de la pared y le presté toda mi atención. Cada nota que salía de su boca era un sonido especial. Solo con escucharlo cantar dos frases sentía hormigueos en el pecho. Cuando cantaba mi corazón le respondía aumentando las pulsaciones. No sabía describir exactamente lo que me transmitía, pero su voz era capaz de hacerme olvidar todo.
Cuando paró de cantar abrí los ojos y me lo encontré mirándome con una gran sonrisa.
—¿Cómo te encuentras? —se acercó a mi y me puso una mano en la frente— ¿Todavía tienes fiebre? —retiró la mano de mi cara y la pasó por mi nuca atrayéndome hacia su cara. Juntó nuestras frentes y yo me quedé congelada. No sabía donde mirar, salvo a esos grandes ojos azules. Empezaba a sentir mucho calor en las mejillas y si no se apartaba pronto me iba a dar un paro cardíaco, por no decir que podía hacer una estupidez teniendo su cara tan cerca de la mía. Dicho y hecho se apartó de mi— Sí, aún tienes fiebre.
Era normal que tuviera fiebre si se acercaba de esa manera tan peligrosa a mi y hacía que mi sangre hirviera.
—No es nada. Estoy bien —Mike me miró no muy convencido—. De verdad, estoy bien —puse mi mano sobre la que él tenía aún en mi nuca para apartarla.
Salí de la cocina para mirar la hora en el reloj de la pared. Eran apenas las dos y media. Al darme la vuelta y mirar de nuevo a la cocina vi que Mike había vuelto a lo que estaba haciendo en los fuegos y yo fui a mi habitación a revisar el horario de trabajo. Entraba a trabajar a las cuatro. Todavía tenía tiempo de sobra.
Antes de volver a salir al salón me cambié el pijama por unos vaqueros negros y una polera azul. Aún tenía frío, así que me puse una chaqueta por encima antes de salir.
Mike estaba poniendo los últimos platos encima de la mesa cuando reparó en mi ropa.
—¿Para qué te has cambiado?
Excluyendo el hecho de que iba a ir a trabajar, tampoco era mi intención ir todo el día por casa con el pijama cuando ya me encontraba mucho mejor y no tenía que estar tirada en mi cama.
—Tengo que ir a trabajar a las cuatro —me senté en mi sitio y Mike hizo lo mismo sentándose frente a mí.
—Sun, no estoy seguro de si deberías ir a trabajar si aún estás con fiebre —era la primera vez que le veía mirarme con esa cara. ¿Estaba preocupado por mi? Antes de que le volviera a repetir que estaba bien, él volvió a hablar—. Si vas a ir, lo cuál no tengo ninguna duda sabiendo lo testaruda que eres, te acompañaré y te recogeré —no me dio tiempo ni a abrir la boca para replicar—. No acepto ninguna queja. Es eso o te quedas —me amenazó con los palillos.
No me pude oponerme. Asentí con la cabeza y entonces empezamos a comer en silencio.
Si me ponía a pensarlo la personalidad de Mike en esos momentos se parecía un poco a la de Minho cuando se ponía en plan mamá. Esos dos estaban pasando demasiado tiempo juntos.
No hablamos después de comer ni de camino a mi trabajo. Al parecer habíamos agotado todos los temas de conversación que podíamos tener en común y aún así el recorrido no se hizo incómodo.
Llegamos a las puertas medio abiertas del karaoke. El aspecto del local no es que llamara mucho la atención a primera vista. Si pasabas por delante de él y no te fijabas bien, no podías notar que aquello era un establecimiento. El color negro de la pared estaba desgastado y Yoon nos había dicho que no encendiéramos, ni aún de noche, las luces del letrero de fuera ya que algunas de ellas estaba fundidas y no había tenido ocasión de pedir unas nuevas todavía. La clientela solía ser la misma de siempre: gente que ya conocía el local desde hacía tiempo por contactos de Yoon o gente que lo había descubierto hacia poco y siempre se reunían allí para pasar un rato.
—Salgo a las nueve —le comenté a Mike antes de entrar.
—Entonces a esa hora estaré aquí —se quedó parado delante de mí. Creo que estaba pensando lo mismo que yo, ¿Cómo se suponía que nos debíamos despedir? ¿Un simple adiós? ¿Un hasta luego?
Para evitar la incómoda situación que se estaba formando entre los dos, le dije un simple hasta luego y entré por las puertas sin girarme a mirar si se había ido ya o seguía parado en la puerta mirándome mientras me perdía en el pasillo que me llevaba hasta los casilleros.
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