Capítulo XX
Al día siguiente no pasó gran cosa. Me sentía aliviada de poder tener ese día para mi, para poder pasear libremente en el bosque y tocar las canciones que mi madre compuso sin que Mike o Khalan estuvieran a mi alrededor como moscas. Lo que en cierto modo hizo que me relajara. No quería volver a pasar por ese extraño suceso bajo los árboles, ni por ninguno otro parecido.
Entrada la tarde ya estábamos subiendo todos en el autobús, listos para volver a casa. Deseaba llegar a casa y meterme en la cama para no salir de ella hasta el día siguiente. Aquí arriba en las montañas hacía mucho frío por las noches. El último día tuve que dormir con el abrigo puesto y con dos futones y, aún así, hacía demasiado frío en la habitación.
Esta vez Mike se sentó con Khalan casi al final del autobús y yo agradecí poder sentarme sola y volver a mis mundos más lejanos donde solo habitaba yo y la música. Bueno, quien dice volver a sus mundos más lejanos quiere decir dormirse a mitad viaje y no despertar hasta que llegamos al instituto.
Cuando conseguí abrir bien los ojos ya estábamos aparcando en la puerta del colegio y ya eran pasadas las cuatro de la mañana. Tenía demasiado sueño a pesar de la siesta que me había tomado.
La profesora decidió que ese día podíamos quedarnos en casa descansando, algo que agradecimos todos. Iba a necesitar catorze horas mas de sueño para poder reponerme del todo.
♪♪♪♪
Mike y yo llegamos al piso arrastrando las maletas y los pies por el cansancio. Estaba deseando meterme bajo mis suaves sábanas y caer en un sueño del que sólo pudiera despertarme si había una catástrofe o por hambre. Lo segundo parecía lo más probable.
Al entrar en casa hacía un frío de muerte. Mike trató de encender la luz, pero las bombillas ni siquiera parpadearon. Me acerqué a la calefacción y estaba apagada. Entré en el cuarto de baño y la luz tampoco funcionaba.
Eran las cuatro de la mañana, yo tenía demasiado sueño y la casa parecía un iglú. ¿Así era cómo yo pensaba dormir calentita hasta las cuatro de la tarde?
Me metí en mi habitación. Estaba más fría que la sala principal. Y yo ilusa de que vendría el calor había cambiado las sabanas calientes por las normales semanas atrás. Ahora solo rezaba para no morir de una hipotermia en mi propia habitación.
Dejé la maleta tirada en el suelo y la guitarra encima de la cama. Abrí la maleta con prisa para sacar el pijama más gordo que me había llevado. Al ponérmelo noté que el pijama seguía siendo demasiado fino para el frío que hacía. ¿Qué había pasado en tan solo tres días que no habíamos estado en casa? ¿Había habido una ventisca o una tormenta de nieve? No conseguía explicar el frío que hacía en toda la casa.
Saqué una manta del armario y me envolví en ella. Esto solucionaba un poco el problema, pero sentía las manos y la nariz helada.
Salí a la sala y fuí a la cocina. Traté de encender el fuego pero tampoco hizo ni el intento de prenderse. Ni siquiera podía calentar un poco de leche para mantener caliente mi organismo. Me estaba muriendo de frío. Nunca había sido amiga de los inviernos y menos si nevaba o hacía tanto frío como ese día.
Me acerqué al sofá y me senté sobre la alfombra. Agarré todo el futón que pude de la mesa y me metí debajo de él. La estufa no funcionaba pero, por lo menos, ahí debajo se estaba más calentito que en toda la casa.
Me estaba empezando a quedar dormida. Oculta en el suelo entre el sofá y casi, completamente, dentro del futón cuando escuché a Mike salir de su habitación.
—Joder, que frío hace.
Gruñí por lo bajo por haberme despertado, pero cómo no se escuchaba ningún ruido en toda la casa Mike me escuchó y sus pasos pararon en seco. No sabía a dónde pretendía ir a oscuras por la casa y con su móvil en la mano, con la linterna encendida, iluminando todo.
—¿Sun?
—¿Si? —no me había movido del sitio. Había pillado una posición en que sentía todo mi cuerpo caliente por fin.
—¿Dónde estás?
La poca luz que salía de su teléfono se alejó y volvió, así que supuse que me estaría buscando por toda la sala. Saqué un brazo de dentro del futón y enseguida volví a sentir el frío invadiendome. Me maldije por abandonar mi posición con lo que me había costado dejar de castañear los dientes.
—Aquí —sacudí mi brazo en el aire durante unos segundos y luego lo volví a guardar, a salvo, dentro del futón.
Mike se acercó a mi y me iluminó la cara con la linterna dejándome ciega en un instante. Lo maldecí en voz alta y el apuntó con la linterna hacía otro lado disculpándose.
—¿Qué haces ahí? —se sentó a mi lado apagando la linterna y ahora en vez de verle la cara lo único que veía eran sombras.
—Intentar no morir congelada —el calor me había vuelto a abandonar. Y yo solo pude culpar a Mike por ello.
Mike se escurrió debajo del futón quedando cara a cara conmigo. No distinguía mucho en la oscuridad pero podría pintar su rostro aún a oscuras. No era difícil distinguir dos grandes océanos mirándome aún con la poquísima luz que entraba por las ventanas.
El cuerpo de Mike irradiaba calor, pero yo seguía estando congelada. Seguía envuelta con la manta y con el futón encima y aún así sentía mi piel hecha de escarcha.
La respiración de Mike se hizo lenta y acompasada y supuse que ya se había quedado dormido. Yo no podía dormir ni aunque quisiera, su respiración me ponía nerviosa y el frío me lamía todas las partes del cuerpo.
No me di cuenta de cuándo había empezado a temblar. Me envolví todavía más, si es que era posible, con la manta y me puse en posición fetal para intentar encontrar un poco del calor que necesitaba si no quería tener que ir a hacer fuego en medio de la sala con dos revistas.
Me maldije internamente por haber quitado las sábanas de la cama, porque se hubiera ido la luz y porque en la casa hiciera tanto frío como en un día nevado en las montañas.
No estaba exagerando. Ya no sentía las manos. Se me habían dormido y sentía que en la nariz me estaba creciendo un témpano de hielo. Puede que si estuviera exagerando un poco pero es que no soportaba el frío. Prefería mil veces el verano con su sol y sus helados a la orilla del río.
No quería moverme ni para intentar devolverle un poco de calor a mis entumecidas manos frotándolas. Aún no había parado de temblar y sentía mis dientes castañear de nuevo.
Sentí que Mike se movía y después tenía dos manos rodeándome el cuerpo. Las manos me atrajeron hacía un cuerpo y entonces empecé a temblar con más fuerza.
—Sun, ¿Estás bien? —sentí su respiración en mi oído y sus palabras taladrándome el pecho. ¿Cómo podía estar bien en esa situación?
—Tengo mucho frío —mis temblores lo demostraban.
Mike me acercó más a su cuerpo. Rodeó mis piernas con las suyas, quedando completamente enroscadas entre ellas. Pasó una mano por debajo de mi cintura para posarla en mi espalda y la otra pasó por encima de mi cadera para acabar encontrándose con su gemela en el mismo lugar. Su cabeza quedaba completamente pegada a la mía y notaba su respiración cerca de mi nariz.
Mis manos estaban replegadas contra mi pecho y el de Mike, haciendo de barrera y separando mis pulsaciones desbordadas de las suyas tan calmadas. Era una nueva sensación. Sentir un cuerpo tan extraño contra el mio y que mi organismo lo sintiera tan conocido.
Dejé de temblar cuando lo sentí volverse a dormir. Su aroma inundaba mis fosas nasales y me tranquilizaba de una manera abrumadora. Su respiración y su corazón iban acompasados y escuchando y sintiendo cada uno de ellos terminé quedándome dormida entre unos brazos que calentaron mi cuerpo y empezaron a derretir algo dentro de mi.
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