Capítulo XIX
El lunes no hicimos mucha cosa después de bajar del autobús. Entramos en el gran albergue que había en el lado más llano de la montaña y dimos constancia a la señora que había tras un pequeño mostrador de que habíamos llegado. Esta por su parte, con una lista en la mano, nos fue nombrando a cada uno para darnos la llave de nuestras habitaciones. Había un poco de todo: habitaciones cuádruples, triples, dobles e individuales. Cuando todos tuvimos nuestras llaves la profesora nos dijo que teníamos el resto del día libre. Aún así nos sugirió que primero nos acomodaramos en nuestras habitaciones y luego, si queríamos, podíamos ir a explorar por nuestra cuenta los alrededores sin alejarnos mucho para no perdernos. Aunque, al ver como la profesora miraba a algunos de sus alumnos como si se diera por vencida en hacer que se tranquilizaran y dejaran de vociferar, creo que deseaba que algunos se perdieran por las montañas solo para que la dejaran tranquila.
Para mi suerte tenía una habitación entera para mi sola. Al abrir la puerta, no pude evitar observarlo todo con un poco de nostalgia. El cuarto me recordaba a las películas que solía ver con mi madre cuando era mas pequeña. Era una habitación con las paredes cubiertas de papel verde pistacho con algun extraño dibujo. En la pared izquierda había una puerta corredera donde, al abrirla, descubrí que estaba el futón para dormir. Había una gran ventana que ocupaba casi toda la pared de enfrente de la puerta y daba a la zona arboleda de la montaña. El suelo era de madera, recubierto por una gran alfombra blanca. Cabe decir que estaba más que asombrada con las hermosas vistas que tenía desde mi ventana. El albergue se encontraba en la zona más alta de la montaña rodeada por un bosque de arboles de cerezo, mis favoritos.
Después de acomodar todas mis cosas en la habitación decidí salir rápido de mi habitación. No quería quedarme encerrada en la habitación sabiendo que tenía tanta naturaleza a mi alrededor. Salí corriendo del albergue solo para no tener que encontrarme de nuevo con Mike y con su amigo, quería tranquilidad. Quería perderme en mi mundo entre las flores rosas, que para mi solo eran blancas.
Desde tan arriba el viento era muy agradable y refrescante, y por suerte me había abrigado bien antes de salir de la habitación. La profesora tenía razón, aquí arriba hacía bastante frío pero aún así nada me impidió disfrutar de mi tiempo a solas.
Cuando, entrada la noche, volví al albergue después de mi exploración por el bosque Mike me cogió por banda, y creyendose mi madre me hizo un interrogatorio completo sobre donde había estado y porqué no los había avisado antes de salir. Contesté con pocas palabras y fui al enorme comedor donde ya se encontraban todos. Tratando de no tropezarme y caer encima de nadie, cogí una bandeja donde una señora había servido la cena y fui a sentarme al lado más alejado de todos donde no había casi nadie. Me senté en el suelo con las piernas cruzadas y dejé la bandeja en la baja mesa que tenía enfrente de mi. Separé los palillos desechables y sin mediar palabra con nadie empecé a comer.
Entrada la noche ya, estando tirada dentro del futón dentro de mí habitación y hablando por mensajes con Minho, Mike y Khalan vinieron de improvisto y, literalmente, me sacaron de la cama y me secuestraron hasta su habitación después de negarme por las buenas a ir con ellos. En esos momentos me preguntaba que se me había pasado por la cabeza para no haber cerrado la puerta sabiendo que estos dos estaban a mi alrededor. Estuvimos en su habitación hasta cerca de las dos de la madrugada cuando por fin conseguí escaparme de ellos y volver a mi habitación para dormir. El primer día no había sido todo lo agotador que había esperado que fuera.
♪♪♪
El martes ya no pude escaparme más de ellos, ni aunque hubiera un terremoto en aquel lugar se habrían separado de mí. En cuanto salí de mi habitación los vi frente a mi puerta como si me estuvieran esperando y se pegaron a mi como una lapa. Parecía la damisela que había que proteger de cualquier peligro. Tenía a Khalan a mi izquierda y a Mike a mi derecha. No entendía porque se habían puesto uno a cada lado de mi si luego hablaban entre ellos por encima de mi cabeza.
Llegamos al comedor, y de nuevo estaba inundado de estudiantes y alguna otra persona que, haciendo caso omiso al frío que hacía ese día, había decidido aventurarse a subir a la montaña como nosotros. Tuve que desayunar con los dos guardaspaldas de mala gana, ni aún sentados en una mesa los tres dejaron sus posiciones a mi lado. ¿Había algo más incómodo que tenerlos pegados mirándote mientras comes? No lo creo.
Cuando salimos de nuevo al pasillo ambos dijeron que se iban a meter en las duchas termales, por lo que aproveché mi oportunidad y me largué corriendo a mi habitación. Era el momento de perderlos de vista un rato. Abrí la maleta y me abrigué bien a toda prisa, cogí mi guitarra y salí de allí como alma que lleva el diablo sin pensarlo dos veces. ¡Por fin tendría mi momento de paz y tranquilidad!
Me adentré en el bosque de cerezos hasta encontrar un lugar lo suficiente plano donde sentarme. No me había alejado demasiado del albergue pero por suerte nadie estaba por los alrededores pudiendo así disfrutar de la tranquilidad que los arboles, el viento y los pequeños animales, que por allí pululaban, me daban. Todos habían preferido pasar el día en los baños y casi agradecí al tiempo que hacía porque hubieran decidido quedarse dentro, si no fuera porque se me estaban helando las puntas de los dedos. Moví mis manos para darles algo de calor a mis dedos mientras miraba a mi alrededor. Creo que si supiera dibujar aquel habría sido un hermoso paisaje que plasmar en papel.
Me senté en el suelo, sin importar si aquella mañana el rocío aún seguía presente en las finas llervas que había debajo de mi. Saqué la guitarra de su funda y mi libreta con partituras y notas dejándola encima de la primera. Debía empezar a escribir la siguiente canción pero no tenía ni idea sobre que escribir. Normalmente nos daban un tema y a raíz de ello algunas frases surgían en mi mente, pero esta vez estuve veinte minutos probando diferentes acordes en la guitarra y aún así no conseguí ni una sola idea. Pensé que estando rodeada por la naturaleza las frases empezarían a empaparme por si solas, pero las ideas parecían no querer venir a mi. Mi cerebro se había cerrado a cal y canto.
Al rato de estar jugando con las cuerdas de la guitarra solo haciéndolas sonar me di por vencida pero aún así no quería largarme tan pronto de allí. En parte por no encontrarme a Mike y Khalan, y en parte porque aquel paisaje no se veía todos los días. Mientras miraba más allá de los arboles de cerezo recordé la canción que mi madre solía tocarme de pequeña.
Si las ideas no querían venir a mí yo las haría fluir a través de la canción de mi madre. Acordes, harmonías, sentimientos. Todo en una canción que para mí significaba mucho. Representaba mi pasado y lo que más quería, mi madre.
Deseaba tenerla conmigo en este preciso momento, en este lugar. Que las dos pudieramos cantar y componer las canciones que tanto amabamos rodeadas de tanta naturaleza.
Sentí unos pasos detrás de mi y dejé la canción antes de acabarla. Al darme la vuelta vi a Mike apoyado contra el tronco de un árbol. ¿No se suponía que iba a bañarse? ¿Cómo sabía dónde estaba?
—¿Has perdido a Khalan de camino a los baños? —se sentó a mi lado en el suelo.
—Hemos decidido dejarlo para mas tarde. Su compañero lo ha pillado por banda y se han ido a componer —volví la vista hacía las partituras sin letra que tenía a mi lado—. ¿No tiene letra la canción?
—No —recogí la partitura de la canción que mamá escribió y las acaricié entre mis dedos con cuidado—. Mi madre solía decir que una canción no siempre necesita letra para expresar lo que son.
—Tu madre es muy sabia —me sonrió y cogió la partitura que tenía entre mis manos—. ¿También se dedica a la música? —negué con la cabeza.
—Era abogada, pero siempre le encantó la música. Actualmente ya no puede tocar pero se que la sigue amando tanto como yo —sentía mis ojos nublarse por las lágrimas que amenazaban con salir, pero no iba a darles ese justo.
—¿Está...? —no completó la frase pero sabía a que se refería.
—No —debió de darse cuenta de que había hablado de ella en pasado.
—Bueno...¿Qué planes tenemos para nuestra siguiente canción? —me devolvió las partituras y yo la guardé dentro de la libreta con mucho cariño. Era un tesoro muy preciado para mi y no quería que se fueran volando con el aire que hacía.
—No tengo ni la menor idea. Llevaré aquí como una media hora y no he sido capaz de escribir nada todavía.
Mike me cogió la guitarra y se puso a tocar acordes sueltos intentando sacar alguna melodía de ello. Quería arrebatarle la guitarra, decirle que nadie mas que yo podía tocarla, pero nunca lo había visto de esa manera: la guitarra entre sus piernas y brazos, con los petalos de cerezo cayendo a su alrededor y con el suave viento desordenando su pelo naranja mientras él solo miraba los trastes del instrumento y movía los dedos de un acorde a otro. Era una estampa completamente nueva de él. Me quedé embobada mirandolo durante minutos mientras él seguía tocando.
Debía de parecer una tonta con el boli flotando en una mano, la partitura de igual forma en la otra y mi cara totalmente concentrada en todos y cada uno de sus movimientos.
Si esta misma escena hubiera pasado hace un año no lo habría pensado dos veces y hubiera huido corriendo de allí. No hubiera soportado estar con alguien compartiendo algo que para mi era algo más allá que un pasatiempo, alguien que intentaba entablar una relación conmigo de la única manera que nosotros conocíamos: la música.
Hace años habría dejado mi guitarra y las partituras allí mismo solo por no verlo y huir de él pero, en etsos momentos, nada me decía que huyera. Mi instinto no me gritaba que me apartara de él, que cortara cualquier tipo de lazo con él. Parecía decirme todo lo contrario, que me acercará a él y lo conociera. Y eso me aterraba.
Mike levantó la vista de la guitarra y me observó mientras yo seguía embobada con él. Las facciones de su cara estaban muy marcadas y bien definidas. Era como contemplar una estatua de mármol. Tenía las cejas pobladas pero sin exagerar; los ojos de un azul intenso con esas motitas platas con las que sentía la necesidad de acercarme y contar cuantas había en cada ojo; la nariz perfecta rodeada por unos coloridos pómulos y unos labios definidos y rojizos.
No sabía que estaba pensando o viendo mientras me miraba. ¿Qué vería en mí? ¿Seguiría siendo aquella niña que se apartaba de todo debido al dolor? ¿Vería algo interesante?
—Sun... —dejó la guitarra sobre su funda y se acercó lentamente a mi apoyándose en sus rodillas.
El corazón me empezó a latir con más fuerza con cada centímetro que se acercaba a mi. Casi creía que se me saldría del pecho en cuanto se acercará un poco más.
Levantó una mano y la acercó hacia mi cara pero sin llegar a tocarme. Cerré los ojos automáticamente. No se que esperaba, no sabía que iba a pasar. Pero casi creí que iba a explotar de la vergüenza cuando dijo:
—Ya esta —abrí los ojos y le vi sonreír sin entender a que se refería—. Tenías un pétalo en tu cabeza —miré su mano que ahora sostenía un pequeño pétalo de flor de cerezo.
Quería darme dos guantazos en la cara por pensar cosas extrañas. Por pensar que iba a pasar algo. Yo no estaba esperando que me besara ni nada por el estilo. Yo no era así. Y debía hacer que esta relación que estaba empezando a forjarse, fuera la que fuera, parase antes de que pasara algo de lo que pudiera arrepentirme.
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