Capítulo IV
—Vamos Sun, llevo cinco minutos esperando.
Minho me había llamado al teléfono a las siete y media de la mañana, en vista de que tocaba al timbre y yo no le abría la puerta, para que saliera de casa de una vez o íbamos a llegar tarde al colegio.
—Todo un nuevo récord para ti —Minho gruñó en respuesta por el auricular—. Vete a la mierda, hoy no pienso ir a la escuela —me tapé con las sabanas hasta la cabeza como si así pudiera silenciar la voz de Minho.
—Vamos Sun, no puedes faltar así como así, y encima en el segundo día —ahora la que gruñía era yo. Le colgué el teléfono y lo escondí debajo de la almohada intentando volver a dormirme.
La noche anterior me había tocado hacer otro turno extra por culpa de la pelea con mi ex-novio retuerce brazos y no estaba de humor para ir a aguantar a otra panda de niñatos gritones durante siete horas.
Las sábanas se esfumaron de mi cuerpo, quedando helada. Abrí los ojos para insultar a Minho y él me tiró el uniforme a la cara ahogando mis palabras.
—Vístete. Ya. En dos minutos te quiero desayunando —salió de la habitación.
Me maldije por lo bajo, mientras me levantaba de la cama con pesadez, por haberle enseñado donde estaba la llave de emergencias. Ahora no había forma de esconderme de él hasta que no le diera esa llave a mi nuevo compañero de piso, lo cuál también suponía otro problema. Iba a ser el fin de mi tranquilidad en esta casa.
Arrastré mi cuerpo con desgana hasta el cuarto de baño llevando mi uniforme en una mano y la ropa interior en la otra y me cambie de ropa a toda prisa. Minho era como un padre y una madre al mismo tiempo. Me trataba como si fuera una niña pequeña aunque solo nos lleváramos nueve meses de diferencia.
Salí del aseo y bajé los tres peldaños de desnivel que separaban la sala de estar y la cocina de los dormitorios el cuarto de baño. No se que estaría pensando el arquitecto cuando construyó estos escalones. En resumidas cuentas: si salias medio dormida de la habitación y no te acordabas, te los saltabas y te ibas de morros al suelo y si llegabas y ni siquiera te molestabas en encender las luces te los comías y también acababas en el suelo. No servían para nada útil más que para besar el suelo.
—¿Puedes comerte el desayuno en menos de un minuto? —Minho estaba trayendo unas tostadas a la mesa donde ya esperaba mi café recién hecho.
—Diría que no. Soy una persona no una máquina, por si lo has olvidado —bebí el café a toda prisa mientras trataba de peinar con los dedos mi mata de pelo intentando que no se salieran los pelos por todos los lados.
—Pues vas a tener que intentarlo. Solo quedan diez minutos para que toque el timbre del colegio —mierda. Por eso era mejor opción quedarme hoy en casa.
Engullí la primera tostada con bastante dificultad y preparé la mochila a toda velocidad. Los músculos me pasarían factura con otra corrida como la de ayer tarde. Obligué a Minho a salir de casa mientras acababa de asearme. Cogí la segunda tostada y me la comí mientras me ponía los zapatos y cerraba la casa con la llave.
♪♪♪♪
Llegamos a la escuela por los pelos. Entramos por la puerta principal antes de que el conserje la cerrara. Mi comida buscaba sitio por el esófago para volver a subir a la superficie después de la super carrera de mas de dos kilómetros en cinco minutos que nos habíamos pegado.
Me cambié el calzado a toda velocidad, me despedí de Minho y fui en busca del aula de lenguaje musical que, por suerte, era en el primer edificio, donde yo ya me encontraba. Cantar a primera hora no era lo que más me entusiasmaba sobre todo con el humor de perros que ya traía conmigo del día anterior. Prefería mil veces reservar mi voz para deleitar a la ducha durante mi baño de la noche.
Cuando entré la clase era un completo caos. Chicos y chicas de aquí para allá gritando y lanzando cosas desde un extremo de la clase a otro. ¿De dónde habían sacado a estas personas? ¿Los habían educado monos o algo por el estilo? Lo que hubiera dado por estar en casa.
Encontré un sitio vacío casi a última fila. Esta era la única clase que compartía con otros dos grupos y por eso el tamaño del aula era el triple de las normales. La clase era como una especie de auditorio, con sillones de teatro con tablas de madera, a modo de pupitre, acoplados a estos.
La profesora entró por la puerta en cuanto tocó la campana y todos volvieron a sus asientos comportándose como lo que eran: personas. Daba gracias a Dios porque se hubieran callado sino yo misma me disponía a estrangularlos hasta que cerraran el pico.
La profesora empezó explicando que su clase consistiría, básicamente, en cantar y componer canciones. Interpretar piezas musicales a nuestra manera, saber plasmar nuestros sentimientos en la música y saber expresar esas emociones al público, en este caso, al resto de nuestros compañeros.
La puerta, que estaba detrás de todos nosotros, se abrió de repente haciendo que todos se giraran a mirarla. La clase era como una especie de anfiteatro: la puerta arriba del todo y los asientos dispuesto como en un cine, como en una rampa. Aparecieron dos chicos caminando con soltura hasta llegar al principio de la clase donde la profesora les estaba mirando con mala cara por haber interrumpido su explicación. Los miré fijamente. Al primero no lo conocía y el segundo era el gilipollas de ayer.
—La clase empieza a las ocho en punto no cuándo a ustedes les venga en gana —se notaba que la profesora no estaba allí para jugar a ser el profesor enrollado. Se tomaba enserio su trabajo y no esperaba menos sabiendo lo prestigiosa que era esta academia.
El primero chico le entregó un papel y la profesora lo miró cuidadosamente cambiando su cara por una más amable y no les dijo nada más. La profesora Min se guardó la nota en un bolsillo y ambos volvieron sobre sus pasos y se sentaron en la última fila vacía, justo detrás de mi. Lo que me faltaba.
Con ver al pelirrojo ayer ya tuve bastante, pero ¿También tenerlo en la misma clase? Mi humor no hacía mas que ir de mal en peor. Por su culpa tuve que hacer un turno doble y por su culpa me llevé un sermón de parte de mi jefe. Aunque gracias a él no morí atropellada y solo tengo un bonito moratón en forma de mano en mi brazo y no algo mucho peor. Gracias vida, eres muy considerada.
♪♪♪♪
La campana del almuerzo sonó y yo ya tenía ganas de comerme todo lo que se me pusiera por delante. Minho no me preguntó cuestionó cuando lo arrastré hasta la fila para servirnos la comida. Pero una vez nos sentamos en la mesa me hizo el interrogatorio propio del CSI y yo como buena prima le respondí a todo.
—Ayer me encontré con el subnormal de mi ex y me dejó una bonita marca en el brazo —le enseñé mi brazo derecho con la forma de la mano de Jun—. Tuve que hacer un turno doble por lo que llegué a casa a las doce de la noche y encima mi jefe me echó la bronca del siglo —clavé los palillos con fuerza sobre el bol de arroz—. Y por no hablar de que el gilipollas que me salvó de ser atropellada resulta que viene a este instituto. ¿Estás seguro de querer volver a preguntarme por tercera vez si estoy bien?
Minho no volvió a abrir la boca durante todo el almuerzo y yo casi se lo agradecí si no fuera por la estúpida pregunta que no dejaba de oír por los pasillos.
—¿Has visto a los nuevos, el pelirrojo y su amigo? Al parecer han sido recomendados por el director y por eso están aquí —dijo mientras señalaba detrás de mi, por lo que supuse que los susodichos estarían en alguna mesa a mi espalda.
—Sí. Detalle curioso: el pelirrojo es el gilipollas que me salvó. Otro detalle más: van a mi clase. Y ahora si eres tan amable, ¿Me puedes explicar porque coño he venido yo hoy al colegio?
Cualquiera que me escuchara en esos momentos diría que no sabía decir nada mas que palabrotas, pero estaba siendo un día de mierda, y las estúpidas preguntas de Minho no hacían mas que provocarme dolor de cabeza.
Volví a clase mientras iba mirando el teléfono. Me habían mandado un mensaje con otra nueva factura del hospital. Cada vez los tratamientos de mamá eran mas caros y superaban el efectivo de mi cartera. Bloqueé la pantalla del móvil justo cuando alguien chocó conmigo y el este cayó al suelo.
—Mierda —por suerte el teléfono había caído pantalla para arriba. No podía permitir que se me rompiera, no tenía suficiente dinero como para comprar uno nuevo con todas las cosas que tenía aún por pagar.
—¿Aún no has aprendido a mirar por donde caminas? —¿En serio? ¿Él otra vez?
El pelirrojo junto con su amigo estaban de pie a mi lado mirándome mientras me agachaba a recoger el móvil. Los ojos azules del pelirrojo no dejaban de mirarme como invitándome a contestarle alguna grosería mientras que su amigo moreno solo sonreía. ¿Por qué sonreía? ¿Había algo gracioso en aquella situación?
—Vete a la mierda —y me fui de allí como él hacía.
Rezaba para no volver a tener que encontrármelo en ningún otro sitio. Y como siempre, mi gran bocota no podía quedarse callada un segundo.
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