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Capítulo III

No vi el coche hasta que no estuvo a pocos metros de mí. No vi las luces del coche hasta que me dejaron ciega seguidas por el claxon para que me apartara del medio y mi cuerpo se paralizó por completo. No vi nada más que el coche a escasos centímetros de mi hasta que unos brazos me salvaron de morir atropellada.

El coche siguió su trayectoria sin siquiera detenerse para ver si me encontraba bien. El conductor soltó varios insultos por la ventanilla dirigidos a mi persona y volvió a desaparecer con la misma rapidez con la que había aparecido.

—Será gilipollas —mascullé entre dientes sin darme cuenta que quien me había salvado me reteniendo contra su cuerpo. Las manos se alejaron de mi cuerpo y entonces me giré para agradecer a mi salvador —. Gra... —las palabras se ahogaron en mi garganta.

Delante de mi había un chico pelirrojo con los ojos más azules que nunca había visto. Raramente se veía a alguien en Corea con unos ojos tan azules como los de él. No lo había visto en mi vida y, teniendo en cuenta lo grande que era Seul, no me parecía extraño.

El chico se disponía a irse cuando comprobó que me encontraba bien, pero lo detuve cogiéndolo por el brazo. Me miró a los ojos y me vi reflejada en ese cielo azul que llevaba en su mirada.

—Gracias por salvarme —no quería que pensara que era una maleducada. Me había salvado de morir atropellada, un gracias se quedaba corto.

—La próxima vez fíjate antes de cruzar corriendo —y se fue.

Se fue dejándome con ganas de insultarle y escupirle en la cara. ¿Quién se creía que era? Cierto era que no había mirado antes de cruzar corriendo pero habían mejores maneras de decirlo sin parecer un completo capullo. Por algo los hombres no me gustaban: eran unos capullos aunque te salvaran de morir. Quería retirar mi agradecimiento y tragarme mis propias palabras.

Cuando dejé de maldecirlo interiormente, recordé porque estaba parada en medio de la calle. Mierda. El trabajo. Miré el móvil. Las cuatro y cuarto. Doble mierda. Llegaba muy tarde y aún me quedaban tres calles para llegar. Obligando a mis piernas a moverse corrí a toda velocidad hasta el local.

Cuando llegué ya eran las cuatro y media y me había llevado un buen remojón. La lluvia había empezado a caer apenas di siete pasos y al llegar a la puerta del establecimiento el agua me había calado hasta los huesos.

—Entra. Rápido —Kim me pasó una toalla para que me secara y me acompañó hasta los casilleros para que me pusiera mi uniforme.

—Dime que Yoon aún no ha llegado —ya estaba totalmente cambiada pero mi pelo seguía mojado.

—Tranquila, ha llamado para avisar que llegaría mas tarde. Al parecer tiene que llevar a su hijo a clase.

Mi uniforme del trabajo era una mezcla entre el uniforme del colegio y la ropa habitual adolescente. Pantalones de cuero negro estrechos y que me apretaban en el trasero, una camisa blanca de manga corta y una corbata azul de adorno. A veces me planteaba si era camarera o una azafata de vuelo, solo me faltaba el ridículo sombrerito en la cabeza.

—Benditas clases extra escolares.

Salimos del cuarto donde estaban todas las taquillas y fuimos al mostrador donde, según las normas del local, debíamos esperar hasta que viniera algún cliente.

Kim era lo más parecido a una amiga que tenía en estos momentos. Era verdad que no me gustaba relacionarme con la gente, sobre todo adolescentes que se comportan como animales de feria (como mis compañeros de clase), pero el trabajo me obligaba a hablar con mi compañera, a parte de mi jefe y los clientes. Por suerte Kim tenía los mismos turnos que yo y no tenía que hablar con otra persona que no fuera ella, lo cuál era todavía mejor. Kim tenía cerca de los veintisiete años y se comportaba como una madre. Siempre cariñosa y cuidando de todos. Supongo que por eso podía contarle lo que me pasaba. Incluso sabía que buscaba compañero de piso, a ser preferible mujer debido a la situación tan delicada de mamá. Ella misma me dijo, cuando se lo conté, que se habría ofrecido encanta para venir a vivir conmigo si no fuera porque su novio y ella querían irse a vivir juntos pronto.

—¿Por qué has llegado tan tarde?

Le conté el casi accidente y el encontronazo con el gilipollas de ojos azules. Kim se rió y yo sólo gruñí al recordar sus palabras. Esperaba no volver a encontrármelo nunca.

♪♪♪♪

Los clientes no dejaban de entrar por la puerta y yo estaba estresada. Todas las salas estaban ocupadas y ya no sabía que bebida era cual. Kim me ayudó a cargar todas las bebidas encima de la bandeja y con la pierna le di un pequeño empujón a la puerta de la sala 3 la cual se abrió enseguida. Las puertas de las salas estaban diseñadas específicamente para este tipo de situaciones, cuando llevábamos las manos cargadas y no podíamos abrirlas con estas. Con un simple empujón se abrían.

Cuando vi quien estaba dentro de la sala, la sorpresa que me llevé fue de lo más desagradable. Menos mal que llevaba bien sujeta la bandeja con las bebidas, sino no me hubiera importado que se cayeran todas al suelo. Mi ex-novio y sus amigos estaban dentro cantando una canción pasada de moda mientras cuatro chicas les aplaudían desde los sofás como tontas. Lo mas seguro es que habrían entrado mientras yo estaba atendiendo el pedido de alguna otra sala y Kim los habría atendido. Mi compañera se le había olvidado darme este pequeño detalle antes de enviarme a la boca del lobo. Aunque era cierto que Kim conocía muchos de los detalles de mi vida, nunca le había contado de la huida de mi padre. Era un tema que prefería seguir manteniendo oculto. No por vergüenza, sino por el dolor que me provocaba su recuerdo.

Dejé las bebidas encima de la mesa mientras cubría mi cara con el pelo para que, esperaba, no fueran capaces de reconocerme. No necesitaba tener una charla con mis antiguos amigos que no se molestaron en buscarme cuando dejé de juntarme con todos ellos. Ya me estaba yendo cuando escuché su voz y apreté la bandeja contra mi pecho para no soltarle un guantazo con ella.

Cuando me giré Jun estaba delante de mi. Seguía con la misma expresión de creído que cuando lo vi meses atrás por la calle. El pelo corto estilo militar y sus cejas pobladas le conferían un aspecto rudo pero sus ojos me recordaban a un cachorro. Aparentaba ser un macho cuando en realidad era como un perro asustado.

—¿Qué quieres?

No habíamos vuelto a intercambiar ni una sola palabra desde que me dejó con aquella patética excusa en medio de la calle, aunque tampoco es que tuviera nada que discutir con él. Lo dejó todo bien claro en nuestra despedida.

—Hablar —me invitó a que me sentara con ellos un rato.

En estos momentos me hubiera gustado darle con la bandeja en la cabeza. ¿Cómo podía ser así? ¿Cómo podía seguir pensando que eramos amigos después de que me dejara por la pelirroja que en esos momentos se estaba restregando con uno de sus mejores amigos? ¿De verdad había salido con semejante gilipollas durante casi dos años?

—No vamos a hablar. Ni ahora, ni nunca. Déjame en paz, estoy trabajando —abrí la puerta y salí de la sala antes de que le pegara a un cliente y terminara perdiendo el trabajo que me daba un techo y comida.

Antes siquiera de doblar la esquina me agarraron del brazo con tanta fuerza que me volví dispuesta a darle una bofetada.

—Jun suéltame ahora mismo —no habría necesitado darme la vuelta para saber que era él.

Lo odiaba. Odiaba a los hombres. ¿Quién se creía que era? No era nadie y mucho menos alguien en mi vida. No tenía derecho a tocarme, ni a agarrarme con tanta fuerza como lo estaba haciendo.

—Vamos a hablar Sun. Sabes que gracias a mi tienes este trabajo. Me lo debes.

En parte tenía razón. Jun conocía a mi jefe desde pequeño y fue él quien me recomendó para trabajar aquí en una de nuestras tantas visitas al local, pero más allá de eso yo no le debía nada.

—¿¡Qué te lo debo!? Yo a ti no te debo nada. Tal vez un gracias por demostrarme lo infantil que eres y dejarme. Pero nada mas y ahora suéltame —retorcí mi muñeca para liberarme de su agarre pero no había manera. 

Esperaba que mi jefe no estuviera cerca porque le iba a arrancar la cabeza a mi ex-novio como no me soltara en menos de cinco segundos.

—Creo que te ha dicho que la sueltes.

—¿Quién... — mi pregunta se quedó en el aire al ver esos ojos azules. El señor maleducado había vuelto a aparecer y justo en el peor momento. Primero el coche y ahora mi ex novio. Genial.

—No te metas. Esto es un asunto entre ella y yo —Jun pasó de él y me apretó más fuerte el brazo. Solté un gemido por el dolor. Mañana me saldría un moretón con la forma de su mano.

El desconocido no le hizo caso y al ver que seguía retorciendo mi muñeca para soltarme se metió por medio. Le propició un puñetazo en la cara a Jun dejándolo tirado en el suelo con los ojos abiertos de la impresión mientras miraba al chico. El movimiento había sido preciso y efectivo, mi muñeca estaba libre y roja.

—No digas que no te lo advertí —e igual que en la calle desapareció así sin más en una de las salas.

Era como un fantasma, sigiloso y letal, y como un ángel guardián al mismo tiempo, aparecía cuando estaba en problemas. Pero no por ello dejaba de ser menos gilipollas.

Mi jefe apareció por el pasillo al segundo de haberse cerrado la puerta de la sala en la que se había metido el chico y le pidió amablemente a Jun y a sus amigos que se largaran de su local antes de que llamara a la policía por acosar a una de sus empleadas.

Yoon, mi jefe, sabía todo sobre Jun y yo y desde el momento en que empecé a trabajar aquí me advirtió que no quería ninguna tontería ni pelea de celos en su local. Yo le juré que no pasaría nada y él en cambio me dijo que si tenía algún problema siempre podía acudir a él y contárselo.

Jun quiso protestar pero Yoon le volvió a decir que se fuera o llamaría de verdad a la policía y no le importaba que se conocieran de hacía años, les mostraría a los agentes las cámaras de seguridad que habían captado toda la escena. Kim me contó que, cuando empecé a trabajar aquí, Yoon fue a hablar con Jun y este último le prometió que no me tocaría mientras yo trabajará bajo su techo y a cambio Yoon le dejaría seguir viniendo aquí a divertirse. Pero había roto su promesa al ponerme las manos encima.

Jun, con la mejilla derecha roja e hinchada, llamó a sus amigos y se fueron, soltando improperios por lo bajo, sin pagar tan siquiera las consumiciones.

Yoon me dijo que cuando acabara mi turno pasara por su despacho para hablar acerca de lo que había pasado y yo temí por mi trabajo.

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