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13 - El castillo Aguabella

De pronto el frío, el viento y la nieve desaparecieron y en su lugar, se encontraron con el jardín de un castillo de agua. La figura había cogido forma, ahora era un hombre alto que les dijo:

-Me llamo Plint, tenéis que escuchadme con atención, pues muy importante es lo que tenéis en vuestro corazón. Si de verdad queréis encontrar a la nube roja, encontraréis a la muy dificultosa, pero si alguno de vosotros no está muy seguro, os veréis en apuros. Así que entrad, y en vuestras manos está.

Los chicos cruzaron el jardín y, poco a poco, abrieron la puerta principal del castillo, que, al igual que el edificio entero, estaba hecha de agua. Ésta era enorme, equivalía a una planta de una casa normal. La sala que había al pasar la puerta era redonda y era casi igual en dimensiones que un campo de tenis. Las paredes y los techos era de agua a parte de estar construidas en gigantescas proporciones, al igual que la mayoría de las habitaciones del castillo.

Todo era genial, pero nada comparado con la sorpresa que les esperaba en una de las salas del edificio. Era Susan

-¡Susan!- gritaron todos al unísono.

-¡Susan!, estás bien, ¿cómo lo has llegado hasta aquí?- preguntó Peter.

-La verdad es que no me acuerdo, cuando caía a gran velocidad algo me frenó, no se veía, pero sé que se llamaba Plint. En ese momento me desmayé, y cuando me desperté, estaba en un cuarto de este castillo, que por cierto, es enorme y todo hecho de agua.

Peter se agarró a Susan llorando sin parar, estuvo allí, agarrado al cuello de ella, mucho tiempo; la verdad, ninguno de los presentes en aquella sala se podía creer el amor tan grande que Peter sentía por Susan.

Al cabo de un rato, todos estaban sentados en un lujoso y espacioso salón, el cuál hacía la función de comedor. Era tan grande que tuvieron que llamar por teléfono para poder hablar los unos con los otros. Parecía que todos los acontecimientos pasados por ellos anteriormente habían sido borrados de sus memorias. Era tan genial estar allí, todos juntos comiendo en un salón de tamaño inmenso y sin preocupación alguna...

Después de comer se dirigieron hacia una piscina de aguas termales dividida en dos mitades: la de las chicas y la de los chicos.

-¡Hola chicos!- gritó Plint- ¿Os puedo decir una cosa?. Os ayudaré en vuestro valioso pero poco encantador viaje, sí, os acompañaré. A no ser que no queráis la compañía de un estúpido hombre.

-¡Claro que nos encantaría!. Y no creo que las chicas pongan alguna excusa. ¡Muchas gracias Plint!.

Mientras los chicos hablaban con Plint, de los múltiples acontecimientos que habían pasado desde que se conocieron, las chicas ideaban un plan un poco travieso, estaban ya con las toallas bien listas, tratando de asomarse al sitio en el que se encontraban los chicos. Iban despacio y sin hacer ruido, cuando de pronto, la pared que separaba los dos cuartos (que, casi al contrario de toda la casa, era de plástico para evitar la transparencia), se derrumbó, provocando que los magos se alarmaran; sin pensárselo dos veces, cogieron sus toallas y se las pusieron.

-¡Qué hacéis aquí!, mira que sois...- se alarmó Mike.

-Es que... íbamos a dormir... y se cayó la pared- explicó Susan.

-Sí, sí, y yo soy Enrique de León- vociferó Peter.

Después de este pequeño contratiempo, los cinco magos fueron a sus dormitorios y se acostaron.

Al día siguiente, todos se levantaron temprano, excepto Peter, claro está. Cada uno ayudaba con lo que podía: Mike se estaba duchando; Susan, hacía las camas; Micki las maletas; y Patricia ayudaba a Plint a regar las plantas de sus jardín.

A las 12.00 del mediodía Peter se despertó, aún con las legañas en la cara iba zigzagueando de un lado a otro, sin saber dónde estaba. Decidió irse por un túnel de agua que tenía la casa, pero no le gustó su aspecto y decidió seguir por otra puerta. Cuando se dio cuenta, estaba en el cuarto en el que Susan se encontraba, y sólo por curiosidad se puso a espiarla.

-¡Vaya lío que tengo!- gritó enfurecida Susan, ella, estaba en paños menores mientras buscaba la vestimenta más adecuada para ponerse- no sé si coger este vestido azul, o este otro amarillo; el amarillo pegaría con la felpa, pero el azul, pegaría con los zapatos. ¡Vaya lío!- repitió Susan- ¡Micki!, ¡me puedes ayudar!.

Peter se quedó atónico, casi mudo, y aprovechando ese instante se escondió tras la puerta, preparado para hacer alguna travesura.

-Ya estoy aquí ¿Qué quieres?- preguntó- ¡Ha!, déjame adivinar, no sabes que vestido ponerte; ¿por qué no te quitas la felpa y te pones una azul?

-Buena idea- dijo agradecida Susan.

Peter seguía tras la puerta, estaba preparado para hacer saltar todos los vestidos de las chicas por los aires. Cuando se dispuso a realizar el hechizo, lo único que le salió del dedo fue un inútil débil ¡Puf!. Salió corriendo hacia Plint, que aún seguía regando y podando las flores y le contó su problema con la magia.

-¡Plint!, ¡Plint!- se alarmó- ¡Plint!, el dedo, no hace magia.

-Ja, ja, ja. Te hemos pillado malhechor. En este castillo se puede hacer magia, pero tiene que ser para realizar algún bien. Seguro que estabas tramando alguna travesura.

-¿Te puedo hacer una pregunta?- Plint asintió sin decir nada-. ¿Por qué cuando nosotros llegamos al castillo hablabas haciendo rimas y ahora no?

-Porque cuando veo a alguien por primera vez tengo la obligación de hablar de esa forma- respondió Plint-. Por cierto, dile a todos los chicos que se reúnan en el salón de agua central dentro de media hora- dijo Plint-. El tercero conforme se entra- añadió al ver que Peter no se orientaba.

Peter fue llamando uno por uno a todos sus amigos, primero se encontró con Mike; luego con Micki y Susan, que seguían con el tema de la indumentaria; y por último con Patricia. Después de que estuvieran todos enterados, se fue directo a su dormitorio y se cambió de ropa (todavía estaba con el pijama puesto). Más tarde dio una vuelta por el castillo. Era extraordinario estar allí, las paredes y el techo de agua de aquel edificio relajaba intencionadamente, por todos lados se escuchaba el murmullo del agua cristalina recorriendo de arriba para abajo el castillo en todos sus rincones. Luego decidió irse con los demás.

Allí se encontraban todos. Ya estaban vestidos y preparados para escuchar la charla que Plint les quería dar, que por lo visto iba a ser entretenida; ya que llevaba en sus manos unos objetos que prometían entretenimiento:

-Mike- fue llamando-. Toma, esto es un bolígrafo que pinta en el aire, con él podrás tener todas las cosas que necesites, ya que una vez dibujados se vuelven reales; pero también tiene otra utilización: cuando lo tires al aire, tendréis en placer de disfrutar de la vida de los animales, ya que os convertirá a vosotros cinco en el ser vivo que os apetezca.

"Micki- dijo por segunda vez- toma una baraja de cartas, tienen varios dibujos señalados, los que te servirán de gran ayuda cuando tires la carta al aire. Por ejemplo- dijo, y tiró la carta de una nube al aire; ésta se convirtió en una nube e hizo que los chicos se elevaran en el aire- Pero ten cuidado, si tiras la baraja al aire, ésta se convertirá en un escudo que os salvará de varios hechizos."

"Peter- siguió nombrando- tú, toma estas dos bolas, tienen vida propia así que trátalas con cuidado y cariño, te serán unas ayudantes muy útiles que cuando se unen, os haréis (tanto ellas como tú) el doble de fuertes."

"Y por último, Susan y Patricia, tendrán la destreza de un mono y la velocidad de un halcón que os será útil para despistar al enemigo, Palermo. Aunque tengáis muchas confianzas en ganar- se dirigió a todos-, tened cuidado, Palermo en muy perverso, y no perdona ni una, pero ahora tenéis que comer el banquete que os ha preparado los sirvientes, ¡Bon a petit!."

El banquete era estupendo, con pollo asado, sardinas a la plancha, y una tarta de postre que pesaría, como mínimo, 5 kilos y mediría unos 2 metros. La lámpara que iluminaba el salón era preciosa; estaba decorada con pececillos de plástico que giraban en torno a sí mismos colgados de alambres de plata fina.

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