12 - Nuestro amigo Plint
Caminaron sin parar durante mucho tiempo; el sendero serpenteaba peligrosamente con subidas y bajadas muy pronunciadas. Estaba oscuro, la mayoría de los árboles superaban los 9 metros de altura, haciendo así muy difícil la entrada de luz solar en la zona en la que los chicos se encontraban. Las pisadas que los cinco magos dejaban clavadas en el suelo sonaban estrepitosamente, logrando de esta manera que muchos de los animales voladores que habían en las ramas de los gigantescos árboles salieran huyendo. El lugar era de lo más desolador, no había un camino exacto, ya lo habían perdido hacía un buen rato, y lo único que podían seguir son las pisadas de algún animal que por si acaso era mejor pasarlas desapercibidas. Estaban hambrientos, pero ya no quedaba mucha comida en las mochilas, aún así, decidieron sentarse al pie de un árbol y descansar. Los estómagos resonaban sin compasión.
-Esto no puede seguir así. ¡Peter, dame la mochila!- gritó Mike.
-¡No, Mike!, no sabemos cuánto camino nos queda aún por recorrer- gritó Peter.
-Me da igual, yo abandono- propuso Mike.
¡PUM!
Micki le había dado un guantazo a Mike; le había dejado toda la mano señalada en la mejilla de Mike. Éste, sin poder decir una sola palabra se quedó inmóvil. Parecía una estatua.
-Mike, te comprendo, todos estamos hambrientos, pero gritando y lloriqueando no se arreglan las cosas. Tenemos que reponer fuerzas y seguir unidos, y éste no es un buen modo de empezar. Hemos tenido suerte encontrando esa casa, piensa que ya sólo nos queda comida para dos días. ¿Sabes lo que podemos hacer? Dormir y no gastar mucha energía. ¿Te apuntas?- dijo Micki con la mayor claridad posible, aunque tan bajito que parecía un nomo.
-Sí- fue lo único que se atrevió a decir Mike.
-Y... perdóname- suplicó Micki.
Después de esto ninguno quería decir nada por si el furor de Micki se desataba con alguno de ellos. Así que se durmieron tan pronto que a los cinco minutos no se escuchaba ni una mosca.
-¡Ahhhh!, pe, pero, ¿qué hora es?, son las 8:00 de la mañana. ¡Despertad!, ¡arriba!, que es muy tarde- gritó Peter.
Mientras se levantaban, Peter recogía las cosas; y pronto emprendieron un nuevo camino. Sabían que todavía era de noche (no se veía muy bien con los árboles), pero que el sol estaba a punto de salir. Aún con los párpados pegados, los cinco magos recorrían el bosque por entre medio de maleza y arbustos con espinas sin señal alguna de que fuesen bien encaminados.
El camino que ellos formaban ya empezaba a ser menos seguro, llevaban horas andando y no encontraban ninguna señal. Pero de pronto se oyó una voz fría y perturbadora:
-Patricia, ven. Patricia, ven.
Pasó un buen tiempo antes de que Patricia reaccionara
-¿Habéis oído eso?, alguien me ha llamado.
-Pues yo no he oído nada- pronunció Peter intentando agudizar el oído.
Al comprobar que no pasaba nada, y que la voz que escuchó Patricia podría ser una imaginación suya siguieron paseando, solo que esta vez Patricia iba en medio por si acaso. Por fin salieron del bosque, llegaron a un acantilado por el que supuestamente se tendría que subir, así que sin pensárselo dos veces, lo hicieron. Pero cuando llevaban unos cuantos metros de escalada, la voz sonó de nuevo:
-Patricia, Susan, venid; venid conmigo.
Esta vez también la escuchó Susan, a la que se le crisparon los nervios.
-Lo habéis escuchado, ¡era verdad!- gritó Susan.
-¡Queréis dejar de decir tonterías!, me estáis asustando- sugirió Mike.
La inmensa pared de la montaña estaba encharcada a causa de la lluvia caída la noche anterior, y no era estable; parecía de barro. Pero aún así los cinco magos siguieron escalando. Por suerte el terreno comenzó a nivelarse, y unos pasos más hacia donde ellos se dirigían estaba situada una inmensa escalera sin barandilla; y para colmo de los colmos los sigilosos escalones subían y bajaban, desaparecían, tenían jabón para que la gente que los pasara se escurriera...
-Mike ven, Mike ven- fue otra vez la misteriosa voz, la cuál sólo la escuchó el que había sido llamado, el cual no se atrevió a decirlo.
Al descubrir la cantidad de trampas que tenían la escalera, los chicos pensaron que en la cima abría algo muy valioso, o que estaban a punto de llegar a la nube roja de Palermo; así que comenzaron la subida sin más preámbulos.
Al iniciar la subida, la primera era Susan, aunque no por mucho tiempo porque acabó descendiendo cuatro peldaños, que dando la segunda. Esto parecía una carrera.
El último hasta el momento era Peter, el cual seguía en el primer peldaño (como era de hielo, resultaba muy difícil de subir), aunque no tardo en ser el tercero.
Lo que todos temían de esta escalera, es que al cierto tiempo se empinaba y causaba la caída de todos. Era insoportable, llegar al final era la mayor alegría que te podían dar. La primera en hacerlo fue Micki, seguida de Peter, los demás todavía tardaron un cuarto de hora desde que los primeros llegaron; pero Patricia era la última, y todavía estaba al principio de la escalera. El ver a sus amigos en los alto, ya fuera de peligro le desanimaba mucho.
Cuando por fin consiguió subir del todo las escaleras, descansó allí arriba un buen rato; todos le aplaudían, y en ese momento de alegría, la fría y escalofriante voz hacía su efecto de nuevo:
-Mike, Micki venid, os necesito.
Los llamados se compartieron miradas de soslayo, pero tampoco dijeron nada y se apresuraron en seguir el camino.
-Vamos, tenemos que seguir- dijo Mike.
Andaban sin rumbo alguno, la nieve sustituyó al barro, pero por poco tiempo, ya que otro muro de piedra que formaba parte de la montaña les cortaba el paso
-Pero bueno... ¿No podemos usar la magia?- preguntó Peter
-Si pudiéramos, ya estaríamos en la cima de esta montaña
Iniciaron la escalada de forma muy espectacular, pero los salientes escarpados y las rocas sueltas hacían que los cinco magos estuvieran a punto de caerse. Todo estaba en su contra: estaban hambrientos, cansados y con los nervios exaltados a flor de piel.
Una hora después más o menos comenzaron a llegar poco a poco; el primero fue Mike, el cuál ayudaba a subir a Micki, los alcanzó Patricia y Peter, pero a Susan todavía le faltaban unos 4 metros.
-Venga Susan, tú puedes hacerlo- gritó Peter.
-Me da miedo, estoy muy alta- se asustó Susan.
Intentó dar un paso más, pero la roca a la que se había agarrado era una de las que estaban sueltas.
Calló y calló sin remedio alguno, Peter lloraba al mismo tiempo que gritaba "NOOOO"; era lo peor que podían haberles pasado, Peter lloraba y los demás intentaban consolarlo.
-todo lo que he pasado, todos mis sufrimientos, a causa de ellos no he podido dormir, o bueno, lo he hecho pero asustado y ahora todo eso, no sirve para nada. ¡Odio este lugar!, ¡Y odio a esta montaña!, ¡LA ODIOOOOOO!- se lamentaba Peter
Los demás lo sujetaba, ya que Peter quería lanzarse al vacío. Estuvieron así, quietos en el mismo sitio e intentando calmar a Peter casi durante una hora, cuando éste se calmó, las lágrimas que le salían de los ojos las tenía congeladas, y los pelos tiesos, como si se hubieran echado 3 botes de gomina.
-Venga Peter, lo podéis conseguir, solo queda un poco más- dijo la voz misteriosa, pero esta vez la escucharon todos, por eso se atrevieron a continuar.
Una vez llegados a la cima de la montaña, se formó un vendaval a base de nieve que arrastraba a los cinco hacia atrás. Ante ellos se formó una figura; no se sabía que era porque solo se veían los puntos de su rostro.
-Escuchadme, no os asustéis, pues lo que os voy acontar os asombrará. Susan está en buen recado, aunque no sepáis el sitio dondeha estado. Si queréis estar con ella, sólo debéis decir agua, aguabella- dijocantando una poesía la extraña figura que tenían ante sus ojos.
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