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Capítulo 2. El incidente

¡Gracias por leer y votar! Aquí tenéis un nuevo capítulo, espero poder ir actualizando pronto. Gracias!!!!

—¡Em!

Voy de camino a mi taquilla cuando Hana me aborda en mitad del pasillo desierto. Me quedan dos clases, Francés y Estadística, mis dos últimas horas en el instituto. Miro el reloj extrañada, todavía faltan unos diez minutos para el siguiente cambio de clase.

Y por si te lo has preguntado: la respuesta es sí, llevo reloj. Reloj analógico, con su minutero y su segundero y su ventanita que muestra qué día es.

—¿Te has escapado? —La miro con los ojos muy abiertos y ella le quita importancia con un gesto.

—El señor Richardson es un poco... ya sabes, cortito para algunas cosas. Le he pedido permiso para ir a la enfermería por cosas de mujeres y casi ha entrado en crisis.

—¿De verdad has hecho eso?

Hana Choi es mi mejor amiga. Mi única amiga. Nos conocemos desde que se mudó al otro lado de la calle un poco antes de que cumpliéramos los siete. Es muy inteligente, aunque no tiene mucho filtro. Además es bajita, morena y guapísima; tiene unos ojos negros almendrados preciosos y un cutis de porcelana. No voy hablar de su pelo liso y sedoso ni de su sonrisa de dientes perfectos y aún menos de su culito respingón.

—Suéltalo ya, zorra.

Tampoco voy a hablar de su afilada lengua de camionero.

—Y bien, ¿me vas a decir de una vez por qué nuestro querido director ha hecho pasar por la cola de la vergüenza al último bastión de decencia adolescente que queda en Manhattan?

Respiro hondo, Hana, además de utilizar un vocabulario un tanto peculiar, es peor que un Rottweiler. Eso quiere decir que me aturdirá con sus preguntas y mantendrá la mordida hasta que su presa —o sea yo— esté agonizando. Cualquier intento por mi parte de posponer contarle algo u ocultar alguna clase de información es inútil, hace años que desistí por completo.

—Me ha propuesto... más bien me ha obligado a hacer de niñera de Matt Steiner —le explico poniendo los ojos en blanco.

—¿El innombrable? ¡Qué me estás contando! ¿Y de niñera para qué?

—Va fatal en algunas asignaturas y para competir en ajedrez necesita aprobar. El club de ajedrez a su vez lo necesita por no sé qué de una jugosa subvención que perderán si no se clasifican para el campeonato estatal. Resulta que el innombrable es un crack del ajedrez y por lo tanto su única esperanza.

—Espera, espera... ¿El innombrable juega al ajedrez? Qué curioso, ¿no hay que ser inteligente para eso?

—¿Eso es ironía? —Tengo algunos problemas para diferenciar el sarcasmo de la ironía, entre otras cosas porque no suelo comprender la intencionalidad de los comentarios de las personas.

—No, es sarcasmo —Cachis, nunca acierto— ¿Y qué es lo que se supone qué tienes que hacer? —pregunta Hana achicando los ojos y fijando su mirada en mí, de repente me viene a la mente la imagen de un halcón.

—Una especie de adopción académica.

—¿Vas a darle clases particulares?

Niego con la cabeza.

—Felicítame: voy a ser su tutora estudiantil —He utilizado la ironía, espero haberlo hecho bien—. Básicamente equivale a hacer lo que haga falta —prosigo—: refuerzo, clases particulares, clases de estudio, supervisión de sus trabajos... soy la responsable de que apruebe todo. El infierno en la tierra —concluyo con las lágrimas casi a punto de brotar, a medida que iba enumerando mis funciones he ido siendo consciente de lo que significa en términos prácticos y creo que me estoy empezando a derrumbar.

—Menuda putada... —murmura entre dientes.

—Eh, esa boca, que te he oído.

—Desahógate —me ordena—. Con toda la mala leche que te permita tu constreñida tradición judeocristiana —añade.

—¡A tomar por saco! —grito, pero no a pleno pulmón, no quiero que nadie me tome por loca.

Hana asiente y me frota el brazo con energía como si fuera un cachorro obediente.

—¿Te sientes mejor?

—Creo que no.

—Tía, veamos las cosas con perspectiva como las mujeres maduras que somos, han pasado ¿cuánto...? ¿...mil años? —pregunta con el dedo en ristre.

—Solo tres.

—Lo dicho: mil años. No deberías preocuparte, seguro que ni se acuerda —remata satisfecha.

—Pero yo sí —gimoteo y noto cómo se me humedecen los ojos, si sigo así terminaré llorando como un bebé—. Y medio instituto también.

Hana respira hondo y yo continúo sollozando de pura frustración. Entonces me desliza los mechones que se han escapado de mi recogido detrás de la oreja —mi pelo es un desastre—‍, es un gesto demasiado cariñoso y más para Hana. Eso solo significa que está preocupada por mí de verdad, aunque intente quitarle hierro al asunto.

—Bueno, ¿qué tiene de malo? Te enamoraste e hiciste una tontería. Todos hacemos tonterías de vez en cuando, y más si son por amor. Tienes que pasar página.

—Sí, claro, como si fuera tan fácil.

Aquel incidente, el incidente en mayúsculas, me había marcado; Matt Steiner me había marcado. Es como si me hubiera quedado atascada en el pasado.

—Em... tienes que superarlo, teníamos solo catorce años, tú ni siquiera los habías cumplido, éramos adolescentes histéricas que lo dramatizaban todo. Hemos madurado mucho desde entonces —afirma de manera categórica.

—No, Hana —sollozo—, no te atrevas a minimizar el incidente: ¡me declaré a Matt Steiner en el puñetero baile de otoño de noveno delante de cien personas! Le pedí, no, miento, le supliqué que me besara. Se lo supliqué, por todos los demonios.

—Cariño... me asusta que digas palabrotas. Tú no dices palabrotas.

De repente me obliga casi a empujones a apartarme del centro del pasillo, se agacha junto a la pared y se cubre la cabeza con un brazo, todo sin soltarme.

—¿Qué haces?

—Esperando a que el universo involucione como en aquel capítulo del asombroso mundo de Gumball en el que el vago de su padre se ponía a trabajar.

—Y se rio de mí delante de todos —continúo con mi discurso ignorando su estúpido comportamiento, Hana tiene también un sentido del humor peculiar—, es más, siguió riéndose durante todo el curso y consiguió que todos se rieran de mí. Le pedí que parara y no lo hizo, convirtió mi vida en un infierno.

—Vale. Hagamos una cosa: respira hondo.

Le hago caso porque tiene esa mirada que da miedo y no pienso llevarle la contraria.

—Otra vez, sigue. Muy bien.

Parece que funciona porque he conseguido dejar de gimotear.

—Vale, era tu crush y todo salió mal. Pero tienes que superarlo y dejar de regodearte en la desgracia. Y deja de exagerar —ordena clavando su índice junto a mi clavícula—, eso no te ayuda. Las risas duraron como mucho hasta después de Navidad. Recuerdo que Lydia Feldman se tiró un pedo en el laboratorio de química y lo tuyo quedó en nada.

Asiento, en eso tiene razón.

—Además, después del verano, el innombrable se volvió poco menos que un paria. Se llenó de tatuajes, comenzó a fumar hierba, a emborracharse y a rodearse de lo peorcito de Manhattan.

También a enrollarse con chicas mayores, pero encuentro innecesario añadirlo a la lista de sus proezas. Por lo menos ya no es popular, es un verdadero consuelo que ya no sea un acosador y todo un descanso para los pobres estudiantes confiados e indefensos como yo.

Vuelvo a respirar hondo y noto como casi he recuperado la compostura.

—Puede que tengas razón.

Suena el timbre del cambio de clase, todos salen en tromba al pasillo y, como si de una epifanía se tratase, el indeseable de Matt Steiner —alias el innombrable— aparece en mitad de mi campo de visión. En realidad lo reconozco entre la multitud como si llevara un neón en la frente.

Según se acerca a nosotras una sonrisa ridículamente sexi se forma despacio en sus labios, como si supiera que estábamos hablando de él. La misma sonrisa patentada que hace que las chicas caigan rendidas a sus pies. Levanta una ceja en dirección a Hana a modo de saludo —Hana es más popular, sobra decir que a mí ni me mira— y continúa su camino por el pasillo.

Un escalofrío me recorre la espalda y se me ponen los vellos de punta.

Ma-dre-mía.

—¿Cómo puede estar tan rebuenísimo?, jo-der —se queja Hana.

—Esa boca.

—Con esa camisa de cuadros... es clavadito a Drew Roy en Hanna Montana.

Pongo los ojos en blanco, Hana es muy mala fisonomista, pero es cierto que el innombrable tiene un aire a Drew Roy.

—Pero eso no es lo peor... —murmura. ¿Lo has notado?

—¿El qué?

Ahora es Hana la que pone los ojos en blanco.

—Oh, vamos, no te hagas la tonta: la energía bajabragas que desprende.

—¿Qué dices, loca?

Me ignora y lanza unos de sus suspiros melodramáticos que patentó al cumplir los trece, para que luego se atreva a decir que hemos madurado.

—Tía, tienes toda la razón al preocuparte, pero no lo hagas por el motivo equivocado —murmura ladeando la cabeza para seguir con la mirada al innombrable, al que, de hecho, podemos distinguir todavía entre la muchedumbre como si fuera fluorescente.

»Vas a estar a solas con él, en rincones oscuros y silenciosos como la biblioteca..., su cuarto... mmm... Eso sí que es muy pero que muy preocupante. ¡Y emocionante! Puede que ya no vayas a llegar virgen a la uni, después de todo.

Una sensación de incomodidad y excitación a partes iguales me recorre el estómago y termina en un lugar de mi anatomía femenina en el que no debería terminar.

—Hum... —masculla Hana mirándome fijamente—. Avísame con tiempo, tendremos que hacer algo con ese horrible pelo de estropajo que tienes antes de que quedes con él.

Genial.

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