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Capítulo 1. La cola de la vergüenza

Odio al innombrable con todas mis fuerzas. Es algo superior a mí.

Estoy sentada en el despacho del director Higgins después de esperar durante quince minutos en la cola de la vergüenza. ¡Quince minutos! Y a la vista de todos. Por culpa del innombrable. La mejor estudiante de la escuela secundaria de Manhattan tratada como uno de esos adolescentes conflictivos que reciben su bronca número un millón.

Si te lo preguntas, la cola de la vergüenza es como llamamos en el instituto al reguero de alumnos que esperan en la fila de sillas naranja de plástico que hay frente al despacho del director.

Que nadie se haya tomado el trabajo de explicar que no he hecho nada malo no solo ha empeorado la situación. Seguro que además ha provocado que mi reputación baje unos cuantos puntos.

Bueno, vale, ¿a quién quiero engañar? No puedo decir que tenga una reputación porque soy del todo invisible para la mayoría de mis compañeros. Creo que es posible, teniendo en cuenta las palabras de Tony D'Amico, que el haber estado esperando mi turno con lo peor del instituto haya hecho que por fin sea visible para algunos.

Qué triste.

El pringado de Tony me ha soltado algo parecido a: «Eeeeey empollona, guaaay ¿no?». No entiendo muy bien esa jerga. Y justo después va y eleva el puño en mi dirección, ¡como si yo fuera a devolverle el saludo de alguna manera! Nop, tocar a Tony D'Amico equivale a vacunarse contra una venérea y recibir una sobredosis de marihuana. Todo en uno. ¡Arrrg!, qué ascazo, no quiero ni pensarlo.

—Señorita Miller, ¿me está prestando atención?

—Por supuesto, director Higgins.

—Bien, como le iba diciendo: necesito que se ocupe de supervisar los estudios del señor Steiner como si fuera su tutora. Tiene que aprobar como sea y, si le soy franco, tras revisar su expediente, no sé ni cómo ha conseguido llegar al último año.

Verás, que me hayan llamado al despacho del señor Higgins en mitad de la clase de Lengua está resultando muy molesto por varias razones. En ningún momento he dudado de que fuera por culpa de mi comportamiento. Soy una buena chica. De las pocas que quedan según el estricto estándar de la señora Michaels, mi vecina y niñera ocasional cuando era pequeña. La primera razón es claramente el haber estado en la cola de la vergüenza; y la segunda, obvia también, es que me he perdido la clase de Lengua y por supuesto me resulta frustrante pedir los apuntes a alguno de mis compañeros porque siempre están incompletos.

Pero la tercera razón... Es algo mil veces peor que unos apuntes mal redactados o mi imagen y mi nombre arrastrados por el barro. Peor que todo eso junto. Habría preferido incluso ser expulsada del club de lectura de la parroquia. Del club de debate tendría que sopesarlo, ahora mismo no soy capaz de pensar con claridad.

—Srta. Miller, confío plenamente en usted y en su capacidad para lo que le estoy encomendando.

Me reprendo mentalmente porque no he podido evitar desconectar de nuevo. No sé si hace falta explicar que cuando siento ansiedad a mi mente le da por divagar y es un problema porque siento ansiedad muy a menudo.

Matt Steiner, alias el innombrable y la tercera razón: ¡te odio, te odio y te odio!

—¿Señorita Miller?

—Aam ¿sí?

—Le decía que...

—¿Puedo negarme? —interrumpo.

El director Higgins arquea una ceja.

—Naturalmente. Por desgracia se verá reflejado en su expediente.

Lo imaginaba.

El señor Higgins es un buen director y se preocupa por sus alumnos; a mí me ha ayudado mucho en el pasado. Pero estoy a un paso de considerarlo persona non grata de por vida por estar jugándomela de esta manera tan traicionera y aborrecible.

—¿Quién iba a imaginar que el señor Steiner era un as del ajedrez? Fue toda una promesa en la escuela primaria y en octavo llegó a clasificarse para competir a nivel estatal —‍‍continúa Higgins.

Sí, ya, ¿quién iba a decirlo?

Veréis, no tengo nada en contra del ajedrez, de hecho me parece una manera estupenda de pasar el tiempo. Mucho mejor que el fútbol americano o el béisbol, dónde va a parar. La única pega es que, por lo visto el club de ajedrez se enfrenta a su extinción por falta de resultados. Dependen de una jugosa subvención privada que les obliga a clasificarse para el campeonato estatal. Y ahí es donde entra el innombrable.

—Luego ocurrió lo de su madre y... ya sabe el resto.

Lo abdujeron los extraterrestres y se volvió idiota, claro que lo sé. Y, bueno, su madre murió, pero la mía también, un año antes; y a diferencia de él, no me dediqué a tirar mi vida por la borda ni a hacer que la vida de los demás fuera un infierno.

Y por si fuera poco está lo del incidente... Sacudo la cabeza, como si con ello pudiera borrar de mi mente el incidente. ¡Ja!

—Aquí tiene una guía de trabajo, su horario de clases y un informe de los profesores de las asignaturas en las que las calificaciones son más bajas. Ponga especial atención a las asignaturas de Lengua y Francés, las notas son un auténtico desastre. En Historia tampoco es que sea una maravilla, pero no podemos quejarnos, al menos no ha suspendido. Recuerde que es importante que pueda compaginar los entrenamientos con las horas de estudio, el profesor Garret va a facilitar el proceso lo máximo posible.

El director Higgins empuja en mi dirección una carpeta de papel de estraza marrón llena de papeles que ha estado abriendo y cerrando durante toda la conversación. Odio las carpetas de papel de estraza marrón.

—Necesitamos al señor Steiner a pleno rendimiento tanto en lo deportivo como en lo académico, si tiene alguna duda estoy disponible para usted en cualquier momento del día.

Claro, previo paso por la cola de la vergüenza de nuevo.

Ni loca.

Me mira por encima de sus gafas de lectura y exhala el aire despacio.

—Emma —llama mi atención una vez me he levantado—, es tu último año y sé que te gustaría ser profesora, vas a ser una especie de pionera del tutelaje académico, tómalo como lo que es: una buena oportunidad. Es... como aquel ensayo que escribiste sobre la figura de las maestras en el Salvaje Oeste.

Lo de las maestras en el Salvaje Oeste se queda corto. Verás, no es que toda esta historia no me resulte atractiva. Si lo tomo como unas prácticas parece algo prometedor, quiero ser profesora de Literatura desde que tengo uso de razón. Ser la elegida para poner en marcha un programa de colaboración académica entre alumnos quedará genial en mi expediente y son muchos puntos de cara al ingreso en la universidad.

El único detalle que no me cuadra en todo esto es el dichoso Matt Steiner.

Salgo del despacho del director Higgins tras asentir a su comentario y no puedo evitar sentirme como si me hubiera atropellado un tren. Mañana tengo que reunirme con el señor Garrett y el innombrable al acabar las clases ¿qué voy a hacer?

La escuela secundaria de Manhattan, en Manhattan, Kansas, está considerada una de las mejores del estado. Además ha entrado en todas las listas de escuelas top del país de los últimos años. Es algo en lo que he tenido suerte. No quiero ni pensar que hubiera sido de mí en un instituto mediocre.

Para el resto de cosas parece ser que no tengo tanta fortuna, más allá de continuar con vida a los dieciséis. Y después de cómo está yendo este día, tengo serias dudas de si seguir viviendo es una suerte o más bien una desgracia. Sé que no debería quejarme, no es que la vida me sonría, pero hay muchas cosas agradables en ella. Por ejemplo: es genial vivir en una ciudad que es a la vez lo suficientemente pequeña para resultar encantadora y lo suficientemente grande para albergar una buena escuela de secundaria y la Universidad Estatal de Kansas, lo que me facilitará muchísimo la opción de estudiar una carrera.

Mi sueño: ir a la universidad.

Pero ni siquiera ese pensamiento me alivia porque lo que quiero ahora mismo es encontrar un agujero bien profundo para meter la cabeza y no volver a sacarla hasta fin de curso.

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