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El Santuario de Sangalar. Parte 2.

El Santuario de Sangalar se encontraba situado en la planicie que coronaba una escarpada colina de roca desprovista de árboles. La única vía de acceso consistía en una pista zigzagueante, que ascendía hacia la explanada mediante una pronunciada pendiente, a través del único lado que no estaba constituido por una pendiente pedregosa y casi vertical de más de cien varas de altura. Al final del camino, un muro que tenía poco más que la altura de dos hombres y una modesta torre de vigilancia daban paso a la plazoleta que se abría ante el antiguo templo de piedra. Aunque el Santuario de Sangalar no fuera el lugar donde una incursión de un grupo común de Nocturnos, constituido aproximadamente por quince o treinta unidades, pudiera obtener más beneficio que una muerte cruenta, el hecho de que entre sus paredes se guardaran reliquias y joyas de valor incalculable lo hacía apetecible para las bandas de ladrones, por lo que el lugar permanecía bajo la custodia de una guarnición fuertemente armada.

El vigía saludó con alegría al grupo de Cazadores Negros en cuanto se acercaron al portón. El lugar era visitado frecuentemente por estos, ya que les servía como base de abastecimiento, almacén y lugar de descanso en una zona tan despoblada como la que ocupaba, aunque el guarda se dio cuenta de que algo no marchaba según lo previsto en cuanto escuchó hablar a Úthrich.

─ ¡Busca al Hermano Hárald, soldado, dile que no hay tiempo que perder, y también que no hace falta que trate de ocultarme la presencia de cien jóvenes en el templo! ¡Y prended fuego a la almenara cuanto antes, si hay alguna partida de Cazadores por los alrededores, acudirá sin demora!

El soldado lo miró estupefacto durante un par de segundos, tras los que corrió escaleras abajo sin más dilación.

─ Miradlo, parece un gamo ─ dijo Ákhram desde el centro del grupo de Cazadores ─. Por si aún os quedaban esperanzas de que Mur se equivocara cuando nos contó lo que se iba a celebrar aquí mañana por la noche.

El grupo se adentró en la plaza, donde fue recibido por varios miembros de la guardia del santuario. Para alivio de los aprendices, se trataba de un grupo de soldados veteranos cuyo estado físico parecía más que óptimo, y portaban una coraza y un casco mucho más adecuados para la guerra que para los actos ceremoniales.

Úthrich permaneció junto a Ákhram en la plazoleta, mientras que el resto de los hombres fueron acompañados hacia una nave situada en un lateral, en la que se encontraban los cómodos aposentos reservados para la guardia del templo y los visitantes que se acercaban al lugar de forma esporádica. Mur no pudo evitar mirar con asombro la belleza del edificio que se encontraba al fondo de la explanada. Tanto la parte central, constituida por una construcción de planta circular, como la enorme cúpula que la cerraba en la parte superior, se encontraban realizadas en piedra de color blanquecino. La edificación se encontraba elevada sobre un enorme pedestal al que se accedía a través de una ancha escalinata central, y estaba rodeada por un suelo empedrado y porticado cuyo techo era soportado por columnas profusamente cubiertas de grabados. Todas ellas contaban además con la presencia de bandejas de metal que habían sido adosadas a su superficie, de modo que servían de lucernario e iluminaban los soportales durante la noche. Las paredes del edificio, prácticamente lisas y cuya superficie era rota únicamente por ventanas tan estrechas que ni siquiera un niño podría entrar a través de ellas, refulgían bajo el sol del anochecer. La entrada central estaba constituida por un sólido portón de madera de doble hoja, y existían un par de entradas laterales más de donde partían dos largos corredores también porticados y de tejados muy altos, cerrados hacia la parte exterior mediante un grueso muro, y que se abrían en arco hacia adelante. De ese modo, la construcción parecía ir a abrazar a los grupos de personas que ascendían a través de la escalinata y se acercaran hacia la entrada al Templo de Sangalar.

El prior no tardó en llegar al encuentro de la inesperada visita de un número tan amplio de Cazadores Negros. El hombre, que tendría más de setenta años de edad, caminó de forma apresurada hacia Úthrich y Ákhram vestido únicamente con una toga de cuero de color marrón y portando un báculo de madera que portaba un gran cristal de cuarzo en el extremo superior. Tras él, un séquito de cinco sacerdotes esperaba con nerviosismo el encuentro con Úthrich y Ákhram.

─ Amigos, sed tan bienvenidos como siempre, yo...

─ Sabes que los Cazadores Negros no nos dedicamos a controlar el cumplimiento de las leyes de la república, Hermano Hárald ─ respondió Úthrich mientras tendía su antebrazo hacia el sacerdote ─. Nuestro trabajo consiste en velar por la seguridad de los habitantes de estas tierras.

─ Intuyo que sabes que celebraremos el Paso de unos cuantos jóvenes durante la luna llena ─ dijo Hárald de forma dubitativa ─. Si no vienes a controlar el cumplimiento de la ley, casi treinta Cazadores Negros...

─ Dos centenares de Nocturnos llegarán aquí en dos noches.

El gesto del sacerdote pasó de mostrar preocupación a exponer un miedo profundo e instintivo.

─ Debemos preparar la defensa, Hárald. Los refuerzos no llegarán hasta el siguiente medio día.

─ ¿Se lo has dicho ya a mi guardia? ¡Por todos los dioses, Úthrich, solamente dispongo de treinta soldados! ¡Esto no es una fortaleza!

─ Reúnelos aquí. Quiero que todos los presentes, incluido el centenar de jóvenes, se pongan a trabajar cuanto antes. Que todo aquel que sepa manejar una espada o una pica sea armado. También necesito que repartas los arcos y las flechas entre todos los que tengan experiencia en la caza, y que dispongas algún tipo de parapeto sobre el techado del pórtico.

─ ¡Son prácticamente niños y niñas, Úthrich! ¡Y mis Hermanos son gente de paz que nunca ha peleado con una espada! ¡Será una masacre!

─ La mayoría os guareceréis en el interior del templo. Solamente necesitaré a los pocos que sepan luchar cuerpo a cuerpo o manejen el arco con destreza, el espacio que se abre ante el templo es lo suficientemente estrecho como para poder defenderlo con los hombres de los que disponemos, los brazos de la edificación protegerán los laterales.

─ Pero, ¿no intentaréis detenerlos en el exterior, antes de que accedan a lo alto? Has dicho que son dos centenares, si llegan hasta aquí...

─ El muro y la torre de la entrada no sirven para nada. Ataviados con equipaje y armas lo suficientemente ligeras, no necesitan atacarlo, les basta con trepar entre los riscos para llegar aquí arriba. El perímetro exterior es demasiado extenso como para poder protegerlo, les esperaremos aquí, ante las puertas del templo.

El sacerdote se giró y miró consternado hacia el templo.

─ ¡Hermano Gladio, Hermano Seri, acompañad a Úthrich y organizad cuanto crea conveniente!

─ Necesito explorar el pórtico y la parte exterior del templo, Hárald.

Hárald, junto a tres de sus Hermanos, acompañó a Ákhram y Úthrich hacia la sólida edificación. Toda ella se encontraba construida en piedra excepto el techo del pórtico, por lo que los Nocturnos no podrían prenderle fuego para intentar que quien se encontrara en el interior no tuviera otro remedio que abrir las puertas para tratar de escapar. Al llegar a una de las puertas laterales, Ákhram comprobó que su solidez era muy inferior a la del portón central. Después miró a las columnas que circundaban la entrada auxiliar y la parte del altísimo tejado al que daban soporte.

─ Hemos de inutilizar las dos entradas laterales, Úthrich. Será mucho más sencillo defender una única puerta que tres.

─ ¿Qué propones que hagamos?

─ Cuerdas, necesitamos sogas largas y fuertes. Si conseguimos hacer caer un par de estas columnas el techo se derrumbará y cegará la entrada lateral.

Uno de los sacerdotes apoyó las manos sobre los grabados de una de las columnas y miró angustiado al Cazador Negro.

─ ¡Tienen más de mil años!

Hárald asintió varias veces antes de responder, y lo hizo a través de un pragmatismo que sorprendió incluso a sus propios Hermanos.

─ Se dice que este templo fue erigido por la mano de los propios dioses, Gladio. Estoy seguro de que se sentirán halagados por que su obra sirva para proteger la vida de aquellos que se acercan aquí para adorarlos. Traed las sogas, debemos derribar esta zona del pórtico.

─ ¿De cuántos cubos disponéis, Hermano? ─ preguntó Ákhram.

─ ¿Cu...cubos?

─ Cubos, baldes, cualquier cosa que sirva para transportar agua. Pon a un grupo de esos muchachos que tienes escondidos en el templo a extraer agua del pozo como si tuvieran que dar de beber a todo Oniria, que la lleven al interior del templo. Si resistimos el tiempo suficiente como para que se les empiece a hacer un poco tarde para derribar la puerta, tratarán de meter fuego al interior del edificio a través de los ventanucos para obligaros a salir. Quizá lo intenten incluso mientras dura la pelea. Y necesito que uno de los Hermanos me lleve a la armería de los Cazadores, debo realizar ciertos preparativos.

En cuanto Hárald envió a Gladio a organizar el grupo que extraería el agua del pozo, y a Seri junto a Ákhram, se quedó a solas con Úthrich, quien aún permanecía observando con atención cada detalle del terreno en el que ocurriría la batalla.

─ Dime la verdad, Úthrich. ¿Crees que tenéis alguna posibilidad de contenerlos? Como poco nos triplican en número, y eso sin contar a los Lobohombres, porque vendrá más de uno.

─ Si se trata de la escoria a la que nos enfrentamos habitualmente, los que consigan huir recordarán siempre la paliza que recibieron. Si se trata de soldados, más vale que los dioses a los que adoráis en este lugar sean más fuertes que los que adoran los Nocturnos, pues no estoy seguro de que nuestra convicción vaya a ser suficiente.

─ Pasaré por alto esa pequeña blasfemia.

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Antes del amanecer, el tamborileo de unos dedos sobre la puerta de madera despertó a Úthrich.

─ Oh, Ákhram, ¿Qué demonios quieres? ¿Es que no encuentras el cubo de la orina?

Ákhram abrió la puerta y asomó la cara al interior de la estancia.

─ Creo que te alegrará ver esto, vamos.

Úthrich se vistió a toda prisa y salió al exterior. En la puerta de entrada al santuario, varios de sus hombres saludaban de forma más que efusiva a un par de Cazadores Negros que acababan de llegar. Se frotó los ojos para intentar mitigar el dolor que le produjo la intensa luz del amanecer, y los reconoció. Se dejó sin desabrochar más de la mitad de los botones de la casaca y abrió los brazos mientras rugía sus nombres.

─ ¡Élenthal! ¡Tómmund! ¡De entre todos los botarates que podrían haber llegado, sois aquellos a los que más me alegro de ver! ¡Skéyndor no supo decirme hacia dónde os dirigiríais tras vuestra fabulosa experiencia con el Lobo que Habla, y os aseguro que este es el peor de los lugares donde podríais haber caído!

Élenthal corrió hacia él y lo abrazó con fuerza mientras palmeaba su espalda.

─ Me alegro de verte, Úthrich. Vimos arder la almenara desde el Pico del Cuervo poco después de que anocheciera, hemos viajado durante toda la noche.

Úthrich se dirigió hacia Tómmund y asió su cabeza con las dos manos, obligándolo a agacharse para poder plantarle un sonoro beso en la frente.

─ ¡Cuánto me alegro de que hayáis venido, maldita sea! ¡Aunque lo que os voy a contar no os gustará ni un pelo!

Dos horas después, cuando se hubieron lavado y pudieron gozar de un desayuno copioso, acudieron a la armería. El resto de los Cazadores Negros les esperaban en el interior, formando un corro en cuyo centro se encontraban los cuatro aprendices. Ákhram se había encargado personalmente de escoger las piezas de los uniformes de cuero negro que vestirían como miembros de pleno derecho de la hermandad, y se acercó a los jóvenes portando las chaquetas en cuyos hombros brillaban las efigies bordadas en plata.

─ Me encantaría poder deciros que celebraremos vuestro nombramiento con una buena borrachera en Bolsillo Roto ─ dijo mientras entregaba las preciadas prendas a sus nuevos propietarios ─, pero esta noche tengo otros planes bastante más interesantes para vosotros. Creo que tampoco hace falta que os pregunte si estáis seguros del camino que vais a emprender, ni que os mortifique con el discurso que nuestro Gran Maestre Árnor utiliza para adormilar a los nuevos y así poder pillarlos desprevenidos, pues ya disteis vuestra respuesta cuando declinasteis la idea de acompañar a Ýgrail a Torre Cerro, así que sed más que bienvenidos. No tengo ninguna duda acerca de que esta noche estaréis más que dispuestos a dar vuestra vida por cualquiera de nosotros, así como cualquiera de nosotros dará la suya por salvar vuestro pellejo.

Entregó la chaqueta a Mur en cuarto lugar, y ver al muchacho con ella en sus manos lo llenó de orgullo.

─ Vamos, vestid vuestra casaca. Y ahora os diré algo que jamás creí que tendría que decir. Ya que esta noche se presenta calentita, ¡tendré que tomar una única jarra de cerveza para celebrar este evento!

Élenthal y Tómmund durmieron durante más de siete horas en un aposento situado en el interior del templo, donde el ruido generado por los preparativos para el combate no pudiera molestarles. Al menos fue así a excepción de las dos ocasiones en las que el tejado que circundaba las dos entradas laterales fue derribado, y cuyo estruendo hizo que Tómmund despertara sobresaltado. Las dos veces, Élenthal lo miró con una expresión que le recordó el semblante de los ancianos que pasaban la tarde pescando en el puerto de Ciudad de Jade, cuya única preocupación parecía ser que su vecino no extrajera del agua una pieza de mayor peso que la suya. De algún modo, eso lo reconfortó lo suficiente como para no tardar en volver a conciliar el sueño.

Cuando despertaron algo más tarde del medio día, volvieron a saciar el hambre y la sed y se incorporaron al trabajo de instalación de parapetos en el tejado del pórtico, desde los cuales los arqueros reclutados de entre los jóvenes que habían acudido a celebrar el paso a la edad adulta tratarían de asaetear al enemigo.

Tómmund ayudó a Élenthal a colocar de pie una gruesa lámina de madera y a asegurarla mediante varias estacas, y observó la agitación que se vivía en la explanada que precedía al templo. Varias decenas de muchachos y muchachas se dedicaban a extraer agua del pozo y trasladarla al interior del templo, a transportar maderos e izarlos a lo alto del pórtico para después asegurarlos, a colocar los arcos y los carcajes llenos de flechas, muchas de las cuales presentaban puntas de plata; y también a llenar de combustible las lucernas que reposaban sobre las bandejas adosadas a las columnas.

Élenthal terminó de clavar una larga punta de hierro sobre dos de las estacas, dejó el martillo y señaló hacia un lateral. Úthrich y Ákhram esperaban con la mirada fija en ellos.

─ Ve con ellos, Tómmund, creo que tienen algo que contarte.

─ ¿Qué ocurre?

─ Si te lo cuento les chafaré el plan, ¿no crees?

Tómmund descendió a través de una estrecha escalera de mano, se sacudió el polvo y caminó tras los dos hombres, que se alejaban lentamente hacia una pequeña terraza situada al borde del acantilado. Cuando llegó, Ákhram le sirvió agua en una jarra y le ofreció una hogaza de pan y un pedazo de queso.

─ Hay algo que debes saber, Tómmund ─ dijo Úthrich mientras comía ─. Es sobre tu padre, sobre la Guardia Real de Jade, y sobre el papel que los Cazadores Negros tuvimos durante el asedio a la ciudad.

Tómmund sintió un escalofrío que le recorrió la espalda.

─ Mi padre estuvo en Faras, formaba parte de la escolta del embajador de Ciudad de Jade. No estuvo en el palacio real cuando Jade cayó. ¿O sí? ─ preguntó algo sorprendido por el planteamiento inicial de Úthrich.

─ Verás ─ continuó Ákhram ─. La historia oficial fue, digamos, novelada convenientemente en cierta parte.

Úthrich terminó de roer la parte del queso pegada a la corteza y la lanzó hacia el precipicio. Después dio un largo trago al agua de la jarra y comenzó a relatar lo sucedido el día en que Ciudad de Jade fue conquistada por los rebeldes republicanos.

─ En cuanto la flota del rey Zhárav fue derrotada en el estrecho de Marssina, el ejército formado por las tropas de Oniria, Silenia y Puerto Ámbar, entre otras ciudades del norte, inició el asalto a los muros de la ciudad. Zhárav era consciente de que tarde o temprano las defensas cederían y la ciudad caería, y también de que con ello acabaría su reinado. Tuvo la oportunidad de rendir la ciudad, ya que el embajador de Oniria le había asegurado que evitaría la destrucción de las murallas y el saqueo, siempre que abdicara y se exiliara. Zhárav no confió en la palabra de los Onirios, que decían hablar en nombre de los ejércitos del norte, y creyó que se trataba de una estratagema para poder capturarlo y asesinarlo sin necesidad de que los republicanos tuvieran que derramar una gota de sangre. Así, se encerró en el salón del trono junto a varios miembros de su guardia personal, entre los que se encontraba un joven capitán llamado Argus, y organizó un último festín al que algunos de los Cazadores Negros presentes en palacio también fuimos invitados.

─ Así que mi padre estuvo allí, y nunca nos lo contó a ninguno.

─ Apenas pudimos probar bocado. La gran mesa rectangular en la que nos sentábamos se encontraba frente a un enorme ventanal desde el que veíamos arder la periferia de la ciudad debido al lanzamiento de proyectiles de fuego desde el exterior. El fragor de la batalla, que ya había comenzado a extenderse sobre lo alto de la muralla, era perfectamente audible a lo lejos, y solo era cuestión de tiempo que las tropas de Puerto Ámbar, dirigidas por el General Gladius, entraran a sangre y fuego en las calles de la parte oeste de la ciudad. El rey había dispuesto que su pueblo siguiera el mismo destino que presuponía para él mismo.

Nadie de entre nosotros emitió ni una sola palabra, Tómmund, y te juro que nunca más he sentido tanta tensión como la que viví aquel día. En un momento dado, uno de los miembros de la Guardia Real se acercó al rey y se arrodilló ante él, suplicándole que rindiera la ciudad. Había nacido en Ciudad de Jade, y toda su familia residía al oeste de la ciudad, la que se encontraba a punto de ser aplastada bajo el puño de hierro de Gladius. Encerrad a este hombre, dijo Zhárav sin siquiera dirigirle la mirada. Entonces tu padre se acercó al rey y le pidió que recapacitara. Al fin y al cabo, también su mujer y sus dos hijos residían en la ciudad. Yo mismo me encargaré de su seguridad, majestad, le dijo. Abriré una ruta segura a través de la ciudad y posicionaré a nuestras tropas de modo que el trayecto al puerto sea totalmente seguro. Ordenaré que sea escoltado en barco hasta un puerto seguro, más allá del Mar Esmeralda. Por favor, majestad, deje que su pueblo se salve, y será recordado como un rey justo y bondadoso.

¿También tú caes en poder de la cobardía y el deshonor, mi más fiel paladín? No, no seré aquel que entregó la ciudad a los codiciosos señores del norte. Mi pueblo resistirá la humillación, hará frente a la destrucción y resurgirá de sus cenizas con su orgullo íntegro, respondió Zhárav con desprecio, y pidió que también lo arrestaran.

Entre los Cazadores Negros también había un Jadense, uno que no se caracterizaba precisamente por su temple. Se llamaba Lyon, y lo apodaban El Rabioso.

─ ¿El maestro de Skéyndor?

─ El mismo. Se irguió al fondo de la mesa, tan inmenso como un oso, desenvainó la espada y la lanzó hacia Zhárav, atravesando su pecho y la madera del respaldo del trono. Entonces la Guardia Real se abalanzó sobre nosotros. Extraje mi espada y maté a uno de ellos, mientras Lyon lanzaba a otro a través de la ventana y Ákhram decapitaba a uno que trató de atacarme por la espalda.

─ ¿También tú? ─ respondió Tómmund perplejo mirando a Ákhram.

─ Oh sí, muchacho, pero escucha el final de la historia ya que yo fui el artífice de la gran falacia que se gestó después y que trajo la paz a la república ─ respondió Ákhram con ironía ─. Si no llega a ser por mí, todos hubiéramos muerto aquel día.

─ Derribé a otro de los guardas ─ continuó Úthrich ─, y cuando me disponía a atravesarlo escuché la voz de tu padre. ¡Alto, alto, deteneos, por lo que más queráis, dejad de luchar! ¡Que os detengáis he dicho, o le cortaré el pescuezo a este! Argus había inmovilizado a Ákhram y amenazaba con cortarle el gaznate mediante el cuchillo que tenía sobre su cuello.

─ ¿Lo ves? Todo gracias a mí ─ dijo Ákhram.

─ La lucha se detuvo al instante, y solamente se escuchó el jadeo de los cuatro guardias y los cinco Cazadores Negros que permanecíamos aún en pie. Lyon nos había puesto en un buen aprieto, se suponía que los Cazadores Negros no podíamos influir en la política del reino, y mucho menos asesinar al rey. Podemos arreglar esto, dijo tu padre con tanta convicción que lo creí, y ordené a mis hombres que envainaran sus armas. Después nos contó su plan, y liberó a Ákhram aún a sabiendas de que, si los Cazadores Negros matábamos a los guardas restantes, nadie sabría jamás lo ocurrido en el salón del trono, pero su idea era mejor. Atamos a dos de los guardas que habían sobrevivido y preparamos la coartada.

Desde fuera, el resto de la Guardia Real trataba de derribar la puerta, pero no hizo falta que lo hicieran. Cuando Lyon y yo mismo la abrimos, vieron a tu padre golpear a uno de los guardas a los que habíamos atado y amenazar con matarlo. A su lado, Ákhram le pedía que los dejara vivir y le aseguraba que serían juzgados.

─ A ver si lo comprendo ─ dijo Tómmund ─. Hicisteis creer a todo el mundo que habían sido algunos de los miembros de la Guardia Real los que habían orquestado el asesinato del rey, y que además habíais tratado de impedirlo y habíais arrestado a algunos y matado a otros.

─ Exacto ─ respondió Ákhram ─. Oficialmente, los Cazadores Negros fuimos testigos del asesinato del rey en manos de sus propios hombres, quienes además intentaron eliminar a los que tratamos de impedirlo. Dijimos que tu padre fue quien consiguió que los neutralizáramos, ganándose así la confianza de lo que quedaba del ejército del rey, y fue nombrado portavoz de Jade para las condiciones de la rendición de la ciudad. Gran parte de ella se salvó de la ira del ejército conquistador, pero después supe que Argus había perdido a su familia en el asalto.

─ Conozco esa parte de la historia ─ dijo Tómmund frunciendo el ceño y arrugando el gesto ─. Pero, ¿qué fue de los que acusaron de haber matado al rey?

─ Los custodiamos hasta los calabozos, y fueron entregados a los Onirios para que fueran juzgados. Evidentemente, cumplimos la parte del trato que nos había ofrecido tu padre y conseguimos que Gladius los indultara por haber sido parte importante en el final de una guerra que se hubiera llevado a muchas más almas al infierno.

─ De todas formas ─ añadió Ákhram ─, siempre creí que Zhárav orquestó una maniobra cuyo final fue precisamente el que habría deseado. Era orgulloso y ególatra, pero jamás fue un rey despiadado. Nunca hubiera entregado al enemigo la ciudad de la que había hecho la más próspera del reino, pero dudo mucho de que entre sus deseos estuviera el de hacer que Jade compartiera el cruel final que el destino había deparado para él. Solamente había un modo de detener el asalto sin que tuviera que entregar Ciudad de Jade a los norteños y sufrir el deshonor de ser despojado de su corona y desterrado. ¿Porqué encerrarse en una estancia junto a varios miembros de la Guardia Real que habían nacido en la propia ciudad, además de un Cazador Negro Jadense y de temperamento reconocido como Lyon? Zhárav ni siquiera parpadeó cuando nuestro amigo se irguió y lanzó la espada hacia él. En mi opinión, Zhárav supo cuáles eran las cuerdas del arpa que debían ser pulsadas para elevar la tensión en la sala hasta llegar al final que había previsto.

─ Y no le salió tan mal, considerando las circunstancias ─ respondió Tómmund ─. Mi padre jamás hablaba sobre esa época, supongo que acumuló demasiado sufrimiento en ella, y tampoco pude sonsacar gran cosa a mi madre. Ni siquiera estoy seguro de cuánto sabe ella de todo lo que me habéis contado. ¿Y Élenthal, lo sabe?

─ Dale la espalda a Élenthal, ponte la mano sobre los huevos, y sabrá cuál de ellos te estás rascando ─ dijo Ákhram.

─ Espero que, en caso de que sobrevivas a esta noche, mantengas la discreción sobre lo que te hemos contado ─ apostilló Úthrich ─. No son muchos los que disponen de esta información aparte de Élenthal, Réynor y el Maestre Árnor.

─ Bueno, Úthrich, no creo que haya un solo alma en Ciudad de Jade que no sospeche de los tipos vestidos de negro que acompañaron al rey en su última comida ─ dijo Ákhram mientras terminaba la última porción de queso.

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