45. El Castillo de Lagarde
Árnor observó con cierta inquietud los restos de la carnicería que había ocurrido en el comedor, donde más de veinte cadáveres yacían aún diseminados sobre el suelo de piedra. Hacinados en la parte posterior, otros tantos hombres y mujeres asistían cabizbajos a la deliberación que tomaran los Cazadores Negros.
─ Lo sabían, Gran Maestre, todos ellos ─ expuso Tómmund tras golpear una jarra de vino que había sobre la mesa y lanzarla por los aires ─. La Trompa de Bhaal causa los primeros síntomas en pocos minutos tras la ingestión de su esencia. Las víctimas mueren en poco tiempo más. Ninguno de ellos se hubiera extrañado lo más mínimo al ver que los Cazadores Negros, solamente nosotros, comenzábamos a caer al suelo o sobre la mesa.
Árnor se apartó y se llevó con él a Tómmund, Élenthal, Cóllum y Serpiente.
─ ¿Ha salido alguien del castillo?
─ Nadie ─ respondió Élenthal ─. Wíglaf, Cielo y Gréndel salieron a toda prisa del comedor y cubrieron las salidas.
─ Bien. Nadie debe saber lo ocurrido aquí hasta pasado mañana, no podemos arriesgarnos a que la noticia llegue a la Mano de sangre. Encerrad a esa gente en la bodega subterránea, se les juzgará cuando todo esto haya terminado, sea cual sea el resultado. Dejaré a cinco Cazadores aquí bajo tu mando, Serpiente, os uniréis a nosotros en el castillo de Lagarde mañana al atardecer. Antes de partir, dejad escrito el lugar en el que nos enfrentaremos a la Mano Roja.
Después miró a Élenthal y Tómmund.
─ Vosotros dos dormiréis en casa de August junto a Len y las otras dos chicas. August las entregará a sus familias después de que nos hayamos enfrentado a los Nocturnos ─ los dedos de su mano derecha habían comenzado ya a temblar ligeramente ─. Ahora, me retiraré a descansar. No hace falta que adecentéis esto, descansad vosotros también.
Antes del amanecer, una docena de Cazadores Negros salió a trote ligero hacia el castillo de Lagarde. Árnor se detuvo en Hojasverdes, mientras el resto continuó hacia adelante. El hijo de August salió a todo correr y llevó el caballo a la cuadra.
─ Mi padre le espera detrás, junto a sus Cazadores, Gran Maestre.
Árnor rodeó la casona y entró a través de la puerta de atrás. August le esperaba sentado ante un Tablero de Umbria mientras Lenila, Tómmund, Élenthal y las dos chicas destinadas a cumplir el papel de Hijas de la Luna desayunaban. El Gran Maestre se sentó ante August, movió la primera ficha y le explicó el movimiento que había realizado. August, mostrando ser totalmente capaz de memorizar el transcurso de la partida, adoptó una estrategia más que agresiva enviando al ataque al Coronado, la pieza más poderosa, sin protección alguna.
─ August...
─ ¿Sí?
─ Sin el Coronado, será una partida...
─ ¿Rápida? ─ respondió August ─ Efectivamente. De eso se trata, Árnor, si mi Coronado cae, la victoria para mí será bastante más complicada.
─ Como quieras.
La partida, como había pronosticado el Maestre, y también el propio August, duró poco tiempo.
─ Acompáñame, viejo amigo ─ pidió August mientras se erguía quejumbroso, agarrándose las rodillas.
Los dos hombres caminaron hacia la parte posterior del amplio cobertizo, donde August conservaba multitud de objetos y aperos de trabajo. Se acercó a una pared de la que colgaban varios cepos de tamaño grande, y cogió el que tenía las púas más afiladas.
─ Los usaba, hace muchos años, para cazar zorros, lobos, incluso osos. Los fabriqué yo mismo, algunos de los más grandes partirían el pie de un gran buey. Pero, ya sabes cuál es el secreto para una buena caza, ¿verdad?
─ Un buen cepo no sirve para nada sin un buen cebo ─ respondió Árnor ─. Poseemos un cebo más que suculento, tres Hijas de la Luna que harán entrar a la Mano de Sangre al castillo. El porquero confesó que el intercambio se produce siempre en la explanada, protegidos por el maltrecho amurallado externo. Mis hombres son el cepo, sus armas los afilados dientes.
August sonrió, y dejó el cepo en manos de Árnor.
─ Es posible, Árnor, es posible, pero está claro que necesitas una partida rápida. Por lo que me dijeron tus hombres, son muchos más que vosotros. Dime, ¿qué harías para sacar a su Coronado de la formación?
Árnor mantuvo silencio mientras observaba el cepo. Después respondió.
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Álasdair observaba el Castillo de Lagarde, oculto aún bajo la sombra del bosque. La luna llena le permitía observar con nitidez el desigual perfil de los muros del castillo y de sus torres.
─ Tenía bastante mejor aspecto la última vez que pasé por aquí ─ siseó el Nocturno.
─ Pero no servía para nuestros propósitos, cuando su señor Lagarde lo habitaba ─ respondió Val, primogénito del Clan Urdan, y uno de los mejores guerreros al norte de la Cordillera de los Gigantes.
Álasdair retrocedió en cuclillas y se acercó a un grupo de quince Nocturnos, todos ellos ataviados con un atuendo adaptado mucho más para la guerra que para la ostentación.
─ ¿Y Gúntar? ─ preguntó.
─ Ha salido ya, junto a tres grupos, a asegurar los alrededores de esa ruina que huele a puerco incluso desde aquí ─ respondió Thorr Pórec, apoyado en la cruz que describía la empuñadura de su legendaria espada Nevada, con la que había vencido en siete duelos a muerte durante las sangrientas revueltas que enfrentaron a los Clanes del norte y al poderoso ejército de Svern, hacía ya más de siete décadas ─. Sýeron del Clan del Colmillo Roto permanece en la retaguardia. No será fácil cogerlo desprevenido.
Se ha mostrado muy precavido durante todo el viaje, constantemente protegido por los que le son fieles, sabedor de que algunos de los más fuertes se encuentran entre ellos, pensó Álasdair. Aunque Uli Carnac y Rýord Longes se encuentren entre ellos, y es seguro que en cuanto se despistara clavarían una daga en su corazón, no será fácil tenderle una trampa, quizá tengas que atacarle directamente. Habrá una sangría, pero con Gúntar a tu lado el resultado será favorable. No tienes más que sugerir a Gúntar que puede proceder del modo en el que le plazca.
─ Vamos ─ ordenó Álasdair ─. No conviene que nos retrasemos demasiado, separados en grupos somos más vulnerables, y en estas tierras toda precaución es poca.
Avanzaron semiagachados entre los matorrales hasta que estuvieron cerca del puente de madera que daba paso al portón del castillo, donde esperaron la llegada de los grupos que habían acompañado a Gúntar a explorar los alrededores. Sýeron se dejó ver unas varas más allá, acompañado por el grupo de Nocturnos que le eran más fieles, entre los que se encontraban las Creaciones de Carnac y Longes, los clanes que traicionaron al Colmillo Roto en la batalla frente a las huestes de Svern y Maárwarth.
Una enorme sombra emergió del interior del castillo, sugiriéndoles que la entrada al mismo era segura. Dos Nocturnos permanecieron en la entrada con el frente cubierto por sus escudos. Gúntar avanzó con cautela entre los rediles de cerdos, que habían dejado de picar de las enormes bolas de paja para observar a los recién llegados, y caminó entre los paños de muros semiderruidos y las columnas que habían soportado un alto techo. Los Nocturnos habían revisado cada hueco en el que la amenaza, posiblemente en forma de Cazador Negro, podría ocultarse, pero tras haber recibido el impacto de una punta de plata la última vez que se enfrentó a ellos, Gúntar se había vuelto más precavido. Ahora que su herida parecía haber moderado el grado de dolor que infligía, había pocos eventos que le apetecieran menos que ser herido de nuevo por una de aquellas flechas.
Dos antorchas, una a cada lado de la puerta. Un hombre encendió otra en la balconada que había a unas cuatro varas de altura sobre la puerta. Todo en orden. Gúntar avanzó y fue seguido por el resto de Nocturnos, sesenta y siete guerreros de experiencia y valor contrastado. Se escucho el sonido de múltiples arcos, pero las flechas llegaron antes de que pudieran cubrirse. El armamento ligero, necesario para el tipo de incursión que habían realizado, facilitó a las puntas de plata localizar la carne de los Nocturnos. Al menos cinco de ellos fueron muertos o gravemente heridos, y quienes sobrevivirían a la herida trataron de protegerse entre el resto y localizar a alguien que les ayudara a extraer la punta que quemaba su carne y provocaba un dolor insoportable. No les fue fácil encontrar ayuda, pues de las cercanas bolas de paja, ahuecadas por los Cazadores Negros durante el día, estos emergieron y saltaron sobre los sorprendidos Nocturnos.
Gúntar se disponía a comenzar a destripar humanos, cuando escuchó un grave rugido que le llamó la atención. Otra punta de plata se clavó en la espalda del Nocturno que tenía a su lado.
En la balconada que había sobre la puerta de la torre central, la que mejor se había conservado y en la que hacían su vida los porqueros, Árnor rugía incitando a sus Cazadores a acabar con el odiado enemigo. Los Nocturnos, cogidos por sorpresa, no eran conscientes aún de su superioridad numérica, y trataban de formar un círculo para defenderse del ataque. El Gran Maestre se irguió sobre el ancho murete sin parar de gritar, apuntó a la Mano de Sangre y disparó dos flechas más.
Gúntar esquivó las flechas, que fueron a parar a la montonera de Nocturnos que tenía a su espalda, y rugió como lo haría un enorme oso de las cavernas. ¡Unapiernaaaaa! gritó, y se lanzó a la carrera hacia Árnor. La altura de la balconada no era ni mucho menos un obstáculo insalvable. Llegó a la escalinata de acceso a la puerta tras esquivar una flecha más, saltó a la pared para apoyarse en una piedra que describía un saliente y la utilizó para tomar impulso y asir el borde del murete del balcón, donde entró de un salto. Unapierna desenfundó su espada y lo atacó.
Árnor vio a la Mano de Sangre emerger de la oscuridad, ascender en el aire y aterrizar a escasas tres varas de su posición. Jamás había visto a un Lobohombre tan grande como aquel. Jamás ninguno de aquellos seres se había plantado ante él y lo había mirado de un modo provisto de razón, y mediante una mirada en la que el odio que habitaba no era del todo animal. El Coronado, apartado del resto de piezas del tablero. Se lanzó hacia el Lobo y le envió tres rápidos mandobles que este no tuvo dificultad alguna para esquivar. ¿Qué harías para sacar a su Coronado de la formación?, había preguntado August. Ofrecerle sangre, la sangre que con más ansia sorberían sus amos Nocturnos, el corazón que con mayor placer aplastaría entre sus dedos. El del Gran Maestre de los Cazadores Negros.
Gúntar vio avanzar a Unapierna. Había esperado a alguien más en forma, más ágil, y ante todo menos voluminoso. Sus pantalones de cuero atestiguaban que bajo el capote de cuero vestía el uniforme de un Asesino de Plata, como los llamaban los Nocturnos. Esquivó un mandoble descendente de Unapierna. ¡Viejo! Rugió, pero tuvo que esforzarse para no ser cortado por la siguiente estocada. ¡Lento! Mintió, y retrocedió casi hasta el murete. Repelió el siguiente golpe con el antebrazo. Las heridas infligidas por el acero duelen menos. Aquí termina esta farsa. El golpe hizo al Gran Maestre abrir el brazo, y Gúntar consiguió clavarle las garras en el grueso capote de cuero. Mediante un fuerte tirón, acercó a Unapierna hacia él, y mediante el otro brazo golpeó tan fuerte su pecho que le partió el esternón. ¿Porqué cojones sonríes? La pregunta se le ocurrió demasiado tarde.
¡Chask!
El resorte de un aparato de hierro, dotado de un potente muelle, sonó en el pecho del Maestre, y un gran cepo de dientes anchos y afilados se cerró sobre el antebrazo de Gúntar. Tiró hacia atrás en un rápido reflejó, pero se llevó el cuerpo inerte de Árnor con él. Llevaba el cepo encadenado al cuerpo. Wíglaf y Cielo emergieron de la puerta que daba al interior de la torre, y se echaron sobre Gúntar.
Gúntar vio al Cazador que hizo avanzar la lanza hacia su vientre, y usó el cuerpo de Árnor para protegerse. El humano llevaba el pelo cortado al ras, y un grueso collar de cuero, provisto de una anilla de metal, le protegía el cuello. ¿Un esclavo? ¿Un puto esclavo de sangre? El segundo Cazador atacó desde el otro costado, obligándole a retroceder mientras se protegía de las acometidas del esclavo mediante el cuerpo que llevaba atado al brazo derecho. Pesaba demasiado, le restaba agilidad, y no podía protegerse de los golpes del segundo Cazador únicamente con un brazo. Saltó hacia atrás, se irguió sobre el murete y rugió tan fuerte como pudo. Los Cazadores se le echaron encima.
Wíglaf dirigió un duro mandoble hacia las piernas de la Mano de Sangre, pero el Lobo se dejó caer hacia la explanada y la espada cortó únicamente el aire. Se asomó y vio al Lobohombre erguirse y alejarse con rapidez hacia un lateral, lejos de la pelea del centro de la explanada, mostrando una leve cojera, y con el cuerpo de Árnor al hombro. Cielo aseguró la pica a una de las correas que había en su espalda y salió a la carrera hacia un lateral de la balconada, tomó impulso en el murete y saltó hacia un paño de piedra semiderruido situado a más de tres varas. Se asió al borde superior, subió y corrió sobre él hacia donde había huido la Mano Roja. Wíglaf se descolgó del murete y se dejó caer sobre la hierba. Vio al Lobohombre ascender a través de una escalinata acompañado por un Nocturno, y a Cielo correr sobre el muro hacia ellos. Trató de ir en ayuda de su amigo, pero dos Nocturnos le cerraron el paso. Detuvo el mandoble del primero mediante su escudo, y lo obligó a apartarse tras acometer de frente. El segundo Nocturno intentó herirlo desde el costado, pero Wíglaf lo esquivó y lo hirió en un brazo. No tardó en reconocer a dos buenos combatientes en sus rivales. No sería fácil. No les dejó tomar la iniciativa, sino que fue él quien atacó primero a uno y, cuando este retrocedió, al otro. Lo empujó hacia un montón de rocas caídas, donde el Nocturno se vio obligado a ascender entre los restos de lo que había sido una herrería para evitar al rapidísimo Cazador. El otro atacó desde la retaguardia, y Wíglaf le lanzó un cuchillo al pie. El Nocturno, cogido por sorpresa, no tuvo tiempo de hacer descender el escudo de forma tan rápida y sintió la aguda punzada. El intento de subir de nuevo la guardia tampoco surtió efecto, y la espada de Wíglaf le entró por la boca y salió por su nuca.
En el portón de entrada al castillo, los dos centinelas corrieron hacia el interior desde el que escucharon el fragor de la batalla. Alguien se acercó a ellos desde la retaguardia. Se giraron, y uno de ellos cayó al instante con una flecha atravesándole el cráneo. Skéyndor, armado con una larga pica, cayó sobre el otro y no tardó en perforarle un muslo. El Nocturno se defendió con mucha habilidad, pero la gran cojera fue decisiva ante la velocidad con la que el Cazador Negro cubría el terreno circundante. Fue herido tres veces más antes de que la pica se insertara en su hígado. Skéyndor extrajo su arma del Nocturno moribundo y corrió hacia la explanada donde los Seres de la Noche comenzaban a ser conscientes de que el número de atacantes era muy inferior al suyo. Debía localizar a la Mano de Sangre, si es que Árnor, Wíglaf y Cielo no habían conseguido acabar con él.
Cuando Tómmund salió del interior de la bola de paja, haciendo caer la tapa que había asegurado mediante hebras vegetales, se encontró frente a dos Nocturnos que retrocedían protegiendo su frente con sus escudos, en espera de que fueran más flechas y no seres humanos los siguientes que trataran de agujerear sus cuerpos. Así, Tómmund se agachó e hizo que Hiendelobos cortara el pie de uno de ellos. Lo remató en el suelo e intentó atravesar al siguiente mediante una estocada frontal, pero el Nocturno detuvo la punta de la espada mediante el denso escudo. A su lado, Élenthal había derribado ya a un enemigo, y Lenila acosaba a otro que había huido en la dirección equivocada. El pálido ser trataba de contrarrestar, mediante una pesada espada de filo grueso, las rápidas estocadas de Lenila. Consiguió detener tres golpes, pero el cuarto lo hirió en el hombro. El Nocturno avanzó hacia Lenila, haciendo oscilar el filo de la espada que asía con ambas manos en rápidos giros, y observó cómo aquel ser de complexión ligera y tez pálida como la luna los esquivaba como si se tratara de un gato, un gato negro con unos ojos...Hija de la Luna. En un alarde de estupidez, tomó la decisión de capturarla viva, con lo que trató de dirigir sus golpes hacia las armas de Lenila en vez de tratar de herir su carne. Lenila se dio cuenta del cambio de actitud del Nocturno y se detuvo, mostró un costado y extendió ligeramente su espada. Vio la sucesión de movimientos del Nocturno, quien hizo girar su pesada arma con una fluidez propia de un buen luchador para golpear la estrecha hoja que dirigía hacia él. La espada del Nocturno cayó pesadamente sobre el suelo cuando la hoja de Lenila se apartó ligeramente. La segunda de las hojas que portaba la Cazadora, aquella que había pertenecido al Antiguo con el que había acabado Ákhram en el Santuario de Sangalar, recorrió el frente del Nocturno de forma transversal y le seccionó la tráquea, la yugular y la carótida.
Mientras, en el centro de la lucha, los Nocturnos habían conseguido cerrar una sólida estructura de defensa y pudieron medir el número de las fuerzas de los atacantes. Álasdair detuvo con su espada el filo que trató de rasgarle un costado, y empujó a su atacante mediante el escudo. Observó el alrededor, y fue consciente de su ventaja numérica. La rapidez y la violencia con la que habían atacado los Asesinos de Plata había obligado a sus Nocturnos a reunirse en una formación cerrada, pero el efecto del factor sorpresa se diluyó en cuanto pudo estabilizar el frente. Vio varios cuerpos inertes y escuchaba los alaridos de los heridos por puntas de plata, pero aún así sonrió. Entre sus Nocturnos se encontraban algunos de los guerreros más experimentados que había conocido, y había conocido a muchos.
─ ¡Tres a uno! ─ dijo en un agudo siseo que pudo ser escuchado sobre el entrechocar de los metales ─ ¡Abríos y avanzad!
La estructura defensiva de los Nocturnos se dilató y pasaron al ataque con sorprendente rapidez, pero los Cazadores Negros se esfumaron entre los restos del castillo.
─ ¡En grupos de cinco! ─ gritó Álasdair al ver que los Asesinos de Plata se separaban en parejas o tríos ─ ¡Rápido, no los perdáis de vista! ¡Áddyr, ayuda a los heridos y guardad el portón!
Los Nocturnos corrieron en pos de los Cazadores Negros, sabedores de que su ventaja numérica era amplia.
─ ¡Qué no escapen! ─ el agudo silbido de Thorr Pórec espoleó a los cinco Nocturnos que lo siguieron ─ ¡Son ganado, unos más entre los puercos que se crían aquí!
El Nocturno, ágil y veloz como un gamo, tomó impulso y ascendió de dos saltos sobre una gran roca que había servido de base para una torre y se abalanzó sobre dos Asesinos de Plata a los que había visto surcar la oscuridad. Una flecha cruzó el aire hacia su cara, y lo hubiera matado de no ser porque la ladeó en el último instante. El proyectil fue a parar al esternón del Nocturno que acudió tras él. Thorr Pórec corrió protegido por su escudo y se enfrentó al Asesino en un estrecho corredor que creaban dos muros combados. Volteó su legendaria espada Nevada y percutió en el escudo del humano, quien también lo obligó a cubrirse. El Asesino era tan diestro en el combate como cualquiera de aquellos a los que había terminado doblegando en tantos duelos como había disputado, por lo que se concentró al máximo en el combate. Detuvo varios golpes más si perder la posición, e incluso consiguió hacer retroceder al humano en cuanto volvió a tomar la iniciativa. A su espalda, Gréndel saltó sobre los tres Nocturnos que completaban el grupo desde lo alto del muro y clavó dos puñales en la espalda de uno de ellos. Desenfundó una espada y se enfrentó a los dos restantes. Uno de ellos se lanzó a por el humano, desviando la espada mediante un gran escudo rectangular e hiriéndolo con las puntas que lo cubrían. Gréndel extrajo un puñal y consiguió clavárselo en un costado, ladeó su cuerpo para evitar ser atravesado por las púas pero el otro Nocturno le saltó literalmente encima. Cayeron al suelo, donde el Nocturno mordió al humano en el cuello e hiriéndolo de muerte, pero el puñal de este le abrió el vientre. Mientras, Thorr Pórec había acorralado al Asesino al que se enfrentaba en un callejón sin salida. El humano trató de perforar la defensa del Nocturno, pero esta se mostró sólida e impenetrable. Al fin, tras ladear al cuerpo y chocar contra el muro para evitar ser alcanzado, el hábil Nocturno golpeó al Asesino de Plata con el escudo y después consiguió atravesar su vientre y provocarle una muerte casi instantánea.
Tómmund corrió tras Lenila y Élenthal hacia una zona en la que decenas de columnas caídas daban paso a una cripta cuya cubierta aún se mantenía en pie. Recordad, la Mano de Sangre es el objetivo principal, había dicho el Gran Maestre Árnor durante la tarde, en la que se dedicaron a explorar y memorizar cada recoveco del lugar. No sabemos cuántos vendrán, pero este lugar es una ratonera tanto para ellos como para nosotros. Si las cosas se ponen feas, no tengáis dudas en salir de aquí. Los Nocturnos necesitarán un par de noches para escapar a sus tierras, y los podréis hostigar durante ese tiempo. Era evidente que la inferioridad numérica de los Cazadores Negros era más que preocupante pero, ¿Habrían conseguido Árnor, Wíglaf, Cielo o Skéyndor acabar con la Mano Roja?
Gúntar accedió a la parte alta del muro exterior, donde dejó caer el cuerpo de Árnor y comenzó a desgarrar el capote de cuero que cubría el cepo que lo mantenía atado a él. El Maestre estaba unido al mecanismo de metal mediante una cadena de gruesos eslabones, y Gúntar trató de posicionar algunos de estos sobre una roca. El Nocturno que lo acompañaba elevó su hacha de doble filo y golpeó la cadena tan fuerte como pudo. Saltaron varios trozos de piedra, pero el eslabón únicamente se deformó. El segundo golpe, que trató de cortar un eslabón distinto, hizo saltar chispas, pero la cadena siguió manteniendo su estructura. Cuando el Nocturno hacía descender su enorme hacha por tercera vez, la punta de una pica emergió del lado derecho de su pecho, y el hacha se clavó profundamente en el antebrazo de Gúntar. El filo del arma cortó carne y hueso, y Gúntar quedó unido a Árnor únicamente por músculo y piel. Emitió un sonoro rugido, apartó de un manotazo al Nocturno que había caído sobre él y vio al Cazador Negro que había lanzado la pica. El esclavo de sangre saltaba ya sobre él armado con otra pica, y que esta vez presentaba filo en ambos extremos. Gúntar tiró hacia atrás con todas sus fuerzas haciendo que el cuerpo de Árnor se elevara en el aire, y el tejido del antebrazo que los mantenía unidos se rasgó completamente. Salió despedido hacia atrás y pudo esquivar la punta de la pica del esclavo por apenas cinco dedos de distancia. Trastabilló cuando sus talones chocaron contra los restos de una almena y cayó hacia el exterior de la muralla, perdiéndose en la oscuridad.
Cielo se incorporó angustiado, había tenido al Lobo que Habla a su merced, y no había podido llegar por apenas un palmo. Se asomó hacia el exterior y emitió un sonoro quejido. Miró hacia atrás cuando escuchó los pasos apresurados, y vio a Wíglaf acceder a lo alto de la muralla a través de la escalinata.
─ ¿Lo has conseguido? ─ preguntó Wíglaf jadeando.
No. Ha caído al exterior ─ dijeron las manos de Cielo mientras señalaba el brazo musculado y cubierto de pelo hirsuto atrapado en el cepo.
Skéyndor apareció en el frente, corría mientras era perseguido por un grupo de seis Nocturnos. Su alegría no pudo ser mayor cuando localizó con la vista a los dos Cazadores, aunque la imagen con la que se encontró al llegar a su lado le heló la sangre.
─ Mierda, Árnor...─ susurró.
No hubo más tiempo para las lamentaciones, los seis Nocturnos se encontraban ya demasiado cerca.
Sýeron, del Clan del Colmillo Roto, había perseguido a cuatro Asesinos de Plata acompañado por sus doce acompañantes. Seis corrieron tras Serpiente y Arión y se enfrentaron a ellos en un pequeño claro entre paredes semiderruidas. Un Nocturno quiso atacar a Serpiente y se lanzó con decisión hacia él. Serpiente, armado con una larga alabarda dotada de dos puntas y una hoz, hizo avanzar su arma hacia la cabeza del ser de la oscuridad. Este la esquivó y saltó hacia el humano convencido de haber roto su defensa. No calculó la trayectoria de vuelta del extraño arma, y la hoz se le clavó en la nuca. A su lado Arión había conseguido herir gravemente el torso de un rival, y se preparaba para acometer a otro cuando una pica de enormes proporciones segó el aire para atravesar su escudo y perforarle el pulmón izquierdo. El Nocturno que la había lanzado extrajo dos hachas para atacar seguidamente a Serpiente, pero este lo hirió de lejos en una rodilla mediante la larga alabarda y lo dejó prácticamente inutilizado. Cuando se disponía a rematarlo fue atacado por los tres Nocturnos restantes. Trató de detener el ataque combinado de dos de ellos, aunque eran demasiado rápidos. Retrocedió tan rápido como pudo, pero comprendió que estaba perdido. Entonces una pica de doble filo, lanzada por Cielo, atravesó el cuello de uno de los Nocturnos. Otro fue acometido por Skéyndor, mientras que Wíglaf se enfrentó al tercero.
Al mismo tiempo, Sýeron había acabado con el Cazador del este que acompañaba a Cóllum, aunque no antes de que el Asesino hubiera conseguido herir de gravedad a uno de sus Nocturnos. A escasos metros vio a Cóllum golpear a uno de los seres de la noche con el escudo y lanzarlo a una profunda fosa, para seguidamente destrozar a golpes el escudo de Val Urdan y atravesarle el pecho con una pesada espada de hoja ancha.
Cóllum vio a Sýeron y sus tres Nocturnos correr hacia él, y escapó a través de un terreno irregular y pedregoso hacia una estrecha torre circular que aún se mantenía en pie casi en su totalidad. El Cazador entró en ella agarrándose un costado. Sintió la cálida humedad de la sangre. Dio unos pasos para llegar al centro y se apoyó en la viga que soportaba el entramado interior de madera. Le costaba respirar, probablemente el pulmón se estaba llenando de sangre. Vio entrar a dos Nocturnos que se fueron hacia un lado, y entonces entraron los otros dos. Cóllum había estado antes en aquella torre, cuando acudió con Skéyndor y encontró a Élenthal en el interior, momentos antes de localizar a Lenila. Había visto el estado en el que se encontraba la base de la viga, que había servido para dar de comer al termitero que probablemente se encontraba a unos cuantos metros bajo tierra. Los Nocturnos comenzaron a rodearlo, manteniendo una distancia prudencial. Cóllum retrocedió varios pasos y, justo antes de que los pálidos seres sedientos de su sangre se abalanzaran sobre él, tomó impulso y embistió contra la viga carcomida.
Sýeron, quien se encontraba ante la puerta, vio al Asesino de Plata derribar la columna de madera. La torre se les vino encima, pero él tuvo tiempo de saltar al exterior y salvarse. El estruendo que causó la torre al caer fue enorme. Sýeron volvió a precipitarse tan lejos como pudo, giró en el suelo y se irguió para ver a un grupo de seis Nocturnos que lo miraban de forma inquietante.
Álasdair dirigió una mirada de satisfacción hacia Sýeron, quien se preparó para la lucha. En ese momento, cinco Nocturnos más aparecieron por detrás de la Creación de Colmillo Roto. Eran de los suyos, por lo que devolvió la sonrisa a Álasdair.
─ Tendrá que ser en otra ocasión, Álasdair ─ exclamó Sýeron, y continuó en un tono más que amenazante ─ ¿O prefieres no postergarlo?
Los cinco Nocturnos se posicionaron al lado de Sýeron. Uli Carnac a su derecha, Rýord Longes a su izquierda. Sýeron miró a Carnac, y leyó la traición en la mirada de este. Uli Carnac clavó un largo puñal en el vientre de Sýeron, pero este aún tuvo tiempo de empujarlo, plantarle el filo de la espada sobre el cuello y acabar con su vida al caer al suelo. Longes remató a Sýeron, apuñalándolo varias veces en la espalda mientras el grupo de Álasdair cargaba contra los tres últimos aliados del Clan del Colmillo Roto presentes en la expedición.
En lo que había sido la cripta de la iglesia, Tómmund acababa de atravesar el lateral del vientre de uno de los cinco Nocturnos que los habían seguido. Otro más le hizo frente armado con un hacha y un escudo, pero Hiendelobos también terminó enviando su alma ante los dioses que estuvieran dispuestos a aceptarla. A unas varas de distancia, vio a Lenila moverse con la ligereza de una rapaz nocturna, casi no hacía ruido al pisar el suelo, y lo único que se escuchaba a su alrededor era el aire al ser cortado por la magnífica espada capturada al Antiguo. Pinchó a un Nocturno en el cuello, del que partió un chorro ascendente de negra sangre, y el siguiente fue perforado primero en un costado y después por la espalda. ¿Cómo puede moverse de ese modo? Tómmund se alegró de tener a la Cazadora de su parte. Mientras, Élenthal se enfrentaba a un Nocturno que portaba una espada con la empuñadura y la cruz totalmente blancas, y que poseía una piedra del mismo color engarzada en el pomo.
Thorr Pórec arremetió contra Élenthal y trató de añadir una víctima más a la larga lista de su espada Nevada. Lo acechó a través de la cripta, persiguiéndolo y obligándole a saltar por encima del altar para evitar ser cortado. El poderoso Nocturno saltó tras Élenthal convencido de que este seguiría retrocediendo, pero se encontró con la sorpresa de que este dio unos rápidos pasos hacia él y comenzó a soltarle golpes dotados de una gran fuerza y una no menor velocidad y precisión. Se dio cuenta de que el Asesino de Plata había invertido un tiempo en analizarlo, y por lo visto había obtenido la información que necesitaba. El Nocturno, lejos de amilanarse, se echó hacia adelante y detuvo los golpes de Élenthal tanto mediante Nevada como por el escudo, y pasó de nuevo a tomar la iniciativa. Golpeó las espadas del Cazador, lo empujó con el escudo haciéndole retroceder hacia el claro cubierto de hierba y envió un durísimo mandoble descendente con el fin de producirle un corte profundo. En vez de retroceder, Élenthal ladeó el cuerpo y dejó que el arma pasara silbando a escasos centímetros de su frente, empujó la espada de magnífica facturación mediante sus dos filos y los clavó en forma de aspa en el suelo de tierra, atrapando a Nevada entre ellos. Con una rapidez que sorprendió al propio Nocturno, extrajo un fino estilete de la manga y le atravesó la garganta. Después de derribar al Nocturno, Élenthal miró hacia Lenila y Tómmund y vio cómo acababan con los últimos enemigos.
─ ¡Vamos! ─ exclamó ─ ¡Hay que tratar de localizar a la Mano o a nuestros compañeros!
Avanzaron con la máxima precaución hacia el llano, observándolo a través de las saeteras de las paredes tras las que se ocultaron. Aún se podía escuchar el sonido de la lucha en varios lugares, pero era muy difícil localizar su procedencia debido a que les llegaba tras rebotar varias veces entre las ruinas del castillo. Entonces vieron a un grupo de doce Nocturnos irrumpir a un lado del corredor en el que se encontraban. Corrieron hacia el llano, entraron entre los rediles repletos de cerdos, aún perseguidos por los seres de la oscuridad, y se toparon con un grupo de seis más custodiando el portón de salida. Formaron un círculo, y vieron a tres Cazadores Negros acabar con la vida de dos guerreros y acercarse también hacia el llano. Wíglaf, Cielo y Serpiente retrocedían hostigados por otros diez Nocturnos. El enemigo se les echaba encima cuando Skéyndor, saltando desde lo alto de un muro y derribando a uno de los Nocturnos mediante una pica hizo que se reanudara la lucha.
Élenthal, Lenila y Tómmund formaron un círculo desde el que los filos salían a toda velocidad hacia la carne de los Nocturnos. A unas pocas varas, otro tanto ocurría con Wíglaf, Cielo y Serpiente, mientras que Skéyndor se enfrentaba en solitario a no menos de ocho rivales. Los Nocturnos los acosaron con paciencia y detenimiento, los tenían totalmente rodeados en el centro de la explanada, era solo cuestión de tiempo que acabaran con uno o dos de los Asesinos de Plata, y entonces el resto estaría perdido.
Álasdair, al igual que el resto de los seres de la oscuridad, observó con satisfacción el rostro de Lenila. Sýeron, del Clan del Colmillo Roto, había muerto y todo indicaba que, aunque mediante un gran sacrificio de por medio, Svern iba a conseguir su Hija de la Luna. Mucho mejor, esta gesta será cantada durante centenares de años. ¿Pero dónde se encuentra Gúntar? ¿Acaso han conseguido acabar con él?
Entonces una veloz figura, cubierta de pelo y dotada de una musculatura imponente, corrió hacia los Cazadores Negros. Se acabó, pensó Tómmund, si al menos pudiera dar de beber su sangre a Hiendelobos antes de...Rýord Longes se preparó para asestar un tajo mortal a Cielo, en quien había reconocido a un despreciable esclavo de sangre. Este vio la espada caer hacia él a velocidad de vértigo, pero el inmenso cánido saltó desde más de tres varas de distancia y cerró su poderosa dentadura sobre el brazo armado del Nocturno, destrozándolo al instante y llevándose al sorprendido ser al suelo, donde desgarró su garganta. ¡Dama! ¡Por las barbas de Réynor...!
El sonido de un gran cuerno de guerra impactó en el alma de los presentes en la llanura, haciendo que los Nocturnos cesaran momentáneamente el ataque, y las flechas de punta de plata volaron hacia ellos. Después, dos facciones completas de Cazadores Negros cayeron sobre ellos con la furia de un huracán. Rénald atacó a un Nocturno cuyo brazo también había sido aprisionado por Dama. Mur saltó sobre otro, impactó con tanta fuerza sobre él que lo hizo perder el equilibrio, y la pica de Cielo lo atravesó al instante. Rolfe, tras colgar su cuerno en un costado, entró entre los seres de la oscuridad haciendo oscilar su enorme hacha de doble filo. Hizo trizas el escudo de uno de los Nocturnos y después le destrozó el esternón y las costillas. Se giró, alzó su hacha formando un arco en diagonal y el brazo de otro salió despedido dando vueltas en el aire. Mur se acercó a Lenila y juntos hicieron retroceder a tres Nocturnos. Mur desvió la espada de uno de ellos mediante el escudo, y Lenila aprovechó el hueco para perforarle el corazón. Después fue el propio Mur el que asestó un tajo en la cabeza del que trataba de protegerse de la rapidísima Cazadora, y el tercero fue atravesado simultáneamente por una flecha y una pica.
Álasdair recompuso la línea de defensa y atacó a Tómmund. Este lo esquivó, adelantó el escudo y disparó la punta de plata que llevaba oculta en él. Álasdair sintió el terrible escozor en el muslo, retrocedió tratando de hacer frente a la locura mediante un agudo silbido, y el escudo de Wíglaf golpeó su cara. Después no sintió nada.
La lucha se prolongó durante un largo tiempo. Aunque los más poderosos entre los Nocturnos habían caído, los supervivientes constituían un elenco de grandes guerreros más allá de la Cordillera Gris, y causaron una decena de bajas más entre los Cazadores Negros. En cuanto el último de ellos cayó, Cielo asió a Wíglaf del antebrazo y trató de llevárselo hacia el portón de salida.
─ ¡La Mano de Sangre! ─ gritó Wíglaf ─ ¡Ha caído al exterior de la muralla oeste!
Doce Cazadores Negros, acompañados por Dama, corrieron hacia el exterior y llegaron a la zona en la que, de haber muerto, debería encontrarse el cuerpo del Lobohombre. Exploraron el entorno con cautela, y Wíglaf tuvo que pedir varias veces a Cielo que se detuviera y no se alejara del resto. Mano Roja podría encontrarse herido y oculto en las cercanías, por lo que lo más conveniente sería moverse en grupo. Dama, exageradamente excitada, marcó la pista a Rénald, y los Cazadores corrieron tras ellos. La perra saltó tras una roca y comenzó a escarbar en el suelo. El Cazador Pardo se agachó a su lado, acarició la hierba y su mano se tiñó de rojo.
─ ¡Aquí! ─ dijo a los hombres que llegaron tras él ─ Ha pasado por aquí. ¡Busca, Dama busca!
La perra dio un potente salto hacia adelante y avanzó entre los pedruscos con el hocico pegado al suelo, siguiendo el rastro hacia el cercano bosque. Rénald la llamó, y la perra se detuvo en seco.
─ ¡Bien, chica, bien! ─ dijo el Pardo golpeando la espalda de Dama.
Cielo siguió corriendo hacia el bosque, pero Wíglaf lo obligó a detenerse.
─ ¡Cielo! ¡Quieto, Cielo, detente, por favor! ─ suplicó ─ ¡Nos lleva demasiada ventaja! ¡No podemos avanzar a su misma velocidad, no podemos alcanzarlo!
Cielo encogió los puños, dirigió su mirada hacia la negrura que los cubría y gritó con rabia. Después miró a Wíglaf y este vio las lágrimas que recorrían sus mejillas. Cielo adelantó su brazo hacia Wíglaf y tomó su antebrazo.
Gracias, amigo, dijo su otra mano. No puedo dejar que escape, tengo que intentarlo...
─ No, Cielo, no realizarás tú solo este viaje.
Wíglaf se giró hacia el resto de Cazadores Negros y buscó a Élenthal.
─ Élenthal...
Entonces uno de los Cazadores Negros que había llegado durante la batalla desde Ciudad Oniria se acercó a los tres hombres y les dijo:
─ Escuchadme, los Ancianos nos han traicionado. Hace cuatro noches tuvimos que escapar de El Vigía a través de los túneles. Detuvieron a Úthrich, lo acusaron de desobediencia a la Asamblea de Ancianos y traición a la Ciudad Estado de Oniria. Réynor dijo que los Ancianos son conscientes de los movimientos de los Nocturnos. El juicio debió celebrarse hace tres días, no sabemos nada más...
El silencio se prolongó durante unos segundos, tras los que Élenthal habló.
─ ¿Y Réynor?
─ Réynor se quedó con él.
Élenthal cerró los ojos durante unos breves instantes, durante los que se obligó recomponerse. Era consciente del papel que le tocaba representar.
─ Árnor ha muerto, me lo ha dicho Skéyndor. No sabemos nada de Úthrich. Wíglaf, quizá no sea el mejor momento de...
Wíglaf sonrió y lo tomó del antebrazo.
─ Debéis quedaros, Élenthal. Si Ciudad Oniria nos ha dado la espalda, nuestra situación aquí es más que preocupante. Además, dos es el número indicado para infiltrarse en las tierras de los Nocturnos, más personas multiplicarían las posibilidades de ser interceptados.
Élenthal asintió con un nudo en la garganta.
─ Llevaos víveres para unos días.
─ Siete ─ respondió Wíglaf con seguridad ─. Debemos marchar con cautela, y seguir una ruta distinta a la que seguirá la Mano Roja. Está herido, buscará protección en cuanto le sea posible.
Varios Cazadores Negros acudieron al portón del castillo, donde habían dejado en el suelo sus pertenencias, prepararon dos petates para Wíglaf y Cielo y volvieron en pocos minutos. Los dos Cazadores Negros se perdieron en la oscuridad.
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