Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

43. Punta Neblys

Ni rastro de Lenila, Sígurd ni Sheikh. Varias personas habían visto salir al carro de los mercaderes de tejidos a media tarde. Sí, yo diría que el que conducía el carruaje era el más joven, la muchacha y su padre debían ir dentro, no los vi. No sabría decírselo, el que manejaba las riendas llevaba la boca y la nariz cubiertas, hacía frío, ¿sabe? había explicado una mujer que se había cruzado con ellos en la puerta norte. Supongo que se dirigían a Reon, nadie en su sano juicio intentaría cubrir una distancia mayor, creo que no hace falta que se lo explique a ustedes, precisamente, pero aún hay personas, sobre todo las que vienen del sur, que no se creen las historias que les contamos sobre los Nocturnos, creen que toparse con uno de ellos es tan difícil como pescar un salmón de veinte libras. Seguro que intentaron cruzar a Huelgot, aún a sabiendas de que les pillaría la noche. Pobre chica, pobre chica, parecía una familia tan buena...

Élenthal había recorrido, junto a varios Cazadores más, las primeras leguas de cada una de las calzadas y pistas que partían de Punta Neblys, con la esperanza de poder localizar algún tipo de señal dejada por Len, Sígurd o Sheikh. Quince Cazadores Negros asesinados, y tres más que habían desaparecido a plena luz del día. La organización necesaria para conseguir algo así debía ser compleja, la trama bien urdida. Ya venían, y la colaboración por parte de ciudadanos del Valle del Tejo o Huelgot era segura. Tras varias horas de búsqueda infructuosa decidieron descansar, no encontrarían nada durante las horas de oscuridad.

Tómmund despertó a Élenthal a poco del amanecer. ¡Vamos, ya!, decía su expresión. Élenthal saltó de la cama y se enfundó el uniforme. Para cuando se vistió, Tómmund había traído sus armas.

─ Árnor espera fuera ─ dijo el joven Cazador ─. La noche parece haber sido más movida aún de lo que creíamos.

En la plaza situada a la entrada del castillo de Neblys, Árnor y cinco Cazadores más esperaban montados a caballo. Élenthal subió a su montura mediante un salto, y el grupo salió a trote ligero formando en línea de dos.

─ Ha habido otro ataque durante la noche ─ expuso el Gran Maestre ─. Hay un superviviente.

Llegaron a Hojasverdes, una pequeña aldea situada a menos de diez leguas de Punta Neblys, y se dirigieron hacia un caserón de piedra situado al lado de la iglesia fortificada. Árnor y Élenthal descabalgaron y ataron sus monturas ante la casa, mientras que el resto continuó hacia el lugar donde se había producido el ataque de los Nocturnos. Ante la edificación, un hombre de unos treinta años, acompañado por dos niñas, recibió a los Cazadores Negros.

─ ¡Le tenemos prohibido salir sin compañía! ─ dijo el hombre, con evidente enfado, mientras los acompañaba a la cuadra ─ ¡Oh, por todos los dioses, no encontraréis a nadie más testarudo que ese viejo! ¡A quién se le ocurre...Maldita sea! El muy cabrón...oh, lo siento, lo siento Gran Maestre, es mi padre, yo lo adoro, ¡pero no puede escaparse sin decirnos nada! Se escondió en un carro que iba hacia Huelgot, ¿sabe? Los Bengt, acuden al mercado de Huelgot cada semana, curan carne y queso, y el viejo se ocultó bajo la lona para ir con ellos.

El anciano se encontraba sentado en un taburete, reparando el filo de una hoz en un pequeño yunque que tenía entre los muslos. No dirigió la mirada hacia ellos cuando entraron.

─ Padre, el Maestre Árnor ha venido a hablar contigo, si es que te dignas a abrir la boca ─ después se dirigió a los Cazadores ─. No ha soltado una palabra desde que llegó. Oh, bueno, sí que ha dicho algo, exactamente vete a la mierda. Eso es lo que me has dicho antes, ¿no, padre? Que me vaya a la mierda, después del susto que nos has dado. ¡Joder, es más fácil cuidar de las crías que tratar de hacerlo contigo!

El anciano no respondió, siguió golpeando suavemente el filo de la hoz mediante un pequeño martillo.

─ ¿Te importa dejarnos a solas con él? ─ pidió Árnor.

─ Cómo no, señor Maestre, a ver si quiere hablar con ustedes dos, yo ya lo doy por perdido.

Árnor y Élenthal caminaron hacia el anciano, quien les dio el alto elevando el brazo que manejaba el martillo.

─ Hay un par de taburetes ahí al lado.

Élenthal los cogió y los situó ante el hombre, quien dirigió hacia él sus ojos nubosos y tendió la mano hacia su cara. Élenthal dejó que examinara su rostro.

─ Joven ─ dijo el anciano cuando palpó el rostro del Cazador ─ ¿Y usted, Gran Maestre?

Árnor tomó asiento ante él y estiró la pierna en la que portaba la prótesis de madera, buscando una postura lo más cómoda posible.

─ Más joven que tú.

El anciano rió, carraspeó y escupió un gargajo hacia un montón de estiércol.

─ No voy a pedirte que me dejes tocar tu rostro, me imagino que no habrá mejorado desde antes de que perdiera la vista.

─ Pues tengo una cara más que original, August. Hasta me ha salido un ojo nuevo.

─ ¿Os conocéis? ─ dijo Élenthal.

─ Tu Gran Maestre traía leche a esta casa cuando aún era un mocoso con dos ojos y dos piernas ─ respondió el anciano ─, hace ya casi cincuenta años, si es que no son más. Hace más de ocho que no vienes de visita aquí, por cierto, y jugar al Tablero de Umbria con los zoquetes de mis hijos es más que aburrido. Tranquilo, no te entretendré demasiado, hoy tienes cosas más importantes que hacer.

El anciano continuó retocando la hoz, y no se hizo de rogar más.

─ Quise acudir a Huelgot, como os ha explicado mi hijo. Es un buen chico, y sé que me quiere. Por los dioses, todos me quieren, Árnor, pero no comprenden que no pueden limitar mi vida a estas paredes. Soy viejo, estoy ciego, pero eso no significa que no pueda ver, que haya dejado de disfrutar de aquello que ha sido siempre mi vida. Simplemente, tengo límites que hacen que necesite algo de ayuda, nada más.

─ Por lo que he entendido, te las arreglaste bastante bien para ocultarte bajo la lona del carro de los Bengt sin ningún tipo de ayuda.

El viejo sonrió con desgana.

─ El mercado de Huelgot, quería llegar allí. En cuanto los Bengt me descubrieran, dejarían que pasara con ellos los dos días que dura el mercado, qué remedio les quedaría. Pedirían a alguno de los que volviera el mismo día a Hojasverdes que avisara a mi familia sobre mi paradero y mi buen estado, y me traerían de vuelta con ellos.

Después inspiro profundamente, y siguió relatando su historia.

─ Puedo ver el mercado a través de sus olores, del sonido de los yunques y los tornos de alfarería, de las voces y del sabor de aquello que tengo la suerte de poderme llevar a la boca. Pero esta vez ha ocurrido algo terrible, terrible...

─ ¿Qué hacíais de camino a Huelgot de noche? No es propio de alguien que vive en Tejo...─ preguntó Élenthal.

─ Remontábamos la pista que sube al Cerro de la Encina Vieja cuando nos encontramos con unos hombres que trataban de retirar un gran árbol que había caído y obstaculizaba el paso. Será mejor que den la vuelta, dijo uno de ellos, o bien que tomen el camino que baja hasta el molino y asciendan por el otro lado, no les retrasará tanto. Arvis Bengt tiró de las riendas de las yeguas e hizo que el carro girara hacia la derecha para poder tomar la pista que baja al río. Su hijo habló durante unos minutos con uno de los leñadores, mientras que su joven hija ayudaba con la maniobra. Tardamos bastante más de lo esperado en llegar al viejo molino, esa pista no es demasiado transitada desde que el edificio fue abandonado hace más de tres primaveras, y el estado en el que se encontraba era más que deplorable. El carro encalló en tres ocasiones, en las que los Bengt tuvieron que tirar de palanca para poder seguir adelante. Pasamos ante el edificio, qué pena, dijo Morwin, la hija de Arvis, este molino era muy bonito, ¡está destrozado! Ascendimos de nuevo hacia lo alto de la colina, con muchas más dificultades de lo previsto. Arvis comenzó a preocuparse, despotricaba constantemente. ¡Mierda, esto no podría estar peor ni si lo hubieran hecho aposta!, gritó enfurecido. Era media tarde, cuando otro árbol caído nos cortó el paso, Arvis se dio cuenta de que nos encontrábamos en un serio aprieto. Tranquilos, dijo, daremos la vuelta al carro y volveremos atrás. Llegaremos antes del anochecer, si hace falta dejaremos el carro en el interior del molino y lo recogeremos mañana. Tardaron bastante rato en desenganchar las dos yeguas y girar el carro en esa puñetera pista estrecha y llena de agujeros, pero Arvis tenía razón, llegaríamos antes de que oscureciera. Volvimos a descender hacia el molino, y calculo que estábamos muy cerca pues era perfectamente capaz de escuchar el murmullo del agua del río. Aquí parece casi de noche, padre, escuché decir a la temblorosa voz del muchacho de los Bengt, y entonces oí los pasos apresurados. Eran al menos tres, y Morwin gritó cuando los vio llegar. Creo que salieron del interior del molino. Salí de debajo de la lona y me arrastré hacia la maleza, rezando porque no me vieran. Parece que lo conseguí. He oído que se llevaron a la muchacha, y mataron a los hombres.

─ Así es ─ respondió Árnor ─. Has dicho que aún era de día, aunque el molino se encuentra en la penumbra ahí debajo, cubierto por el tupido bosque.

August sonrió mientras negaba con la cabeza.

─ Los dos habéis escuchado respirar a los Nocturnos, seguro que muchas veces más que yo. Los malditos no jadean, sus gargantas no gruñen cuando golpean con sus armas a los humanos. Silban, eso hacen sus gargantas, silbar, sisear, llamadlo como queráis, pero no gruñen. Y su olor...ese aroma a bosque antiguo, a tierra húmeda, a hojarasca...─ August asió la mano de Árnor y pudo notar el leve temblor que la aquejaba ─ Estos olían a cerdo, Árnor, te lo juro por lo que más quiero.

Árnor miró a Élenthal, quien se erguía mientras aseguraba las correas de su uniforme. Antes de soltar la mano del Maestre, August preguntó.

─ ¿Te encuentras bien, Árnor? Tu mano...

─ No, amigo, no me encuentro nada bien ─ respondió Árnor con sinceridad.

─ ¿Vendrás a verme antes de que volváis a partir hacia Ciudad Oniria? Quizá la siguiente vez que vuelvas por aquí yo ya...

─ Vendré, August, y te ganaré al Tablero de Umbria.

+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

─ ¡Fréderick! ¡Fréderick! ¡Joder, baja aquí ahora mismo!

El corpulento joven corrió escaleras abajo y entró en la oquedad que décadas atrás había sido una de las mejores bodegas del norte de Oniria.

─ Jan, ¿qué cojones...?

Fréderick vio a su hermano Jan en cuclillas ante la última de las muchachas que había llegado. La joven, tumbada boca arriba sobre el montón de paja, convulsionaba de forma violenta.

─ ¿Qué hago? ¿Qué hago? ─ preguntó asustado el muchacho, que no tendría más de veinte años.

─ ¡Aparta! ─ gritó Fréderick mientras empujaba con fuerza hacia un lado a su hermano menor.

La chica tenía los ojos en blanco, y la sangre corrió a través de la comisura de su boca cuando ladeó la cabeza.

─ ¡Hostia puta! ─ rugió el mayor de los dos hermanos ─ ¡Ayúdame, hay que llevarla arriba! ¡Joder, llama a Ulf y a padre!

Jan desmontó el grillete que mantenía a la muchacha atada a la pared, mientras el fornido Fréderick la cogía en brazos para subirla a la planta superior. Las otras dos chicas, entre las que se encontraba Morwin Bengt, asistían al espectáculo con terror.

Cuando Fréderick llegó arriba, se encontró con que su padre y su hermano mayor entraban en la pequeña cocina que había sido rehabilitada años atrás, cuando el Castillo de Lagarde había sido reconvertido en una granja de cerdos. El padre de familia, un hombre de unos cincuenta años, de anchas espaldas y barriga más que prominente, avanzó a paso ligero y con gesto de preocupación hacia la gran mesa de madera que había en el centro.

─ ¡Túmbala aquí! ─ ordenó mientras apartaba violentamente los platos, vasos y demás utillaje que había sobre el tablero ─ ¡No me jodas, les dije que habíamos conseguido a tres! ¡Rápido, trae un poco de agua fresca!

Jan tumbó a Lenila sobre la mesa. Había dejado de temblar, y aunque salivaba profusamente no expulsó más sangre. A Jan y Ulf incluso les pareció que comenzaba a tratar de enfocar la vista en lo que había alrededor. Fréderick se encontraba al fondo, llenando un cazo del agua que caía de un odre colgado en la pared. El padre había caminado hasta el hogar para descolgar unos cuántos paños de una soga que cruzaba la estancia. En la mesa habían quedado un plato y un vaso volcado que giraba hacia el borde. También había un cuchillo, de filo no excesivamente largo, pero bastante ancho. Sobre la pared, un arco y un carcaj con media docena de flechas colgaban de una escarpia de metal. Lenila cogió el cuchillo y lo hundió en la mano de Ulf, dejándosela clavada a la madera. Pateó la cara de Jan mediante el talón y lo lanzó de espaldas hacia la pared. Giró sobre la mesa, bajó de un salto, y observó la situación. Ulf gritaba como un cerdo, y no se atrevía a sacar el cuchillo para liberarse. Craso error, pero una ventaja más que evidente para los intereses de Lenila. El padre la miraba asombrado mientras buscaba a tientas entre los maderos para leña. Jan se palpaba su nariz destrozada mientras trastabillaba y caía hacia un lado. Fréderick cargaba hacia ella armado con un largo y afilado atizador.

─ ¡No la mates! ─ rugió el padre, que se había hecho con un madero corto y grueso.

Lenila asió el plato de metal y caminó con serenidad hacia Fréderick, esquivó con facilidad el torpe golpe que este dirigió hacia sus piernas y clavó el borde del plato en mitad de su tráquea, justo sobre la nuez. Fréderick cayó al suelo agarrándose el cuello con las dos manos. El padre, al ver la sangre que salía de entre los dedos de su hijo, trató de golpear a Lenila en la cabeza. Lenila giró y pateó el lateral de la rodilla de su inexperto rival. Asió su brazo, lo retorció y se lo giró violentamente hacia la espalda, haciendo que soltara el madero. Después lo empujó, se hizo con el madero y le golpeó la cabeza cuando vio que se giraba hacia ella. El hombre cayó de lado con una gran brecha abierta en el cuero cabelludo.

Jan había tenido tiempo de correr hacia el exterior y cerrar con llave una puerta realizada con barrotes de metal.

─ ¡Jódete, putaaaaa! ─ gritaba Ulf, que seguía clavado a la mesa ─ ¡Jódeteeee!

Jan la miró asustado desde fuera, y corrió. Lenila saltó hacia la pared, descolgó el arco, se hizo con una flecha y disparó. Jan cayó atravesado por el proyectil a unas veinte varas de distancia. Con las llaves de la puerta.

─ ¿Qué vas a hacer ahora, putita? ¿Eh? ¡No hay más llaves aquí! ¡No tienes escapatoria!

Lenila hurgó bajo su ropa y desató las correas que mantenían el acolchado de cuero unido a su vientre, y que le hacía parecer una mujer encinta. Después escupió una cantidad no demasiado preocupante de sangre. La mordedura que se había infligido en el interior del carrillo, y con cuya sangre había conseguido asustar a Jan y Fréderick, sanaría en poco tiempo. Después cogió otro cuchillo del suelo. Fréderick estaba de rodillas, agarrándose el cuello, apenas podía respirar. Lenila se acercó a él por la espalda.

─ ¡No, no, espera! ¡Espera, joder! ─ gritó Ulf.

Lenila asió el largo cabello de Fréderick, tiró de él hacia atrás y le cortó el cuello. Nunca creyó que sus primeras víctimas fueran a tratarse de seres humanos. Ulf gritaba como loco, pero seguía sin ser capaz de arrancarse el cuchillo. Lenila se hizo con un cordel y maniató al padre. Después se acercó a Ulf y le tendió otra cuerda.

─ Haz un lazo sobre la mano, y después pon las dos bien juntas ─ dijo, y clavó el segundo cuchillo sobre la mesa, lejos del alcance de Ulf.

─ ¿Qué es lo que quieres? ¿Quién cojones eres?

Lenila ató las manos de Ulf, y dirigió hacia él sus ojos azules.

─ Nombres, además del de Casa Ásgeird. Ese ya lo conozco.

La voz del padre, débil e incapaz de articular correctamente, se dejó oír desde el suelo.

─ No le digas ni una palabra, Ulf, nos matará de todas formas...

Lenila se encogió de hombros, se giró y pegó una patada en la cara al padre. Después lo asió de las axilas y se lo llevó a rastras escaleras abajo, mientras escuchaba los gritos de Ulf.

─ ¿A dónde te lo llevas, hija de puta? ¡Te mataré! ¿Me escuchas? ¡Te mataré!

El padre pesaba mucho, pero consiguió arrastrarlo hasta la bodega, hasta la cuadra donde Fréderick había echado a los cerdos los despojos de Sígurd y Sheikh. Después se acercó a las dos chicas y las soltó.

─ Mi padre vendrá a buscarnos, no os preocupéis. Vuestra pesadilla ha terminado ya.

Cuando subió con cautela a por Ulf, vio que aún estaba clavado a la mesa. Se acercó a él y asió el cuchillo que lo mantenía unido a la madera. Lo agitó con fuerza y, no sin esfuerzo, lo extrajo. Ulf saltó hacia atrás y después trató de atacarla. Lenila le clavó el cuchillo dos veces en el lateral del muslo, y lo empujó hacia las escaleras. Cuando llegaron abajo, Ulf vio que su padre colgaba boca abajo, con una gruesa soga atada a los tobillos, de una polea doble que Lenila había atado a una viga en el centro de la cuadra de los cerdos. Los animales, sobre los que pendía el hombre semiinconsciente, chupaban con ansia la sangre que caía al suelo.

Lenila empujó a Ulf y lo hizo caer ante la valla de la cuadra. Después asió el extremo de la soga que había dejado atado a una argolla que pendía de la pared, y aflojó el nudo. El padre descendió unos centímetros.

─ Nombres.

─ ¡Ni se te ocurra, bastardo! ─ rugió el padre.

─ ¡Hija de puta, no me sacarás nada!

++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

Cuatro granjas grandes, y varias pequeñas. Había cerdos en muchas de las casas tanto del Valle del Tejo como del de Huelgot, pero no era probable que los asaltantes olieran tanto a cerdo como para llamar la atención de August a no ser que se tratara de porqueros. Decidieron explorar de forma ordenada y pormenorizada, separados en parejas.

Tómmund se arrastró entre dos paredes semiderruidas, y vio a Élenthal asomarse por detrás de los vestigios de una torre de planta circular y entrar en ella. Tras él aparecieron Cóllum y Skéyndor, quienes llegaron tras haber explorado una granja cercana. Élenthal observó la explanada del interior del recinto amurallado desde una saetera.

─ ¿Ves algo? ─ preguntó Cóllum mientras observaba el interior de la torre.

─ Cercados llenos de cerdos, y algo tirado en medio de la explanada. Quizá un cuerpo.

─ Acerquémonos ─ dijo Cóllum mientras miraba con desconfianza hacia la estructura de madera, casi descompuesta, que mantenía a duras penas en pie la pared de la torre ─. Lo único que nos falta es que esta ruina se nos caiga sobre la cabeza.

Tómmund se arrastró hacia un cúmulo de fardos de paja, desde el que pudo ver el cuerpo de un joven tendido boca abajo. Parte del asta de una flecha salía de su costado. Mientras, Cóllum y Skéyndor, ocultos tras una pared dotada también de saeteras apuntaban sus arcos hacia la puerta cerrada de la torre central. No se veía a nadie tras los barrotes, y Élenthal se encontraba ya con la espalda pegada a la pared anterior de la torre. Limpio, silbaron los labios de Tómmund imitando a un gorrión, y Élenthal asomó ligeramente la cabeza para observar el interior de la estancia.

─ ¿Padre? ¡Padre, estoy aquí!

Élenthal asió los barrotes y los agitó violentamente, mientras Lenila corrió hacia él. La cerradura de la puerta no cedió, así que se abrazaron con las varas interpuestas entre ellos. Tómmund no tardó en llegar con las llaves que había cogido de la mano del cadáver. Cóllum y Skéyndor habían salido de su escondrijo y avanzaban con cautela entre los rediles llenos de cerdos, apuntando hacia los lados y observando cada uno de los múltiples recodos en los que podría haber alguien escondido. El Castillo de Lagarde, o bien lo que quedaba de él en forma de pedazos erguidos, semiderruidos o enteramente caídos, era el lugar perfecto para una emboscada, contenía decenas de recovecos donde poder ocultarse y desde los cuáles escapar sin mucho esfuerzo.

Cuando entraron, Lenila abrazó a todos y cada uno de ellos, e incluso Cóllum la correspondió con una sonrisa y un apretón más que espontáneo. Solo entonces, cuando la alegría fue patente, dos muchachas más se asomaron a través de la puerta que daba a las escaleras que conducían a la bodega. Morwen Bengt llevaba allí solamente unas horas, pero hacía más de dos meses que Mag no había visto la luz del sol, lo cual había hecho que su tez fuera aún más pálida de lo habitual y los ojos, los claros ojos, le dolieran como si le clavaran alfileres. Los Cazadores Negros se dieron cuenta al instante, tres Hijas de la Luna.

─ ¿Y Sheikh, y Sígurd? ─ preguntó Cóllum.

Lenila negó con la cabeza y entristeció el gesto.

Excepto a Cóllum, que se quedó vigilando el exterior, Lenila condujo al resto al interior de la bodega, donde vieron un cadáver sanguinolento al que le faltaban grandes pedazos colgar de una cuerda, sobre una piara exaltada de cerdos. Otro hombre permanecía maniatado y tirado en el suelo, lloriqueando y murmurando frases inconexas entre las que pudieron comprender dejadme vivir...ya se lo he dicho...no sé más nombres...por favor...desatad a mi padre...

─ Las Casas Ásgeird y Cassen ─ dijo Lenila ─. No creo que sepa nada más, ni siquiera sobre la muerte de nuestros amigos bajo el acantilado.

─ ¿Cuándo? ─ preguntó la voz quebrada de Skéyndor.

Lenila se encogió de hombros.

─ Está claro que pronto, muy pronto, y el intercambio se realizará aquí, en este mismo lugar. Los Nocturnos vendrán con la intención de llevarnos con ellos, y dejarán el oro, una gran cantidad. Los porqueros se encargan de la gestión.

Una voz débil y dubitativa se dejó escuchar desde el lugar en el que Ulf permanecía arrodillado.

─ ¿Me dejaréis ir? Os he dicho todo lo que sé, ya no os sirvo para nada, por favor, tengo familia...

La espada de Élenthal no dejó que continuara hablando. La cabeza chocó contra la pared y rodó hacia el redil, haciendo que los cerdos gruñeran excitados.

Se reunieron con Árnor, Wíglaf y Cielo cerca de la posada fortificada de Reon, y de camino a Hojasverdes se les unieron Serpiente, Arión y Gréndel.

─ Las casas de Ásgeird y Cassen ─ murmuró Árnor entre dientes.

─ ¿Y si hay alguien más? ─ preguntó Cóllum.

─ Podría ser, aunque tampoco es descartable que no haya nadie más. Tendremos tiempo de comprobarlo al atardecer, durante la cena con las Casas de Tejo y Huelgot, en la torre de Neblys. Ninguno de los presentes allí sabe que hemos localizado a las muchachas, y será mejor que sigan sin estar informados. Veremos qué es lo que ocurre.

Tras dejar a Lenila y las jóvenes secuestradas junto a ella en Hojasverdes, ocultas en casa de August, y acompañadas por dos Cazadores Negros más, se dirigieron a Punta Neblys, donde fueron recibidos por Bádrig.

─ ¡Maestre! ¿Habéis sabido algo? ─ exclamó nervioso.

Árnor negó con la cabeza y descabalgó con el semblante serio.

─ Confirma a tu padre la asistencia de todos mis hombres excepto tres que descansarán en los acantilados y vigilarán la noche. El resto acudirá conmigo a la cena y después, antes de que se haga tarde, bajaremos a descansar, mañana nos espera otro largo día de búsqueda.

Y también necesito algo de intimidad, en mis aposentos, para poder pasar el calvario que me es administrado cada una de las noches.

Bádrig sonrió amablemente mientras acompañaba al Gran Maestre Árnor hacia las caballerizas.

─ Padre se alegrará. Como sabe, Maestre Árnor, las principales Casas de Tejo y Huelgot acuden sin falta a la cena que organiza mi padre este día.

─ El día en el que el poder de la Casa Lagarde fue repartido entre el resto de las Casas de los Valles de Tejo y Huelgot. Supongo que habrá pocas disidencias.

─ Pocas ─ respondió Bádrig ─. Quizá algunos, como Cassen por ejemplo, hubieran preferido seguir bajo la tutela de Lagarde, pero lo disimula bien.

─ Tampoco creo que le vaya tan mal ahora.

─ No, no creo, pero el reparto del pastel le era más favorable en los tiempos en los que Casa Neblys, enemistada con Lagarde desde tiempos inmemoriales, no pasaba de ser una Casa Menor marginada en lo alto de una colina y rodeada de una asquerosa pocilga llamada Punta Neblys.

Árnor sonrió, dejó su montura en manos de un palafrenero y esperó a que sus hombres se reunieran con él. Bádrig los acompañó hacia un lateral de la torre, desde donde accedieron a una zona ajardinada con vistas a las montañas. Allí se reunieron con varios representantes de las Casas de los valles, y varios jóvenes cortaron queso y carne curada para todos ellos. Árnor, acompañado en todo momento por Élenthal, saludó educadamente a los congregados.

Cóllum se acercó a Tómmund y le fue explicando, una por una, la procedencia de cada una de las personas que se habían congregado. Sonrió cuando alguien los observaba, y su gesto no cambió un ápice cuando les tocó el turno a Fenman Ásgeird y Renan Cassen, ambos involucrados en el secuestro de Lenila. Los Lores sonreían a cada nuevo invitado que se les acercaba, e incluso daban la mano efusivamente a los Cazadores Negros con los que se cruzaban. Ninguno dejó de devolverles la sonrisa. ¿Sabrá alguno más de esos Lores lo que realmente ocurre aquí?

Tómmund se apartó ligeramente de los demás, tenía miedo de que alguien se percatara de que ocultaba algo, y caminó hacia el mirador que había a unas quince varas. Desde allí pudo observar cómo Árnor y Élenthal conversaban amablemente con cualquiera que requiriese su atención, y los vio hacerlo incluso con Lord Ásgeird y Lord Cassen. Creo que, si fuera Élenthal, me haría con uno de los cuchillos de los sirvientes y los destriparía ahí mismo. Sintió que la sangre caliente ascendía hacia su rostro, por lo que se giró y, para su sorpresa, se topó de frente con algunos ejemplares de plantas de exótica belleza. Miró alrededor, aquel no era el jardín de un mero aficionado, había plantas de muy diferentes orígenes, enclavadas entre árboles de procedencia más que lejana como un par de Árboles del Desmayo o tres Castaños Sach. Vaya, es una pena no tener aquí mis libros, no conozco algunas de estas plantas.

Caminaba entre varias Hortensias de hoja morada cuando vio un arbusto que le llamó la atención. Se acercó hacia él con incredulidad, observó con atención sus flores, y el corazón casi le dio un vuelco cuando escuchó la voz de Lord Neblys a su espalda.

─ ¿Te gustan las flores, muchacho?

─ Oh, vaya, me ha asustado, lo siento...esto, yo, bueno, mi madre siempre tenía macetas llenas de flores alrededor de la casa. La verdad es que nunca les hice demasiado caso, solamente me dedicaba a escarbar entre ellas en busca de insectos para poder echárselos a mi hermana pequeña ─ Tómmund rió con inocencia ─. Es que ahí, entre tanta gente, me sentía algo fuera de lugar, y estos árboles me han parecido bonitos, nunca los había visto antes.

Neblys lo asió del hombro y caminó junto a él durante un rato.

─ Estos dos son Árboles del Desmayo, mi propio padre los plantó aquí cuando nacimos mi hermano Anglet y yo. Y aquello de ahí es un Cedro de Jade, no se ven muchos por aquí. De todos modos, el ejemplar que conservo con más orgullo es ese precioso rosal. Ya sé que habrás visto muchos, pero ninguno cuyas flores tengan el aroma que desprenden las de ese arbusto. Es viejo, casi tanto como yo, y sus flores adornaron muchas veces la estancia de mi querida madre. Ahora vamos, es hora de ir a comer y beber algo, ¡el aguafiestas de tu Maestre os hará acostaros temprano!

Los Cazadores Negros, comandados por Élenthal, entraron al enorme comedor junto a la mayoría de convidados. Árnor fue requerido por Lord Neblys, y juntos comenzaron a ascender la larga escalinata que llevaba a la azotea de la gran torre central. Élenthal dirigió su mirada a Árnor sin perder la sonrisa, y este asintió devolviéndole otra aún más amplia. Todo en orden.

Aquel tipo de cenas estaban organizadas de modo que personas pertenecientes a diferentes Casas confraternizaran, por lo que los invitados, incluidos los Cazadores Negros, fueron diseminados en las largas mesas de madera. Bádrig se había hecho acompañar por Élenthal. Tómmund tuvo la suerte de sentarse frente a Wíglaf, quien había explicado a uno de los sirvientes que su amigo Cielo era mudo, por lo que lo sentaron a su lado. Los sirvientes pusieron sobre la mesa multitud de bandejas repletas de verduras y setas asadas, y no tardaron en mostrar tres decenas de cochinillos atravesados por espetones de hierro y recién asados. El comedor fue invadido por un aplauso generalizado, y varias mujeres comenzaron a servir vino. Tómmund apenas era capaz de ocultar su nerviosismo, y no perdió detalle sobre el modo en que era repartido. Las sirvientes llevaban dos jarras en las manos, e iban acompañadas por varios hombres que portaban más recipientes en grandes bandejas de metal. Una mujer sirvió vino a Élenthal y, al haber vaciado la jarra en su vaso, la cambió por otra antes de servir a Bádrig. Más hacia la derecha, otra de las sirvientes cambió de mano para servir a Serpiente, y ocurrió lo mismo con varios Cazadores más. Observó el recorrido de las jarras, que se mezclaban entre ellas cuando eran depositadas sobre las grandes bandejas que portaban los hombres, vio que siempre se usaban las mismas para servir a los Cazadores, y a ninguno de los que no pertenecían a la hermandad le fue llenado el vaso con el vino que contenían.

En la mesa central, Bádrig se irguió y pidió un brindis por los invitados especiales de aquella velada, ¡Por los que dan su vida por nuestras mujeres y nuestros hijos!, dijo, e instó a Élenthal a dar un sorbo. Élenthal adelantó su vaso y miró sonriente a los comensales.

─ ¡Vamos! ─ gritó un hombre enardecido ─ ¡Que se enfrían los cochinillos!

El resto rió a carcajadas y Élenthal pidió un poco de silencio mediante un gesto de la mano.

─ ¡Brindo por las Casas de Tejo y de Huelgot, por su comida, por su bebida, y por su hospitalidad!

Después miró a Bádrig y puso ante él el vaso de vino.

─ ¡Hagámoslo como lo hacían nuestros antepasados ─ continuó diciendo Élenthal ─, cuando los muy imbéciles, permanentemente en guerra, no podían fiarse ni siquiera de aquella persona con la que compartían su lecho. Que cada cual beba de la copa de quien tiene a su lado!

Bádrig trató de forzar una sonrisa, y Élenthal le clavó el cuchillo de cortar carne en la garganta.

En la azotea de la gran torre, Árnor observaba el hermoso valle apoyado en una de las almenas. A su lado, Neblys miraba con tristeza hacia la Cordillera Gris.

─ Qué tiempos aquellos, en los que nuestros pies eran tan ligeros que recorrían el valle de lado a lado, desde Punta Neblys hasta el río, dos o tres veces al día. ¿Recuerdas el Pozo negro? ¿El terror que nos infundía?

─ Lo recuerdo ─ respondió Árnor.

─ Vivimos una época bastante tranquila entonces, ¿eh, Árnor?

─ No como ahora.

─ No. No como ahora. Ahora mis preocupaciones son mucho mayores, y supongo que también las tuyas.

─ Lo son, Neblys, te lo puedo asegurar.

─ Sí, supongo que sí. Los dos tenemos a muchas personas a nuestro cargo. Tú cuidas de tus Cazadores Negros, y yo cuido de mi gente, de la gente del Valle del Tejo. Y no es fácil, te lo puedo asegurar.

Una sirvienta accedió a la terraza, en la que había una superficie cubierta por un techado de lascas negras, y sirvió dos elegantes copas de vino. Dejó una ante Árnor y otra ante Lord Neblys.

─ A veces hay que tomar decisiones difíciles ─ continuó Neblys ─. Uno no puede ceder ante la debilidad, ni ante los consejos de aquellos que temen tomar las riendas de su propio destino.

─ No Neblys, uno no debería ceder nunca ante la debilidad, y debería tratar de rodearse de aquellos que le ayuden a manejar las riendas de su destino.

Entonces Árnor buscó en uno de los bolsillos de su uniforme de guerra, aquel que mostraba en el pecho los colmillos del Lobohombre que le había arrancado un ojo y destrozado una pierna varias décadas atrás, extrajo un paño cuidadosamente doblado y lo puso sobre la almena. Desdobló la tela y expuso la rama de un arbusto de hojas alargadas y flores amarillas con forma de pequeñas trompas. Neblys la miró sorprendido, y no se atrevió a dirigir sus ojos hacia Árnor.

─ ¿El chico joven que acompaña a todos los lados a Élenthal? ─ preguntó Neblys, cuya piel había palidecido.

─ Podría decirse que Tómmund es experto en botánica. ¿Sabías que posee un ejemplar de Plantas y hongos venenosos, de Makhmud Ruslan? No muchas personas conocen la Trompa de Bhaal, y son muchas menos aún las que poseen un ejemplar. Unas pocas gotas de su esencia administradas con la comida o con la bebida, son suficientes para acabar con la vida de varios seres humanos.

Neblys negó con la cabeza.

─ No lo entiendes, Árnor, no entiendes la razón por la que lo hago...

─ Probablemente el legendario tesoro de Lagarde no era tan magnífico como cantan los juglares. ¿Cuánto obtienes de todo esto, Neblys? Llevas años haciéndolo, y la amistad que creía que nos unía me ha mantenido cegado durante todo ese tiempo. Nunca creí que fueras capaz de algo así.

─ Sí, les entrego una muchacha de vez en cuando, si puedo les entrego dos o tres, de buena calidad, y pagan bien, muy bien ─ confesó Neblys por fin ─. Con eso dejan en paz mi valle durante una larga temporada. ¿Lo entiendes ahora, viejo necio? Estoy harto de pelear contra ellos y ver que sus incursiones no cesan jamás, siempre vuelven, siempre terminan volviendo y provocando una masacre. ¿Has visto alguna vez a la Mano Roja, Árnor? Oh, si lo hubieras hecho...maldito, si lo hubieras visto como lo hice yo...Una noche, tras una de sus incursiones, creí que lo habíamos atrapado ─ dejó salir una carcajada alocada ─. Él fue quien mató a mi hermano Anglet, le sacó el corazón y lo aplastó contra mi cara. Eso hizo, el muy hijo de puta, antes de ofrecerme un trato. Salvé la vida, Árnor, y también la de muchos otros habitantes del valle.

Árnor acercó su copa de vino hacia Neblys, extrajo un estilete que había llevado oculto en la manga y lo puso junto al recipiente.

─ Escoge el modo, Neblys, pero no antes de decirme cuándo vendrán al Castillo de Lagarde. Ya no tienes otra alternativa. Si no los matamos a todos, si no acabamos con la Mano de Sangre, sabrán que los has traicionado, y regarán el valle con la sangre de sus habitantes, esos a los que tanto dices apreciar.

─ ¿Acaso crees que hemos subido solos, viejo cabrón? ─ espetó Neblys con rabia, los pómulos enrojecidos, los puños blancos por la presión que ejercían sobre la almena.

Dos hombres salieron de detrás de los densos cortinajes de la zona cubierta, desenvainando sendas espadas.

─ Oh, no, claro que no ─ respondió Árnor sin perder la calma.

Skéyndor se descolgó del techado y desenfundó sus dos espadas. Los guardaespaldas de Neblys no fueron rival para él. Lord Neblys asió la copa envenenada, y miró con resignación hacia el Valle del Tejo.

─ Mañana. La Mano de Sangre viene acompañada por una gran partida de Nocturnos. No sé cuántos, pero es más que claro que no podréis hacerles frente. Voy a morir hoy, pero os uniréis a mí de camino al otro mundo en pocas horas ─ y antes de beber de un trago el contenido de la copa añadió ─ ¿Mi hijo?

─ Guardadnos un buen sitio en ese otro mundo al que dices que irás, y haz hueco también para el dueño de la posada.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro