42. Los Wólffger
Ýgrail bajó de su caballo mediante un ágil salto. Llevaba más de cinco días cabalgando casi sin reposo, en los que tuvo que cambiar varias veces de caballo, ofreciendo su siempre exhausto animal y varias piezas de oro por el mejor animal que conseguía localizar en las posadas y los cruces de caminos. Incluso llegó a dormir montado sobre su corcel cuando transitaba por caminos llanos y uniformes. No había temido ser atacado por los asaltantes, nadie en su sano juicio hubiera osado enfrentarse a un Cazador Negro ataviado con su uniforme de batalla, y con aspecto de haber librado una guerra él solo.
Llevaba el uniforme cubierto de polvo. Su pelo enmarañado aún tenía restos de la sangre seca de los Cazadores muertos ante sus ojos, traicionados por la Guardia Roja que él mismo había pedido que los acompañara durante la acción frente a los Nocturnos, y el sudor había formado corros de sal en su descuidada barba. Caminó a paso ligero entre las tiendas de campaña y las hogueras, donde los soldados lo miraron con estupefacción. Avanzó con paso firme hacia los Guardias que protegían la casa de campo de su padre, el palacio de Edén. Edén, así llamas a tu casa de campo del norte, Padre, donde haces correr ríos de vino cada vez que invitas a otros iguales o incluso peores que tú. También yo haré correr ríos, y no precisamente de vino, si tu guardia no me lo impide... ¿Qué tramas, viejo cabrón? ¿Qué hace aquí una cantidad tan grande de soldados? Su expresión, de pura cólera a punto de estallar, hizo que los centinelas se apartaran y lo dejaran entrar. Dos de ellos lo flanquearon y alumbraron el camino empedrado que llegaba hasta la entrada de la edificación principal, donde se encontraban los aposentos de su padre. Ýgrail no cruzó palabra alguna con ellos. Su hermano mayor salió a recibirlo, caminando a través de las hileras de antorchas que flanqueaban e iluminaban el estrecho camino.
─ ¡Lorel! ─ exclamó el Cazador casi fuera de sí ─ ¿Qué demonios está ocurriendo?
Ýgrail llegó hasta él, lo cogió de las solapas y siguió caminando llevándoselo casi a rastras. Lorel, que era casi tan corpulento como su hermano menor, tuvo que realizar un esfuerzo real para detener su marcha.
─ ¡Hermano! ─ exclamó, mientras cogía su cara con ambas manos en un gesto de compasión ─ ¡Tranquilízate! ¡Todo tiene una explicación!
Ýgrail se detuvo y lo miró con la tristeza y la incomprensión talladas en su cansado rostro.
─ ¿Dónde está Padre? ¡He de verlo ahora mismo! ¡Déjame ir!
─ Ven, Ýgrail, por favor hermano, acompáñame primero a mis aposentos. Tienes un aspecto deplorable, y tu estado de ánimo no es mucho mejor. Lávate, come y bebe algo, tranquilízate, hablemos y después te lo explicará todo.
El corpulento Cazador pareció recuperar la cordura. Miró a su alrededor, pero poco pudo ver más allá de las antorchas que lo rodeaban. Aún así, sintió que no todo era normal entre los arbustos de los jardines. Algo se movía en las sombras, alguien, muchos. Los observaban. Asió el pomo de la espada pero Lorel evitó que desenfundara cerrando una fuerte mano sobre su antebrazo.
─ ¿También aquí, Lorel, en nuestro propio hogar?
─ Vamos, entremos. Es un lugar seguro, no tienes por qué preocuparte.
Los dos hombres entraron en un edificio anexo al principal, donde varios criados esperaban ante una bañera de bronce llena de agua caliente. La calma volvió a Ýgrail cuando se desnudó y entró en el recipiente de bruñido metal. Sumergió la cabeza y aguantó cuanto pudo bajo el agua, lavándose enérgicamente la cara con una suave esponja cubierta de jabón aromatizado. Salió y apoyó la cabeza en el acolchado borde.
─ Necesito saberlo, Lorel, o me volveré loco. ¿Es consciente la Asamblea de lo que está sucediendo, o todo esto es cosa de Padre?
─ La Asamblea de Ancianos en pleno ha tomado esta decisión.
─ ¿Qué ganamos, pactando con esos perros infectos?
─ La paz, Ýgrail.
El Cazador dejó salir una carcajada del interior mismo de sus pulmones. Ýgrail. Ýgrail acaba de caer por un precipicio, y se ha abierto el cráneo contra las rocas que lo esperaban, ansiosas de su sangre y sus sesos, abajo. Yo sobreviviré, pero Ýgrail fue herido de muerte hace seis noches en un maldito pedregal, a los pies de la Cordillera Gris.
─ ¿Paz? Estás loco, Lorel, si crees que la paz con los Nocturnos es posible. ¿En qué consiste el trato que proponen los viejos?
─ En resumen, tierras por paz. Oro y plata por sangre.
Ýgrail emitió un sonoro suspiro mezclado con una risa casi hilarante.
─ A ver si comprendo sin que la cabeza me estalle y ensucie tu alcoba ─ espetó con desprecio ─. Los viejos ceden parte del norte a los bastardos de la noche, incluidas las aldeas que contenga el territorio, y los nocturnos detienen sus ansias de caza. Además, por lo que he podido entender, aportarán oro y plata a los bolsillos de los Senadores. Porque supongo que ahí es donde irá a parar el preciado metal.
Lorel lavó la espalda de su hermano mientras trataba de exponer las ideas de modo coherente. Comprendía la indignación que sentía, sabía que Ýgrail era un férreo defensor de la idea de que la Guardia Roja colaborara íntimamente con los Cazadores Negros, que siempre creyó que eso aumentaría la eficacia de la defensa frente a los Nocturnos, y que este hecho le había costado no pocas discusiones con sus compañeros, con el viejo Réynor e incluso con el Gran Maestre Árnor. Aún así, era seguro que jamás hubiera tolerado el hecho de que fuera la propia Guardia la que terminara traicionando a los Cazadores.
─ Verás, Ýgrail. Las cosas no son tan sencillas como tú las ves. Nuestra ciudad sufre un tremendo desgaste defendiendo la frontera norte, y aporta bastante más que sus hermanas del centro o del sur para esta causa. El mantenimiento de la Guardia Roja y los Cazadores Negros supone un sacrificio enorme, y la producción de nuestras minas no es ni de lejos la que fue antaño. Algunos de los yacimientos han sido prácticamente esquilmados. En cambio, el norte permanece sin explotar...
─ Comprendo. Y los Nocturnos dejarán que explotemos algunas de sus minas a costa de la sangre, en el sentido literal, de miles de norteños que serán criados y tratados como ganado. Una nueva definición de la palabra paz, una paz en la que la tierra será vaciada de vida tanto o más que en la guerra. Me llamarás anticuado, hermano, o romántico, pero no es eso lo que entiendo por paz ─ se lavó una herida que tenía en el hombro ─ ¿Desde cuándo lo sabes?
─ Conozco el esquema general desde hace semanas, aunque el viejo no me dijo ni una sola palabra sobre lo que va a ocurrir aquí durante esta noche ─ Lorel sonrió con malicia ─. Uno tiene sus fuentes de información, hermanito. Los viejos intentan ocultar el siguiente movimiento de las piezas del Tablero de Umbria, y mientras tú te dedicas a rebozarte en el barro yo me dedico a indagar acerca de sus planes. Quizá a partir de ahora deberías plantearte el hecho de que tu situación ha cambiado considerablemente, Ýgrail. Eso sí, te juro por mis hijos que desconocía el papel que Padre tenía reservado para ti, aunque estoy seguro de que te compensará.
─ Más vale que así sea, o yo mismo haré que el número de senadores baje drásticamente de sesenta.
El criado que traía una bandeja llena de dátiles y una copa de vino lo miró extrañado, algo que no pasó desapercibido para Ýgrail, mientras Lorel bebía de su copa y casi se atragantaba tratando de aguantar una espontánea sonrisa.
─ No sabes lo del juicio, ¿verdad?
─ ¿De qué estás hablando, Lorel?
Lorel mostró un gesto de disconformidad.
─Vaya, el viejo cabrón. Le pedí que te lo dijera pero, como siempre, toma las decisiones que a él le parecen correctas o simplemente le apetecen. El juicio a Úthrich...
Ýgrail se incorporó y se acercó a su hermano hasta casi hacer que sus caras chocaran.
─ ¿De qué cojones hablas, pedazo de cabrón?
─ El Maestre se encuentra en el norte, de viaje, y nombró a Úthrich Maestre en funciones. Ha sido juzgado esta misma tarde ─ dijo Lorel sin retirarse ─. Ha sido hallado culpable de traición. El loco hijoputa ha desenvainado una espada y se ha cargado a más de una decena de Ancianos antes de que lo ensartaran.
Después Lorel se levantó a por más vino y siguió narrando lo ocurrido casi con regocijo, mientras observaba a su hermano tragarse la cólera.
─ Como te lo cuento. Hasta el viejo Réynor mató a uno de ellos después de acabar con un guardia, y terminó hiriendo a otros dos. La verdad es que me alegré cuando pude leer la lista de los viejos que destripó el chalado de Úthrich. Altaír, Duinan, Werning...maravilloso. Me caían muy mal.
E Ýgrail expiró, su sangre tiñendo la superficie de las rocas, sus miembros y su espalda rotas, su alma quebrada.
─ No hables así de él, Lorel, era un hombre honorable. Mucho más que la mayoría de nosotros ─ dijo Ýgrail mientras se vestía ─. Los viejos no son conscientes de lo que han hecho.
─ Oh, sí, lo son. Todo está preparado.
Estas últimas palabras helaron la sangre de Ýgrail. Había sentido un gran afecto por Úthrich, e incluso más aún por el anciano Réynor. No podía evitar sentirse apenado por el destino que esperaba a los compañeros junto a los cuáles había luchado durante más de cinco primaveras. ¿Es que el corazón de Ýgrail no ha estallado con el golpe?
Ýgrail se irguió y cogió uno de los suaves paños que le ofreció el criado. Se secó, se puso unos calzones nuevos, se rasuró la barba y se peinó el pelo. Vio a Lord Ýgrail Wólffger reflejado en el espejo, y sintió náuseas. No te preocupes, se te pasará. No todos los días muere la mitad de un ser humano. Lord Wólffger ocupará el espacio cedido por Ýgrail, el romántico, estúpido e inocente Ýgrail. Qué más da, no hay sitio para él en el mundo en el que vivirás a partir de ahora. Recordó las palabras que tantas veces les había repetido su padre tanto a Lorel como a él: "Un Wólffger es educado para adecuarse al medio, si es que no ha podido controlarlo con antelación. Adaptación, para una nueva supremacía".
Cuando se hubo vestido adecuadamente para la ocasión, su hermano lo acompañó a través de los pasillos y salones del palacio de Edén. Entraron a una lujosa estancia acompañados por el mayordomo jefe, quien hacía las veces de heraldo ataviado con sus mejores galas.
─ Lord Lorel y Lord Ýgrail Wólffger, caballeros ─ informó con solemnidad.
La voz del Senador Wólffger se hizo escuchar desde el centro de la estancia.
─ Pasad, hijos míos. Bienvenido, Ýgrail. Te felicitamos, hemos sido informados del éxito de tus acciones.
Si no fuera porque se trataba de su padre, y teniendo en cuenta su estado de ánimo, una afirmación de ese tipo hubiera hecho correr ríos de sangre. Pero Ýgrail había sido educado también para soportar con estoicismo esa clase de comentarios cuando era necesario. Como digno descendiente de una de las Casas más antiguas de Ciudad Oniria, debería tratar de modo frecuente con muchos otros individuos de noble cuna, y fue aleccionado desde su más tierna infancia en artes necesarias como el manejo de la demagogia, la hipocresía, la falsa sonrisa, la adulación, el sesgo y la tergiversación, la amenaza velada, y por supuesto el autocontrol. Y por lo que pudo ver según dirigió la mirada hacia la enorme mesa redonda que se situaba en el centro de la estancia, esa noche se iban a poner a prueba todos sus conocimientos en la materia.
Su padre presidía el evento, junto a otros seis miembros de confianza pertenecientes a la Asamblea de Ancianos. Varios generales de la Guardia Roja completaban el elenco de humanos presentes alrededor del inmenso mesón labrado en piedra de jade.
Sentados en cómodas sillas de madera de ébano, casi la mitad del círculo se encontraba formado por Nocturnos. Casi todos vestían indumentaria militar, consistente en pantalones y jubones de cuero, botas hasta media caña, un grueso cinto realizado mediante puntiagudos eslabones de metal oscurecido, y una cómoda y ligera coraza de escamas de bronce.
Flanqueando al que parecía su comandante, dos hombres de constitución extremadamente musculada permanecían de pie tras el asiento de madera. Su expresión, que contenía la inocencia de un niño, no llevó a Ýgrail al engaño. Sus ropajes estaban hechos de simples telas de lino. No necesitaban armadura una vez se transformaban. La gran cantidad de vello corto pero hirsuto que mostraban en los pómulos y las extremidades, y sus anaranjados ojos de pupilas verticales, señalaban su condición de Lobohombres.
Su tamaño, una vez transformados, debe ser inmenso...
En el centro de todos ellos, un Nocturno destacaba tanto por su físico como por su porte. Era bastante más alto que los demás, extremadamente estilizado pero a la vez compacto, con largas extremidades y manos dotadas de finos dedos. Sus rasgos eran tan delicados como los del resto de su anatomía, sus ojos los más oscuros que jamás había visto Ýgrail, y sus estrechos y largos labios esbozaban una sonrisa que helaba la sangre que bombeaba el corazón de quien lo observara. Vestía también una cota de escamas, aunque en su caso estas eran de color negro, con los bordes perfilados en rojo como si la sangre corriera por ellos. Una capa ligera de color negro, cerrada mediante un broche de color plateado, completaba su indumentaria.
─ Tú eres entonces el famoso Ýgrail ─ la voz del Nocturno era áspera, sibilante, y tan hipnótica como su profunda mirada ─. Hemos oído hablar mucho y bien de ti.
Ýgrail tomó asiento entre Lorel y su padre.
─ ¿Bien? ─ respondió con cierto tono de ironía ─ Probablemente sea porque no has tenido oportunidad de hablar con los Nocturnos que he conocido. En eso sois iguales a nosotros. Muertos, no hablamos.
El ser de la noche mantuvo su cínica sonrisa. Era antiguo, demasiado como para que un muchacho de sangre caliente como Ýgrail pudiera ofenderlo, o eso era al menos lo que sentía en aquellos instantes.
─ Su joven cachorro es tan bravo como se dice, Senador Wólffger, un digno representante de los Cazadores Negros ─ siseó el elegante Nocturno ─. Me alegro por usted.
El Senador sonrió con desgana, y golpeó suavemente el antebrazo del menor de sus hijos con la palma de la mano. Cierra esa bocaza, hijo.
─ Está ligeramente afectado por los últimos sucesos, Maárwarth. Se le pasará pronto. Aún es joven y colérico.
Después se dirigió a Ýgrail, mientras señalaba el mapa que permanecía abierto sobre la mesa.
─ Bien, hijo, supongo que tu hermano Lorel te habrá puesto al tanto de todo.
En el mapa, señalados mediante pequeñas torres talladas en piedras de diferentes colores, se encontraban los puntos que servirían en adelante para delimitar la frontera entre el reino de los humanos y el de los Nocturnos. Ýgrail los estudió detalladamente e incluso con cierta sensación de alivio, al constatar que si bien la zona entregada a los seres de la noche era amplia, en ningún lado penetraba profundamente en territorio humano.
En el centro de la Cordillera Gris, varias torres doradas y metalizadas señalaban las minas que iban a ser explotadas por los hombres. Los Nocturnos se comprometían a no atacar los yacimientos ni las rutas de suministro, además de no poner un pie al sur de los nuevos límites establecidos.
─ Ya veo ─ respondió Ýgrail sin levantar la vista del mapa, mientras se servía una copa de vino.
─ Es de buena educación ofrecer primero la bebida al resto de invitados, Ýgrail ─ espetó el Senador Wólffger, molesto por el arrogante comportamiento de su hijo.
Ýgrail llenó las copas de los humanos que tenía cerca, y después miró a Maárwarth mientras tiraba hacia abajo del escote de la chaqueta y exponía el lateral del cuello.
─ Oh, lo siento, mil perdones. ¿Gustas?
El Nocturno, lejos de ofenderse, parecía incluso halagado por el comportamiento desafiante del humano.
─ No sería propio de un buen invitado derramar la sangre de sus anfitriones ─ dijo Maárwarth mientras servía vino en su lujosa copa.
─ Muchas gracias, Padre, me alegro de que la sangre de los Wólffger no esté incluida entre la que entregarás como parte del trato.
─ Por ahora, no ─ respondió Maárwarth exagerando aún más su gesto sonriente ─. Tenemos suficiente con la que se nos entrega. Vosotros queréis nuestro oro, nosotros vuestra sangre. El trato es justo.
Esta vez, el Nocturno realizó un auténtico esfuerzo de contención para evitar desatar su furia contra el ganado, el asqueroso ganado con el que compartía la mesa. Por mucho que vistieran elegantes ropajes, bebieran un vino de gran calidad, o vistieran joyas de oro y plata, no se diferenciaban de los cerdos excepto por el hecho de que estos últimos no poseían el don de la palabra. Ya llegaría el día en el que sus botas pisotearían la cabeza de Dankas Wólffger o bien la de sus hijos, incluso la de sus nietos, había tiempo de sobra. Aquella noche era más prudente negociar que batallar, y la arrogancia de un cerdo con dos piernas, un Asesino de Plata más que consumado, no iba a poder doblegar su temple. Primero has de hacerte con Kráddok. El resto vendrá después. Tras beber un sorbo de vino, Maárwarth dirigió la vista hacia los Senadores.
─ ¿O debería decir que el trato que se me ofrece es casi justo? ─ dijo enfatizando las últimas palabras.
El Senador Wólffger tragó saliva y añadió algo que, para tranquilidad de los presentes, no causó sensación en el ánimo de Ýgrail.
─ Hay algo más...Los Cazadores Negros.
─ Está claro que no les va a gustar, Padre ─ dijo Ýgrail con sosiego mientras seguía estudiando el mapa ─. Árnor jamás lo tolerará, menos aún tras el terrible error que habéis cometido eliminando al Maestre en funciones y a su viejo consejero.
─ Cuidado, Ýgrail, nuestros amigos podrían sentirse ofendidos por esas palabras, y también nosotros. Los Cazadores Negros no aceptarán retrasar sus posiciones, era necesario apartar al Maestre de su cargo, y supongo que sabrás lo que ha ocurrido...
Ýgrail dejó escapar una corta carcajada
─ Lorel me lo ha contado, y no trates de simular congoja, odiabas a la mayoría de los que ha matado. Si no conociera la integridad de Úthrich, diría incluso que fuiste tú quien le facilitó la lista de los Ancianos que había que enviar a criar malvas. Ahora dime qué harás para acabar con el resto de los Cazadores.
─ ¿Y qué eres tú, Ýgrail? ─ la voz de Maárwarth sonó como si reptara a través del aire y pudiera agarrarse a los oídos de los humanos.
─ Soy un Cazador Negro ─ dijo Ýgrail, y dejó pasar un breve tiempo antes de completar su respuesta.
El humano y el Nocturno se miraron mutuamente durante un instante interminable, que Ýgrail hizo terminar cuando consideró oportuno.
─ O más bien lo fui hasta hace unas noches. Ante todo, mi querido aliado Nocturno, soy un Wólffger. Adaptación para la supremacía, ese es el lema de mi familia.
─ Me alegra oír esas palabras del último Cazador que pisará la tierra ─ expuso Maárwarth con una serenidad que le costó mantener. Jamás en su larga vida se había visto expuesto a que el ganado respondiera de forma arrogante a sus requerimientos. Tu sangre me saciará, cerdo Wólffger. Quizá la de tus hijos, si es que tienes tiempo de tenerlos.
─ Los Cazadores son un obstáculo para la paz, hijo ─ argumentó otro de los Senadores ─. Con ellos, la confrontación nunca llegará a su fin en el norte. Sacrificamos a unos cuantos para salvar a muchos, no lo olvides nunca. También fue duro para nosotros tener que juzgar a Úthrich, pero nada de esto sería posible si la hermandad de los Cazadores Negros no fuera proscrita y abolida, y sus integrantes eliminados.
El puto viejo olvida que he sido educado como un Wólffger, no necesito que descargue sobre mí su insultante estupidez y su entrenada demagogia. Bastardo. Los Cazadores Negros no tienen cabida en este plan, igual que no la tenía Ýgrail. Por eso murió una vez cumplió con el papel que le asignasteis.
─ Podrían ser integrados en la disciplina de la Guardia Roja, son buenos soldados ─ expuso aún así Ýgrail en un vano intento de salvar a sus ex compañeros.
Joder, asúmelo de una vez.
Maárwarth chasqueó varias veces con la boca.
─ Te considero un humano inteligente, Ýgrail Wólffger.
Su padre lo miró y volvió a dirigirle la palabra, esta vez en un tono bastante más sosegado.
─ Debemos saber dónde se encuentran las partidas de caza, Ýgrail.
Ese era, al fin y al cabo, el papel para el que el Senador Wólffger había escogido a su hijo, e Ýgrail no tenía más remedio que aceptarlo. Adaptación. Iba a formar parte de la transformación política, económica y social de la ciudad, y su parte iba a ser de las más difíciles de cumplimentar. Supremacía.
─ No sois conscientes de lo que hicisteis al detener a Úthrich. ¿A cuántos más cogisteis en El Vigía?
─ Réynor ─ respondió escuetamente su padre.
─ Lo suponía ─ respondió Ýgrail ─. A eso me refería cuando he sugerido que fue un error lo ocurrido con ellos. Ahora mismo, los aproximadamente treinta o cuarenta de los Cazadores que ocupaban la torre vagan por la ciudad mezclados entre la población. Y no se trata precisamente de harapientos delincuentes comunes. Son muy peligrosos.
─ Hemos cuadruplicado la seguridad en la Ciudad Oniria. La Guardia Roja se encargará de ellos, si es que alguno comete la osadía de permanecer aún en la ciudad. Lo que necesitamos es localizar a los que se encuentran diseminados por el norte.
─ Diseminados, ocultos, y jodidamente presentes ─ dijo Ýgrail ─. No será fácil dar con ellos. Se reúnen con los mensajeros en puntos aleatorios donde estos esperan durante algunas noches, aunque muchas veces ni siquiera llegan a verlos. Un sistema algo lento, pero seguro. Son muy cautelosos, y de lo que puedes estar seguro es que ninguno va a acudir a mí. Después de Sangalar, y en cuanto sepan lo que ha ocurrido con Úthrich y el viejo secretario, mi cabeza valdrá para ellos tanto o más que la de tu amigo el espigado. De todas maneras, un contingente de Nocturnos los atraerá sin remedio, no se echarán atrás aunque sean miles los que traspasen la Cordillera Gris. Dame una sección completa de caballería y te traeré las efigies que adornan sus hombros.
Los dedos de Maárwarth, al golpear la mesa de manera suave y rítmica, crearon un sonido parecido al que producen las ratas al caminar por un suelo empedrado.
─ Quiero la cabeza de Élenthal, y también la de su cría ─ dijo aterciopelando su voz.
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