4. Gúntar
Volvió a despertar, una vez más. El mismo dolor, las mismas pesadillas. Se encontraba tumbado sobre un montón de paja y, aunque estaba oscuro, cuando parecía tener la suficiente fuerza como para entreabrir los párpados podía intuir la forma de la celda en la que se encontraba recluido.
El monstruo lo había abierto en canal. Podía tocarse la herida, y constatar que estaba cicatrizando. Soñaba una y otra vez que el Lobohombre saltaba sobre él, desgarraba su carne y destrozaba sus huesos, los sentía quebrarse, soldar y volver a astillarse, día tras día, noche tras noche.
Despertaba sobresaltado, bañado en sudor. El inmenso dolor parecía aplastarlo, le oprimía el pecho y las extremidades. Hizo un gran esfuerzo para levantar ligeramente un brazo y observar la extraña forma de su mano, los dedos largos y fuertes, las articulaciones hinchadas, el vello que cubría parcialmente su superficie, la carne ennegrecida bajo las uñas, las largas y afiladas uñas.
Cerró los ojos, y el monstruo volvió a saltar sobre él, con la soga apretada sobre su garganta. El caballo arrastró su cuerpo inerte a través del bosque, alejándolo.
Los huesos de sus piernas comenzaron a astillarse de nuevo, y las rodillas estallaron mediante un súbito espasmo. Dolía, lo cual podía significar varias cosas. La más importante, que había sobrevivido.
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