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38. Úthrich

En los dos últimos días Úthrich había hecho varios intentos de reunirse con la Asamblea de Ancianos, todos ellos infructuosos. La Voz de Oniria, al menos así fue informado, llevaba varios días en cama aquejado de un resfriado que le había provocado unas fiebres muy altas, por lo que pidió al Maestre en funciones que lo excusara y le diera un par de días hasta que recuperara el ánimo. Por fin, y coincidiendo con el tiempo pedido por el Anciano, varios miembros de la Guardia Roja acudieron a El Vigía para escoltar a la máxima autoridad de los Cazadores Negros durante la ausencia del Gran Maestre Árnor, hacia una estancia privada situada en el interior de la Torre de Lys, uno de los palacios senatoriales más imponentes de Ciudad Oniria. De noche. Escoltado. Ninguno de los dos hechos era común.

Durante el ascenso hacia la parte más alta de la ciudad, más lenta de lo habitual por el hecho de que debía acomodarse al caminar de Réynor, los pocos ciudadanos que caminaban por las calles a esas horas observaban con una mezcla de respeto, admiración y temor al hombre que caminaba entre los dos guardias. Aventajaba en más de un palmo al más alto de ellos. Su cabello rojo, recogido en una coleta, colgaba de la nuca. Vestía el oscuro uniforme de cuero característico de su hermandad, un conjunto de prendas de cuero realizadas a medida por los mejores curtidores y sastres de la ciudad, lo suficientemente usado como para que se adaptara perfectamente a su cuerpo, y debidamente engrasado para que mantuviera su elasticidad e impermeabilidad al agua.

Cuando llegaron a la Torre de Lys, el capitán Bártok esperaba ante el portón de entrada acompañado por diez hombres más.

─ ¡Úthrich! ─ exclamó cuando lo vio, y se acercó a él para acompañarlo durante los últimos metros ─ ¡Acabo de ser informado, he subido en cuanto he podido, nadie me había avisado!

El sobresalto mostrado por el capitán, fue para Úthrich la confirmación de la sospecha de que el inusual hecho que se estaba produciendo emanaba cierto cariz de gravedad.

─ Hola Bártok ─ respondió Úthrich sin perder la serenidad, imaginaba cuál podía ser el contenido, al menos en parte, de la conversación que mantendría con algunos de los senadores ─. ¿Así que no estás de guardia?

─ No, pero...

El capitán no tuvo tiempo de dar más explicaciones. La escolta atravesó el portón y condujo a los dos Cazadores a una apartada sala de reuniones donde la Voz de Oniria, lujosamente ataviado, esperaba sentado ante una mesa en la que había varios planos y documentos de índole administrativa. Dos miembros de la Asamblea de Ancianos lo acompañaban, y varios guardias más custodiaban la puerta. La estancia se encontraba iluminada únicamente por los candelabros que colgaban de una de las paredes laterales, y unos pocos más que se posaban sobre el mesón de madera. El resto de laterales de la estancia y el fondo se mantenían en la penumbra.

─ Sed bienvenido, Maestre Úthrich ─ carraspeó la voz del más anciano ─, y también usted, Réynor. Siento haberles hecho salir a estas horas de la noche, mi primer día de trabajo ha sido realmente agotador, demasiadas gestiones para un hombre aún convaleciente. Fui informado de su insistencia por reunirse con nosotros, y he de admitir que también yo esperaba con ansia esta reunión.

─ Hay algunas cuestiones de las que debo informaros. Como sabréis, son las propias palabras del Gran Maestre Árnor las que os debo transmitir hoy.

Uno de los Ancianos, el que se sentaba al lado derecho de la Voz de Oniria, mostro un gesto hostil cuando se dirigió a Úthrich.

─ Explíquenos entonces, bien a través de sus palabras o bien a través de las de su superior, de los acontecimientos sobre los que hemos sido informados por parte de la Guardia Roja.

El otro Anciano, el que se sentaba a la izquierda de la Voz, tomó la palabra mediante el mismo tono acusador.

─ Creímos que la orden dada por la mismísima Voz de Oniria a su Maestre en persona, y de la que además usted fue testigo, había sido lo suficientemente clara.

─ Comprendo su preocupación ─ respondió Úthrich sin dejar que los derroteros por los que había comenzado a discurrir la conversación lo desviaran de su objetivo ─, pero me temo que el tema que deberíamos tratar es más acuciante.

─ Acuciante es el hecho de que hayan desobedecido una orden directa del mando supremo de las tierras de Oniria.

─ Quizá deberían escuchar lo que venimos a relatarles, señores ─. Réynor sonrió, y tomó la palabra.

La Voz de Oniria alzó la vista, hasta entonces clavada sobre los documentos que había sobre la mesa, y respondió con voz serena.

─ Calma, caballeros, habrá tiempo para todo. De momento, si no es demasiada molestia, ¿podría explicarnos lo acontecido hace menos de diez días en el Santuario de Sangalar?

Úthrich respiró hondo, y accedió a que la conversación discurriera en el orden dictado por los Ancianos. Los conocía demasiado bien como para saber que sería el único modo de que terminaran escuchándolos.

─ Mis Cazadores, afortunadamente, han vuelto a cumplir con lo que se espera de ellos ─ respondió con frialdad.

La Voz se alzó lentamente de su silla y señaló el lugar del mapa donde figuraba el santuario de Sangalar.

─ Lo que se espera de ellos es que cumplan las órdenes de sus superiores, Maestre Úthrich, no que cometan cierta clase de...inoportunas acciones que nos ponen a todos en peligro. ¡Además, su hermandad ha perdido a demasiados hombres en los últimos días!

La cara del viejo había comenzado a enrojecer, y tuvo que beber del cáliz de oro macizo que tenía delante para aclarar la voz y poder seguir con su monserga.

─ ¡A los muertos en Sangalar, hay que sumar a otros tres Cazadores caídos en sendas acciones al Norte de Puerto Ámbar, de donde también debían haberse retirado y esperar a los refuerzos de la ciudad!

Úthrich los miró con el semblante serio. Desde Sangalar apenas había podido conciliar el sueño durante más de cuatro horas seguidas. Se encontraba profundamente entristecido por las bajas sufridas, había perdido a su mejor amigo en Sangalar, conocía personalmente a cada uno de los hombres que habían caído en las distintas acciones llevadas a cabo, pero también sabía que todos ellos eran perfectamente conscientes de lo que significaba servir en la hermandad. Llevaba ocho noches y siete días tratando de concienciarse de ello, de asimilar que la muerte de Ákhram había servido para salvar las vidas de un centenar de jóvenes, además de las de la guardia del santuario y los sacerdotes que lo habitaban, y ahora sentía que los tres Ancianos que tenía ante él mancillaban tanto el alma de Ákhram como la del resto de Cazadores Negros que llevaban siglos cayendo ante los Nocturnos y sus Lobohombres. Habló con serenidad, pero con una dureza a la que los Ancianos, habituados a que sus súbditos les lamieran los pies como si fueran perros, no estaban acostumbrados. Él no era un perro, en aquellos instantes era el Maestre de los Cazadores Negros, garante del prestigio, el orgullo y el juramento de sacrificio que significaba pertenecer a ellos.

─ Precisamente era seguir las órdenes de su superior, lo que hacían los grupos de caza. Mis órdenes. Nunca les dije que se retiraran, jamás un Cazador que dirige una partida en el norte ha ordenado algo semejante cuando son inocentes los que van a caer en manos de los Nocturnos.

─ ¡Ýgrail portaba órdenes específicas dictadas por la Asamblea! ─ rugió la voz del anciano de la derecha─ ¡Matasteis a un Antiguo! ¡Correrán ríos de sangre por ello!

Entonces se dio cuenta. El olor. Dulzón y empalagoso, contaminaba el ambiente de modo muy sutil. Es por ello que había tardado en reconocerlo, pero invadía la estancia igual que hace la hiedra sobre los viejos muros de los monasterios en las montañas. Almizcle y esencia de iris, principalmente. Solo un olfato agudizado por la necesidad y la experiencia hubiera sido capaz de localizarlo, el olfato de un experimentado alquimista, o el de un gran Cazador, y él había sido el mejor.

Ahora lo entendía todo.

En un esfuerzo titánico, su semblante no varió ni un ápice y siguió exponiendo su parecer con el mismo tono de voz, seguro, imperturbable, desafiante.

─ Los Cazadores Negros somos independientes de cualquier tipo de gobierno que rija esta ciudad, cumplimos nuestras leyes a rajatabla, así fue escrito hace más de mil años y ese es el acuerdo que se suscribe cada vez que la forma de gobernar cambia. Hemos actuado por igual en los tiempos de los tiranos, en los tiempos de los oligarcas y en los de la República.

Después miró directamente a los ojos enrojecidos por la cólera de La Voz.

─ En Sangalar, casi un centenar de jóvenes fueron salvados de caer en manos de los sucios chupasangres ─ hizo resaltar estas últimas palabras ─. Murieron más de cien Nocturnos, evitamos que convirtieran al menos a cien humanos, y el mejor de mis amigos mató a un Antiguo, sacrificando su vida por todos los que nos encontrábamos allí. ¿Alguno de ustedes se da cuenta de lo que eso implica? Vinieron con la intención de convertir a un centenar de jóvenes en seres abominables que sorberían hasta la última gota de sangre de sus propios padres, y se fueron con las manos vacías, al menos un centenar de bajas y un Antiguo muerto. Diría que se trata de un resultado excepcional, considerando lo delicado de una situación que yo mismo sufrí en mis propias carnes.

Miró de modo desafiante y despectivo a cada uno de los Ancianos, tratando de que aquel aroma penetrante, pegajoso, oculto y tan presente a la vez, que apelmazaba el aire que entraba en sus pulmones, no hiciera estallar su ira. De todos modos, lo que dijera les sería indiferente. Los malditos viejos hediondos ya han tomado una decisión.

Réynor observaba la escena con disimulado estupor. Úthrich mostraba un enfado impropio de él, y trató de apaciguarlo asiendo suavemente su antebrazo. Úthrich lo miró con el ceño fruncido, pero el viejo entendió que en aquella mirada seguía existiendo la cordura de uno de los hombres más brillantes que había conocido jamás. Ante el silencio de Úthrich, Réynor asintió y retiró la mano con la que había llamado su atención.

─ ¿Cuántos hombres creéis que son capaces de acabar con un ser tan poderoso como aquel Nocturno? ─ continuó Úthrich con furia renovada ─. Las gestas de Ákhram ya son cantadas en tabernas, mercados y plazas. Cuentan cómo atravesó la garganta del despreciable puerco con una punta de plata, narran la dolorosa muerte que le infligió. Sangalar será recordado por las siguientes cien generaciones de humanos y de Nocturnos, en el caso de estos últimos como una terrible derrota. Vendrán a vengarse, sí. Dadme a más hombres para que los entrene, y escondeos vosotros detrás de los muros de la ciudad, incluso bajo las faldas de vuestras concubinas si queréis. Los Cazadores Negros estaremos ahí fuera para teñir el suelo con su negra sangre.

Los Ancianos permanecieron en silencio, con la ira grabada en sus miradas, hasta que La Voz realizó su última pregunta.

─ No disponemos de más hombres que desperdiciar. ¿Retirará a los Cazadores hasta los límites establecidos por las guarniciones de Guardias Rojos?

─ No.

─ Piense en las consecuencias de sus actos, podría ser condenado por traición...─ expuso el Anciano en tono amenazante, entrecerrando ligeramente los ojos.

Úthrich, sin poder sacudirse aquel aroma de encima, y consciente de que la sentencia estaba ya decidida de antemano, respondió mirándole a los ojos.

─ Entonces me acojo al derecho a un juicio público.

La Voz de Oniria respiró profundamente. No era esa la respuesta que deseaba oír. Lo fácil hubiera sido que Úthrich hubiera aceptado retirar a sus hombres de las montañas, pero ni este ni el viejo Réynor parecían dispuestos a complacer sus necesidades. Un juicio público, en un caso así, no era favorable a los intereses de la Asamblea. Los Cazadores Negros eran admirados y respetados por el pueblo. Esto caldearía sus ánimos, ya de por sí revueltos.

─ Confinadlo en sus aposentos. Llevadle lo que necesite. No deberá abandonarlos hasta nueva orden ─ Sentenció la Voz.

Dos miembros de la Guardia Roja acompañaron a Úthrich al exterior, donde se les unieron Bártok y media docena más. Uno de los Guardias que había acompañado a los Cazadores informó al capitán sobre la situación, y este mostró un indisimulado estupor.

─ No comprendo por qué... ¿Qué ha ocurrido ahí dentro?

─ Ligeras desavenencias ─ respondió Réynor elevando los hombros ─. Distintas formas de entender el modo de proceder ante ciertos eventos.

La verdad era que tampoco el viejo terminaba de comprender el modo en el que se habían sucedido los hechos en una conversación que se había prolongado mucho menos que lo esperado, aunque sabía que Úthrich se lo explicaría en cuanto tuvieran ocasión.

─ Yo los acompañaré ─ ordenó Bártok a algunos de los Guardias ─. Solamente necesito a dos de vosotros. Dime, Úthrich, ¿qué demonios ocurre? ¿Tiene que ver con lo de Sangalar, verdad?

─ Así es ─ mintió Úthrich ─. Será mejor que te desvincules de esto, Bártok, no me gustaría que terminara salpicándote.

─ ¿Tan grave es?

─ Oh, no es para tanto ─ volvió a mentir Úthrich ─, pero no te conviene ser demasiado amigo de un Maestre alzado en rebeldía.

─ Joder...

Caminaron en silencio hacia El Vigía, de nuevo al ritmo de Réynor, y los Cazadores que custodiaban la puerta de la mole oscura que se erguía tras los muros salieron a recibirlos con sus manos cerca de las empuñaduras de sus espadas.

─ Dejadnos pasar, por favor ─ pidió Úthrich a sus hombres ─. Estos hombres solamente siguen las órdenes dictadas por su superior. Se alojarán en la estancia contigua a la mía, traedles algo de comer y de beber.

Después se dirigió a Réynor.

─ Lleva a los que quedan en El Vigía a la estancia donde entrenaron Lenila y Skéyndor, quedó hecha unos zorros. Limpiadla bien, y después limpiad bien los pasillos, sobre todo ese que le produce tanta curiosidad a Len.

El viejo comprendió. La inmensa mayoría de los Cazadores Negros presentes en El Vigía habían partido ya hacia sus tierras tras la finalización del campeonato, por lo que menos de cien quedarían en aquellos momentos en la fortaleza. Subió a su habitación y cogió la llave que abría la verja de barrotes de acero que abría el paso a la Cloaca Magna.

Después de que Úthrich y Réynor hubieran abandonado la estancia en la Torre de Lys, los tres Ancianos miraron hacia un lado, aunque no fueron capaces de distinguir nada en la negrura que tenían en frente. Un individuo alto, esbelto, de rasgos marcados y profundos ojos, reposaba en la oscuridad sentado en un cómodo tresillo. Había escuchado atentamente la conversación, manteniendo un silencio sepulcral. Se puso de pie y caminó hacia el centro iluminado por la tenue luz de las velas, provocando un escalofrío en los tres hombres que miraban con temor sus ojos negros de obsidiana. Dirigió a la Voz de Oniria su gélida mirada y asintió.

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Durante la siguiente mañana, Úthrich se dedicó a las actividades habituales. Descolgó varios ramos de flores secas y los guardó en sus correspondientes cajas de madera, y después de desayunar se ejercitó en la plaza de armas bajo la atenta mirada de los Guardias Rojos totalmente equipados con su uniforme de guerra.

Tras lavarse, subió de nuevo a sus aposentos y leyó los informes que habían llegado durante la noche. No había habido ataques de Nocturnos desde Sangalar. Redactó las órdenes que los mensajeros deberían hacer llegar a los grupos de caza diseminados por todo lo largo de la frontera con las grises tierras del norte, pero esta vez no incluyó localizaciones a las que los Cazadores debieran acudir. No era un hecho extraño. Se hacía habitualmente cuando no había sido localizado movimiento alguno por parte de los seres de la noche.

Un hombre de edad avanzada había llegado al punto del alba, probablemente un escribano del senado, y parecía haber sido encargado de revisar el trabajo de escritura de cada una de las misivas. Las leía minuciosamente, e incluso las observaba a trasluz y las pasaba sobre la llama de una vela en busca de posibles mensajes ocultos.

Cuando Úthrich terminó de escribir en los pergaminos salió al corredor exterior de madera donde, plantadas en macetas de arcilla labrada, cultivaba decenas de plantas de diversos tipos y colores. Las regó y luego las podó minuciosamente mediante unas minúsculas tijeras, cortó delicadamente algunas flores y hojas y se acercó hacia un lado de la habitación, donde centenares de pequeños frascos de vidrio se encontraban perfectamente ordenados en varias estanterías dotadas de puertas acristaladas. Preparó varios tipos de perfumes y, al observar el interés que el escribano ponía en sus quehaceres, habló con él y constató su gusto por la botánica y la medicina. Incluso formuló un agua aromática mediante una base de lavanda para la esposa del hombre, por quien no guardaba ninguna clase de rencor.

─ Gracias ─dijo el administrativo, bajando la vista con el ánimo de ocultar su vergüenza por el trato que los Ancianos le habían obligado a dar a un hombre al que admiraba profundamente─. Yo no sé cómo decirle...en otras circunstancias, poder ocupar mi tiempo con usted en estas estancias hubiera sido un auténtico placer, sin duda un regalo.

─ Haga como si fuera así, no albergo ninguna clase de aversión hacia usted ─respondió Úthrich en un tono más que afable ─. Considere este perfume como un regalo de la Asamblea de Ancianos, ayúdeme en la elaboración de los siguientes y quizá algún día pueda prepararlos en su casa. Le regalaré una pequeña colección de aceites esenciales.

Mientras el escribano practicaba colocando hojas de flores entre dos lienzos engrasados, Úthrich preparó tres frascos de la fragancia que le había provocado pesadillas durante la noche. Sobre una base alcohólica de almizcle y mirra, añadió varias gotas de esencia de iris. Después, sin que el despistado escribano se diera cuenta, se produjo un pequeño corte en la yema del dedo meñique y añadió el último ingrediente, unas gotas de sangre fresca.

Réynor entró en la estancia hacia el mediodía. El encorvado Cazador se acercó con el semblante serio hacia Úthrich, no podía ocultar su profunda preocupación por los acontecimientos. Este lo recibió del mismo modo que cualquier otro día y el anciano, para el que nunca había guardado secretos y al que le unían una profunda amistad y complicidad, comprendió el mensaje subliminal. Nadie debía sospechar nada. La razón le iba a ser revelada en breves instantes.

─ La Guardia Roja, más de doscientos y armados hasta los dientes, ha rodeado esta mañana El Vigía ─ expuso Réynor mostrando una preocupación algo teatralizada, y continuó hablando con una ironía que únicamente su amigo comprendió─. Solo encontraron a este viejo, Úthrich. El resto se encuentra limpiando los pasillos, como ordenaste. Doscientos Guardias Rojos. ¡No creía que, a mi edad, aún causara tanto pavor entre ellos!

Úthrich guió a Réynor hacia la mesa de escritura y fueron seguidos por el escribano, quien volvió a un estado de tensión cuando se acercaron a los pergaminos que debían ser llevados a las partidas de caza. Mientras enrollaba y precintaba cada pergamino mediante un sello de cera negra, Úthrich mencionaba el nombre de los capitanes a los que cada documento debía ser llevado. Pronunció primero el del Gran Maestre Árnor, y dejó el nombre de Élenthal para el final. Después cogió los cuatro frascos de perfume que había preparado, entre los que se encontraba el que había prometido al enviado senatorial, y los acercó a Réynor.

─ Oh, disculpe...─ sonó la dubitativa voz del escribano.

Úthrich, fingiendo haber sufrido un despiste, tomó el frasco deseado por el administrativo y se lo entregó mientras añadía buscando su complicidad:

─ Vaya, soy yo el que le pido disculpas, tome su fragancia, ¡casi le dejo sin el regalo de la Asamblea!

Sin dejar de mostrar una apacible sonrisa, entregó los restantes a Réynor.

─ Entonces, estos deben ser el regalo que me hace la Asamblea a mí ─ dijo el anciano mostrando una sonrisa melancólica, mirando hacia Úthrich y el escribano ─. Espero conservar parte del vigor que tuve en la juventud y me sirvan para conquistar a alguna dama que tenga menos de sesenta años.

Réynor había comprendido. Tres frascos, uno para cadamensajero, pero los tres para la misma persona, aquella a la que iba dirigidala última de las misivas de las que su amigo le había hecho entrega, Élenthal.Debían asegurarse de que al menos le llegara uno de ellos, y Réynor pensó enlos tres jinetes más veloces, tres Cazadores cuya identidad era únicamenteconocida por unos pocos. Lo más probable era que no encontraran obstáculos ensu misión, ya que los Ancianos ordenarían a varios sicarios que siguiesen a losmensajeros que consiguieran identificar e informaran del paradero de algunos delos Cazadores a los que irían dirigidas las misivas, pero toda precaución erapoca. Existían las caídas, las enfermedades, los salteadores de caminos, ytambién los traidores.

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