32. Lenila
Un fuerte golpe hizo estallar la ventana, llenando de astillas el interior del dormitorio de la humilde cabaña de madera. El estruendo despertó a la niña, haciendo que se acurrucara contra la pared y tirara de las mantas con la ilusoria esperanza de poder ocultarse bajo ellas. A la luz titilante de las llamas moribundas que lamían las pocas puntas de la leña presentes en el hogar, vio cómo una sombra de delicada silueta entraba de un salto y quedaba agazapada ante su cama. Vio a su madre, vestida con un camisón blanco de lino, saltar sobre el espectro, y a una hoja de metal atravesarla.
La sombra se irguió para lanzar contra la pared el cuerpo inerte de la joven mujer, y la niña pudo observar su rostro lívido y sus largas extremidades. Su padre salió de un lateral armado con un hacha, trató de golpear al monstruo pero este lo esquivó mediante un par de gráciles desplazamientos. Después el ser de la oscuridad golpeó al hombre en el estómago, asió su brazo armado y lo retorció de forma que lo obligó a soltar el hacha. El hombre trató de golpear al Nocturno en la cabeza, pero este asió su cara, la empujó hacia atrás y mordió su cuello produciendo un húmedo crujido.
El Nocturno lanzó al hombre, cuyo cuerpo permaneció convulsionando en el suelo, hasta que poco a poco se apagó. Dirigió su mirada hacia la niña, escrutando su interior, sintiendo cómo el frío se apoderaba de ella, y vio cómo la orina recorría sus muslos.
─ ¡Maárwarth! ─ la voz siseante de un segundo Nocturno, que se había asomado a través de la ventana destrozada, hizo a la niña volver en sí ─ ¡Asesinos de Plata! ¡Tenemos que irnos!
El Nocturno saltó hacia la chica, la cogió en brazos y salió de la choza con la misma agilidad con la que había entrado. En el exterior, el choque de las espadas y los gritos de los hombres habían roto ya el silencio de la noche. Varios Cazadores Negros aparecieron de la nada y atacaron a los seres de la oscuridad, haciendo que aquel que portaba a la niña escapara hacia el bosque mientras los demás combatían a los humanos.
La niña, afectada aún por el influjo de la mirada del Nocturno, era incapaz de fijar la vista en los árboles que pasaban a toda velocidad por sus lados, y la respiración sibilante de su captor la aterrorizaba más aún. El olor que desprendía era el mismo que el de las flores de iris que su madre traía de los prados donde pacía el ganado, aunque le pareció más dulce y empalagoso, tan concentrado que le hizo sentir náuseas. Advirtió cómo el Nocturno deceleraba y se giraba para observar el camino por el que había ascendido un buen tramo de bosque. Alguien los seguía, sus pasos se oían a la perfección, igual que el sonido que producía al chocar contra los helechos. El Nocturno reanudó su marcha, pero no tardó demasiado en alcanzar un claro y detenerse. La dejó en el suelo, desenfundó dos espadas y esperó la llegada del rastreador que les seguía cada vez a menor distancia.
El Cazador Negro se detuvo a tres varas de ellos. Era alto, de pelo largo y oscuro y recogido en una coleta que caía por su espalda. Desenfundó dos espadas y adquirió una estética pose de combate, presentando únicamente el lado izquierdo a su oponente, con la espada de ese lado protegiéndole el flanco y la otra, ligeramente más larga, alzada en alto y apuntando al pálido ser.
─ ¡Padre!
Lenila despertó sobresaltada, cubierta de sudor. Se deshizo de la suave manta de lana mediante una patada y se irguió para asegurarse de dónde estaba.
Tu habitación, El Vigía, y ya tienes diecisiete años. Tu habitación, El Vigía, y ya tienes diecisiete años. Tu habitación, El Vigía, y ya tienes diecisiete años. Aquello pasó hace más de diez. Es casi de día, joder, puto sueño de mierda, hacía mucho que no me jodías la noche.
Caminó hacia la mecedora de madera que Réynor le había regalado unas semanas antes, y permaneció sentada acunándose durante unos minutos. La pesadilla, frecuente años atrás, había vuelto a visitarla con una frecuencia cada vez mayor en las últimas semanas. La sensación de angustia producida por el sueño, unida al malestar producido por su expulsión de la competición de aprendices, auguraba un día tan desagradable como los anteriores. Como cada día, la tristeza iría en aumento a medida que pasaran las horas. Aunque trataba de racionalizar su situación, analizarla con pragmatismo y aceptar que en cuanto la competición terminara todo volvería a la normalidad, no podía evitar considerarla un fracaso que probablemente había decepcionado profundamente a Élenthal, a Réynor, a Úthrich, a Ákhram, a Mur, incluso al propio Maestre Árnor.
Se vistió y se dirigió hacia el pozo de agua, donde Conejo y Loco la esperaban para comenzar a izar el cubo. No se saludaron, simplemente se dedicaron a extraer el agua y transportarla al comedor. En el camino se cruzaron con varios aprendices más, y Lenila no pudo evitar creer que todas las miradas se dirigían a ella y que las conversaciones giraban en torno a los tres expulsados.
Sintió alivio cuando entró en la cocina, lejos de la vista de las decenas de comensales que esperaban sentados en torno a las largas mesas de madera del comedor, y vio a Réynor tomar notas sobre las existencias de leche y pan. El anciano sonrió cuando la vio entrar, y se acercó para saludarla.
─ Un día más ─ dijo Lenila encogiéndose de hombros, tratando de que el anciano no se diera cuenta del dolor que le producía el nudo que tenía en la garganta.
─ Un día menos, Len, un día menos ─ respondió Réynor mirándola a los ojos mientras le daba una manzana recién lavada.
No puedes engañar a Réynor, seguro que es capaz de leer tus pensamientos, de adivinar lo que pretendes hacer, así que devuélvele la sonrisa.
Llenó un recipiente de piezas de fruta, se acercó a la puerta del comedor y respiró hondo. Entró entre las mesas y repartió la fruta entre los comensales.
Un día menos.
Como tantos otros días, repartió comida y bebida, recogió las mesas, las limpió y puso nuevos platos y cubiertos. También odió a Cóllum un día más, quien como de costumbre ni siquiera se dignó a mirarla mientras le servía el agua, si bien el resto de Cazadores agradecían el trabajo de los sirvientes. Consideraba que el arrogante Cazador era tan culpable como ella misma de la expulsión de los tres aprendices, ya que había contagiado a sus pupilos de su apreciación tan negativa hacia ella. Al menos le quedaba el consuelo de que dos de ellos pertenecían al trío de marginados.
No me costó demasiado zurrar a tus dos inútiles.
La tarde era siempre mejor, el paseo a través de la ronda de la muralla del Vigía, en silencio y soledad, la reconfortaban. Cuando comenzó a descender las escaleras para ir a hacer compañía a Mur sobre el carro de paja, se cruzó con Réynor. El anciano subía lentamente apoyándose en su báculo, y se detuvo cuando la vio bajar.
─ No me mires así, jovencita, verás cuando llegues a mis setenta y cuatro inviernos─ dijo mientras la miraba fijamente.
─ Tienes al menos setenta y cinco ─ bromeó Lenila, tratando de sonreír con naturalidad ─ ¿Quieres que te ayude?
Lo sabe. No sé cómo, pero lo sabe, el maldito sabe lo que voy a hacer.
─ Oh, no te preocupes, me las arreglaré. ¿Vas a ver a Mur?
Lenila asintió con la cabeza, le dio la espalda y bajó las escaleras de dos en dos. Acudió al encuentro de su amigo, disfrutó de su compañía hasta que tuvo que marcharse a preparar las cenas, y volvió a cruzar la senda que recorría el infierno hasta que el comedor se vació del todo. Después terminó de recoger las mesas y pudo irse a su habitación.
Puso agua a calentar en un perol que colgaba sobre el hogar, se desvistió y se lavó en cuanto el agua estuvo templada. Se puso unos pantalones de cuero ajustados, unos calcetines gruesos de lana y una camisa de lino, y se tumbó sobre la cama. Esperó a que pasaran tres horas, y se levantó. Se vistió las botas y se puso la chaqueta de cuero. Llenó un zurrón con algo de fruta, pan, queso y frutos secos, y también cogió una larga soga antes de salir al pasillo. Caminó con sigilo, mirando en cada uno de los corredores antes de salir para asegurarse de que nadie la viera, y accedió a uno de los balcones de la primera planta. Se subió a la barandilla y saltó sobre un murete que había adosado a las caballerizas. Aterrizó casi sin hacer ruido, y se dirigió a una de las escaleras que subían hacia la parte alta de la muralla. Ascendió después de ver pasar a la guardia, se agazapó bajo una de las almenas y pasó un nudo a su alrededor.
─ ¿Te vas sin decir adiós?
La voz de Úthrich la sobresaltó. El Cazador se encontraba oculto en la sombra que producía una de las torres cuadrangulares que coronaban el muro, y salió para que Lenila pudiera verlo.
─ Úthrich, yo... ¿Ha sido Réynor?
Úthrich se acercó a Lenila y se sentó entre dos almenas.
─ Sé cómo te sientes, Len, pero huir no es la solución.
─ No puedo soportarlo más, Úthrich. Sé que soy culpable de lo que me pasa, y merezco el castigo que me ha sido impuesto, pero vosotros no merecéis que me comporte del modo en que...lo siento, Úthrich, quizá no estoy preparada para esto, para nada de esto, no soy lo que esperáis.
─ ¿Y qué crees que esperamos de ti, Len?
─ No lo sé, quizá que me comporte como uno de vosotros, que sea una persona equilibrada, que no os haga sentir vergüenza, que sea...normal.
Úthrich respiró hondo, y comprobó que la soga estuviera bien asegurada.
─ Equilibrada, claro. Normal. Esperamos que seas tan equilibrada y normal como nosotros. Tan equilibrada como Ákhram, que conspira con Réynor para producir aguardiente en mi alambique y poder ahogar su sufrimiento emborrachándose a solas en su habitación. Tan equilibrada como yo, supongo, que llevo años sin poder conciliar el sueño, y cuando lo hago raramente soy capaz de dormir durante más de cuatro horas seguidas, sin poder quitarme de la cabeza los rostros de aquellos a los que no pude ayudar, de los que decapité, y de las madres de los niños que no pude salvar de las garras de los Nocturnos. ¿Sabes que muchas noches lloro de rabia, de impotencia? Entonces me levanto, enciendo el fuego y abro mis mapas sobre la mesa, como si marcar cruces y trazar líneas de colores fuera a revelar el lugar y la fecha de los siguientes ataques, y pudiera presentarme allí con la suficiente antelación como para poder destripar a esos malditos hijos de una perra sarnosa antes de que atacaran a los seres humanos.
─No lo sabía, Úthrich, lo siento.
─ Romperás el corazón de Élenthal, Len, y también el mío, el de Árnor, y por supuesto el de Réynor. Sí, fue él quien me dijo que te vigilara, lo he dejado en su habitación, comiéndose las entrañas debido a la preocupación.
─ No puedo, Úthrich, llevo meses intentándolo, y no puedo...
─ No esperamos nada más de ti aparte de lo que ya nos das, Len. Ser un Cazador Negro no tiene mucho de la imagen romántica que se da de nosotros en las historias que se escuchan en las tabernas o que los abuelos cuentan a sus nietos. Ser Cazador Negro es esto que sientes ahora, es dudar constantemente de si eres lo suficientemente bueno como para merecer la consideración y el cariño de los demás, pero de una forma que puede ser controlada. Quédate, y te ayudaremos a saber caminar descalza sobre este camino que te parece cubierto de pedazos de vidrio. Quédate y te ayudaremos a que te conviertas en alguien a quien a nadie se le ocurrirá mirar por encima del hombro, no por el miedo que les puedas dar, sino por el respeto que te profesen.
Lenila permaneció varios segundos mirando hacia la oscuridad.
─ ¿Me ayudas a llevar la cuerda de vuelta? Pesa mucho ─ respondió por fin con resignación.
Úthrich la condujo a una portezuela lateral a través de la que accedieron a las escaleras que descendían a los sótanos del torreón, que antiguamente habían servido de prisión para los delincuentes más peligrosos de la ciudad. Caminaron hacia el fondo, donde varios túneles dotados de una reja compuesta por gruesos barrotes se abrían hacia los laterales y se perdían en la oscuridad.
─ Dicen que esta torre está construida sobre una cueva que fue habitada por Nocturnos en la antigüedad ─ dijo Lenila.
─ La ciudad entera está construida sobre un interminable conjunto de oquedades y galerías ─ respondió Úthrich ─. Sobre si estuvo habitada por Nocturnos o no, no tengo respuesta.
El Cazador abrió un portón de madera que daba a una estancia iluminada por múltiples lucernas, y que presentaba una pista de lucha en la mitad.
─ Acudirás aquí cada noche, Lenila, cuando nadie pueda verte. Dormirás durante el día, durante el rato que sueles invertir en pasear y estar con Mur. Le diré que te necesitamos para organizar la armería del campeonato.
Lenila observó la estancia y vio las armas colocadas ordenadamente en el armero.
─ ¿Me dejarás entrenar? ─ preguntó sorprendida ─ Pero, si Árnor llegara a enterarse, o el asqueroso de Cóllum...
Úthrich se hizo con una espada de madera y lanzó otra, de factura más esbelta, a Lenila. Después comenzó a realizar ejercicios de calentamiento.
─ Ya pensaremos qué hacer si ocurre, ¿vale?
─ Úthrich, quiero agrad...
Úthrich atacó a Lenila y esta, no sin dificultad, detuvo su ataque.
─ Eso es trampa.
─ ¿No querías combatir? Pues esto es una pelea de las de verdad ─ respondió Úthrich volviendo a atacar.
Lenila detuvo las certeras y duras estocadas de Úthrich, y tuvo que emplearse a fondo para esquivar las dos últimas. Después pasó al ataque, y sintió emerger al enfado cuando vio que Úthrich apenas necesitaba moverse de lugar para defenderse. Lo atacó con furia y recibió una patada en el pecho.
─ No solemos darnos patadas... ¿Así que es una pelea, no?
Úthrich volvió a cargar, y Lenila contraatacó con furia. En unos diez minutos, Úthrich la había alcanzado dos veces.
─ Tocada, gracias ─dijo Lenila conteniendo la rabia.
─ Vamos, Len. Me lo estás dejando muy fácil. Estás siendo muy inferior a tu potencial, la ira te hace más fácil de combatir.
Lenila retrasó su posición, y se preparó para comenzar de nuevo.
─ La ira es lo que me sostiene, lo que me hace fuerte.
Tras varias acometidas, Úthrich la volvió a alcanzar.
─ La ira solamente te permite ver lo que tienes delante, nubla los lados, corta las alas a la imaginación y tu creatividad en el combate, y ese es precisamente uno de tus puntos fuertes. Eres muy rápida, y tu técnica es más que exquisita, tanto que si supieras aplacar esa llama que arde en tu corazón no tendría ninguna posibilidad de vencerte, pero la ira te hace previsible, y eso en la frontera norte significa la muerte. Ahora mismo, Tómmund o Mur terminarían venciéndote.
─ No quiero apartarla ─ respondió Lenila bajando la mirada ─. Me da miedo. ¿Qué haré sin ella? ¿Cómo me sostendré?
─ Bien ─ dijo Úthrich satisfecho ─. Eso está bien. Ahora debes preguntarte, ¿qué haría Lenila si no tuviera miedo? Busca la respuesta, y no necesitarás la ira para nada. Ahora te daré dos espadas, tienes que echar una mano a alguien que acaba de llegar del norte.
El portón de acceso se abrió lentamente, y dos figuras renqueantes entraron en la estancia.
─ Perdón por el retraso, creí que Skéyndor no tendría tantos problemas para bajar las escaleras ─ Réynor caminó hacia un lado y se sentó en la pequeña grada que rodeaba la arena ─. Me alegro de que Úthrich te haya convencido, muchacha, las noches en vela que acompañan a la vejez serían mucho más aburridas sin estas fiestecitas que hemos montado para ti.
Skéyndor cojeó hacia el centro de la pista, ataviado con su uniforme de guerra y la máscara de cuero que cubría su cara.
Padre, Tómmund...
─ Te traigo recuerdos de Élenthal y Tómmund ─ dijo la voz quebrada de Skéyndor ─. Están bien, yo fui el único herido cuando nos enfrentamos a la Mano Roja, pero te contaré los detalles más tarde.
Padre está bien, es cuanto necesito saber para afrontar todo esto.
Mientras Skéyndor caminó hacia el armero y se dedicaba a calibrar el peso de varias de las espadas de madera, Lenila seleccionó las dos que usaría ella.
─ Tú necesitas entrenar con los mejores ─ expuso el Cazador de la melena de fuego mientras trazaba un círculo de menos de tres varas de diámetro en la arena ─, y Skéyndor necesita rehabilitar su pierna. Como puedes apreciar, su estado no te permitirá correr, saltar, ni desarrollar tu agresividad. Te dedicarás a depurar tu técnica, a aprender a controlar tus impulsos, a pelear sin la libertad de movimientos que te da el espacio vacío que tienes alrededor.
─ Nuevas reglas, muchacha ─ dijo Réynor mientras acomodaba su trasero sobre un cojín de plumas ─. Pierde quien es tocado, que en este caso será más bien tocada, y también quien pisa el perímetro exterior.
Lenila entró al círculo, adoptó la posición de combate que había aprendido de Élenthal, y se acercó sonriente a Skéyndor.
No importa cuántas veces me derrotes. De hecho, cuantas más sean las formas diferentes que emplees para hacerlo, más preparada estaré para enfrentarme a cualquier combatiente, por bueno que sea. Gracias, Réynor. Gracias, Úthrich. Prométetelo, Lenila, prométete que aprovecharás esta oportunidad. Se lo debes a todos ellos, pero sobre todo te lo debes a ti misma.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro