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29. Las Tierras del Cielo Gris

Solamente veinte unidades, esa fue la única condición que estableció Piel de Oso, el cabecilla de los Nocturnos septentrionales, los que más al norte vivían de todos, si Maárwarth deseaba poder reunirse con él. El viaje se hizo en el más absoluto secreto a través de sendas que recorrían los bosques más recónditos del territorio dominado por Longes, con quien Maárwarth había acercado posiciones durante las últimas noches.

Piel de Oso les esperaba ante una tienda de campaña semienterrada entre la nieve, protegida por un séquito que también constaba de diecinueve unidades. La cabeza del norteño se encontraba cubierta por la parte superior de la testuz de un oso de las cavernas que conservaba los dientes de la arcada superior, y la piel lanuda caía sobre su espalda y sus hombros. Cuando Maárwarth entró en la tienda, se sorprendió al constatar que la sencilla estructura de madera y cuero ocultaba la entrada a una galería que se internaba en la roca. Al fondo, iluminado de forma tenue por una única lucerna, un enorme reno permanecía tumbado en el suelo y con las extremidades atadas mediante cordeles de esparto.

Los cuarenta Nocturnos se sentaron en torno a una mesa de piedra de gran diámetro. Mientras los portavoces de cada uno de los grupos realizaban las presentaciones pertinentes como marcaban los rigurosos protocolos, dos de seres de la oscuridad que servían a Piel de Oso se acercaron al reno, seccionaron su yugular y recogieron la sangre en un barreño de metal. Tras eliminar el coágulo de forma manual, sirvieron el recipiente a su señor. Después de beber de él, Piel de Oso hizo que se lo dieran al propio Maárwarth.

El poderoso caudillo del sur agradeció el gesto de Piel de Oso. Matar a un ejemplar de la calidad que atesoraba el gran macho al que seguían desangrando, constituía una muestra de enorme respeto en una tierra hostil en la que la cría de ganado suponía un gran esfuerzo, más aún considerando que entre los Nocturnos que vivían tan al norte no se estilaba el uso de esclavos humanos. Todos los presentes bebieron la sangre del animal, cuya carne también fue troceada y servida en cuencos de barro cocido.

─ Compartes conmigo la sangre que alimenta a tu pueblo, Piel de Oso.

─ Y tú la aceptas como amigo del mismo, Maárwarth.

─ Sé que en el norte sobran las palabras y escasea el tiempo, por lo que te pido ayuda para tomar la casa de Colmillo Roto.

─ Una de las Creaciones de Longes me habló de números. Sé que sois muchos. Sé lo que gana tu pueblo con esto. ¿Qué gana el mío?

─ Todas las tierras que se sitúan al norte de Torre Nubosa, los pastos más ricos y extensos de la región, serán vuestros para siempre. Podréis criar a miles de cabezas de ganado.

─ Tengo suficientes para alimentar a todos los que somos.

─ Podríais ser más, si quisierais.

─ Mis tierras no son propicias para la cría y el mantenimiento de granjas de esclavos. Tampoco tenemos suficiente oro para comprar muchos esclavos y convertirlos en más de los nuestros, ni somos suficientes como para robároslos.

─ Dos centenares de Esclavos de Sangre de mis granjas de cría, y dos centenares más de la ciudad de Svern.

─ Danos quinientos, para que podamos establecernos en las amplias tierras de Colmillo Roto.

─ Mil, a cambio de vuestra ayuda, vuestra amistad, y la paz con Longes.

─ ¿Qué gana él?

─ Torre Nubosa, sus esclavos, y las tierras que quedan al sur del bastión de Colmillo Roto.

Piel de Oso miró a Maárwarth a los ojos durante un largo periodo de tiempo. Era viejo, muy viejo, quizá no tanto como Svern o Góldar, pero lo suficiente como para poder escrutar en las miradas.

─ La Creación de Longes me dijo cuándo.

─ Entonces sabrás que quedan diez lunas. ¿Cuántos seréis?

─ Al menos cinco millares ─ respondió Piel de Oso sin retirar la mirada de los ojos de Maárwarth, y captando la sorpresa que se dibujó en ellos.

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Diez lunas después Maárwarth observaba desde la distancia, con la armadura manchada de sangre oscura que había hecho brotar de los cuerpos de los seguidores de Colmillo Roto, cómo un poderoso ariete perforaba uno de los portones que daban acceso al interior del cerco amurallado de Torre Nubosa. Antes de que terminara la noche, sus tropas se harían con el control del baluarte. Una noche más, y absolutamente todas las tropas de Colmillo Roto serían masacradas.

La lucha se había prolongado durante tres noches. El grueso de la batalla se dio durante la primera, en un terreno llano y propicio para el encuentro de dos grandes ejércitos, ambos convencidos de poder obtener la victoria. Las tropas de Colmillo Roto salieron al encuentro del ejército combinado de Álasdair y Svern, y apoyado por la infantería pesada de Maárwarth.

Cuando las tropas de Longes, teóricamente aliado de Colmillo Roto, formaron junto a las de Maárwarth, varios de las pequeñas Casas que rendían pleitesía a Colmillo Roto se retiraron del campo de batalla.

Carnac era el aliado más fuerte que le quedaba a Colmillo Roto en el campo de batalla, y sus tropas deberían haber sido dirigidas por Sýeron, una de las tres Creaciones más fuertes del Clan del Colmillo, pero este se encontraba ya al sur, embarcado en la caza de la Hija de la Luna que Svern había organizado bastantes lunas atrás, y en la que también participaban Álasdair y Gúntar. Carnac se vio por tanto en una difícil aunque clara tesitura. Sin la presencia de Sýeron y su guardia personal entre sus Nocturnos, Carnac era libre de tomar la decisión más conveniente para su clan, y era consciente de que sin Longes y las pequeñas Casas la victoria era prácticamente imposible. Parecía claro que la intención del poderoso ejército que los atacaba desde el sur, más aún cuando el estandarte del propio Svern se mostraba en el frente formado por sus tropas, no se reducía únicamente a someter a Colmillo Roto sino a hacer caer su Casa, por lo que Carnac decidió que era hora de asegurar la propia supervivencia de su clan retirándose del campo de batalla.

Cuando las infanterías pesadas de Maárwarth y Svern cargaron contra el centro del frente dirigido por Colmillo Roto, este no tuvo suficientes efectivos para poder proteger los flancos con eficacia, ya que estos fueron hostigados por las numerosas tropas ligeras que Álasdair había puesto bajo el mando de Maárwarth durante su ausencia. Aún así, utilizando la orografía en su favor, Colmillo Roto consiguió hacerse fuerte en las faldas de la colina y detener el avance del enemigo del sur.

La irrupción de los cinco millares de septentrionales prometidos por Piel de Oso desde la retaguardia, terminaron con la esperanza de poder resistir que se afianzaba en los Nocturnos de Colmillo Roto. La cabeza de este fue presentada ante Svern y Maárwarth cuando aún faltaban dos horas para el amanecer.

Durante la siguiente noche, las tropas en retirada de Colmillo Roto fueron hostigadas y masacradas en los fondos de los valles que ascendían hasta Torre Nubosa. Y durante la tercera noche, los portones del poderoso bastión cedieron al empuje de los arietes.

Al fin, mientras Torre Nubosa era ocupada por las tropas de Longes, Maárwarth se presentaba en la jaima que Svern había hecho erigir en una loma desde la que se dominaba el final del clan del Colmillo Roto. El Antiguo, sentado en un elegante trono de madera de ébano mientras degustaba una copa de sangre humana atemperada, recibía la visita de los Nocturnos que habían dirigido a sus tropas hacia la victoria. A su lado, el esclavo humano que pintaba para Svern desarrollaba su asombrosa capacidad artística sobre un lienzo instalado en un atril de madera. En la imagen, aún en su forma preliminar, se podía observar el aspecto que tenía Torre Nubosa durante el día. La estampa narraba de forma trágica el enorme incendio que se había tragado la mitad este de la imponente fortaleza, haciendo que sus llamas ascendieran por encima de las almenas de la atalaya central y produjeran una gran columna de humo que ascendía hacia el cielo y se hacía una con los oscuros nubarrones que lo cubrían. Maárwarth caminó hacia Svern y realizó una reverencia cuando estuvo frente a él.

─ Acércate, mi estimado Maárwarth, acompáñame en este momento que llevo esperando presenciar tantos años.

─ El norte es tuyo, Svern ─ expuso Maárwarth con vehemencia ─. Longes está ya realizando los preparativos para acometer la reconstrucción de Torre Nubosa, y también me ha llegado la noticia de que va a intermediar en un acto en el que Carnac te presentará su más sincero respeto.

─Bien, bien ─ Svern asintió mientras rascaba suavemente una de las oscuras venas que, partiendo de la yugular, había llegado hasta su sien ─. He dejado a Longes reconstruir ese torreón para que una de las Creaciones por las que siente más aprecio la ocupe y dé inicio a su propia estirpe, pero no permitiré que los muros de defensa sean erigidos de nuevo. Debo asegurarme de que no habrá dudas acerca de su sumisión a mis intereses mientras siga residiendo en este mundo, y a los de tu clan cuando yo me haya ido.

─ Piel de Oso ha cumplido su promesa.

─ Y yo cumpliré la mía ─ respondió Svern con firmeza ─. La palabra dada por un septentrional, más aún cuando se trata de alguien como Piel de Oso, es bastante más de fiar que la de muchos de los buitres que rindieron pleitesía a Colmillo Roto, y que lo abandonaron en cuanto las cosas se pusieron difíciles. Vigila de cerca a Carnac y a Longes, Maárwarth, y no dudes en aplastarlos en cuanto seas informado del primer conato de resistencia a tu mandato.

─ Han visto lo que ha ocurrido con el Clan del Colmillo.

─ Mandaré escribir sobre las paredes de los templos principales lo acontecido en los últimos días para que nadie olvide el poder que tuvo Svern, ni el ingenio y la fuerza del puño de Maárwarth.

El Antiguo miró alrededor para asegurarse de que nadie los pudiera escuchar.

─ Álasdair partió hace veinte días hacia el sur, mientras negociabas con Piel de Oso, aunque supongo que ya habrás sido informado. No hay modo de que Sýeron sea informado de lo ocurrido aquí.

─ Sýeron es historia, igual que el clan al que pertenece.

En ese momento, dos Nocturnos pertenecientes a la guardia personal de Svern se acercaron junto a un mensajero que acababa de llegar del sur cabalgando a una montura que se desplomó extenuada en cuanto se detuvo. Por el miedo que Svern pudo leer en sus ojos, supo que no traía buenas noticias, por lo que le ordenó entrar al interior de la jaima. El Antiguo pidió a Maárwarth que lo acompañara, y ordenó cerrar la puerta formada por cuatro gruesas piezas de cuero.

─ Habla.

─ Amo Svern ─ dijo el mensajero con la voz temblorosa ─. Se ha producido una fuga en la Ciudad de los Esclavos. Es grave.

Maárwarth apretó los dientes en cuanto escuchó las palabras del Nocturno. La imagen de varios de los Cazadores Negros le vino a la cabeza, sobre todo la del guerrero al que se había enfrentado durante la batalla en Valle Baldío hacía más de dos años, aquel al que llamaban Ódeon.

─ No temas ─ dijo Svern al mensajero, cuyo nerviosismo aumentó cuando vio la reacción de Maárwarth ─, y cuéntamelo todo.

─ Los humanos tomaron la mina y la cantera, y destruyeron la Ciudad de los Esclavos, liberando a miles de prisioneros. Hundieron tantos barcos como pudieron a lo largo del lago Odei y el Río Espumoso, quemaron los muelles, y atacaron los túneles exteriores de las ciudades de Citerion, Visis y Mula antes de ser rechazados por la guarnición que fue enviada desde Ciudad de Pináculos.

Svern miró a Maárwarth con seriedad, quien asistía impertérrito a la explicación del mensajero, y le pidió que siguiera.

─Un gran grupo formado por casi dos mil esclavos fue masacrado por la guarnición en las afueras de Ciudad de Pináculos, después de que atacaran los muros exteriores. Afortunadamente, los siervos pudieron evitar que los fugados escalaran e ingresaran en el interior de la ciudad, pero la población teme que más grupos descontrolados puedan volver a intentarlo. Hay esclavos pululando prácticamente por toda la región.

─ ¿Y los Nacidos Libres? ─ preguntó Svern.

El mensajero dudó antes de responder, pero cedió ante la presión que ejerció sobre él la penetrante mirada del Antiguo.

─ Otro grupo de aproximadamente tres mil humanos atacó el anillo comercial de Dranwer, y mató a más de trescientos de los nuestros. También murieron muchísimos Esclavos de Sangre, pero la punta de lanza formada por los Nacidos Libres y los Asesinos de Plata se hizo con una gran cantidad de armas, y avanza rápidamente hacia el sureste en dirección a los Llanos de Skóndrym.

Svern y Maárwarth permanecieron en silencio durante unos segundos, después de los cuales el Antiguo agradeció el esfuerzo realizado por el mensajero y lo mandó salir de la jaima. Abrió un mapa en el que se representaba todo el territorio que se extendía desde la Ciudad de los Esclavos hasta la Cordillera de los Gigantes, y lo puso sobre la mesa.

─ Los Llanos de Skóndrym ─ expuso Svern con su voz áspera ─. Aún les queda mucho hasta la cordillera.

Después miró a Maárwarth y en sus ojos pudo observar la determinación que lo caracterizaba.

─ Los Esclavos de Sangre, aunque su número pudiera ser ingente, no tardarán en ser capturados o muertos ─continuó el Antiguo ─. No son soldados, no son cazadores, no tienen recursos para sobrevivir.

─Dime lo que quieres que haga con los Nacidos Libres, Svern─ pidió Maárwarth ─. La noticia de su fuga y la dirección que siguen habrá llegado también a Góldar y a las tres legiones de Serpientes Negras que mantengo a los pies de la Cordillera Gris, quienes ya habrán comenzado a tomar posiciones. Es imposible que escapen. Enviaré varios mensajeros a caballo para que transmitan mi orden de movilizar a dos de las legiones hacia el este, en persecución de los humanos.

─ Esto es un duro golpe para nuestro prestigio, Maárwarth. Me alegro de que Wurthar haya decidido tomarse unas vacaciones en la tierra de los Nacidos Libres, nos dará tiempo a solucionar este problema antes de que vuelva y nos haga quedar en ridículo ante el resto de las Casas del centro del territorio. Trajiste a los Nacidos Libres para que fueran repartidos entre todo aquel que se los pudiera permitir, pero los Asesinos de Plata fueron reservados para mí. No tienen suficiente capacidad como para amenazar a ninguno de los núcleos importantes, pero desgraciadamente el populacho es proclive al pánico. Suelta una rata en mitad de un baile, y más de la mitad de los presentes se volverán locos tratando de huir o de matarla.

Svern mojó el dedo índice con la sangre que contenía una de las copas, y dejó caer varias gotas sobre la parte del mapa en la que se representaban los Llanos de Skóndrym.

─ Deben ser sacrificados. Este asunto debe ser tratado con mano de hierro ─ continuóel Antiguo.

─ Partiré con la infantería ligera de Álasdair hacia el sur en cuanto haya reunido a todo aquel lo suficientemente fuerte como para realizar una marcha forzada.

─ Reúnelos durante las horas que restan a la noche. Mañana partirás, llevándote también a mis mejores compañías de exploración.

Maárwarth estudió con detenimiento la orografía del terreno que limitaba con los Llanos de Skóndrym. La extensa planicie se dirigía al sureste de forma tal que se necesitaban al menos cinco días para cubrir la distancia que la separaba del caudaloso río Gyor. Si Ódeon conseguía llegar hasta allí, aún necesitaría un día más para localizar un lugar por donde vadearlo. En ese tiempo, los Serpientes Negras de Maárwarth ya habrían tomado posiciones al otro lado del río.

Si salía en cuanto anocheciera, Maárwarth podría formar una pinza sobre los humanos en cuestión de menos de una decena de noches, atacando sus posiciones desde el norte mientras los Serpientes Negras los hostigaran desde el sur. Malditos hijos de una perra, no habéis podido escoger un momento más inoportuno. ¿Cuánto tardaré en daros caza? Por rápida que fuera vuestra derrota, la pérdida de tiempo no es asumible. La toma de los Montes de Kráddok no puede retrasarse, el invierno estaría casi encima, y los preparativos están demasiado avanzados como para postergar la invasión a las tierras de los Nacidos Libres. Tendré que movilizar a una legión y media para aplastar la rebelión de los esclavos, y tomar los valles altos y los circos de Kráddok con el resto de Serpientes Negras. El número de efectivos es a todas luces suficiente para defender un terreno tan abrupto y tan impracticable en invierno como los Montes de Kráddok, y no tardaré en hacer llegar al resto de tropas de apoyo en cuanto haya llegado la primavera. Para cuando los Nacidos Libres pudieran realizar cualquier acción de contraataque desde sus ciudades, ya tendré a todos mis Serpientes Negras en Kráddok. Si estuvieras aquí, Álasdair, las cosas serían más sencillas, echo en falta tu optimismo.

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Desde la ladera derecha de los Llanos de Skóndrym, Ódeon observaba la torpe marcha de la retaguardia de su improvisado ejército. Un gran grupo de más de quinientos hombres se estaba rezagando, sumándose así a los aproximadamente ochocientos que se habían desperdigado durante las últimas dos jornadas. Otro grupo de unos doscientos efectivos se había detenido ya entre los meandros que formaba el río que les había dado de beber desde que accedieron a la llanura. El Cazador, cuyo peso había mermado en las últimas semanas, dirigió su mirada hacia el este y distinguió el enorme caudal al que el sinuoso río vertía sus aguas. Allí giraremos hacia el sur. ¿Qué hará ese gran río? ¿Nos llevará su cauce, por fin, hacia la Cordillera Gris? ¿O por el contrario, discurrirá en paralelo a la misma cortándonos el paso y obligándonos a seguir caminando durante varias jornadas más?

Cádlaw, junto a varios soldados y un puñado de Cazadores Negros, llegó a la posición desde la que Ódeon divisaba la situación del grupo al que dirigía. El general sileno tomó asiento sobre una piedra, y esperó a dejar de jadear para tomar la palabra.

─ Los esclavos no pueden seguir este ritmo, Ódeon. Muchos se han detenido a cuatro leguas de aquí, y ese gran grupo de ahí no tardará en hacer lo mismo o tratar de ocultarse en los bosques.

Ódeon asintió mientras comía un pedazo de pan que había sido horneado en la ciudad prisión, y que formaba parte de los escasos víveres de los que disponía. Al menos, los hombres pertenecientes al ejército de Dorent se habían dado un festín de carne tras atacar a la especie de mercado que habían tomado la jornada anterior, y se habían hecho con una cantidad nada desdeñable de queso, carne y pescado secos.

─ La inmensa mayoría de los hombres de Dorent pueden seguirnos ─ respondió Ódeon ─. Calculo que unos cuatrocientos esclavos también lo harán. No tenemos tiempo ni provisiones suficientes como para detenernos a descansar, Cádlaw, hay que llegar cuanto antes al final de estos llanos. Aquí somos vulnerables.

─ Tendríamos que haber virado hacia el sur hace dos días, cuando aún no habíamos entrado en esta llanura interminable. Hubiéramos avanzado una gran distancia hacia la Cordillera Gris ─ protestó Cádlaw sin demasiado entusiasmo, se estaba habituando a que sus quejas no fueran escuchadas por casi ninguno de sus acompañantes.

─ Creí que habías comprendido que nosotros no somos lo más importante, Cádlaw. Seguiremos hacia el sureste hasta alcanzar el final del llano, y allí decidiremos qué dirección tomar.

─ Quizá quieras decir decidiré...

─ Sí, por la autoridad que me ha sido concedida ─ respondió Ódeon de modo tajante.

─ Podríamos salvarnos, si localizáramos una ruta que nos lleve hacia el sur ─ insistió Cádlaw hablando entre dientes, y casi para sí mismo.

Ódeon miró hacia el escarpado risco que Cádlaw observaba con avidez, y extendió su palma hacia el mismo. Tardarían menos de media hora en hollar la cima.

─ Ascendamos mientras nuestros hombres avanzan hacia la desembocadura, los alcanzaremos allí. Es posible que desde la altura podamos divisar ese camino que tanto ansías.

Cádlaw sonrió complacido.

─ Por fin, maldito seas, tienes la mollera tan dura como la piedra del suelo que pisamos.

Uno de los hombres de Ódeon fue el primero en llegar, y por el modo en que lo miró Ódeon supo que el fin de su huída no estaba muy lejos. Cuando ascendió al punto más alto el líder de los Cazadores Negros pudo ver la Cordillera Gris, aún distaba varias jornadas de su posición. Entre esta y el ansiado sur, el caudaloso río significaba un obstáculo difícil de vadear. De forma paralela a la otra orilla, una larga hilera de aproximadamente cien grandes carros de madera, dirigida por centenares de siervos humanos, portaba las vituallas necesarias para surtir a un ejército compuesto por aproximadamente dos millares de Nocturnos. Los seres de la noche se ocultaban probablemente en oquedades naturales u horadadas en las proximidades. La ruta hacia el sur acababa de dejar de ser parte de las posibles alternativas.

Al norte Ódeon vio el llano por el que discurría su ejército. Una hilera de cumbres de poca altura los separaba de otra línea serpenteante de carros tirados por caballos que se aproximaba a través de una ancha calzada de piedra. Los habían capturado en un movimiento de pinza.

En cuanto Cádlaw llegó a la altura de Ódeon, supo apreciar lo desesperado de su situación. Emitió una sonora carcajada, y se sentó sobre una roca mientras se frotaba la cara con la palma de sus manos.

─ Si tienen a tantos siervos humanos buscándonos, no quiero ni pensar en la cantidad de Nocturnos que habrá escondidos ahí debajo intentado localizar nuestra posición exacta durante las noches.

El Cazador asintió con la cabeza, y lo miró mostrando una extraña sonrisa.

─ Habrá más de los que pueda abarcar tu vista, y acudirán en masa cuando seamos localizados y cercados.

Cádlaw se ajustó los pantalones, preparándose para iniciar de nuevo la marcha. Después miró al Cazador, quien incluso tan delgado como estaba tenía un porte orgulloso e intimidante, y rió irónicamente.

─ Parece que eso te alegra.

─ No lo sabes bien. Y cuantos más vengan aquí, mejor.

─ Mierda...Esto se acaba, ¿verdad? ─ expuso Cádlaw con incredulidad.

─ Acabó en cuanto decidimos escapar, Cádlaw, nadie con dos dedos de frente podía imaginar que alcanzaríamos la cordillera. Lo único que se nos permite ahora es escoger el tipo de final que tendremos, y desde luego el mío no llegará mientras corro como un cervatillo ante una manada de lobos.

Después llamó a cuantos hombres había cerca de la cumbre y se dispuso a dictar las órdenes.

─ Bajad de nuevo y decid al resto que asciendan hasta nuestra posición. Aquí es donde se derramará nuestra sangre, junto a la de los centenares de Nocturnos que haremos caer antes de exhalar nuestro último aliento. ¿Te apuntas, Cádlaw?

─ ¡Claro que me apunto, demonios! ─ respondió el Sileno tratando de ocultar su amargor ─ ¿Cómo seremos recordados, Ódeon? Creo que yo seré aquel que partió a conquistar el norte, y condujo a la muerte a diez mil hombres.

─ Es posible. Pero dime, ¿cuál es el concepto que tienes de ti mismo? ¿Estás orgulloso de tu comportamiento?

Cádlaw miró hacia el sur, por donde sus perseguidores vadeaban ya el río a través de un paso en el que el cauce se anchaba y perdía profundidad, y se encogió de hombros.

─ Llevé a los míos a la victoria en multitud de ocasiones, y mi actuación en las conversaciones de paz que construyeron la unidad de la república fue decisiva. Fui un fiel esposo y un padre cariñoso. Muchos me odiaron, pero también hice grandes amigos. Supongo que el balance es bastante bueno.

─ Entonces, ¿qué diablos importa lo que piense de ti el resto del mundo?

El mancillado General sonrió, y tendió su mano al Cazador para que le ayudara a erguirse.

─ Solamente me gustaría pedirte una cosa...

─ Dirigirás a tus hombres, como general del ejército de Silenia, durante la defensa de este sitio ─ respondió Ódeon mientras tiraba de él.

El Cazador Negro se giró para continuar explorando las cumbres secundarias de la zona en la que ofrecerían tanta resistencia como pudieran a la hueste formada por los Nocturnos, pero Cádlaw lo obligó a detenerse agarrándolo del hombro.

─ Ódeon ─ dijo mirándolo con una humildad no muy habitual en él ─. Nuestra relación ha sido siempre algo tensa, pero quiero que sepas que te respeto profundamente, y que agradezco este último gesto.

Ódeon inspiró profundamente, y su mirada se volvió afable de un modo que casi había olvidado.

─ Necesitaremos tu mejor versión durante las siguientes noches, Cádlaw. Me alegrará luchar junto al maldito engreído que habita en tu interior, ese que está convencido de poder llevar a cabo cualquier gesta que se le presente.

Al igual que tú, dudo que superemos la primera noche, pero resistir sin esperanza supone un acto de dignidad que hace que me sienta orgulloso de formar parte de esto.

La exploración que llevaron a cabo proporcionó un descubrimiento lo suficientemente satisfactorio como para alegrar los ánimos de muchos de los hombres, cuya esperanza menguaba de forma progresiva. Una de las cimas parecía haber presentado, en un tiempo más que lejano, una pequeña fortaleza cuyos restos habían sucumbido casi totalmente ante el empuje del tiempo, el gélido viento del norte y las tormentas de mil inviernos. Cinco grandes menhires salían de la tierra en un círculo que los Nocturnos habrían allanado alguna vez, haciendo que parecieran los dedos de un gigante enterrado que extrajera su mano para atrapar a quien cometiera la imprudencia de permanecer entre ellos. Varios retales de muralla semiderruidos formaban un círculo de unos cincuenta pasos de diámetro, y las tres vías principales que ascendían de forma directa hacia las antiguas ruinas estaban provistas de sendas barbacanas que, aunque cubiertas de maleza, se mantenían en pie durante una buena parte de su longitud.

Ódeon ordenó reformar, aunque fuera de forma más que humilde, las barbacanas, más para tener a los hombres ocupados que por una intención real de aumentar las posibilidades defensivas del lugar, pues apenas poseían proyectiles con los que defender la posición en cuanto los Nocturnos se presentaran ante ellas. A media tarde, observó con sorpresa que la decisión había sido más que acertada.

Aproximadamente cuatro centenares de siervos ascendieron hacia la cumbre, formando un círculo que trataba de rodear casi completamente el improvisado bastión ocupado por el ejército de esclavos. Tomaron posiciones a una distancia que permitía el lanzamiento certero de flechas, pero el daño que podían infligir se vio prácticamente anulado gracias a que la línea más adelantada de soldados de Dorent se cubrió tras los muros recién rehabilitados. Los siervos, al constatar que no existía más respuesta por parte de los defensores que la de ocultarse tras los maltrechos parapetos, avanzaron armados con sus picas y sus espadas cortas.

Cádlaw, encargado de organizar la defensa en una de las barbacanas, miraba atónito cómo los siervos avanzaban con el exceso de confianza del que hacen gala aquellos con poca o ninguna experiencia en el combate. Esperó a que los siervos estuvieran lo suficientemente cerca y dio la orden de ataque. Casi al mismo tiempo que en los otros dos puntos donde los muros habían sido reforzados, los Esclavos de Sangre salieron al ataque protegidos por los escudos ligeros de mimbre con los que se habían hecho en el momento inicial de su fuga, y armados mediante las espadas y picas de modesta factura que los Nocturnos permitían mantener a sus siervos.

La lucha entre aquellos esclavos nacidos y criados en las granjas, y los siervos de los Nocturnos, fue totalmente desigual en su inicio. La mayoría de esclavos jamás había utilizado un arma, pero el intenso odio que sentían sobre aquellos que, siendo de su misma especie, habían decidido servir a los Nocturnos, hizo que cayeran sobre ellos con una decisión y una rabia que nunca antes habían tenido la oportunidad de poder desarrollar. Fueron muchos los que cayeron, pero las tornas cambiaron cuando la segunda oleada de esclavos, formada por los hombres de Dorent, entró en escena. En este caso fueron los siervos quienes mostraron una flagrante inferioridad técnica, y su sangre tiñó los abruptos riscos desde donde habían tratado de someter al ejército rebelde. El propio Ódeon entró entre los siervos como un auténtico huracán, destripando y atravesando con su espada a cuatro de los desdichados que cargaron de modo ciertamente anárquico y desordenado. A su lado, la línea perfectamente estructurada de Cazadores no dio opción alguna de victoria a los atacantes, arrollándolos a su paso mientras los soldados que cargaron por los costados terminaban de desconcertarlos y hacerles huir.

Tras hacer caer a más de diez torpes enemigos, Ódeon dio la orden de retirada cuando vio que muchos de los esclavos trataban de perseguir a los siervos que corrían en desbandada. Decenas de esclavos, presos de la ira y el rencor, hicieron caso omiso de los gritos de los hombres que permanecían en la parte más alta y siguieron luchando entre las rocas durante un largo tiempo.

Déjalos, tienen derecho a escoger el final que más deseen, tienen derecho a despreciar más a los siervos que a los Nocturnos cuyas órdenes siguen. De todas formas, los malditos seres de la oscuridad han conseguido que su objetivo se cumpla. Faltan menos de dos horas para que se ponga el sol, y el esfuerzo realizado unido a la falta de tiempo para descansar hará mella en nuestras fuerzas cuando seamos atacados por aquellos que sí saben combatir.

Hasta que llegó la noche, los hombres esperaron pacientemente la llegada de los Nocturnos. Curiosamente, muchos de ellos bromearon y rieron para tratar de obviar lo que ocurriría en las siguientes horas, y los esclavos sin lengua fueron los que más alegría y bienestar mostraron entre todos. Los últimos días, en los que básicamente se habían dedicado a caminar, correr y ocultarse, habían sido por mucho los más felices de sus vidas, y se lo agradecían constantemente a los hombres de Dorent mediante sonrisas y gestos amistosos. Habían conocido la libertad, y sintieron la absoluta sensación de placer y plenitud que producía en el alma.

El aullido de varios Lobohombres fue la señal que dio inicio a una noche en la que se quebrarían los escudos y la sangre teñiría los filos de las espadas. Tras las barbacanas, los hombres de Dorent formaron en varias líneas armados con escudo y pica, mientras que los riscos por donde con seguridad los Nocturnos tratarían también de acceder a su posición fueron defendidos por hombres armados con escudos y espadas.

Cádlaw, situado en la quinta línea de la falange que defendía la barbacana del norte, ordenó a los hombres cerrar filas y mantener sus picas en alto. Había hecho que la compacta estructura defensiva creada por sus soldados retrasara su posición y dejara un espacio libre entre la primera línea y el murete de defensa, y mientras trataba de dar ánimos a sus hombres mediante constantes gritos de arenga, vio a tres enormes sombras saltar la barbacana y rugir en el aire mientras caían sobre las ordenadas líneas de humanos. Los Lobohombres se irguieron, destripando a varios de los sorprendidos soldados que trataban de alejarse infructuosamente del alcance de sus garras, pero las decenas de lanzas que los rodearon perforaron su carne desde tantos puntos que no tuvieron opción de producir el daño deseado por sus dueños.

Casi al mismo tiempo, tropas ligeras de Nocturnos ataviados con corazas de cuero, jabalinas, espadas cortas y escudos de mimbre, comenzaron a saltar por encima de la barbacana y corrieron hacia la línea de defensa compuesta por Silenos, Murios y Umbrios. Tras el cruento encontronazo, las tres primeras líneas de hombres se dedicaron a empujar sus escudos para detener el avance de los atacantes, mientras que por encima de sus cabezas las siguientes líneas de soldados clavaban las picas sobre los Nocturnos atrapados entre el muro de escudos y los compañeros que los empujaban desde detrás.

Multitud de Nocturnos fueron empujados hacia la barbacana, de modo que obstaculizaron el acceso a quienes ascendían tras ellos mientras caían atravesados por las picas de los humanos. Cualquiera de los hombres que caía muerto o herido en la primera línea era inmediatamente reemplazado por aquel al que había tenido pegado a su espalda, por lo que la estructura de defensa pudo mantener su estructura durante largo tiempo.

En el espacio que existía entre las tres vías de ascenso a la cumbre, el suelo era totalmente irregular y la pendiente escarpada. Allí, Ódeon plantaba cara a la cantidad cada vez mayor de Nocturnos que accedían de forma desordenada aunque constante. Acompañado por quince de sus Cazadores Negros y un centenar de soldados Onirios, Portenses y Lesos, lucharon cuerpo a cuerpo frente a la nube de enemigos que se les echó encima. El nervudo Cazador desvió con el escudo la jabalina que le lanzó un Nocturno, y saltó sobre él para clavarle su más que modesta arma entre las costillas. Después lo empujó haciéndole caer entre dos afiladas aristas de roca, y se hizo con su espada.

─ ¡Tomad sus armas! ─ gritó cuando comprobó el peso del arma que acababa de adquirir ─ ¡Haceos con sus espadas!

Seguidamente fue atacado por un oscuro terriblemente estilizado que trató de perforarle un muslo mediante una jabalina. Sus brazos eran largos y sus movimientos elásticos, pero Ódeon pesaba mucho más que él. El Cazador se giró para esquivar la pica, dio dos rápidos pasos y, cargando con el hombro y protegido por el escudo, lo hizo chocar contra otro de los enemigos que corría con decisión. Tras ser empujado por su compañero, el espigado ser salió despedido hacia Ódeon y prácticamente fue él mismo el que se clavó en el filo cuya eficacia quedó corroborada atravesándolo de un lado al otro. Ódeon extrajo la hoja del cuerpo del Nocturno y percutió con dureza sobre la espada que el segundo enemigo trataba de dirigir hacia su cabeza, haciendo que el brazo de este se ladeara y dejara desprotegido el costado. Ódeon no tuvo piedad, cortó la musculatura que cerraba su abdomen e hizo que sus intestinos se desparramaran sobre las rocas. A su lado, sus Cazadores no daban cuartel al enemigo que veía cómo, oleada tras oleada, los humanos seguían manteniendo la posición.

Las horas se sucedieron y los hombres mantuvieron su férrea resistencia en todo lo largo de la línea de defensa, aunque las bajas acumuladas habían mermado la capacidad de empuje de las falanges y los espacios entre las mismas comenzaban a peligrar. De pronto, el sonido de unas agudas trompas de guerra hizo que el ataque de las tropas ligeras se detuviera. Los humanos trataron de restituir sus líneas, comprobando con amargura que su poder defensivo había decaído debido al cansancio, las heridas y las bajas acumuladas.

Cádlaw, que formaba ya en la tercera línea de la falange, escuchó un sonido que, para su desgracia, se le hizo muy familiar. El paso rítmico de las tropas de refresco que ascendían el último tramo que los separaba de los humanos, recio y acompañado del sonido que producían las placas de metal al chocar entre sí, le hizo entender que la infantería pesada de los Nocturnos había alcanzado los aledaños de la cumbre. La falange no resistiría su empuje por mucho tiempo.

También Ódeon fue consciente de la maniobra del enemigo. Mientras tropas ataviadas con armaduras formadas por escamas de metal, grebas y brazales, y armadas con escudos pesados, espadas y picas, ascendían hacia las barbacanas, nuevos efectivos de infantería ligera se preparaban para retomar la iniciativa sobre los hombres que protegían los riscos. Calculó que debían faltar más de tres horas hasta el amanecer, y temió que sus temores se confirmaran. No pasarían de esa noche.

¡Tiempo, más tiempo, tengo que daros más tiempo!

─ ¡Resistid! ─ rugió su voz ─ ¡Pronto amanecerá, y se tendrán que ocultar en las sombras! ¡Aguantad, hombres de Dorent, haced un último esfuerzo, rechacémosles y que tengan que correr a sus agujeros con el rabo entre las piernas!

Después saltó de roca en roca y llegó a la posición en la que Cádlaw, tras restituir la compacta estructura de la falange, había ordenado ya retrasar su posición. El general Sileno también era consciente de que no podrían resistir el empuje de los seres de la oscuridad.

─ ¡Infantería pesada! ─ gritó Ódeon a pleno pulmón ─ ¡Abandonad la posición, Cádlaw, nos defenderemos donde el terreno nos es más propicio!

Cádlaw mandó acelerar el paso, y sus hombres retrocedieron sin que la estructura defensiva perdiera su forma. Al haberse alejado lo suficiente de la barbacana como para no poder ser sorprendido por el enemigo, los hombres comenzaron a escalar a través de las rocas que formaban el corredor que habían defendido de forma exitosa, y se unieron a los que habían permanecido sobre el terreno más abrupto.

Los Nocturnos no tardaron en lanzar un nuevo ataque. Su infantería pesada, caminando al ritmo del sonido de los tambores, accedió a las barbacanas y comenzó a saltarlas con la esperanza de encontrar una resistencia sencilla de superar, poco más de seis o siete centenares de humanos vestidos con ropajes de cuero y ataviados con escudos de mimbre, picas y espadas cortas. Al no encontrarlos allí, formaron en líneas compactas y prosiguieron con su avance.

Sobre los riscos, la reforzada infantería ligera volvió a cargar sobre los esclavos, y se encontró con que ese era el lugar donde se encontraba el grueso de sus tropas. El terreno accidentado, plagado de aristas y grietas, y defendido por soldados experimentados de Dorent, no era el más propicio para el avance, por lo que la lucha cuerpo a cuerpo volvió a protagonizar la carnicería que tiñó de escarlata la piedra caliza que conformaba la cumbre de la montaña.

Maárwarth llegó a la cima junto al escuadrón de soldados acorazados que capitaneaba, solamente para constatar que se encontraba absolutamente vacía de almas. Los cinco ciclópeos menhires que formaban lo que conocía como la Mano de Margh, junto a los restos del muro que los había circundado en tiempos anteriores incluso a Svern, habían sido abandonados por los humanos. Los dos escuadrones restantes llegaron prácticamente al unísono, tras vencer la barbacana y la pendiente de los otros dos corredores de acceso. Ninguno de ellos había encontrado resistencia, esta se ubicaba diseminada entre los riscos. El Nocturno, ataviado con su armadura de escamas de hierro ennegrecido cuyos bordes se teñían en rojo, la cabeza protegida por el casco crestado mediante afiladas púas de acero, y portando un escudo redondo y una espada de filo ancho, emitió un siseo que el viento se encargó de propagar entre sus soldados. Los Nocturnos comenzaron a avanzar entre los riscos de donde provenía el fragor de la batalla, y se detuvieron cuando observaron la línea de hombres que les esperaba más adelante. Maárwarth salió de entre sus soldados y saltó a una roca desde donde pudo ver a Ódeon, acompañado por casi una treintena de Asesinos de Plata cuya figura pudo reconocer. El humano lo señaló con su espada en cuanto lo vio, provocando así la orden de ataque de Maárwarth.

Los Serpientes Negras mostraron su preparación por el modo lento y ordenado en el que se movieron en el accidentado terreno, pero este mostró pronto ser más propicio para aquellos que se pudieran mover con más ligereza. Los soldados de Dorent se hicieron con la posición más alta y resistieron con fiereza la acometida de los Nocturnos, que pagaban con sangre negra por cada uno de los humanos a los que hacían caer. Los Nocturnos, cargados con un exceso de peso, se desequilibraban con mucha más facilidad tanto al saltar de un lugar a otro como al entablar la lucha frente a un oponente, lo que hacía que aunque fueran muy superiores en número también sus bajas fueran más cuantiosas.

Ódeon se posicionó ante dos Nocturnos que avanzaron por una arista para tratar de sorprenderlo. El primer Serpiente Negra saltó sobre la roca en la que se encontraba, pero el ágil Cazador cambió de posición y solamente tuvo que aprovechar su inercia y empujarlo para hacerlo caer en una grieta no excesivamente profunda, donde perforó su espalda. Detuvo el mandoble que el segundo de los enemigos dirigió hacia él y cortó el brazo que sostenía el arma. Después lo pateó en el pecho y lo hizo caer a una profunda sima. El Cazador Negro saltó a la zanja donde había caído el primero de sus oponentes y se hizo con su escudo de roble. Ascendió por el lado contrario, y vio a Maárwarth saltar con agilidad entre las afiladas aristas de roca.

El Nocturno se movía como una pantera, saltando distancias reservadas a aquellos que poseían cualidades que habían sido reservadas para unos pocos privilegiados, y pisando con inusitada seguridad en cada una de las veces que caía sobre las rocas. Un humano se interpuso en su camino, y Maárwarth atravesó su escudo y su hígado de un solo golpe. Después detuvo una pica con su escudo redondo, y llegó sobre el Portense que la había lanzado mediante tres largos saltos. El humano había tenido tiempo de desenfundar su espada, incluso de atacar a Maárwarth mientras este aterrizaba ante él, pero el Nocturno pateó el brazo armado que se dirigía hacia él y, mediante un potente mandoble descendente, partió por la mitad el cráneo del hombre. Ódeon lo esperaba algo más adelante, y Maárwarth avanzó sin vacilar hacia él.

Sobre una gran roca de superficie llana, ambos líderes establecieron una lucha que destacó por la calidad técnica, la fuerza y la fiereza con la que se desarrolló. Ambos dirigieron mandobles que amenazaron con mortífera eficacia, y en todos los casos fueron detenidos por los escudos. Se golpearon y se empujaron con los escudos, usaron los codos y las rodillas, pero la balanza no se decantó por ninguno de los lados.

Ódeon no tuvo más remedio que retrasar su posición varias veces, ya que los Nocturnos de Maárwarth conseguían avanzar a posiciones que los humanos no tenían otra opción que perder. La superioridad numérica de los Nocturnos era aplastante, y no hubieran tardado demasiado en cercar a los hombres si no hubiera sido por el sonido de una tuba, que en forma de un sonido grave que hizo retumbar los oídos de cuantos se encontraban en las cercanías, señaló a los Nocturnos la necesidad imperiosa de iniciar la retirada. Maárwarth siseó con rabia mientras mostraba sus blancos colmillos a Ódeon, se giró y escapó saltando entre las rocas con agilidad felina.

El Cazador Negro, extenuado, apoyó la punta de la espada en el suelo e inspiró una profunda bocanada de aire. El amanecer debe estar próximo. ¡Corre, Nocturno, corre a esconderte en tu agujero infecto, y danos al menos un día más!

Cuando las primeras luces del alba iluminaron la cumbre rocosa, algunas decenas de humanos comenzaron a aparecer de entre las grandes moles de piedra y se dirigieron hacia la Mano de Margh. Durante el trayecto, fueron muchos los compañeros que vieron muertos, y muchos más aún los humeantes cuerpos de los Nocturnos que comenzaban a quedar expuestos a los rayos del sol.

Tras permanecer apoyado sobre uno de los grandes menhires, Cádlaw se irguió y mostró una enorme sonrisa cuando vio a Ódeon llegar acompañado por cinco Cazadores Negros más.

─ ¡Por todos los dioses, Ódeon! ¡Nunca creí que me alegraría tanto de ver esa sucia pelambrera de marmota que tienes por barba!

Ódeon caminó hacia él asintiendo con la cabeza y palmeando el hombro de cada uno de los hombres con los que se cruzó, y cogió sorprendido el odre lleno de agua que le lanzó el Sileno.

─ Mis hombres los ocultaron bien, Ódeon. Bebe cuanto necesites, creo que es la primera vez en mi vida en la que poseo agua suficiente para surtir al menos al doble de los hombres que tengo bajo mi mando.

─ ¿Cuántos hemos vuelto?

─ Con vosotros hacemos setenta y seis, aunque creo que unos diez o doce no llegarán a la noche con la suficiente fuerza como para poder luchar ─ respondió Cádlaw sin perder del todo la sonrisa ─. Y eso contando con que los siervos que mantienen el cerco, ocultos tras las rocas, no nos ataquen durante el día.

La calma reinó sobre el círculo de piedras que coronaba la cima durante las siguientes horas. Todo indicaba que Maárwarth se reservaba el derecho de asestar el golpe mortal al último reducto de un ejército que desde el inicio estuvo abocado, según el parecer de los Nocturnos, al fracaso. Centenares de siervos se dejaban ver cada cierto tiempo para mostrar a los hombres de Ódeon que la escapatoria no iba a ser posible, pero ninguno de ellos se acercó lo suficiente como para constituir una amenaza. Así, los huidos pudieron establecer turnos de guardia y descansar, mientras comían y bebían cuanto necesitaban.

Las horas corrieron de forma inexorable, y los hombres comenzaron a preparar sus armas en silencio. Al fin los últimos rayos de un sol rojo que parecía vaticinar la degollina que, después de más de mil años de quietud, haría correr la sangre por entre los dedos de la Mano de Margh, fueron apagados por la línea del horizonte. Tras un tiempo relativamente largo, cuando hubo oscurecido del todo, las negras líneas formadas por los guerreros de Maárwarth se posicionaron ante la pobre estructura defensiva formada por los poco más de sesenta Nacidos Libres que permanecían aún en pie sobre la Mano de Margh.

─ No temáis ─ dijo Ódeon mientras giraba su cuello haciéndolo crujir y asestaba varios mandobles al aire ─, será rápido. Esta noche cenaremos junto a nuestros antepasados, sentados en torno a una enorme mesa de madera llena de los mejores manjares y el mejor vino que hayáis podido beber jamás.

Wíglaf, espero haber podido darte el suficiente tiempo. Suerte, mi fiel aprendiz y amigo.

Los Nocturnos avanzaron en silencio, centenares formando varias líneas, con su general al frente. Maárwarth hizo que se detuvieran cuando vio salir a los humanos formando una compacta línea, armados con las picas, las espadas y los escudos que habían obtenido de sus víctimas.

─ ¿Usarás a tus arqueros, bastardo? ─ rugió la potente voz de Ódeon ─ ¿O prefieres enfrentarte al filo de mi espada?

Maárwarth se adelantó varios pasos, desenfundó su pesada hoja de filo ancho, y señaló a Ódeon con ella.

─ Tú eres para mí ─ siseó mientras apretaba los dientes, y ordenó el avance de sus tropas.

Los humanos se adelantaron varios pasos y lanzaron sus picas contra los Serpientes Negras de Maárwarth. Después cargaron sobre el numerosísimo enemigo.

Un Cazador Negro saltó momentos antes del encontronazo, rodó por suelo pasando por debajo de la pica que trató de herirlo, y al erguirse clavó sus dos espadas en el abdomen del Nocturno que tuvo en su frente. Después fue ensartado por tres picas.

Otro de los Cazadores esquivó la espada que quiso hendir su carne, perforó el pecho del Nocturno que la sostenía, y después saltó sobre otro de los Nocturnos clavándole la espada en un hombro. Aún tuvo tiempo para esquivar otro mandoble y enterrar su hoja en la axila de un Serpiente Negra antes de que el extremo de una pica de otro de los engendros se adentrara en su costado.

Cádlaw atacó junto a un puñado de soldados. Los bravos Silenos mataron a varios de los primeros Nocturnos a los que hicieron frente, pero un enjambre acorazado cayó sobre ellos agujereando sus cuerpos. Su general, aún con el brazo anquilosado, manejaba la espada con suma destreza. Ladeó su cuerpo y clavó su acero en el costillar del primero que trató de caer sobre él. Al segundo le clavó un puñal en la cara, esquivó la pica del tercero y atravesó su pecho mediante una certera estocada. Un espigado ser de la noche saltó sobre él desde las líneas posteriores y lo derribó, destrozando su hombro izquierdo mediante un poderoso hachazo. Cádlaw clavó la espada en el torso del monstruo mientras caía de espaldas, perforando su corazón y provocándole una muerte instantánea. Después varios Nocturnos saltaron sobre el indefenso Sileno y comenzaron a morderlo en brazos, piernas, abdomen y cuello. Sintió cómo sus miembros perdían tensión y el dolor comenzó a desaparecer. Tosió, expulsando sangre por la boca, y su vista se oscureció.

A su lado, diez Cazadores habían hecho que más de treinta pálidos cadáveres mancharan el suelo con su negra y fría sangre. Los Nocturnos que los rodeaban recularon, incapaces de perforar la defensa, y entre ellos aparecieron guerreros armados con ballestas, mediante las cuales tuvieron que acabar con los aguerridos luchadores.

Maárwarth, acompañado por sus mejores hombres, se enfrentó a Ódeon y los cinco Cazadores que luchaban a su lado. El Nocturno, perfectamente reconocible por su caso crestado por púas de acero, se dirigió hacia el vigoroso Cazador, que ya había hecho caer a seis de los pálidos seres.

Ódeon lo vio llegar, cuando los Nocturnos que tenía ante él se apartaron para dejar paso a su señor. El imponente Nocturno ladeó la cabeza haciendo sonar a las articulaciones de sus vértebras, se deshizo de su escudo y armó la espada hacia el vigoroso humano.

Ódeon respiró hondo, el cansancio comenzaba a hacer mella en él, al igual que en el resto de los hombres, pero usaría hasta su último aliento para tratar de atravesar el corazón del detestable Nocturno. Tomó impulso y lanzó un mandoble hacia el cuello de Maárwarth, quien lo detuvo con su negro acero. Después, el Nocturno trató de perforar el abdomen del Cazador, pero este lo esquivó y trató de alcanzar a su contendiente en una pierna. Maárwarth reculó un paso, y volvió a cargar contra Ódeon con renovada furia.

Al lado del recio Cazador, sus hombres comenzaban a caer, y el propio Ódeon fue alcanzado en el muslo izquierdo por su magnífico oponente. La herida produjo una acusada cojera en el humano, quien apretó los dientes y descargó sendos mandobles contra Maárwarth haciéndole retroceder de nuevo. Esto enfureció al orgulloso Nocturno, que no era capaz de comprender cómo alguien tan castigado por las circunstancias era capaz de resistir de aquel modo.

Maárwarth comenzó a hacer girar su larga espada, describiendo elipses irregulares en su frente mientras se aproximaba de nuevo hacia el Cazador, quien posaba altivo esperándolo. Entonces el Nocturno envió una increíblemente veloz estocada hacia el Ódeon, convencido de que este sería incapaz de evitarla.

El experimentado Cazador previó el movimiento y desvió la hoja del Ser de la Noche, golpeándole la cara con la empuñadura de su espada y enviando un mandoble que trató de cercenarle el cuello. Maárwarth, sorprendido, contorneó su espalda, esquivó la acometida y seguidamente hizo descender con tal fuerza su acero que quebró la más que castigada hoja de Ódeon. Después atravesó su bazo y el riñón izquierdo, haciendo que más de la mitad de la negra hoja de acero sobresaliera por la espalda del Cazador.

El Nocturno acercó su cara, cuyo pómulo roto sangraba profusamente, a la de Ódeon, quien mostraba un amargo gesto de dolor mientras un fino chorro de sangre caía desde su boca entreabierta.

─ Se acabó, Asesino de Plata.

Ódeon lo miró directamente a los ojos.

─ Esto nunca acabará, Nocturno, siempre habrá Cazadores Negros matando a los tuyos. Algún día el acero de uno de ellos te hará morder el polvo, y tus armas resonarán al caer.

El Nocturno soltó su espada, y en un rápido movimiento asió la cabeza del Cazador desplazándola hacia atrás. Después bebió su sangre.

La caída de los Cazadores Negros selló el final de la Batalla de la Mano de Margh, que era como ya la apodaban los Nocturnos. En cuanto dio muerte a Ódeon, Maárwarth ordenó recoger cuantos cadáveres pertenecientes a los Nacidos Libres hubiera y dispuso su exhibición en una de las grandes oquedades que había en el corazón de la montaña. Después descendió a toda prisa hasta los Llanos de Skóndrym, donde cincuenta Serpientes Negras lo esperaban junto a sus monturas. Tenía ciertas cuestiones cuya consecución difícilmente podía ser postergada, y que inclinarían definitivamente la balanza en cuanto a lo que se refería a la toma de Kráddok.

Maárwarth inició así un apresurado viaje hacia el sur, para el que ya había realizado todos los preparativos. Cada veinte o veinticinco millas, dependiendo del terreno por el que discurriera la ruta que seguiría junto a su guardia personal, tendría caballos frescos de recambio. También había ordenado marchar hacia la Cordillera de los Gigantes a la legión y media de Serpientes Negras que no habían salido en persecución de los esclavos, con la intención de que tomaran posiciones para una conquista rápida de los valles altos y los circos de Kráddok. El resto de sus tropas de élite, las que habían acabado con la rebelión, aún tardarían unos días en localizar y eliminar a los grupos que se habían diseminado a través de los Llanos de Skóndrym, por lo que su marcha hacia el sur se postergaría aún durante un tiempo.

La siguiente noche, después de que la escarpada cima sobre la que se asentaba el conjunto megalítico de la Mano de Margh hubiera sido peinada tanto de día como durante las horas de oscuridad, en busca de los cadáveres de los humanos caídos en combate, y estos fueran trasladados a una gran cueva, Svern examinó concienzudamente cada uno de los cuerpos. Se había llevado a varios de los Nocturnos que se habían dedicado a sajar a los Nacidos Libres durante casi dos años, para que realizaran el reconocimiento de sus restos.

─ Falta el gigante, y también los que limpiaban la cocina, además de otro Asesino de Plata ─ dijo uno de los oscuros ─. Tampoco están el Murio, el alto Mesenio y uno de los Silenos.

Svern apretó los dientes hasta hacerlos rechinar, y abrió exageradamente sus ojos cuando se dio cuenta. Era posible que alguno de los cadáveres no hubiera sido localizado, pero siete, pertenecientes a algunos de los más fuertes, era un número sospechosamente alto.

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La mañana en la que se produjo la fuga de la granja prisión, muchos esclavos escaparon hacia las montañas. Otros decidieron participar en la lucha junto a Ódeon y Cádlaw, pero unos pocos hombres de Dorent se ocultaron y esperaron a que llegara la noche, en la que sería difícil que los vieran correr a través de la espesura del bosque.

Los ocho elegidos habían sido alimentados durante meses con raciones extra cedidas por sus compañeros de celda. También se habían cuidado de no castigar en exceso su cuerpo, para lo que sus compañeros de turno tuvieron que redoblar el esfuerzo. De ese modo pudieron incluso conseguir poseer un buen estado de forma. Además, habían entrenado las técnicas de lucha en el interior de los túneles más recónditos, lejos de la vigilancia de los guardas.

Cielo, el guía a quien el propio Wíglaf había liberado de las argollas que herían sus tobillos, señaló la ruta primero hacia el oeste y luego hacia el sur, esquivando siempre las vías principales. Durante el día discurrieron a través de los bosques, y durante las noches atravesaron los valles y las llanuras en las que se cultivaba el cereal. Avanzaron hacia el sur por las zonas menos habitadas de todo el territorio, y habían llegado al pie de los picos más altos de la Cordillera Gris para cuando los mensajeros enviados por Maárwarth hicieron llegar la voz de alarma a los Nocturnos que custodiaban los pasos de montaña.

Wíglaf realizaba su turno de vigilancia sentado entre unas enormes rocas, donde el grupo de ocho hombres se había ocultado para descansar durante unas horas. Mientras comía castañas y nueces que habían recolectado durante el camino, recordaba las últimas palabras que cruzó con Ódeon.

─ Lo conseguiréis, no tengas ninguna duda ─ le había dicho el maestro y amigo ─. Contad a los nuestros lo que ocurre aquí, tienen que saber que son muchos más y están mucho mejor organizados de lo que creíamos, deben conocer sus costumbres y su modo de vida, localizar sus puntos débiles. Debes hacer llegar a ellos a vuestro guía, debéis aprender de él, y guardar su conocimiento por escrito.

Después se fundieron en un fuerte abrazo

─ Suerte, Ódeon ─ dijo Wíglaf con un nudo en la garganta y los ojos enrojecidos.

El capitán asintió con la cabeza.

─ Apresuraos. Los desviaremos hacia el este, trataremos de daros el mayor tiempo posible. Y recuerda, al menos uno de vosotros debe llegar, aunque eso supusiera el sacrificio de los demás.

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