26. Maárwarth
Álasdair y Maárwarth observaban la columna de dos centenares de Nocturnos que tomaba posiciones frente al campamento constituido por casi ciento cincuenta jaimas. Avanzaron sentados sobre sus monturas, protegidos por una docena de guerreros de élite, y se acercaron al Antiguo que les esperaba montado sobre su caballo de guerra.
─ Fuente ─ saludó respetuosamente Maárwarth cuando Góldar se posicionó a su lado y le puso la mano en el hombro.
Después el Antiguo se giró hacia Álasdair, y posó la otra mano sobre el hombro de este.
─ Fuente ─ dijo Álasdair ─. Me agrada verte vestir tu viejo uniforme de cuero rojo.
─ Mis Creaciones ─ respondió Góldar con agrado ─. Bienvenidos, mis queridos Maárwarth y Álasdair. Vamos, tenemos mucho de qué hablar.
Los dos Nocturnos acompañaron a su Fuente a una gran jaima que se erigía en el centro del campamento, dejaron que varios soldados se llevaran sus caballos y se quitaron las botas sucias de barro antes de entrar. El interior de la tienda de campaña se encontraba decorado con telas de vivos colores. El suelo, cubierto por suaves pieles de color casi blanco, contrastaba con el techo pintado de negro del que pendían diamantes que brillaban como si fueran las estrellas del firmamento bajo el que pasarían la noche. Una cama mullida ocupaba casi una cuarta parte de la jaima, a cuyo lado Góldar hizo colgar las piezas que componían su armadura de cuero endurecido de color rojo oscuro.
En la gran mesa que ocupaba la mayor parte de la carpa, el Antiguo había mandado servir piezas de carne tierna de vacuno, sangrante y aún templada. Góldar extrajo un ánfora de cristal tallado, lleno de sangre fresca, y que permanecía refrigerada en un baúl lleno de hielo picado, y llenó tres copas de metal que permanecían al lado de unas brasas prácticamente consumidas y que habían adquirido la temperatura deseable. Esperó pacientemente mientras la sangre se atemperaba, y después se la sirvió a sus Creaciones.
─ No contiene la fuerza vital de un Asesino de Plata ─ dijo de forma irónica ─, ya que proviene de mi propia reserva de humanos criados en vuestras granjas. Pero no hemos venido aquí a hacer teatro sino a comer y hablar, y la sangre de un esclavo alimenta igual que la de un Nacido Libre, por mucho que a algunos imbéciles la sangre de los Asesinos que trajisteis para Svern les produzca la sensación de sentirse como si fueran dioses.
─ Que la providencia nos enviara al ejército humano ha fortalecido nuestra posición. En muchos lugares somos considerados héroes, los salvadores de nuestra raza ─ respondió Álasdair mientras degustaba un pedazo de carne ─. Nos encontramos en un momento propicio para iniciar los movimientos que nos lleven al control militar y económico de prácticamente todo el centro, el norte y el sur del territorio.
─ Quizá demasiados frentes abiertos ─ advirtió Góldar.
─ Con Svern de nuestro lado, poseemos la fuerza de un terremoto. No habrá casa que se atreva a hacernos frente ─ expuso Maárwarth, sin duda el más temerario de los tres ─. Hemos hecho del sur, gracias a la cría de Esclavos de Sangre y la caza de Nacidos Libres, un lugar próspero en el que se han reforzado las alianzas con las casas de Ren, Urdan y Pórec. El centro te pertenece y ni Longes, Carnac o Wurthar se atreverían a enviar sus tropas contra ti y dejar desprotegidas sus tierras.
El orgulloso Nocturno detuvo su discurso para beber un sorbo de sangre, y fue Álasdair el que continuó.
─ Al norte, Colmillo Roto basa su poderío en el poder intimidatorio que ejerce sobre las casas limítrofes. Creo que no será difícil convencer a Carnac o Longes de que quizá fuera conveniente para ellos unirse a Svern. Ofreceremos Torre Nubosa, el bastión de Colmillo Roto, al primero que muestre disposición a unirse a nosotros, y los restantes no tendrán otra opción que apoyarnos o mantenerse neutrales. Nadie se atreverá a atacar a Svern mientras el grueso de su ejército, apoyado por nuestras tropas, extermina al Clan del Colmillo Roto, no mientras tu ejército cubra su retaguardia.
Góldar sonrió complacido, sirvió más sangre en las copas y examinó un mapa de la región septentrional.
─ Si alguien nos apoyara desde más al norte aún, Colmillo Roto caería sin remedio.
─ Creo que también eso se podrá arreglar de algún modo ─ expuso Álasdair confiado ─. Antes de que todo esto comience, viajaremos en secreto al norte. Tendrás noticias muy pronto.
─ Es la ocasión, sin duda ─ respondió Góldar más que satisfecho ─. Por fin, tras tantos siglos en los que el poder no ha hecho más que fragmentarse, el imperio de Svern el Rojo, quien fue mi Fuente y también la de Svern, volverá a unirse bajo el mismo estandarte.
Después bebió de un trago la sangre que tenía en su copa, y abrió un rollo de pergamino que mostraba un mapa del sur del territorio dominado por los Nocturnos, que englobaba la Cordillera de los Gigantes y la parte norte de la República de Dorent. Góldar había pintado de color rojo una parte de la cordillera montañosa, junto a los circos y valles de altura cuyos ríos descendían hacia territorio Murio, y acariciaba aquella parte del mapa mientras la miraba con anhelo.
─ Aunque me temo que todo esto podría retrasar nuestros planes sobre los Montes de Kráddok.
Maárwarth comenzó a disponer figuras que recreaban las diferentes facciones de varios ejércitos, dotados de sus correspondientes estandartes, en los dos mapas abiertos por Góldar sobre la mesa, y colocó varias piezas que representaban a la numerosísima infantería ligera perteneciente a sus propias tropas en los valles que daban hacia territorio Onirio, en plena frontera norte de la República de Dorent.
─ Álasdair, Svern y mi infantería pesada en el norte, junto a las de Carnac o Longes, para eliminar a Colmillo Roto ─ dijo mientras colocaba figurines tallados en piedra sobre el terreno dibujado en el mapa ─. Tus tropas en el centro asegurando nuestra protección, el abastecimiento de víveres, y disuadiendo a cualquiera de nuestros aliados del sur de una posible mala decisión de abandonar nuestro protectorado.
Después cogió unas piezas labradas en el marfil que se obtenía de los hielos de las estepas del norte, y comenzó a colocarlas al sur del territorio, pegadas a la Cordillera de los Gigantes.
─ Y ante los valles que ascienden hacia los Montes de Kráddok, mis fieles e invencibles Serpientes Negras. La tierra de nuestros antepasados será devuelta a sus legítimos dueños, después de haber permanecido más de mil años en manos de los reinos de los Nacidos Libres. Reconstruiré la Torre Azul de Kráddok exactamente en el mismo lugar que ocupó, y mostrará el mismo esplendor que tuvo antaño. Kráddok, sus circos y sus valles de altura serán inexpugnables. Fundaré nuevas granjas de Esclavos de Sangre, el clima y el territorio son propicios para la cría de todo tipo de ganado.
─ ¿Cuándo? ─ preguntó Góldar mientras colocaba las figuras que representaban a sus propias tropas sobre los pergaminos, mostrando su total conformidad con las intenciones de sus dos Creaciones más fuertes.
─ En cuanto el norte sea asegurado, cosa que debería ocurrir antes del invierno ─ respondió Álasdair mientras observaba satisfecho los mapas.
─ Las negociaciones al sur están más que avanzadas ─ apostilló Maárwarth.
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Maárwarth, Álasdair y Góldar caminaron a través del campamento hasta que llegaron a una calzada empedrada cuyos orígenes se perdían en el pasado. Se separaron de sus guardas y rebasaron la heterogénea hilera de soldados que guardaba un respetuoso silencio. Maárwarth distinguió a uno que vestía el uniforme del clan de Colmillo Roto a la derecha, y a su lado formaba otro que mantenía en alto el estandarte de Pórec. Al otro lado de la entrada a la calzada, sendos soldados de los clanes de Longes y Ren posaban orgullosos mirando hacia el centro del enorme círculo formado por los más de cuarenta campamentos pertenecientes a los clanes congregados. Una calzada de las mismas características partía de cada uno de ellos, de forma radial, hacia el ciclópeo monumento funerario que había en el centro.
El Túmulo de Fjiörd era un enorme crómlech erigido sobre un túmulo funerario de proporciones colosales, y que estaba constituido por rocas de más de diez toneladas de peso dispuestas formando un círculo de cincuenta varas de diámetro. Cada una de las piedras había sido transportada allí por uno de los antiguos clanes, como muestra de respeto a Fjiörd el Manco, quien según las antiguas leyendas fue el primero que consiguió unificarlos. Del túmulo partían, como si se tratara de los radios de una enorme rueda de carreta, cincuenta calzadas de superficie empedrada. Cada una de ellas se encontraba flanqueada por dos hileras de menhires dispuestos cada cuatro varas, que tendrían la altura aproximada de dos Nocturnos y que se dirigían hacia los campamentos que habían sido erigidos formando un círculo que distaba casi tres estadios del centro. Como señal de tregua y del acuerdo de no agresión que cada uno de los clanes guardaba de forma invariable en el lugar, una hilera de soldados en la que se intercalaban miembros de facciones diferentes formaba entre los campamentos y el monumento funerario.
Sobre el túmulo, formando otro círculo en el interior del contorno marcado por las enormes rocas de colores y texturas diferentes, y que presentaban antiquísimos grabados en homenaje a Fjiörd, se encontraban los representantes de los más de cuarenta clanes que habían comparecido a la llamada de Svern, el más Antiguo de los Nocturnos. Este se encontraba sentado en un trono de madera de ébano que había sido instalado ante la roca dispuesta allí por el supuesto fundador de su clan, quién sabe cuánto tiempo atrás. Aunque su pose no denotara ni el más mínimo atisbo de debilidad, las oscuras venas que partían desde su pecho y su espalda habían comenzado ya a ascender, al igual que hace la hiedra sobre las paredes medio derruidas de un castillo, hacia su barbilla y las mejillas. Quienes lo habían visto solamente unas semanas atrás, en la reunión que mantuvieron con él en la Ciudad de los Esclavos, pudieron constatar el rápido avance que la edad había tenido en el Antiguo.
─ Este lugar nos podría hablar, si supiéramos escucharlo, de miles de años de hazañas, de guerras, de acuerdos y uniones, de aventuras y desventuras, de vida y también de muerte ─ dijo Svern ante los más de trescientos Nocturnos reunidos ─. Debo mostrar mi más sincero agradecimiento, reconociendo con orgullo y también con modestia, la muestra de respeto que cada uno de los congregados aquí hace sobre mi ser, al haber decidido acudir a mi llamada. Veo a Fuentes con las que luché codo con codo en guerras interminables, hace ya demasiados años; también a otros a quienes, en algunas ocasiones, la esquiva fortuna tuvo a bien disponer al otro lado del campo de batalla, pero que aún así no habéis dudado en acudir en mi ayuda ─ miró hacia varios de los congregados, dedicando un tiempo ligeramente más largo a Colmillo Roto, y adelantando hacia él la copa que posaba en su mano ─. Veo a muchas de las Creaciones de los de mi generación, algunos de los cuales habéis formado ya vuestro propio clan y administráis vuestro propio territorio, y no puedo sentir más que satisfacción, satisfacción por ver que tras mi partida la custodia de nuestra raza queda en manos fuertes y capaces.
Después Svern dedicó unos minutos a nombrar a cada uno de los clanes congregados y hacer mención al Antiguo que perteneció a cada uno de ellos, y que en algún momento de su larga vida había conocido.
─ Como habréis podido ver, he hecho limpiar y alisar la parte inferior de la roca que depositó aquí la Fuente que dio origen a mi estirpe, en un tiempo tan lejano del que ya solamente los vientos cantan en una lengua antaño perdida, y que ninguno de los presentes somos capaces de comprender. Y es que aquí serán inscritos cuando yo muera, para que permanezcan durante la eternidad, los nombres de aquellos que participarán en la gesta que tengo intención de proponeros, y que será cantada por los juglares incluso dentro de mil años. He decidido convocar la caza de una Hija de la Luna, una Nacida Libre con la piel blanca como la Madre que con su luz guiará mi espíritu hacia el reino donde residen nuestros antepasados, una con los ojos tan claros como las estrellas y el cabello tan oscuro como la noche que las circunda.
Un murmullo se elevó en torno al numeroso grupo de congregados cuando escucharon la petición de Svern, y pasaron solamente unos pocos segundos antes de que el primer Nocturno se adelantara unos pasos para anunciar su petición.
─ Han pasado más de quinientos años desde que se gestó la última gran caza de una Hija de la Luna. En aquella ocasión fue Samgar el Redentor quien sorbió su sangre durante la noche de la Luna Roja, y los ecos de aquella gesta aún resuenan entre las paredes de los castillos de la mayoría de los aquí presentes. Te pido, gran Svern ─ dijo Álasdair tras avanzar unos pasos hacia el centro del túmulo y arrodillarse ─, descendiente de Svern el Rojo, hermano de mi propia Fuente Góldar el Triturador, que me aceptes como representante de mi clan.
─ Será un auténtico privilegio que uno de los dos primogénitos de mi estimado Góldar, quien tiene bien ganado su apodo, traiga para mí aquello que prolongará mi existencia entre vosotros y me permitirá aconsejaros durante un breve periodo más de tiempo. Bienvenido, Álasdair ─ respondió Svern alzando su copa, y estimulando los vítores de muchos de los congregados.
El segundo en responder a la llamada del Antiguo fue Val, una de las tres Creaciones que mayor poder ostentaban en el adinerado clan Urdan. Svern lo aceptó, y los gritos de ánimo fueron muy numerosos. Después vinieron los de varios clanes del centro, aliados de Góldar, quienes también ofrecieron a miembros muy importantes dentro de sus filas. Hubo clanes que incluso presentaron a dos de sus miembros, siendo estos aceptados con efusividad por parte de un Svern que se mostraba cada vez más emocionado e incluso comenzó a participar en los vítores.
Cada una de las nuevas incorporaciones era saludada con nuevos gritos, aplausos y canciones de guerra. Svern respondía a cada uno de los voluntarios, algunos más que forzosos, con un gesto de satisfacción. Una maniobra muy conveniente, mis inteligentes aliados. Colmillo Roto no tendrá más remedio que enviar a Broc, Úlif o Sýeron, no cometerá el deshonroso acto de escoger a una Creación de segunda fila. La ausencia de cualquiera de los tres supondrá una importante merma en la capacidad de respuesta del ejército del Colmillo Roto en la defensa de Torre Nubosa.
Tras la incorporación del carismático Sýeron, el tercero al mando del Clan del Colmillo Roto, como el último de los integrantes del grupo, Svern se levantó de su silla y pidió que la copa de cada uno de los presentes fuera llenada de sangre atemperada.
Ah, si ese asno de Wurthar no hubiera tenido la infeliz idea de partir al sur hacia su propia aventura se encontraría aquí, hinchado de rabia contenida, observando cómo mis aliados se enorgullecen al pensar que me sirven por última vez, y mis enemigos simulan un respeto inexistente y se postran ante mi última voluntad. Entonces sí que mi regocijo sería completo. No importa, se lo contarán en cuanto vuelva, veremos lo que hace para poder igualar esto.
─ Antes de brindar por este gran día, y por todos los Nocturnos que formaréis parte del grupo que pasará a formar parte de la historia en primer lugar, y de la leyendas que recitarán los poetas cuando el tiempo haya destruido las pruebas materiales de nuestra existencia, he de presentaros al único miembro que he escogido personalmente, y que mi estimado amigo Maárwarth ha aceptado humildemente poner a mi disposición.
Una gigantesca sombra se alzó tras Svern y caminó hacia el centro del círculo formado por los Nocturnos, posicionándose entre los escogidos para la gran caza. Muchos de ellos lo vieron por primera vez, y su constitución y el diámetro y envergadura de sus miembros los dejó desconcertados.
─ Yo los...guiaré...para ti...amo Svern ─ rugió la voz ronca de Gúntar.
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Por primera vez, mantener la apariencia de Lobohombre durante la noche había sido bastante más doloroso que hacerlo como ser humano. Esperar en cuclillas tras el trono de Svern y mostrarse en el momento preciso, exponer su formidable físico ante los clanes más importantes de los Nocturnos y posar mientras era observado por sus miembros más importantes, había constituido un auténtico ejercicio de contención para Gúntar. La herida en el lateral del cuello que le produjo el más joven de los tres Cazadores Negros a los que se había enfrentado catorce noches antes, cuando trataba de conducir a una docena de niños Nacidos Libres hacia las Tierras del Cielo Gris, producía un escozor tan intenso que por momentos parecía poder volverlo loco.
Curiosamente, y al contrario del resto de cortes o golpes que hubiera podido recibir, la profunda lesión provocada por el dardo de punta de plata curaba mucho mejor de día, mientras Gúntar adquiría la forma humana, que de noche como Lobohombre. Esto significaba que la noche, el refugio que lo mantenía alejado de los intensos dolores que padecía durante el día debido a las múltiples deformidades y tumoraciones, había pasado a ser una auténtica sesión de tortura continuada en la que no hubiera interrupción alguna.
Así Gúntar se vio obligado, incluso durante la noche, a seguir adoptando la despreciable forma humana en la que su naturaleza le obligaba a estar prisionero durante las horas de luz. Solamente hasta que esto cure... ¡Maldita sea! ¿Por qué es tan lento? Recostado sobre la cama de la lujosa jaima, había tenido que cambiar de postura más de una docena de veces. Su pierna derecha, la que presentaba el enorme abultamiento en el fémur, dolía fuera cual fuera la posición que adoptara. Las cervicales, cada vez más separadas de su eje natural debido a la tumoración que no paraba de crecer, parecían a punto de salir al exterior atravesando la piel amoratada que las cubría. El anquilosamiento del codo incapacitaba cada vez más el movimiento angular de su articulación, y las costras de la cabeza producían un picor cada vez más insoportable.
Gúntar padecía su forma humana hasta tal punto que había llegado a odiar profundamente el amanecer, había llegado a comprender el miedo que sentían los Nocturnos no únicamente por la plata, sino también por el disco de fuego que iluminaba las horas del día. Ahora, por culpa del maldito Cazador Negro, la noche no era sino la interminable prolongación de su intenso sufrimiento.
Se incorporó para sentarse al borde de la cama con la esperanza de que el grado de dolor se redujera aunque solamente fuera durante unos breves instantes, y pudo captar el aroma. Aún en su forma humana, Gúntar era capaz de mantener el agudo olfato que le había regalado su condición de licántropo, y reconoció el olor dulzón del perfume que utilizaba Maárwarth en las ocasiones especiales.
Empalagoso, y de bastante mal gusto, mi vanidoso benefactor.
El Nocturno entró en la jaima, colgó sus armas y se acercó a Gúntar, mirando directamente a su cuello y la fea herida que tenía sobre el abultamiento.
─ Ufff...eso debe doler, debe doler mucho para que hayas decidido mantener tu forma humana durante la noche.
Gúntar lo miró con el semblante serio mientras se rascaba suavemente la herida.
─ Cura mejor así ─ respondió ─. Ha mejorado bastante.
Maárwarth puso una silla ante Gúntar y se sentó en ella, de modo que lo podía mirar a los ojos.
─ Tu fracaso me ha obligado a tener que compensar a Longes, aunque la verdad sea dicha me ha dado ocasión de entablar una interesante conversación con él sobre su relación de obligado e incómodo vasallaje a Colmillo Roto.
Tendrías que haber venido conmigo, maldito imbécil, así hubiera podido ver cómo uno de esos Cazadores te cortaba la cabeza.
─ Ocurrió algo que entraba dentro de las posibilidades, Maárwarth, esta vez los Asesinos de Plata nos cortaron el paso. Sabes bien que me lancé a por ellos, me conoces, y conoces mi gusto por las vísceras de los humanos.
─ Una partida de Asesinos de Plata, frente a diez duros guerreros y la Mano de Sangre. ¿Tan buenos eran, que ni siquiera pudiste traerme a un par de crías de Nacidos Libres? ─ preguntó el Nocturno con desconfianza.
Escruta mi mirada tanto como quieras, en mí no tienes el poder disuasorio que parecéis tener sobre los cobardes de mi especie. Mentir mirándote a los ojos es un placer, un auténtico placer.
─Tres, únicamente eran tres ─ respondió Gúntar con una irónica sonrisa.
Oh, por cierto, se me olvidaba confesarte que sí realicé parte del trayecto de vuelta con dos Nacidas Libres, pero ya conoces mis gustos. ¿Acaso no es justo que me cobre una pequeña comisión de vez en cuando?
─ Tres.
─Uno llevaba el rostro cubierto con una máscara, y resistió durante bastante tiempo mi ataque junto a tres guerreros. El segundo era un chico de no mucho más de veinte años, rápido como un demonio ─ Gúntar se llevó la mano al cuello ─. Fue el que me alcanzó con la punta de plata. Debía llevar algún tipo de sistema de lanzamiento oculto en su escudo. El tercero era un hombre de unos treinta y cinco años, casi tan alto como mi forma humana, de porte atlético, muy fuerte, y extremadamente hábil con las dos espadas que manejaba. Por su aspecto, diría que es norteño, y llevaba...
Gúntar observó que algo cambiaba en la mirada de Maárwarth. Observó al Nocturno apretarse las rodillas con las manos que mantenía posadas sobre ellas, y vio cómo sus carrillosse contraían ligeramente.
─ Llevaba el pelo, largo y oscuro, recogido en una larga coleta. Lo conoces, ¿verdad, Maárwarth? ─ continuó sin poder ocultar su regocijo.
─ Es posible que se trate de un viejo conocido ─ respondió el Nocturno con cierta incomodidad.
─ Ya. Un Cazador Negro al que has...conocido, y que no ha acabado muerto por tu espada. ¿Había más, o te hizo huir él solo?
Maárwarth relajó el gesto de su cara, se irguió para acercarse a la mesa que había en un lado y se sirvió un gran trozo de hígado crudo en un plato.
─ No, no estaba solo. Había una niña de unos seis o siete años con él, una Hija de la Luna, una de las más perfectas que he visto nunca. Ella fue la causante de que tuviera que escapar.
─ Una niña de seis años, claro, un enemigo temible.
─ Siete, Gúntar ─ respondió Maárwarth sonriendo, aunque su expresión cambió a una que mostraba un claro gesto amenazante a medida que caminaba hacia el Lobohombre ─. Es gracioso, sí, muy divertido, casi tanto como lo que te haré si esto sale de aquí. ¿Comprendes?
Gúntar no apartó la mirada, y trató de mostrar un gesto tan apacible como le fue posible.
─ Puedes estar tranquilo, Maárwarth. Soy un tipo orgulloso, pero no tan estúpido como para no saber reconocer que bajo tu tutela viviré del mejor modo en el que puede vivir alguien de mi condición.
Por una vez, creo que la sinceridad puede llegar a ser un arma tan eficaz como la que más.
─ Eso está bien, mi fiel Gúntar ─ respondió Maárwarth en un tono complaciente y distendido perfectamente calculado ─. Te dejaré descansar el tiempo necesario para que te recuperes. Álasdair te necesitará en tu plenitud en cuanto iniciéis esa farsa que Svern pretende disfrazar de gesta de leyenda.
─ ¿Es cierto que prolongará su vida?
Maárwarth rió entre dientes.
─ Estupideces. La sangre de esa Hija de la Luna es igual a la de cualquier Nacido Libre, igual a la de cualquier Esclavo de Sangre criado en una de mis granjas, y Svern lo sabe bien. Es la estúpida fe la que hace de la sangre de los Nacidos Libres algo tan preciado, ¿o acaso crees que la de los Asesinos de Plata que tanto prestigio le han otorgado, posee algún tipo de fuerza vital que la haga tan especial? Ese viejo decrépito es listo como un zorro entrado en años, y posee una fortuna incalculable. La organización de la caza de una Hija de la Luna es la culminación de una vida plagada de éxitos, aunque no es ese el único objetivo.
Gúntar lo miró expectante, formar parte de los planes de Maárwarth era algo que le agradaba, más aún cuando parecían ir encaminados hacia algún tipo de conspiración. El Nocturno volvió a sentarse ante él, lo miró a los ojos y sonrió con un cinismo que pocos podían desarrollar tanto como él.
─ Debes traerme a la Hija de la Luna, Gúntar, colmar los últimos deseos de Svern es absolutamente necesario para los intereses de mi clan. Hay algo más que deberá suceder durante el viaje, algo que nadie excepto Álasdair, el soldado que le acompañe y tú debéis conocer.
─ Soy todo oídos.
─ Sýeron, la Creación de Colmillo Roto, no volverá. Álasdair debería poder encargarse de ello, pero es muy posible que necesite tu ayuda.
Gúntar asintió. Ayudar, un concepto lo suficientemente abstracto como para estar sujeto a diferentes interpretaciones. Quien dice "ayudar", puede querer decir "mata a un Nocturno para mí", incluso "mata a cuantos haga falta para evitar que Sýeron vuelva". Será un placer sentir su fría sangre entre mis garras.
─ Ahora, te necesito como Lobohombre. Será solamente un momento. Después, te dejaré descansar.
Maárwarth dirigió a Gúntar a una pequeña explanada situada entre varias tiendas de campaña. Cuarenta Esclavos de Sangre esperaban de pie formando una línea, como era habitual posar en las ocasiones en que los amos los solicitaban para la extracción de sangre. Cuando vieron aparecer a Gúntar, el terror se apoderó de ellos. Los habían llevado allí para uno de los propósitos que más pavor producía a un humano al norte de la Cordillera de los Gigantes.
─ Bienvenidos, amigos ─ saludó Maárwarth a los importantes Nocturnos que, portando el estandarte del clan de Longes, habían acudido a su campamento ─. Longes, Fuente de Creaciones tan admirables como Bahoz o Nimo, y que habéis tenido la amabilidad de acudir.
─ Maárwarth, Creación del legendario Góldar el Triturador, hermano de Álasdair, es un placer acudir a gozar de tu compañía ─ respondió Longes ─. Agradecemos tu invitación. Observar tan de cerca a tu Lobohombre no hace más que aumentar mi asombro.
Demasiada amabilidad, considerando que eres vasallo de Colmillo Roto y acudes al encuentro de un aliado de uno de sus enemigos más acérrimos ─ Gúntar observó con curiosidad el cínico comportamiento de los congregados ─. Además, Maárwarth no podrá cumplir su promesa de hacerte llegar a una docena de crías de Nacidos Libres, por lo que deberías mostrar aunque sea un poco de contrariedad. Pero imagino lo que os traéis entre manos. ¿Tiene que ver con el Colmillo Roto, verdad? ¿Habéis consumado ya el trato, o únicamente estáis en la fase de cortejo?
─ Como te dije, la pérdida de tus ejemplares será compensada con creces. Mi estimado Gúntar me ayudará a saldar la deuda que adquirí contigo─ respondió complacido Maárwarth─. Como sabrás, nadie se ha tenido que arrepentir nunca de hacer negocios conmigo. Y por supuesto, no te costará una sola onza de oro.
Los Nocturnos se acercaron a la hilera de esclavos, cuyas respiraciones habían comenzado ya a agitarse y sus bocas exhalaban vapor en la fría noche. Dos soldados de Maárwarth se detuvieron ante el primero de los humanos. Mientras uno obligaba al hombre a extender su brazo y lo inmovilizaba, el otro practicaba una profunda incisión en su antebrazo mediante unos finísimos escalpelos de acero, asegurándose de no seccionar ningún vaso sanguíneo de gran calibre. Después Gúntar se acercó al tembloroso humano y lamió la herida.
─ Trabajar con Gúntar tiene la enorme ventaja de que ninguno de los ejemplares es herido o incluso muerto durante el procedimiento ─ explicaba Maárwarth a sus invitados mientras la práctica era repetida en cada uno de los Esclavos de Sangre ─. Ya sabéis lo que cuesta mantener tranquilo a un Lobohombre común una vez capta el aroma de la sangre. Con Gúntar, los cuarenta esclavos volverán sanos a su celda individual. Aproximadamente treinta y seis o treinta y siete morirán durante el proceso de conversión, pero en tres o cuatro lunas estaré en disposición de entregarte a tres o cuatro Lobohombres recién creados a partir de una selección de mi mejor ganado. Si lo deseas, y me concedes el privilegio de esperar diez o doce noches más, puedo dártelos adiestrados.
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