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23. Tómmund

─ Tocado.

Lenila sonrió, y se retiró para cambiar de arma. Esta vez escogió la pica. El constante jadeo mostraba claramente su cansancio, pero nunca se permitía descansar demasiado entre un combate y el siguiente. Lógicamente, esto también obligaba a Tómmund a tratar de acelerar su recuperación.

Tomar la medida a Lenila le había costado a Tómmund casi tres semanas de entrenamiento diario. Pelear con ella le exigía la máxima concentración, y los combates eran a veces tan largos que terminaba el día al borde de la extenuación. En cambio, su rival se mostraba abiertamente contrariada cuando Élenthal decretaba el final de la serie de derrotas a las que Tómmund era sometido en cada una de las sesiones. Aún así, tanto Élenthal como él mismo estaban más que satisfechos con la evolución. El propio Úthrich le había asegurado en más de una ocasión que nadie resistía tanto tiempo frente a la muchacha.

El modo de proceder de Lenila le parecía muy curioso. Disfrutaba cuando Tómmund era capaz de resistir una serie de movimientos de ataque que se prolongaban de forma interminable, y lo hacía aún más cuando era Tómmund quien intentaba alcanzarla durante otro buen rato. En cambio, cuando Tómmund mostraba algún signo de cansancio, Lenila mostraba un enfado fuera de lo común. Esto le hacía perder la concentración y cometer errores, lo que facilitaba la labor de Tómmund y la balanza se volvía a equilibrar.

─ ¡La ira nubla tu capacidad de razonamiento, Len ─ gritó Élenthal desde el estrado ─, y obnubila tus instintos! ¡Concéntrate, o te vencerá!

Esto hizo que Lenila se enfadara aún más, y Tómmund estuvo cerca de alcanzarla por primera vez. ¡Mierda, si no estuviera medio muerto la habría pillado, joder!

Tómmund aprovechó la ocasión y atacó de frente con sus dos espadas largas. Lenila retrocedió haciendo girar la pica y deteniendo a duras penas la acometida de su rival, pero era tan rápida, sus movimientos tan fluidos, que de algún modo consiguió penetrar la defensa de Tómmund y rozarlo en una pierna. Tuvo que contener la rabia.

─ Tocado.

─ ¡Muy bien, habéis estado muy bien! ─ dijo Élenthal mientras aplaudía con satisfacción ─. ¡Tómmund, has peleado como un viejo durante este último rato, maldita sea, parecías Réynor! ¡Y tú, Len, aprende a controlar esa ira, si en vez de Tómmund hubiera sido un Lobohombre de los jóvenes, te hubiera abierto en canal!

En ese momento, Réynor abrió la puerta de la pista de entrenamiento.

─ Élenthal, creo que Úthrich va a necesitar que le eches una mano, Ýgrail está causando problemas en el local de Berta. Y por cierto, te he escuchado, maldito engreído. ¡Ojalá hubieras nacido cincuenta años antes, te hubiera enseñado lo que significa manejar la espada!

─ Bien, combatientes, no olvidéis agradecer el esfuerzo realizado por vuestro rival. ¡Vamos, quiero escucharos dándoos las gracias mutuamente!

Tanto Tómmund como Lenila lo hicieron, aunque esta última frunció el ceño y retrocedió enfadada hacia la armería. Élenthal bajó del estrado de un salto y se acercó a trote a Réynor. Le dio un beso en la mejilla, que el anciano aceptó sin cambiar su gesto de enfado.

─ Creo que es la primera vez que no mientes sobre tu edad.

A Réynor se le escapó una carcajada.

─ Llévate al muchacho, bastardo, seguro que aprende algo.

─ Está bien. Vamos, Tómmund, Réynor cree que el lupanar tiene cosas que enseñarte. ¿Vienes, Len?

─ No. Prefiero buscar a Mur, será mucho más interesante que ir a recoger a un noble de sangre azul borracho a un lupanar.

En el vestíbulo de El Vigía, Úthrich y Ákhram esperaban a Élenthal. Sin dar demasiadas explicaciones, Ákhram guió al grupo a través de las atestadas calles hacia una zona a la que Tómmund no había acudido jamás, ni siquiera cuando había recorrido la mayor parte de la ciudad en busca de plantas que destacaran por alguna de sus cualidades o que bien le eran desconocidas. Entrar en Bolsillo Roto transportó a Tómmund a una ciudad absolutamente diferente de la que había visto hasta entonces. Las sucias y estrechas callejuelas por las que transitaron, aún más claustrofóbicas debido a que muchas de las paredes de los edificios se encontraban combadas y casi en estado de ruina, diferían mucho de las que formaban parte de las zonas exploradas con anterioridad. Se cruzaron con decenas de personas que practicaban la indigencia, con niños sucios y harapientos que los perseguían bien para obtener limosna o simplemente por diversión, y en más de una ocasión Tómmund tuvo que esquivar a perros que defendían la puerta de un edificio de aspecto bastante insalubre. Ákhram y Élenthal se adelantaron unos pasos, mientras Úthrich y Tómmund trataban de seguir sus pasos.

─ Esta es la otra Oniria, muchacho, la otra cara de la Ciudad de las Oportunidades ─ dijo el Cazador de la melena de fuego ─, la ciudad de aquellos que no encontraron ninguna. Casi un tercio de la población vive entre este sector de Oniria y los arrabales del sur y el este. La zona a la que acudimos está bastante mejor cuidada, aunque no precisamente debido a la atención que la Asamblea de Ancianos le presta, sino más bien porque así lo han decidido sus ciudadanos. Por cierto, dice Réynor que tu técnica ha mejorado gracias a las palizas que te da Len.

Tómmund resopló mientras negaba con la cabeza.

─ Entrenar con ella es asfixiante. Es hábil, rápida, ágil, y para colmo ambidiestra. Horroroso. Pero por todos los dioses, ¿qué le he hecho yo para que se enfade tantas veces?

─ Oh, no eres tú, Tómmund, Lenila tiene una forma de ser algo compleja, por decirlo de alguna manera.

─ Aparte de Élenthal, Réynor, Mur y tú, ¿tiene algún amigo más?

─Ákhram le cae bastante bien, y también el Maestre Árnor.

─ Seis en total. Vale, así que no soy el único al que odia ─ respondió Tómmund bromeando.

─ Es difícil ganarse su confianza. Ten paciencia, creo que vas por buen camino. Lenila acude puntualmente a todas vuestras citas, cosa que no es muy frecuente, aunque sea solo para apalearte. Tuvo una infancia muy complicada. Verás, la aldea en la que nació fue atacada por los Nocturnos cuando tenía poco más de siete años. Un grupo de Cazadores, entre los que nos encontrábamos Élenthal y yo, nos encontrábamos aproximadamente a un cuarto de hora cuando vimos arder la almenara en señal de petición de auxilio. Para cuando llegamos, los aldeanos ya habían conseguido detener el avance de los seres de la oscuridad, o al menos eso era lo que creían. En realidad, los Nocturnos escapaban con su botín hacia el bosque. Élenthal y yo, junto a cinco Cazadores más, corrimos hacia un lateral donde aún tronaba el ardor de la batalla. Cuando entramos entre las casas, varios Nocturnos ataviados con corazas y armamento de buena calidad se echaron sobre nosotros. Protegían al que parecía ser su cabecilla, quien se alejaba con una niña que llevaba agarrada sobre el hombro. Los Nocturnos luchaban bien, no eran de los que atrapamos habitualmente, viajaban con alguien importante. Durante la lucha, Élenthal rompió su defensa y se lanzó a la carrera a por el que había huido con la niña. Según sus propias palabras, el ser al que perseguía corría a gran velocidad entre los árboles, incluso cuesta arriba, mientras portaba una niña de unos veinticinco kilos sobre sus espaldas. Tras una larga caminata, los localizó en un pequeño claro. El Nocturno, armado con una espada larga y una corta, le esperaba mientras la niña se encontraba echada en un lado. Élenthal dejó su arco y el carcaj de flechas en el suelo, y lo atacó utilizando las mismas armas, sus favoritas. Jamás se había enfrentado antes a nadie con una técnica de lucha, una fuerza y una rapidez como la de aquel ser. Y te hablo del criterio de Élenthal, no del mío. Yo le hubiera durado bien poco, si consiguió poner a Élenthal en apuros. Pues bien, Élenthal consiguió provocarle un corte superficial en un antebrazo, pero no sin recibir otro a cambio en el muslo. Tan concentrados estaban en el combate, que ninguno de ellos se percató de lo que hacía la niña mientras tanto. Esta se había acercado hacia donde Élenthal había dejado el arco y las flechas de punta de plata, se colocó el carcaj como pudo, y camino silenciosamente hasta posicionarse tras Élenthal. Tu maestro vio al Nocturno dudar y apartarse hacia un lado con la velocidad de una serpiente para esquivar el dardo que pasó a escasas pulgadas de su costado. La niña, protegida por el cuerpo de Élenthal, cargó otra flecha y volvió a disparar, y el Nocturno no tuvo más remedio que retroceder, ante la imposibilidad de defenderse de Élenthal y las puntas de plata al mismo tiempo. Se protegió tras un árbol y siseó con rabia antes de emprender la huida. Cuando conseguí localizarlos, Élenthal permanecía aún en el claro, atento a cualquier sonido que pudiera advertirlo de un nuevo ataque por parte del extraño Nocturno. ¿Sabes cómo conseguí seguirles la pista? Por el olfato, Tómmund, el Nocturno había impregnado su rastro con un siniestro perfume. Iris, olía a iris, mezclado con el aroma metálico de la sangre.

─ ¿Lenila hizo eso con siete años?

─ Siete años. Aquel día salvamos a seis niños, pero los Nocturnos consiguieron llevarse a diez. Cuando volvimos a la aldea, llevamos a los pequeños con sus familias. Los padres de Lenila y los de dos niños más habían muerto en la refriega, y los tíos y abuelos se hicieron cargo de todos, menos de Len. Supongo que te habrás fijado en el color de su piel y sus ojos.

─ Blanca como la leche ─ respondió Tómmund mientras esquivaba a duras penas a un anciano que cargaba un cesto lleno de vegetales medio podridos sobre la cabeza.

─ Como buen norteño, imagino que conoces las profundas supersticiones que tiene tu pueblo sobre la materia.

─ Aquellos que tienen la piel y los ojos pálidos traen mala suerte. Eso es lo que dicen. Madre sospechaba que algunas familias habían dejado morir a bebés albinos, y padre nunca lo negó, aunque era una cosa de la que no se hablaba más que en círculos muy reducidos.

─ Lenila tenía dos tíos y tres tías en la aldea. No se acercaron a nosotros, ninguno de ellos quiso hacerse cargo de ella. Estaban convencidos de que era culpable de lo ocurrido. Con sus padres muertos, no había nadie en la aldea que no la habría cambiado por cualquiera de los niños que se habían llevado los Nocturnos. Si la hubiéramos dejado allí, probablemente hubiera durado muy poco tiempo. Élenthal la había llevado en brazos hasta el poblado, y no la soltó en ningún momento. No tienes de qué preocuparte, pequeña, con Úthrich y conmigo vivirás mucho mejor que aquí, le escuché decir, y se alejó sin volver la mirada atrás. Lenila no habló durante toda una semana, y cuando lo hizo fue para escoger un instrumento de entre los que Élenthal le había ofrecido, más o menos.

─ Ese arpa que toca tan bien.

─ No. Una espada, eso fue lo que pidió, y como has podido comprobar la maneja mejor aún que el arpa. Bueno, ya estamos llegando.

La sinuosa callejuela se abrió a una calle mucho más ancha, de suelo empedrado con cantos rodados y flanqueada por edificios de muros más robustos. Avanzaron entre decenas de puestos de venta regentados por gentes de múltiples razas y culturas, entre aromas y colores que hicieron a Tómmund recordar las calles de Jade Baja. Entre los puestos, muchos de ellos ambulantes, había músicos, encantadores de serpientes, supuestos adivinos, magos que no engañarían ni a un niño, mesas donde se realizaban apuestas de todo tipo, personas que vendían objetos diversos y de origen más que incierto, y gente, mucha gente comprando y vendiendo bienes y servicios de todo tipo.

─ Ahora entiendo lo de "Bolsillo Roto" ─ exclamó Tómmund poniendo énfasis en las dos últimas palabras.

Al final de la avenida se abría una plaza que servía de conexión a las siete calles principales que formaban Bolsillo Roto. Al fondo, justo frente a un edificio decorado con multitud de plantas y estatuas que representaban a parejas en posturas más que sugerentes, Tómmund pudo distinguir a veinte integrantes de la Guardia Roja. Se mantenían a una distancia prudencial del prostíbulo, exactamente igual que hacían los presentes respecto a ellos. En la puerta del edificio, tres mujeres armadas con sendas picas y espadas curvas de un único filo miraban de forma amenazante a la guardia de la ciudad. Úthrich se dirigió a su capitán, quien pareció recibirlo con alivio.

─ Capitán Bártok ─ saludó el Cazador Negro.

─ Hola Úthrich, gracias por acudir tan rápido. Uno de tus hombres ha estado creando problemas ahí dentro, pero parece que las chicas de Berta tienen la situación bajo control. ¿Necesitas que te acompañe?

Entonces, una mujer de unos cuarenta y cinco años de edad, vestida con un elegante ropaje de lino de color verde y morado, abrió la puerta del lupanar y señaló al Capitán Bártok.

─ ¡Ni se te ocurra, lameculos, o tu escroto colgará de esta puerta hasta que esté más seco que el ojo de un tuerto! ¿Los Ancianos os mandan a por el perrito Wólffger, verdad? ¡Oh, no vaya a ser que el noble señor vaya a salir lastimado! ¡En Bolsillo Roto nos arreglamos perfectamente sin vosotros, escoria! ¡Siempre lo hemos hecho!

Úthrich caminó hacia la mujer, seguido por Élenthal y Ákhram. Tómmund, tras un breve instante de duda, supuso que también él debía ir con ellos.

─ Entra, Úthrich. No te preocupes, mis chicas ya le han bajado los humos a Lord Wólffger.

─ No le llames así, Berta ─ dijo Úthrich mientras se acercaba a la mujer y le daba un cariñoso beso en la mejilla ─. ¿Y los otros?

─ Bebidos, y bien amansados y sentados en una mesa alejada de Ýgrail.

El interior de la edificación se encontraba decorado de modo que parecía un antiguo templo tragado por una selva. En un costado, sentados al lado de una cascada que caía a un pequeño estanque lleno de nenúfares en flor, tres Cazadores Negros algo maltrechos eran custodiados por siete mujeres armadas hasta los dientes que vestían pantalones de cuero y chalecos holgados del mismo material. Úthrich se acercó a ellos, y tras mantener una breve conversación hizo que salieran del edificio. Después se dirigió hacia una mesa ocupada por un solo Cazador más que bebía cerveza de una enorme jarra. A su alrededor parecía haber pasado una jauría de perros persiguiendo a un jabalí. Varias mesas y sillas habían sido volcadas, y el suelo se encontraba lleno de trozos de jarras y la cerveza que habían contenido.

─ Te parecerá bonito, Ýgrail Wólffger ─ espetó Berta con desprecio ─. Mi casa está siempre abierta a cualquiera que desee entrar, pero creo que las condiciones son claras, la mala leche se queda fuera. Aquí respetamos profundamente a los Cazadores Negros, así que deberías correspondernos del mismo modo. Espero que el Gran Maestre mantenga una buena charla contigo.

Ýgrail se apartó el pelo mojado de cerveza que tenía pegado a la cara. Estaba totalmente borracho, y le costó articular las primeras palabras.

─ Pagaré los desperfectos, Berta, no te preocupes, y siento de veras haber causado este desaguisado.

Mientras seguía bebiendo de la jarra, todos menos Élenthal se sentaron en su misma mesa.

─ Úthrich, Ákhram, y tú eres...

─ Tómmund.

─ Tómmund ─ repitió Ýgrail elevando la jarra y salpicando más cerveza sobre la mesa ─, el aprendiz de Élenthal. Yo soy Ýgrail Wólffger, el hijo de un maldito Lord para la mayoría de las personas que habitan esta mierda de ciudad, y el inadaptado y acomplejado hijo que intenta vivir una vida de caballero salvador de damiselas y niños para mi noble padre.

Después Ýgrail, que igualaba al propio Úthrich en corpulencia, miró a sus compañeros y dejó la jarra sobre la mesa.

─ Eres tanto lo uno como lo otro, Ýgrail ─ expuso Úthrich mientras bebía de la jarra que Ýgrail había dejado inacabada ─. La edad te enseñará a asumir que a muchos de los que te rodean tu presencia les producirá cierta suspicacia. Debes darles tiempo a que se habitúen a ti, a que te conozcan, a que te vean únicamente como Ýgrail. Algunos te aceptarán, y otros no. A su debido tiempo, las dudas que siembres en los que encuentres en tu camino te serán absolutamente indiferentes, incluso te producirán regocijo.

Ýgrail sonrió de forma amarga, mientras jugueteaba con un colgante de plata que permanecía entre sus fuertes dedos.

─ Estoy habituado a ser una especie de bicho raro entre la nobleza de la ciudad. Escucho los comentarios que hacen a mi padre y mi hermano, sin ningún tipo de pudor, incluso en mi propia presencia, y me es absolutamente igual lo que digan. Aduladores hipócritas, demasiado acostumbrados a meter sus narices en los asuntos de los demás sin que nunca se las hayan partido de un buen puñetazo. En cambio, encontrar mi sitio entre los Cazadores me está costando más de lo que creía, y me pesa mucho. Esto es mi vida, Úthrich, he peleado contra viento y marea para formar parte de la hermandad, creyendo que me haría libre de la tediosa vida de Lord Ýgrail Wólffger. En cambio, aquí he encontrado una faceta más de la vida del hijo de un miembro de la Asamblea de Ancianos, una en la que todo aquel que me rodea no ve en mí nada más que a la prolongación de uno de sus asquerosos tentáculos. Y hoy he dado a mis compañeros unas cuantas razones más para que me desprecien, en forma de puñetazos y patadas.

─ Supongo que se las merecían ─ intervino Élenthal, quien se acercaba a la mesa con cinco jarras de cerveza ─. Conozco bien a los tres. Arión es buen tipo, pero cuando bebe se vuelve insoportablemente irreverente, por decirlo de alguna manera, y los otros dos lo defenderán incluso sabiendo que se está portando como un auténtico capullo.

─ He soportado sus burlas, os lo aseguro. Cuando se hacen con humor, las bromas sobre mi persona o mi familia me divierten, pero cuando se han metido con ella...

Úthrich tomó suavemente el colgante de la mano de Ýgrail, y lo observó apenado.

─También superarás eso, Ýgrail, te lo puedo decir por experiencia propia.

─ Yo la amaba, Úthrich, la quería de verdad. Sé que mi padre concertó el matrimonio como maniobra política, pero Beth y yo nos queríamos. Entonces enfermó...y ahora mi padre, el muy hijo de puta, pretende que me case con su hermana ─ Ýgrail elevó la vista y la fijó en los ojos de Úthrich ─. Beth no era un perro ni un puto caballo, joder. Llámame romántico, o estúpido si quieres, pero antes me la corto que casarme con otra mujer. Si quiere unirse a los Greyden, que se case él mismo con Lord Greydesdentado, la boda sería muy divertida, con mi padre empaquetado dentro de un elegante vestido de seda y un tocado de plumas de avestruz sobre ese pedrusco que tiene por cabeza.

Ýgrail asió la jarra y la estampó contra la pared que tenía a un par de codos. Las mujeres que habían estado vigilando a los tres Cazadores a los que su compañero de partida había apaleado, y que habían permanecido en el interior del edificio después de que estos salieran, comenzaron a acercarse. Úthrich les pidió, mediante un gesto, que tuvieran un poco más de paciencia.

─ Bien, Ýgrail ─ dijo Úthrich mientras abandonaba la banqueta en la que había estado sentado ─. Voy a salir fuera a hablar con el Capitán Bártok. Mientras Ákhram arregla este pequeño desastre que has realizado, y Élenthal echa cuentas con Berta, te dejaré aquí con Tómmund. Prométeme que te portarás bien.

─ Yo pagaré los desperfectos, Úthrich.

─ No, muchacho. No has acudido aquí como Lord Wólffger sino como Ýgrail, un Cazador Negro, con las mismas responsabilidades que cualquier otro de nosotros. Como tal, la hermandad es la que cubre los gastos ocasionados por tu torpeza.

─ Son las desventajas de ser solamente Ýgrail ─ bromeó Élenthal mientras le daba una suave colleja ─. Tus problemas se convierten también en los nuestros, más vale que vayas acostumbrándote.

Cuando se quedaron solos, Ýgrail se giró hacia Tómmund y lo observó atentamente, o al menos tan atentamente como podría haberlo hecho un hombre que hubiera bebido dos o tres veces más cerveza de lo recomendable para una tarde.

─ ¿De dónde vienes, Tómmund?

─ Ydon, en el valle de...

─ Óort, conozco la zona, aunque no tu aldea. Me dieron mi uniforme hace seis años, cuando contaba con veintidós, y en ese tiempo he recorrido tu valle al menos en cinco ocasiones, aunque no estuve con Úthrich cuando su grupo actuó en Ydon.

─ De haberlo hecho, te recordaría.

─ No todos los recién llegados tienen en su historial el haber matado a un Lobohombre y varios Nocturnos. Lo digo porque cuentas con la ventaja de haberte enfrentado ya a ellos, así que tu primera caza no será tan impactante, por decirlo de alguna manera.

Tómmund bebió de su jarra y respiró profundamente.

─ Impactante, supongo que es así como llamas a cagarte en los pantalones. No sé qué haré cuando vuelva a enfrentarme a uno de ellos.

Ýgrail rió, divertido.

─ Antes de mi tercer viaje al norte, nunca había visto a un Nocturno. Verás, Tómmund, hay que contar las cosas como son. Los que venís del norte tenéis, en la mayoría de ocasiones, una historia terrible que contar, una que ninguno del resto envidia, pero que de alguna manera hace de vuestro carácter más recio que el del resto de nosotros. Yo nunca he pasado hambre, siempre he tenido un buen fuego al que arrimarme, y nunca he tenido que enfrentarme al horror de ver en peligro a toda mi familia, a los seres que más quiero. Los Nocturnos y los licántropos pertenecían al mundo de fantasía que la mujer que me crió, pagada por mi padre, recreaba en los cuentos que me leía por las noches, después de acostarme. Si me preguntas si me avergüenzo de mi apellido y de la vida que me ha dado ser un Wólffger, te diré que nunca renunciaría a nada de lo que he poseído, estoy orgulloso de ser quien soy, de pertenecer a una familia cuya historia está ligada a la de un reino, y después a la de una república en cuya construcción hemos participado activamente. Siempre seré un Wólffger, y te aseguro que voy a procurar que mi nombre se escriba en letras de plata en el libro de mi familia. Pero me faltaba conocer el mundo real, Tómmund, ese mundo en el que hay que pelear bastante más duro de lo que he tenido que hacerlo yo para poder llegar al siguiente amanecer con algo que llevarse a la boca. Necesitaba una dosis de realidad, beber de un vaso de madera, dormir en pleno bosque, pasar hambre y frío, y conocer de primera mano el horror que desciende de la Cordillera Gris como si fuera una niebla maldita que acude por las noches a robar el alma de los seres humanos.

Ýgrail se levantó, bebió de un trago la cerveza que aún contenía la jarra dejada por Úthrich, y pidió a Tómmund que lo siguiera al exterior.

─ Bien, vámonos antes de que Berta se canse de verme aquí y pida a sus chicas que pongan mi escroto a secar sobre la puerta de entrada.

─ Parece que eso de colgar el escroto de la gente en las puertas se estila bastante por esta zona, también se lo oí decir a la mujer de Úthrich antes de entrar.

─ ¿La mujer de Úthrich? Vaya, no sabía que se fuera a casar con su hermana.

─ ¿Su hermana? ¿Dueña del prostíbulo?

─ Úthrich y Berta nacieron y se criaron en Bolsillo Roto. Ahí donde los ves, tanto el uno como la otra son en gran parte responsables de la mejora de las condiciones de vida de este barrio, tenías que haberlo visto hace veinte años, cuando vine por primera vez con mi hermano Lorel a curiosear un poco.

─ Ya, pero un prostíbulo...

─ No voy a laurear al que algunos llaman el oficio más antiguo del mundo, ni mucho menos a los usuarios de los servicios que ofrece, pero no se puede negar que el hecho de que de esa puerta haya pendido el saco escrotal de los clientes que maltrataron a alguna de las chicas, y que sean ellas mismas quienes administren su propia seguridad, mejora sustancialmente sus condiciones laborales.

─ O sea que entonces es cierto.

─ ¿Lo del escroto? Por supuesto que es cierto.

─ ¿Y la Guardia Roja?

─ Este no es su territorio, a no ser que alguien de mi posición se meta en líos y haya que sacarlo con el escroto aún fresco y entre las piernas.

Las mujeres que se encargaban de la seguridad del local los siguieron hasta que salieron del mismo, y fue la propia Berta quien empujó a Ýgrail hacia donde lo esperaban Úthrich y Bártok, el Capitán de la Guardia Roja. Este último se hizo a un lado para dejar pasar a los Cazadores Negros, lo cual no sentó del todo bien a Ýgrail.

─ ¿No me vas a detener, Bártok?

El Capitán se mostró incómodo cuando el fornido Cazador se postró ante él mostrando un gesto colérico.

─ Lo siento, Ýgrail, yo no puedo...

─ Ya, no puedes encarcelar al hijo pródigo de mi padre. ¿Y si te atacara? ¿Podrías entonces detenerme y hacer que pase la noche en el calabozo?

─ Eres un Cazador Negro, Ýgrail, será el Gran Maestre quien te imponga el castigo que mereces, si es que mereces alguno ─ intervino Úthrich mientras cogía de un hombro a Ýgrail y se lo llevaba con él ─. Evidentemente, si atacas a Bártok sus hombres se verán obligados a meterte en el calabozo, y no seré yo quien lo impida, pero te pido que pienses y actúes con responsabilidad. Al Maestre Árnor no le gustaría nada tener que responder por ti ante la Asamblea de Ancianos.

─ A mi padre le gustaría menos aún ─ espetó Ýgrail enrabietado ─. Privilegios. Siempre los malditos privilegios.


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El Gran Maestre jadeaba, sentado en un mullido tresillo y con los brazos apoyados en las rodillas. Réynor retiró la palangana de hierro que había en el suelo, pegada a la prótesis de madera de Árnor, cuando este terminó de escupir la gran cantidad de saliva que le había producido el ataque. La musculatura de los brazos, el pecho y el cuello comenzaron a relajarse, y el dolor menguó.

─ ¿Estás mejor? ─ preguntó el anciano Réynor ─ ¿Un poco de agua?

Árnor negó con un gesto del brazo.

─ Dame solo un par de minutos, en cuanto pueda dar un par de bocanadas de aire lo suficientemente profundas se me pasará.

─ ¿Siempre es así?

─ La mayoría de las veces no, incluso empiezo a ser capaz de controlarlo y retrasar su aparición, pero el resultado son unas convulsiones bastante más fuertes que si dejo que ocurra de forma espontánea. Ayúdame a levantarme, viejo, demos unos pasos a través de la habitación.

En cuanto dieron unos pasos Árnor recuperó el aliento y volvió a adquirir la presencia recia del carismático Maestre que todos conocían. Árnor se detuvo y miró a Réynor a los ojos.

─ Aunque no haga falta que te lo diga, nadie debe conocer esto, Réynor, no en un momento tan delicado como el que vivimos.

─ ¿Y entonces para qué me lo cuentas? ─ bromeó el anciano.

─ Y sirve algo de vino, por favor, la ocasión siempre lo merece.

Réynor ayudó al Maestre hasta el centro de la estancia, donde un uniforme de cuero a estrenar colgaba de un perchero de hierro. Después el anciano caminó hasta la puerta y dejó entrar a Élenthal, Úthrich, Ákhram y Tómmund.

─Adelante, señores. El Gran Maestre os espera.

Los Cazadores Negros acompañaron a Tómmund frente a Árnor, y posaron de forma solemne mientras Réynor servía vino en las copas de plata que había traído en una bandeja. A Tómmund le temblaba tanto el pulso que Réynor tuvo que asir el borde de la copa para poder servir el vino en ella.

─ No te asustes, el Gran Maestre no es tan malo como lo pintan. Tenías que haber conocido a su predecesor, ese sí que imponía respeto ─ dijo Réynor antes de dejar la bandeja y la botella sobre una mesa y posicionarse también ante Árnor.

El Gran Maestre dio un paso adelante y adelantó su copa, igual que hicieron los demás.

─ Como ves, esto va a ser sencillo, Tómmund del Valle de Óort ─ sonó la grave voz de Árnor ─. No esperes un evento ceremonioso, no habrá bailes, comida ni música. Solamente un viejo cascarrabias y mentiroso, otro algo menos viejo pero al que le faltan algunas piezas, y estos tres tarados que te han traído hasta aquí seremos testigos de este momento.

Árnor descolgó el uniforme de cuero del perchero y se lo cedió a Tómmund, quien no pudo reprimir una amplia sonrisa cuando el Maestre se lo colgó en el antebrazo y comprobó lo ligero y suave que era. En un lado, sobre uno de los hombros, vio la efigie bordada en plata que hacía de él una prenda tan peculiar y única.

─ Tomar este uniforme conlleva profundas implicaciones, Tómmund ─ siguió el Gran Maestre ─. Debes comprender que no te hace superior a ninguno de los seres humanos con los que se cruce tu camino mientras lo lleves puesto. No serías nadie sin aquellas personas que han criado el ganado del que se ha obtenido el cuero de tu uniforme, sin las personas que lo han curtido o sin las que lo han confeccionado. Nadie, sin aquellas personas que pescan o que cultivan lo que comes, las que muelen los cereales, las que cuecen el pan o te traen el agua, las que construyen las casas, las que hierran a los caballos, las que limpian las calles cada mañana o las que se dedican a atrapar a las ratas y los perros rabiosos. A todas ellas les debes lo que eres, ya que sin su existencia tampoco es posible la nuestra. Si aceptas formar parte de nosotros, jurarás defender a los seres humanos, estén donde estén y pertenezcan a la clase que pertenezcan, de los seres que el infierno que existe tras la Cordillera Gris escupe sobre ellos. Y si alguna vez no te sientes capaz de asumir este juramento, serás libre de abandonarnos y volver a tu vida anterior.

Tómmund se sintió observado por los casi cinco pares de ojos que le rodeaban, y no estuvo muy seguro de lo que tenía que hacer.

─ ¿Lo ves, maldito cabestro? ─ dijo Réynor chocando su copa con la de Tómmund ─ ¡Ya te dije que lo asustarías! ¡Vamos muchacho, brindemos por este momento y ponte de una vez ese uniforme que llevas semanas esperando!

Los seis presentes vaciaron sus copas y Tómmund fue felicitado por cada uno de los Cazadores Negros que lo acompañaban. Después se puso el uniforme y comprobó sorprendido lo bien que se ajustaba a su anatomía. Movió los brazos y las piernas, y el grueso cuero que lo cubría actuó como si se tratara de una capa más de piel. Los pantalones y las botas permitían realizar, sin ningún tipo de obstáculo, cualquiera de los complejos recorridos de las articulaciones de la cadera, las rodillas y los tobillos. La chaqueta era tan elástica que ninguna de las piezas de las que estaba compuesta tiraba del cuello o los brazos cuando Tómmund giraba la cintura o los hombros, y solamente sentía los guantes debido al calor que producían. Miró emocionado a las efigies plateadas de sus hombros, las que configuraban el cráneo dotado de cuatro largos colmillos y que era atravesado verticalmente por una pica, y solamente pudo dar las gracias en voz baja.

Árnor se acercó a él y estrechó su antebrazo derecho.

─ Dentro de dos noches acompañarás a Élenthal y Skéyndor a las Colinas de Barro. Realizarás tu primer encargo como Cazador Negro junto a dos de nuestros mejores hombres. Cuida de ellos tan bien como cuidarán ellos de ti.

Tómmund recordó el nombre del Cazador que cubría su cara con una máscara de cuero endurecido que figuraba la cara de un fiero demonio, y que había luchado junto a Úthrich el día en que los Nocturnos atacaron la aldea de Ydon. Aunque el recuerdo era amargo, fue consciente del privilegio que constituía poder viajar junto a él y su maestro Élenthal.

Después fue conducido por Ákhram a la armería. No eran los únicos en el gran salón que ocupaba la mitad de la planta baja del Vigía, pues eran muchos los Cazadores que entraban y salían para coger o dejar amas de todo tipo. Los que partían hacia el norte se dedicaban a comprobar la tensión de los arcos en la zona de armas arrojadizas, llenar el carcaj de flechas, o aceitar las piezas de sus ballestas. Los que llegaban, dejaban las armas que necesitaban ser afiladas o reparadas en una zona dispuesta para ello. Al fondo, la parte que más le interesaba a Tómmund por el momento, decenas de espadas de diferente forma y tamaño esperaban a ser probadas. Ákhram comenzó a presentar las armas a Tómmund como si se tratara de seres vivos y tuvieran personalidad propia, y este las probó de una en una valorando sus ventajas e inconvenientes.

─ Hoja curva y ancha, bastante pesada y no demasiado rápida, pero su golpe parece el testarazo de un buey. Se la recomendaría a alguien más fuerte que tú, creo que no hará relucir tus habilidades ─ explicaba mientras manejaba con maestría cada una de las que extraía de la funda de la que colgaba ─. Estas son cortas, llévate una, pues son muy adecuadas para luchar entre arbustos o setos donde una más larga sería un arma muy torpe. También puedes llevarte un hacha corta, en esas situaciones suelen ser extremadamente útiles y eficientes. En cambio, estas más largas son excelentes considerando tus características. ¿Llevarás una larga y una de tamaño medio, como Élenthal? ¿Dos largas como Skéyndor, además de la pica?

Tómmund se encontraba probando una hermosa espada con la empuñadura forrada de cuero negro y el pomo romboidal con una perforación central en la que había sido incrustada una pieza de obsidiana. Por el modo en que la miraba, y el tiempo que llevaba con ella, Ákhram supo que ya había escogido su arma.

─ Esta, me llevaré esta.

─ Hiendelobos, magnífica elección. Necesitas un arma que permita desarrollar esa velocidad endiablada con la que naciste, y que al mismo tiempo posea la contundencia que con ese cuerpo podrás imprimir a sus golpes. Esta no es cualquier arma, Tómmund, ninguna de las que hay aquí lo es. En la herrería del Vigía, que algún día te llevaré a ver, trabajan los mejores maestros herreros de Dorent, nadie maneja como ellos el acerado y templado del hierro. Esta espada mantendrá su filo durante largo tiempo, aunque Élenthal te hará retocarla tantas veces que te hartarás de acariciar su hoja. Es dura como una roca, pero no se quebraría ni aunque trataras de derribar las murallas de la ciudad con ella. Espero que te acompañe durante muchos años.

─ Nunca he manejado un arma igual, la sensación es...no lo sé, parece parte de mí, es como si fuera una prolongación del brazo, no se desplaza un ápice más de lo que calculo, es maravillosa. Un escudo, eso es lo que necesito ahora. Y también me llevaré un hacha corta, una con punta en la parte posterior.

─ ¡Ah, sí! ─ bramó Ákhram con satisfacción ─Creo que te gustará lo que he escogido para ti.

El Cazador caminó a paso ligero hacia una estructura de metal de la que colgaban varias decenas de escudos de tamaños, formas y maderas diferentes. Algunos se encontraban recubiertos de una lámina de metal, otros llevaban un gran tachón en el centro, un largo pincho, o varias decenas de púas de menor tamaño. Ákhram escogió un escudo redondo realizado sobre una pieza de madera de roble y que en el centro mostraba una semiesfera de la que salían diez púas, anchas y no muy largas, en diferentes direcciones.

─ Coge una espada usada y atácame, vamos.

Tómmund cogió una de las espadas que se usaban para hacer pruebas y golpeó varias veces el escudo que sostenía Ákhram. Las fuertes púas entorpecían el movimiento de la espada de Tómmund, y cuando Ákhram giraba levemente el escudo en el mismo instante en el que iba a recibir el golpe, el filo del arma atacante parecía quedar atrapada momentáneamente.

─ ¿Es incómodo para el atacante, verdad? Pues lo es más si consigues acercarlo a su mano, no hay protector que la salve de estos pinchos.

─ ¿No crees que un luchador hábil lo podría utilizar en mi contra? ─ preguntó Tómmund avergonzado, ya que Ákhram parecía entusiasmado con el escudo─ Si fuera lo suficientemente fuerte, podría obligarme a mover el escudo a una posición desfavorable, y...

─ Hazlo. ¡Vamos, hazlo! ¡Imagina que he perdido mi espada, si lo inmovilizas me tendrás a tu merced!

Tómmund avanzó hacia Ákhram, quien interpuso el escudo entre ambos. El joven Cazador encajó la espada entre las púas, empujó para mantenerlas lejos de su cuerpo, y asió la mano desprovista de arma de Ákhram.

─ Si hubiera portado un cuchillo en esta mano te podría haber...─ comenzó a explicar Tómmund cuando oyó saltar a un resorte metálico en el interior del escudo de Ákhram.

Una flecha había salido disparada desde el reverso del escudo, y se clavó profundamente en la madera del techo.

─ ¿Ibas a decir, matado? ─ dijo Ákhram mientras retrasaba su posición y mostraba a Tómmund la parte posterior del escudo, en la que se podía ver una pequeña ballesta adosada a la madera ─. La controlas mediante tu mano izquierda, no necesitas más que tirar de esta pequeña palanca que tienes sobre la correa con dos dedos. La punta es de plata pura.

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