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Prólogo

nota del autor:

"Los personajes principales son de mi creación, aunque algunos pertenecen a otros autores de animes, como el mundo de Black Clover, Naruto y algunas otras obras, serán expuestas en los capítulos, puede que algunos mueran,   

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En las concurridas calles de Tokio, donde el ritmo de la ciudad se fusiona con los latidos del corazón de sus habitantes, vivía un estudiante común y corriente llamado Hiroki Tanaka. A sus 17 años, Hiroki se encontraba inmerso en la rutina de la vida estudiantil en una escuela secundaria de la metrópolis japonesa.

Hiroki, con sus anteojos ligeramente desalineados y una mochila cargada de libros, se mueve entre los pasillos de la escuela con la gracia y la torpeza características de un adolescente. Aunque sus días estaban marcados por las clases, los exámenes y las tareas, también estaba teñido de la emoción de la adolescencia, con todos sus altibajos y descubrimientos.

Un día, mientras caminaba hacia su casillero, Hiroki se cruzó con la enigmática Aya Nakamura, una compañera de clase que siempre le había parecido fascinante. Aya, con sus cabellos oscuros y su mirada profunda, capturaba la atención de Hiroki de una manera que él no sabía explicar. Se encontraron frente a sus casilleros, y la oportunidad de entablar una conversación surgió como un destello.

"Hola, Hiroki", saludó Aya con una sonrisa amistosa.

"H-Hola, Aya. ¿Cómo estás?" respondió Hiroki, sintiendo un cosquilleo en el estómago.

La conversación fluyó con naturalidad mientras compartían anécdotas sobre las clases y los aviones para el fin de semana. Sin embargo, cuando Aya mencionó algo que a Hiroki le resultó intrigante, sus palabras se volvieron un murmullo confuso en sus oídos. El ambiente se cargó de una tensión incómoda, y Hiroki se encontró balbuceando respuestas incoherentes, incapaz de articular una respuesta coherente.

Justo en ese momento, cuando Hiroki sintió que su vida tomaría un rumbo extrañamente embarazoso, algo extraordinario ocurrió. Una luz intensa y deslumbrante envolvió a Hiroki, cegándolo momentáneamente. Cuando recuperó la visión, se dio cuenta de que ya no estaba en los pasillos de su escuela en Tokio.

En cambio, se encontró en un vasto salón de un castillo medieval, rodeado de imponentes murales y suelos de piedra pulida. Hiroki, atónito, se tocó la cabeza para asegurarse de que todo esto no fuera un sueño. Miró a su alrededor, sin comprender cómo había llegado allí y, lo más sorprendente de todo, sin rastro de Aya a la vista.

Hiroki, aún desconcertado por su arrepentida llegada a este misterioso castillo medieval, observó a su alrededor con ojos asombrados. El salón estaba decorado con elegantes tapices y suntuosos detalles, pero su atención fue rápidamente captada por un grupo de hombres encapuchados que se arremolinaban cerca de unas extrañas runas en el suelo.

Mientras Hiroki intentaba procesar lo que estaba sucediendo, notó la presencia de una figura regia en un trono elevado. La reina del castillo, vestida con ropajes majestuosos, lo miraba con indiferencia, como si su presencia fuera tan insignificante como el susurro del viento.

Los encapuchados, inmersos en prácticas místicas, murmuraban palabras incomprensibles mientras realizaban gestos con las manos sobre las enigmáticas runas. Hiroki, confiado en que esta experiencia era la oportunidad de aventuras y encuentros con mujeres hermosas, esperaba ansiosamente su destino. Sin embargo, la realidad le deparaba algo completamente diferente.

De repente, la magia de las runas se desvaneció, y los encapuchados intercambiaron miradas decepcionadas. La reina, cuyos ojos fríos parecían atravesar el alma de Hiroki, emitió un suspiro imperceptible.

"Este no es el elegido", anunció uno de los encapuchados con desdén, señalando a Hiroki.

De manera abrupta, como si fuera un intruso indeseado, Hiroki fue agarrado por los brazos y arrastrado hacia la salida del castillo. La reina lo miró con desinterés, sin cambiar su expresión imperturbable. La emoción de Hiroki se transformó en confusión y desesperación mientras era expulsado del castillo como si fuera poco más que un vagabundo.

El portón del castillo se cerró tras él, dejándolo solo en un mundo desconocido y hostil. Hiroki, desorientado y sin comprender el porqué de su expulsión.

Hiroki, sentado en un banco a las afueras del castillo, contemplaba con melancolía el horizonte desconocido que se extendía ante él. Sus pensamientos se perdían entre las sombras de lo que alguna vez fue su vida en Tokio. Fue entonces cuando una presencia imponente interrumpió sus pensamientos.

De pie frente a él, con una altura que sobresalía entre la multitud, se encontró una mujer de cabello blanco como la nieve. Vestida con un atuendo que resonaba con la seriedad de una guerrera, llevaba una espada negra afilada atada a su mano derecha. Aunque su apariencia podría imponer respeto, sus ojos destilaban un humor travieso.

"¿Estás triste, niño?" preguntó la mujer con una sonrisa traviesa, haciendo que Hiroki diera un respingo.

"¡Ah! ¡Casi me haces saltar del banco! ¿Quién eres?" respondió Hiroki, tratando de disimular su sorpresa.

"Me llamo Lumiya. Y no te preocupes, soy así de buena para asustar a la gente. ¿Cómo te llamas tú?" dijo ella con una risa melodiosa.

"Soy Hiroki. ¿Lumiya, eh? ¿Vas a intentar venderme algo o algo por el estilo?" preguntó Hiroki con cautela.

Lumiya río con ganas. "Oh, Hiroki, eres más astuto de lo que parece. Pero no, no vengo a venderte nada. Vengo a ofrecerte una oportunidad emocionante".

Hiroki arqueó una ceja de escepticismo. "¿Oportunidad emocionante? ¿Por ser expulsado de un castillo como si fuera basura?"

"¡Exacto! Veo que entiendes rápido", respondió Lumiya con un guiño. "Tienes un poder oculto dentro de ti, Hiroki, pero está dormido. Necesitas ayuda para despertarlo, y yo soy la indicada para guiarte".

Hiroki, intrigado por la propuesta y cansado de la tristeza que lo envolvía, decidió darle una oportunidad a esta mujer misteriosa.

"¿Poder oculto? ¿Despertarlo? ¿Qué estás hablando, Lumiya?" preguntó Hiroki, sintiéndose a la vez escéptico y curioso.

Lumiya se acercó a él con una expresión más seria. "Eres un reencarnado, Hiroki, y dentro de ti yace un poder único. Pero para liberarlo, necesitas entrenamiento y orientación. ¿Confías en mí para ayudarte?"

Después de un momento de duda, Hiroki asintió. "Confío en ti, Lumiya. Hazme el aventurero que estoy destinado a ser".

La iglesia abandonada ofrecía el escenario perfecto para el entrenamiento clandestino de Hiroki y Lumiya. Con las sombras como cómplices y el eco de sus pasos resonando en el vacío, ambos se prepararon para descubrir el potencial oculto que se ocultaba dentro de Hiroki.

"Ahora, Hiroki, concéntrate. Siente la energía que fluye dentro de ti", instruyó Lumiya mientras se dirigían al centro de la iglesia.

Con una mirada determinada, Lumiya colocó su mano en su pecho y respiró profundamente. "Estadísticas, actívate", susurró, y un resplandor morado comenzó a danzar a su alrededor.

Hiroki, siguiendo su ejemplo, imitó el gesto. "Estadísticas, actívate", pronunció con incertidumbre. En un destello morado, su aura de maná se desplegó ante él, revelando un espectáculo de luces y sombras que nunca habría imaginado.

Animado por el descubrimiento de sus habilidades, Hiroki no pudo contener su emoción. "¡Mira, Lumiya! ¡Puedo sentirlo! ¡Puedo manejar la magia!"

Sin embargo, la alegría de Hiroki fue abruptamente interrumpida. Lumiya, con una velocidad que desafió toda lógica, se colocó frente a él en un abrir y cerrar de ojos. En un giro impactante de los acontecimientos, una hoja afilada atravesó el aire y perforó la cabeza de Hiroki, seguida por dos disparos de luz directos al corazón.

El cuerpo de Hiroki cayó al suelo, inmóvil, mientras el brillo morado que lo envolvía se desvanecía lentamente. Lumiya, sin mostrar la menor pizca de remordimiento, sacó un artefacto mágico y absorbió la energía que emanaba de Hiroki, almacenándola en un contenedor.

"Lo siento, Hiroki", murmuró Lumiya, mirando el contenedor con un brillo de satisfacción en sus ojos. "Necesito esta energía para mis propios propósitos. No te preocupes, tu muerte no será en vano".

El holograma emitía su luz en la muñeca izquierda de Lumiya, revelando la figura de un joven vestido con ropas religiosas, cabello blanco y símbolos cristianos adornando su atuendo. Una cruz de Cristo en el pecho y una cruz de hierro en su manto, marcaban al joven como un líder eclesiástico. Su voz resonó a través del holograma con autoridad.

"¿Ya has completado la tarea?" preguntó el arzobispo con frialdad.

Lumiya, manteniendo su compostura, estimando con determinación. "Sí, capitán. El trabajo está hecho. La energía del reencarnado ha sido recogida con éxito".

El joven líder religioso impresionado con satisfacción. "Bien hecho, Lumiya. Lleva la energía al puesto de control del reino. Nuestros hombres se encargarán de su transporte. Y deja de llamarme capitán; ahora soy Arzobispo de la Codicia".

"Entendido, Arzobispo", respondió Lumiya, inclinando levemente la cabeza.

El arzobispo continuó, revelando sus verdaderas intenciones. "El poder de los reencarnados se ha vuelto demasiado fuerte. Necesitamos reclutar más adeptos para las órdenes de los Cazadores de las Sombras. Asegúrate de que este reino esté invocando más reencarnados y elimina a aquellos que considera una amenaza. Es por el bien del mundo ".

Lumiya asintió solemnemente. "Lo haré, Arzobispo. Me encargaré de asegurar que los reinos no se vuelvan un caldo de cultivo para aquellos con poderes peligrosos".

Con esas palabras, el holograma se desvaneció, dejando a Lumiya sola en la iglesia abandonada. Su expresión, ahora más seria, reflejaba la carga de sus responsabilidades. Aunque había traicionado a Hiroki, su lealtad estaba alineada con un propósito mayor: la lucha contra los reencarnados que representaban una amenaza para el mundo.

Mientras se dirigía al puesto de control del reino con el contenedor de energía en mano, Lumiya reflexionaba sobre las complejidades de su papel en esta trama. Aunque las sombras del engaño y la traición la rodeaban, también entendía que estaba inmersa en un conflicto de dimensiones mucho más grandes, uno que determinaría el destino de los reencarnados y la seguridad del mundo que ahora llamaban hogar.

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https://youtu.be/9RFSBf5y7U4

Mientras tanto, en una aldea remota de un continente muy lejano al país Trébol, dos niños huérfanos fueron dejados en la puerta. Uno de ellos era muy callado, llevando consigo un medallón con una piedra preciosa incrustada, mientras que el otro era más extrovertido y lleno de energía, portando una medalla de cruz de hierro con un símbolo extraño grabado. El líder de la aldea aceptó a ambos niños: al callado con su medallón de piedra preciosa y al extrovertido con la medalla de la cruz de hierro grabada con un símbolo enigmático.

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