La chica que cometió un error
Tres noches transcurrieron después del entierro improvisado de la señora Holloway. Por fortuna para los tres, con la tecnología de Jaraniss podían escabullirse a otros mundos para obtener provisiones. Casi siempre era Jarabelle la que iba, mientras Jaraniss y el padre esperaban en la casa de los espejos.
Sin embargo, Jarabert no terminaba por aceptar su nueva realidad. Por las tardes estaba más mudo que una momia, y por las noches despertaba pegando de gritos. Se la pasaba insultando a las chicas, diciéndoles que no existían y que todo era una farsa montada por su mente. Quería despertar y no podía, decía.
—¿Qué haremos con él? —preguntaba Jarabelle, en tanto Jaraniss tecleaba en su aparato incomprensible—. Está perdiendo la cabeza.
—Ya se recuperará.
—¡Ni siquiera le has dicho que sientes lo de su doncella!
—Ya lo superará. —Siempre era el mismo tipo de respuestas.
Bien era cierto que a Jaraniss no le importaba un demonio lo que pasara con el sacerdote, pues ella estaba al tanto de él. Le había dicho a Jarabelle que ambos tenían un don especial: el de la joven era comunicarse con Andy a través de sueños y el de Jarabert era ver el futuro. Sus terrores nocturnos no eran simples recuerdos de la señora Holloway, sino que eran pistas relevantes.
En una de las tantas entrevistas, Jaraniss consiguió esto:
—Es como la Edad Media —dijo Jarabert, cansado de tanta pregunta—. El amuleto que buscas podría estar dentro de una pequeña cueva, casi a las orillas del mar. Parece el norte de Irlanda. Creo que hay cerca una ciudadela llamada Laurelia.
—¿Y qué forma tiene el amuleto?
—¡Oye! —protestó Jarabelle—. ¡Ya déjalo descansar!
—¿Es un tótem? ¿Tiene forma de espada? ¿Es un arma?
—Solo veo esa cueva, y después un monstruo me quiere devorar.
—Bien. —Jaraniss se fue de regreso a su máquina.
—«Gracias, padre» —le dijo Jarabelle a Jaraniss, con irritación.
Por un rato, Jarabelle se quedó frotándole la espalda al padre. De pronto, esta se preguntó cómo era posible que fuesen la misma persona, de diferentes mundos, si entre los tres eran demasiado diferentes. Quería saber qué más los hacía similares, además de un simple pasado trágico, una deformación del nombre y la capacidad de no volverse fallas.
—Oye, tú, ven —la llamó Jaraniss desde atrás de un espejo.
—¡¿Qué diablos quieres ahora?!
—Ven, y no rezongues. —Desapareció a tiempo, antes de que Jarabelle le mostrara el dedo medio.
Cuando llegó, la halló escribiendo en su máquina. En las pantallas se veían puntos y líneas, que se movían aleatoriamente. Parecía uno de esos dibujos que se utilizaban para representar átomos o fórmulas químicas.
—He viajado —decía Jaraniss— por mundos medievales. Creo que ya se los he comentado. Encontré uno con las características que dice Jarabert. Él tenía razón. Hay en este una ciudad llamada Laurelia, que es creo la capital. Y una cueva pequeña, parecida a la que él describe, está muy cerca de un acantilado. Necesitaré que vayas ahí, saques el amuleto y vuelvas, como haces con la comida.
—Un acantilado... ¿No hay espejos ni lagos?
—No esta vez.
—Tal vez haya una iglesia cerca en la que...
—No hay iglesias.
—¿Cómo que no hay iglesias?
—En este mundo no existe el cristianismo. De hecho, la religión dominante es muy distinta. Le rezan a un dios que habita en la luz, por lo que no necesitan templos. Ya he pasado por allí. No son tan fanáticos, pero son de tener cuidado; todo régimen teocrático puede ser muy peligroso. Y hay criaturas mágicas. Quizá, después de coger el amuleto, podrías ir en busca de un duende. Dicen que su sangre tiene capacidades curativas. Así podríamos prescindir de los portales.
Jarabelle se quedó pensativa.
—Oye...
—¿Qué?
—Quiero saber algo.
—¿Qué es? —preguntó Jaraniss, fastidiada.
—Ahora que mencionas lo de la luz... ¿Tú no sufriste eso de sentir que te controlan? Jarabert y yo teníamos eso en común. Ya no ha sucedido, pero nos pasó.
Jaraniss reflexionó.
—Recuerdo que los oí hablar de ello en la Inglaterra alterna. —La miró—. No, no me ha pasado, y la verdad no sé qué pueda ser. Pero si nos apoderamos de ese amuleto y consigo que puedas hablar con Andy, para saber dónde se oculta y destruirla, acabaremos temprano y nos podremos ir a nuestras casas. Así, no les volverá a pasar.
—Bien. Entonces ¿por el espejo de siempre?
—Sí.
Ella se preparó con el traje que Jaraniss le había regalado, para deshacerse de aquel apestoso camisón, tomó unas herramientas para escalar y se alistó para escuchar instrucciones, como era habitual. Debía aparecer en el mar, trepar el risco por el lado más amable y dirigirse a la cuevita. Era más sencillo que ir por comida. Pero cuando estuvo por ser enviada allá, tuvo otra pregunta.
—¿Ahora qué?
—Si Andy quiere detenernos, ¿por qué entonces me envió con Jarabert?
—¿Qué?
—Esa luz me trajo a todo este embrollo. Se supone que Andy quiere pararme. De ser así, no hubiera hecho nada de esto. Simplemente me hubiera dejado en mi mundo y ya.
—No lo sé, amiguita. Ya obtendremos respuestas a esas preguntas. Ahora, ve por esa porquería antes de que la vieja psicópata nos traiga hordas de zombis.
—Vale, vale.
Jarabelle cruzó el portal, apareció en el mar y escaló el risco, tal y como le había indicado Jaraniss. Nunca lo había hecho, pero tenía el consuelo de que, si caía, su cuerpo regresaría intacto a la feria.
Una vez que terminó, después de un tremendo esfuerzo, solo caminó hacia la cueva. A lo lejos se divisaba una aldea, y más allá se asomaba una muralla, quizá perteneciente a la ciudadela de Laurelia. Para los siguientes días, podría hacerse del supuesto duende mágico. Era un bonito campo allí, con el inconveniente de que había yelmos con cráneos adentro y estandartes medio consumidos por el fuego.
«Hubo una batalla, yo creo —se calmó a sí misma.»
Después de una hora de búsqueda, Jarabelle halló la cueva del sueño, que era más como una madriguera; solo cabía una parte de su brazo. Metió la mano, esperando no encontrarse con un topo asesino, y sintió un largo dispositivo. Lo miró: tenía la forma de un lápiz, uno enteramente de color violeta. ¿Eso era todo? ¿Un maldito lápiz era el amuleto?
Bien, ya debía regresar. La misión incluso le pareció aburrida. Todo por un lápiz que tal vez ni pintaría, porque no parecía que funcionase con tinta o carboncillo. Ya de vuelta, un poco decepcionada, notó que el cielo se ponía rosa. Además, escuchó un enorme graznido en el horizonte, como un ave gigante que pasara por allí. No sabía qué criaturas vivían cerca, pero no quiso quedarse a averiguarlo, de modo que apresuró el paso.
«Me pregunto cómo funciona esta basura.»
Otra vez oyó el graznido. Cuando volteó arriba, advirtió a un pájaro enorme, como una lagartija con alas. Nunca había visto a un ser así en toda su vida, y tampoco la concebía de alguna ficción. ¿Qué era aquello? Lo que sí es que se asemejaba a un dinosaurio, como los que salían en una película que vio una vez con una de sus amigas.
El monstruo rugió y se dirigió a ella, con las garras por delante. Ya no pensó más que en correr por su vida, de vuelta al mar. Solo quería llegar a donde comenzó, saltar y meterse al agua, pero el acantilado estaría lo más posible lleno de rocas en el fondo.
«Maldición, ya no me acuerdo por dónde subí.»
Pero no solo volaba cual ave carroñera, sino que...
—¡Escupe fuego! —exclamó, cuando una flama enorme pasó a su lado y le quemó un brazo.
Jarabelle corrió más fuerte, casi cayéndose a trompicones. La bestia volaba de la misma manera: trazaba un círculo, planeaba en picada, le incineraba apenas una parte del cuerpo, y volvía al cenit para calcular su siguiente ataque. Por si fuese poco, a la joven se le terminó el camino. Debajo había más rocas puntiagudas que agua.
«Es Andy, lo sé. Si mi don es hablar con ella, lo haré.»
—¡Espera! —Le apuntó con el lápiz, como si supiera qué diablos hacer con él. El monstruo alado descendía otra vez—. ¡Sé que sufres!
La lagartija se detuvo, aleteando. Era como si comprendiera.
—¡Yo sé que eres tú, Andy! ¡Solo quiero ayudarte!
Un rugido. Su garganta se iluminaba, apunto de escupir otra vez.
—¡Sé que usas «mecanismos de defensa» para guarecerte de la culpa!
¿Mecanismos de defensa? Recordó aquello. ¿Culpa? ¿Por qué diría tal cosa? Jarabelle, aparte, tuvo una regresión: se vio a sí misma conduciendo un vehículo, con su madre a un lado y su padre atrás. Discutían, quién sabe de qué, y se gritaban. De repente, un camión los sorprendió.
La bestia lanzó las llamas y Jarabelle escapó del fuego lanzándose hacia el precipicio. Pero allá abajo solo encontró un destino peor. Ahora sangraba y perdía el conocimiento. Su mano perdió fuerza, así como también el lápiz.
Total de palabras: 1453
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