La casa de las mil ventanas
Cayeron de uno de los tantos espejos, todos amontonados. Lo último que recordaba Jarabelle era que aquella penumbra los perseguía. Ahora estaban a salvo, pero ¿dónde?
Mientras se levantaban todos los demás, adoloridos por la caída, Jarabelle miró a su alrededor y reconoció el interior de una carpa de circo. Por todos lados había decenas de espejos, de todos los tamaños y formas, algunos más alargados que otros. Supo después que era una casa de los espejos, de estas que había a veces en las ferias.
—¿Qué es este lugar? —preguntaron el reverendo y la anciana casi al mismo tiempo, con un rostro que, más que de sorpresa, denotaba terror.
La mujer extraña que los había salvado reapareció, luego de haberse inclinado sobre una máquina indescriptible.
Esta se dirigió a Jarabelle.
—¿Cómo dedujiste que tú y el padre eran la misma persona?
Ella no supo qué responder, pues apenas procesaba con dificultad la posibilidad de estar en un mundo diferente. Asimismo, se preguntó por qué ahora ya no tenía fiebre.
—No lo sé...
Atrás, los ingleses comenzaron a sentirse mal.
—Tú le dijiste a ese hombre que eran la misma persona —insistió aquella. Tenía la apariencia de alguna clase de mecánico—. ¡¿Cómo definiste ese proceso de deducción?!
—Proceso de... Solo comenzamos a hablar de cosas que teníamos en común. —Por fin pudo levantarse. Se sacudió el polvo—. Tenemos nombres parecidos, ambos perdimos familia de manera trágica, él y yo teníamos visiones parecidas...
—¡Explícate!
—Tranquila. Solo me pareció familiar en muchos aspectos. Yo lo asumí por eso. Lo malo es que no recuerdo mucha información de mí. Me duele la cabeza con tan solo recordar datos específicos. ¿Ya?
La mujer la miraba a ella, y de paso también a los ingleses.
—Reverendo... No me siento bien...
—Quédese conmigo, señora Holloway.
—¿No los vas a ayudar? ¡Ella está herida!
—¿Cómo es posible lo del pasado trágico? ¡Responde!
—¡No lo sé! Es una coincidencia que descubrí. Soy muy buena deduciendo cosas, pero mala para recordar, ¿sí?
—¿Cómo conoces a Andy?
—¿Andy? Ah, la persona de mis sueños. Solo la he soñado. No sé quién sea.
—¡Ay, reverendo, ay!
—¡Oiga, usted! —dijo Austen, con la vieja en sus manos—. Ayúdela, por favor.
—¿Cómo son esos sueños? ¿Qué te ha dicho Andy en ellos?
—¡No seas inhumana! —respondió Jarabelle—. ¿Que no estás viendo que necesita ayuda?
—Por favor —decía Austen entre lágrimas—. Su nariz le sangra. —La anciana seguía quejándose, aunque ya solo hablaba sinsentidos.
—¿Le sangra la nariz?
—¡Sí! —respondió el reverendo, exasperado.
—No... no puede ser.
La mujer mecánico corrió a donde tenía cajas y más productos aleatorios. De allí cogió un artefacto que se asemejaba a una pistola.
—¡Oye! ¡No! —Tanto el reverendo como Jarabelle intervinieron—. ¡No te atrevas!
—Quítense. —Le apuntaba aquella a Holloway—. ¡Tengo que matarla!
—¡No! —exigían todos.
—Si no lo hago, se convertirá en una falla.
—¿A qué demonios se refiere usted?
—Oye, ¡no seas hija de perra! Tendrás que matarme a mí primero. —Jarabelle se interpuso.
Ella se lo pensó, e intentó justificar:
—Ustedes no entienden. Cuando salí de mi dimensión no lo hice sola. Mis amigos terminaron convirtiéndose en fallas. Todos empezaron de la misma manera, con la nariz sangrando, sintiéndose mal, mientras que yo me curaba de heridas que había tenido en mundos anteriores.
—¿Y qué carajo es una falla? —Jarabelle estaba furiosa, roja—. ¡Yo también exijo explicaciones!
La viajera dimensional comenzó a titubear, y se debatía internamente entre si bajar o no el arma. Su cara, que hace minutos parecía la de una persona fría, ahora se hallaba marcada por un incipiente dolor.
—En cada mundo era diferente... —Reprimía un llanto—. A veces cambiaban de personalidad, a veces rompían la realidad y todo se desmoronaba, otras veces salían monstruos de sus bocas, como tentáculos... ¡Fue horrible! Solo quedé yo.
Jarabelle no supo cómo reaccionar a tal información.
—¡¿Qué demonios acaba de decir?! —gritó el reverendo—. ¡Nada de lo que dice tiene sentido!
—No necesito que me crean. Ahora, apártate, o te mataré a ti también.
Quiso obedecer, tras quedarse sin ninguna opción, pero notó que la desconocida cruzaba por una crisis y que más bien lucía muy vulnerable. Empezó haciéndose a un lado. Durante un corto lapso, volteó hacia el reverendo, quien se tendía sobre una señora Holloway inconsciente. Allí, entonces, se le ocurrió la desquiciada idea de intervenir y coger la mano de la agresora, para desviarla hacia arriba.
Y lo hizo.
Del cañón se liberó un disparo muy extraño, pues una luz azul ascendió y perforó la carpa. Ambas forcejearon por el control del arma, pero como Jarabelle no estaba acostumbrada a pelear, y la otra parecía que sí, perdió muy rápido y cayó de espaldas, donde aquella la sometió de manos contra el suelo.
—¡Estás cometiendo un grave error! —le dijo, desde arriba.
En un súbito momento, el reverendo golpeó a la mujer con una barra de metal en la cabeza. Así, la viajera quedó fuera de combate.
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Durante el tiempo que la desconocida había estado inconsciente, Jarabelle y Jarabert, luego de haberla amarrado, ocuparon un botiquín para ayudar a la señora Holloway, que parecía empeorar en la coloración de su piel, pero que mejoraba con el sueño.
La desconocida despertó. Su mueca fue de pura resignación.
—¿Quién eres? —preguntó Jarabelle, a secas.
—Mi nombre es Jaraniss Overgray.
El padre y la joven se miraron.
—¿Dónde estamos? Y no me refiero solo a este lugar, sino, tú sabes, ¿dónde...?
—Es una casa de los espejos. Estamos en una feria abandonada. Luego de viajar por múltiples dimensiones, establecí una base aquí. Hace años descubrí que los espejos y el agua eran por defecto portales naturales, pero estos se activaban por sí solos, así que diseñé una tecnología para poder controlarlos a mi gusto. —Subió la cabeza y contempló cada espejo—. Este mundo que ustedes pisan es una versión moribunda de la Tierra. En otras copias había Tierras de agua, en otras no existía América, en otras seguían en la Edad Media, y en algunas el cristianismo nunca existió. Sin ofender, padre. Otras versiones de la Tierra, como la tuya —dijo, refiriéndose a Jarabelle—, están incompletas. No solo no hay Rolling Stones, sino que los países carecen de nombres. Pero esta versión quedó abandonada. Los edificios se desmoronan, la naturaleza ha ganado...
—Eso es terrible —comentó Jarabert, un poco abrumado.
—Eso no es todo. En esta versión hay un apocalipsis zombi.
—¿Un qué...?
—Un apocalipsis zombi, padre. Tal vez ella sí me entienda.
—Lo hago.
—Aquí —suspiró— los muertos regresaron a la vida y quisieron comerse a los vivos. Como en el videojuego ese donde un hongo...
—¿Videojuego? —preguntaron ambos, Jarabelle y Jarabert.
—Carajo, es verdad, tu mundo está incompleto y tu mundo se quedó trabado en 1817.
—¿Qué hacemos ahora?
—Primero, desátenme. No me miren así. ¡Está bien, déjenme aquí atada para que muramos!
—Querrás atacarnos.
—No lo haré, todos somos amigos, ¿cierto? —Miró a uno. Luego a la otra—. ¿Cierto?
—¿De dónde vienes?
Jaraniss volvió a suspirar.
—De una dimensión que estaba en el año 2101. Mi país se llamaba Eternalia. Y sí, yo también tengo un pasado trágico. A los dieciséis me separaron de mi familia para unirme al Parlamento, pero luego los traicioné para derrocar un totalitarismo teocrático. La traición me costó caro, ¿saben?
—Entendemos.
—Desde entonces viajo por el multiverso, investigando a esta perra que se hace llamar Andy. Solo he recabado información extraña, como que tiene un amuleto con el que controla el tiempo. En esta dimensión, supongo, hizo revivir a los muertos con la magia de esa cosa que posee. Creo que con esa cosa hace de todo. Quiere destruir el universo entero, cada maldita realidad que existe, y yo quiero detenerla. Si ustedes me ayudan...
—¿Qué es ese ruido? —preguntó Jarabert.
—Oh, no, la falla. ¡Desátenme!
El reverendo asumió la protección de sus acompañantes. Cogió el arma que le había robado a Jaraniss. En tanto apuntaba, caminó a través de la atracción. A su paso se dibujaban reflejos muy alocados de él, por todo espejo que hubiera allí. Entonces, encontró a la señora Holloway.
¡Estaba levantada y curada!
—Señora Holloway.
—¡No, reverendo! —gritó a lo lejos Jarabelle—. ¡Es un zombi!
La mujer, cuya palidez era ahora muy notoria, además de un color azulado, andaba con pasos muy erráticos. Gruñía con la garganta, y hacía muecas impropias de una persona razonable. Apenas vio al reverendo, la anciana corrió hacia él, como pudo, no de manera rápida, pero sí con una fuerte ansia por devorarlo. Él no pudo dispararle enseguida, porque recordaba a la anciana como a su propia madre.
—¡Reverendo! —Jarabelle se quedó atrás, indecisa.
El cadáver viviente atacó al reverendo. Mientras este trataba de rehacerse del control de la pistola, esquivó una mordida por un lado, y enseguida por el otro. El monstruo no se daba por vencido. De sus ojos furiosos salpicaba sangre, y de sus fauces vómito. Después, tras empuñar bien el arma, Jarabert accionó el gatillo, atravesándole el corazón.
Pero ella insistía.
Otro, en el cuello.
Y el monstruo siguió.
¡En la cabeza!
Y allí, por fin, aquella cosa se rindió.
—Señora... Holloway...
Esta vez, el miserable Jarabert Austen se postró de rodillas junto al, ahora sí, cadáver de Mary Jane Holloway.
Palabras: 1471
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