Capítulo 75
Mónica se disculpa una vez más y las deja sola, encerrándose en la habitación apenada por todo lo sucedido y por nuevamente tener que darle problemas a la familia de su amica, al igual que Maricé, ambas presas de la desdicha por el desafortunado encuentro. La casa cayó en un profundo silencio, las tres sumidas en sus propios pensamientos y sin mucho ánimo de querer consolar a la otra. Demasiado centradas en sus propios problemas y en los sentimientos que son capaces de provocar tras todo lo sucedido esa mañana y de lo que estaban cargando a sus espaldas.
Si embargo, el llanto desconsolados de Maricé incentivan a la castaña a intervenir, despejando un poco la mente de sus propios pensamientos.
Al estar en la habitación, encontró a Maricé de espalda viendo el retrato de sus difuntos padres. Un suspiro silencioso sale por su boca, se adentra a la habitación, abrazándola.
—Tía, ¿Estás bien? ¿Qué tienes tía? ¿Por qué estás llorando?.
Maricé intenta sonreírle pero ese gesto no la convence. Adamaris seca sus lágrimas con delicadeza.
—Ay, nada, achaques de vieja nada más.
—No digas eso tía, que tú vieja no estás. Más bien dime la verdad, tú estabas llorando por lo que sucedió hace rato, ¿A qué no?.
Maricé no se apresura a contestar y su silencio confirmó sus palabras. Adamaris se apresura a abrazarla, tratando de consolar sus emociones.
—Es que me da arto coraje que los traten así —reconoce para su pesar.— como viéndolos por encima del hombro, como si ustedes tuvieran sarna. No lo puedo soportar, no cuando ustedes se han esforzado tanto por salir adelante. ¡Es que debí trapear el piso con esa señora!.
—Tía, ya no hagas más corajes. Además, la señora Alfonsina es así con toda la gente prole —dice, enfatizando la ultima palabra.—es una clasista de lo peor, con el respeto que Mónica se merece.
—¡Pues ustedes menos que nadie se lo merece! Porque yo te aseguro que si tú padre estuviera vivo ustedes serían igual o más ricos que está tal Alfonsina o cualquiera que intentará humillarlos —explota viendo con nostalgia la fotografía en dónde estaba los mencionados. Adamaris también dirigió su mirada hacía el retrato y una sonrisa nostalgica se dibujo en su rostro. —es que sus padres no trabajaron tanto en la vida para que hoy por hoy estén aguantando tantos maltratos... Aunque el destino se los llevo demasiado jóvenes. ¡Y yo sin poder hacer nada!.
Vuelve a llorar por lo que Adamaris la abraza tratando de reconfortarla.
—Tía, no llore que me parte el alma verte así. Ademas, tú no tienes la culpa de lo que pasó, nadie la tiene.
—No lo puedo evitar hija, me sentí tan impotente al no poder hacer nada ante los insultos de esa señora. Mi pobre hermana. Mi pobre cuñado —chilla aferrándose al retrato.—¿Sabes? Cuando yo conocí a tu padre él era un niño pijo. Tan monito y blanco como un papel, y sus grandes ojos grises podía inmediatamente diferenciarse de cualquier persona. Era un hombre tan importante en aquella época —suelta un suspiro y se queda un momento en silencio, tratando de recordar las facciones de Alfredo la primera vez que lo vió de cerca.—siento que les e fallado como tía.
—No digas eso tía —contradice suavemente.
—Es verdad. Yo me encerré junto con la enfermedad de mi hijo que ni siquiera puedo terminar mis estudios. Al verme completamente sola y con una enfermedad tan demandante como la que tiene mi hijito lindo que no pude ver por ustedes como una vez le prometí a mi hermana que en paz descanse —dirige su mirada al cielo; en este caso al techo y vuelve a romper a llorar.— los dejé solos. A tu hermano, que apenas era un joven que estaba pasando por tantas cosas —solloza.— a tí, que eras... Tan vulnerable. Ni siquiera me pude despedir correctamente de ellos y ahora tampoco los puedo defender, no más soy una carga... Ni para defenderlos sirvo.
—Tía, eso no es verdad. Usted nunca será una carga para nosotros; al contrario, tenerla después de tanto tiempo nos llena de alegría. Tú eres nuestro único familiar vivo, es casi como si estuviera nuestra madre aquí con nosotros y estoy segura que a dónde sea que esten nuestros padres ellos estarían tan agradecidos de tenerte aquí, junto a nosotros.
Si tía niega a sus palabras, aun sintiéndose culpable. Aunque las palabras de Adamaris fueron sinceras y verdaderas, ella no era capaz de perdonarse no haber estado con sus únicos sobrinos y familiar vivo en el momento en qué más la necesitaban por lo que está bastante perturbada. Adamaris le dió un abrazo fuerte queriendo le transmitir su amor
—No llore más tía. Séquese esas lágrimas y vamos hacer la cena que creo que mis tripas están pidiendo almuerzo. Ande, no este de chillona, las mujeres López no lloramos.
Ambas sonrieron ante lo dicho y el ambiente se volvió más agradable permitiendo aligerar la carga que ambas mujeres estaban cargando. La tarde cayó, Maricé se apresura en ir a comprar unos alimentos que faltaban en la despensa dejando a las mujeres solas. Al rato, Alan aparece en la casa siendo recibido por su hermana.
—Ah, ya volviste. Hola. Hice tacos, ¿Quieres?.
—Hola hermana, no, no y menos si lo hiciste tú —bromea. Adamaris lo mira mal y le saca la lengua. Alan sonrie.—¿Y dónde están las personas de esta casa?
—Mónica esta encerrada en las habitación y mi tia salió al tianguis, ¿Y tú, dónde estuviste que te desapareciste en todo el día? Por cierto, quiero hablarte de la nueva sociedad.
Alan suelta un largo y pesado suspiro, sientándose en el sofá, justo a su lado.
—Estuve en una cita que tuve en otro buffet de abogados.
Adamaris frunce ligeramente el ceño observándolo.
—Queria ver otras opciones para poder deshacer el contrato, aunque las opciones son limitadas creo que podríamos —se detiene y su expresión se endurece.—enfrentar otros métodos.
—¿De qué estás hablando? ¿Qué otros métodos?.
—Nos tomará tiempo ponerlo en práctica, pero a largo plazo podríamos reabrir en físico nuevamente, tener nuevamente personal.
Adamaris, sabiendo a dónde se dirigían sus palabras, se apresura a intervenir.
—No, no espérate. Tiempo es lo que no tenemos. Alan, yo estoy segura que sea lo que sea que estuviste haciendo hoy no vale la pena con el contrato que nos están ofrecido y que además se puede cumplir.
—¡No pienso trabajar junto a un Alcalá en lo que me resta de mi vida!.
—¿Y qué propones entonces? Mira Alan, yo no pienso rendirme tan fácil, no con un contrato como el que nos están ofreciendo —alza la voz, mostrándose impaciente.— ¡por dios! Sé coherente, piensa un poco antes de cometer otro error.
.
—¿Qué es lo que pasa? —pregunta Mónica. —desde el cuarto se escuchan sus gritos.
—Que te lo diga Alan, que al parecer prefiere declararse en quiebra antes de aceptar una alianza que nos beneficia a todos.
Mónica jadea, mirando al susodicho con cara de incredulidad.
—¡No estoy hablando de eso! —aclara, alzando la voz. —a lo que me refiero es que podemos declararnos en quiebra para así poder renegociar con los proveedores y las deudas que tenemos. Nos costará un tiempo largo en volver a empezar, tendríamos que conseguir otra trabajo, pero...
—¡Ay por favor! —lo interrumpe, frustrada Adamaris.—¿Y las familias que dependen de nosotros, qué?
Alan se mantuvo en silencio y su expresión se endurecio.
—¿Pero, por qué? La propuesta que nos dió Alejandro es muy bueno. Es la mejor y la única que nos han hecho en todo este tiempo en que se dió a conocer la noticia.
—Además, nosotros seguiremos teniendo la mayoría de las acciones por lo que ante cualquier imposición nuestra decisión prevalecerá por encima de la de él —aclara Adamaris.—sin contar que él tiene mucho más potencial para poder guiarnos en el mercado.
—¡Por favor! Eso cualquiera lo puede hacer.
—No Alan, no cuando has dominado este mercado durante años como él —contradice Mónica. — él tiene contactos, tiene experiencia y mucho dinero que inyectar. Mike dijo que definitivamente es una buena oferta.
El rostro de Alan se transforma tras mencionar al abogado, poniéndose rojo al igual que sus venas salían a relucir.
—Si, si claro, ¡Mike! Mike es muy eficiente, es muy bueno en lo que hace, tan rápido que incluso llegaron primero a los amparos que nosotros, gracias al rayo macuin de Mike. Incluso gracias a él mi hermanita salió en libertad. ¡Bendito san Mike!
Mónica iba hablar, indignada por la actitud de Alan. Sin embargo, Adamaris los interrumpe.
—Osea, ¿Cómo? ¿Ya estabas ahí cuando yo estaba siendo detenida? —pregunta Adamaris, sin entender a lo que se refería su hermano.
Mónica abre la boca para responder pero Alan se apresura hacerlo.
—Si, cuando la fuí a llamar ya ella y San macuin se encontraba haciendole frente como tus abogada.
—¡Puedes parar de llamar a Mike así!
—¿Mónica? ¿Es eso cierto?.
La rubia fulmina a Alan con la mirada y asiente, suavizando su expresión al observar a su amiga.
—¿Quién te aviso entonces?.
—Bueno, yo, estaba cerca del lugar —explica confundida por el repentino interés de su amiga.—te ví entrando por la puerta, y mi primera reacción fue intervenir. Pero eso no importa, no seas tan despectivo y tampoco trates de evitar el tema, ¿Qué te pasa Alan?
Adamaris se queda callada y su expresión se endurece pero ese gesto no lo vió Mónica, demasiado concentrada en retomar su discusión con Alan. Éste no contesta, pero la forma en que aprieta su menton da a entender que se encuentra enojado.
—Si sigues con esa actitud, tendré que recordarte que hay más socios en esta empresa aparte de tí —zanja, tratando de imponerse.—y si hay que deliberar, yo estoy a favor de que esta nueva sociedad se finalice con éxito. Así que estás en cifras muy por debajo de tu opinión.
Alan suelta un resoplido observando a ambas indignado y las deja solas. Mónica observa irse con pesar y se sienta en el sofá, con la mirada perdida y luciendo derrotada.
—¿Puedes creer lo infantil que se está portando? Nunca pensé que esto sería tan difícil. ¡¿Por qué simplemente no pasa página? ¡¿Por qué no puede olvidar?!.
—¿Por qué mentiste? —Le pregunta en cambio luciendo confundida.
Mónica la mira sin comprender su pregunta.
—¿Mentir? ¿De qué hablas?.
—Mónica, yo no entre por la puerta delantera —aclara cambiando su rostro a uno ansioso.—ahora te pregunto, ¿Por qué mentiste? ¿Qué me estás ocultando?.
Mónica la observa sin entender sus palabras. En verdad no comprende la actitud de su amiga.
—¿Ocultando? No Adamaris, yo te estaba salvando, supuse que tú no querías que tú hermano se enterará que Alejandro fue el que me pidió ser tú abogada.
Su mandíbula cae al suelo, perpleja.
—¿A-alejandro hizo qué? ¡Se clara por favor!.
Adamaris agarra con fuerza el brazo de la rubia, provocando un ligero dolor que la hizo hacer una mueca.
—Si, vaya. Él fue el que se encargo de los gastos que genera un juicio —responde, jalando su brazo para liberar su agarre.—tu sabes que yo apenas era aprendiz por lo que no lo pude hacer gratis, y bueno, el personal del bufet para el que trabajaba se tenía que pagar. Te noto desconcertada, ¿Tú no lo sabías?.
La pregunta no la tomó por sorpresa pero si la hizo reaccionar, suelta muñeca y se levanta, luciendo nerviosa.
—¡Por supuesto que no! ¡¿Crees que...?! ¡¿Por qué no me lo dijiste antes?!
Su corazón dolió y eso provocó que su voz se entrecorte, generando que termine tosiendo y preocupando a su amiga. Mónica le da palmaditas en su espalda de manera tierna, buscando así darle consuelo.
—¡Supuse que tú lo sabías! Cuando ustedes hablaron, pensé que él te había puesto al tanto, luego sucedieron tantas cosas, ¡Tras las dichosas pruebas verdaderas que resultaron ser falsas! Habían roto y tú no querías saber nada de él, ¿Qué más querías que hiciera?.
Su amiga tenía un buen punto. Habían sucedido miles de cosas tras su detención y previo rompimiento. Ambas estaban enfocadas en demostrar su inocencia y las cosas con Alejandro habían estado ocultas que ni tiempo les dió a los dos de que su romance saliera a la luz, todos sus pensamientos fueron cortados por uno solo pensamiento.
—¡Total, eso ya no importa! ¿Por qué lo hizo? ¡¿Por qué me dijo todo aquello?!¡¿Por qué si me amaba no me creyó?!.
Sus palabras se fueron apagando hasta que él ambiente quedó en silencio; para esas alturas ambas se encontraban respirando con dificultad. Adamaris se desploma de vuelta al sofá, con su mirada perdida, llena de preguntas, cuestionamiento y dudas rondando su cabeza que pronto le general un pinchazo de dolor. Delgadas gotas de lágrimas caen de sus ojos sin ella percatarse de su desborde. Mónica volvió hacía ella su atención, que en esos momentos se encontraba dividida hacia la entrada del pasillo, pendiente que Alan no estuviese escondido entre la sombra escuchando su conversación.
—Amiga, ¿Qué pasa? Adamaris —pregunta Mónica sin dejar de consolarla.—hablame, dime ¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué estás llorando?.
Adamaris hizo intento de hablar, pero el peso de las lágrimas y el dolor que siente ahogante y creciente no le permiten gesticular palabra. Aunque desee hablar, desea con todas sus fuerzas gritar y obtener respuesta, se las merecía después de todo lo sucedido. Su pecho subió y bajo, al ritmo de sus labios que se abren y cierran buscando aire.
Todo fue tan surreal para ella y no podía procesar sus pensamientos.
—Yo... no lo entiendo —gesticula con la fuerza suficiente para ser escuchada.— si él dice que me ama, ¿Por qué no confío en mí? ¿Por qué pensó que yo lo traicione? ¿Por qué me dijo todo aquello?
—Cálmate amiga, no llores más eso te puede hacer daño.
Adamaris niega desesperada y se aferra nuevamente a las manos de su amiga buscando detener el temblor que se empezó apoderar de su cuerpo, ahora sin ejercer fuerza para lastimar, más bien como tratando iracundamente de aferrar sus pensamientos para no enloquecer.
—Es que no lo entiendo Mónica, no entiendo qué es lo que quiere, no entiendo nada de lo que hace... ¡Te juro que no lo entiendo! Si... Si me amaba, ¿Por qué no confío en mí?
Mónica suelta un suspiro y la abraza, pretendiendo buscar que se calme antes que tenga un colapso nervioso y todo escale a niveles en el que incluso su salud se vio afectada. Adamaris estuvo por mucho tiempo hipando aún abrasada a su amiga que no se detuvo en ningún momento de acompañarla mientras ésta lucha contra sus demonios.
Le daba pesar todo lo que nuevamente vive su amiga y si fuera por ella de su boca no saldría ni una palabra pero tampoco iba a ocultarle información cuando ésta se las exigía.
—¿Ya estás mejor? —le pregunta Mónica, al quedarse en silencio.
—Si.
Se quedan en silencio por algunos minutos. Adamaris porque tenía su mente en blanco y Mónica porque aún estaba esperando que su amiga termine de reponerse para dejar salir sus pensamientos y buscarle un final a ese asunto.
—Mira, perdóname lo que te voy a decir. Y antes de empezar, quiero que sepas que yo estoy totalmente a tu favor, ¿Vale? —se detuvo, esperando que Adamaris asimile las palabras dichas y solo prosiguió cuando ésta asiente. — Pero también lo entiendo a él.
Adamaris rompe su agarre, mirándola esceptica ante sus palabras e iba hablar, pero Mónica la interrumpe.
—¡Y no te lo estoy diciendo para armar conflicto! Déjame explicarte —pide, rápidamente.—te lo digo, porque tú, yo y hasta el propio Alejandro crecimos en mundos totalmente diferentes. Con personas más frívolas, sedientas de dinero y poder, y apariencias, nosotros crecimos viendo como entre la propia familias se traicionaban por un poco de oro —agrega bajando la mirada ante lo último dicho, pero rápidamente vuelve a verla su atención a su amiga.
Al conectar miradas, Mónica pudo observar un pisca de duda asomarse entre la mirada de Adamaris por lo que prosigue en sus palabras.
—Con esto no busco redención de nadie pero por dios, ¡Mi propia madre me cree moneda de cambio a cambio de una vida llena de lujos! Nosotros no crecimos rodeados de amor incondicional y honestidad, rodeados de cariño como tú. Por eso lo entiendo.
Los labios de Adamaris se cerraron y su expresión se suavizó un poco. Su amiga tenía un punto ante sus palabras. Adamaris no puede pensar en que la traicionen las personas a su alrededor porque creció en un ambiente lleno de amos y protección, sus padres se encargaron de pintar su vida color rosa pese a qué estos ya no se encuentran con ella y su primero fracaso amoro debilitó su salud aquello no le impidió cerrar su corazón y seguir confiando en las personas; incluso está el hecho de ir a la cárcel, nada fue lo suficientemente fuerte para seguir confiando en las personas.
Pero ella en verdad amaba a Alejandro con todas sus fuerzas, supuso que amar con esa intensidad no resulta beneficioso para nadie pero no podía detener sus sentimientos. Deshacer todo lo que sentía y simplemente pasar página; aunque ella lo intentó, intentó con todas sus fuerzas olvidarlo e incluso estuvo decidida al borrar su contacto aunque su número seguía estando fijado en su mente como un tatuaje del cual no podría deshacerse tan rápido razón por la que a cada rato sus pensamientos inconsciente lo llevan a él cada que su teléfono suena y el número es desconocido. Porque sí, ella cambió de número como forma de cortar todo contacto con él y tenía que reconocer —muy a su pesar— que cada número no identificado que entra hace que su corazón se acelere e inmediatamente una imágen del empresario inunde dolorosamente su mente. Entonces su corazón duele porque le es inevitable no pensar que no están juntos y qué él tampoco había hecho nada para acercarse a ella, para obtener su perdón.
Ahora tenía un panorama más claro de todas sus palabras, pero incluso ella lo hubiera perdonado si él hacía una jugada hace mucho tiempo. Meses habían pasado separados y él dándose la vida de mujeriego que tanto lo rodea, porque también tenia que reconocer que busco información en la red sobre la vida del empresario y aunque no se veía claramente su aspecto podría jurar que aquella persona rodeada de mujeres semi desnudas pertenecían a él, vaya que dolían esas imágenes.
—Esto no lo excluye de todo lo que te dijo por supuesto, pero cualquier persona que este acostumbrada a que lo traicionen constantemente reaccionaría como él lo hizo —comenta volviendo a la realidad a su amiga. Mónica suelta un suspiro.— claro que él debió pensar que tú eras diferente al menos por el amor que profesaba hacía tí, pero también está el hecho de que habían pruebas que demostraban erróneamente tú culpabilidad aunque eso también se aclaró gracias a Dios; todos somos humanos, también tenemos derecho de equivocarnos.
Tampoco la pudo contradecir, pero a esas alturas de su vida sus palabras las podía dar como válidas aunque estuviera aún dudando.
—Pero también es cierto que no está bien tampoco herir a la persona amada. Sea lo que sea, ya eso quedó en el pasado si lo decides así.
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