Capítulo 59
Al estar nuevamente solos Alan se encargo de limpiar ambas tumbas. Le quitó la hierba que empezó a crecer, roceó el suelo y las lápidas con agua mientras que a estas últimas les pasa un trapo para secarlas, por último les puso las flores. Alan trata de ganar tiempo para acomodar todas las palabras que resuenan en su mente y también para darle tiempo a su hermana, auque ella parecía no importarle su presencia. Tal vez se encontraba demasiado ahogada como para seguir reteniendo la cosa que tanto se quería tragar. Desde que había hablado con la psicóloga su cabeza no ha dejado de pensar y dolerle.
Y ahora con las palabras dichas por su hermana instantes atrás le destrozada el alma. En verdad no sabía cómo sentirse. Si triste por el tremendo dolor en el que estaba nuevamente sumergida Adamaris, enfurecido por las posibles causas de su desplome y no poder hacer nada ante ello, inquieto por el deseo de muerte de su hermanita o todas las anteriores. En su interior crece cada día diferentes sentimientos, cada uno más grandes que el otro.
—Me he imaginado muchas veces nuestra vida si nuestros padres estuvieran aquí. Con nosotros. E de confesar que su sólo recuerdo me estremece —vocifera sin poder apartar la mirada de las lápidas de sus padres. —sin duda mamá y papá hubieran sabido que hacer en estos momentos. Lo sé porque ellos siempre sabían que hacer. Supongo que lo sabes cuando te conviertes en padres —chistar sus dientes a modo de burla, con lágrimas en sus ojos. Toma un gran bocana de aire mientras pasa sus manos por su cabello, revolvieéndolo. Hasta que por fín, la voltea a mirar. Adamaris como si presentierá su mirada, también lo voltea a mirar. Alan intentó sonreir, pero falló. No se encontraba de ánimos para falsedades. — la cosa es, que yo no tengo todas las respuestas. Vaya que quisiera tenerlas pero no las tengo. Lo que si te pido... es que te abras conmigo y me dijeras que es lo que te pasa, porque créeme que hago cualquier cosa que me pidas con tal de verte bien.
Para cuando terminaron de hablar, Alan se encontraba a su lado, agarrando sus manos y apretandolas con fuerza apenas midiendo su propia fuerza. Los ojos de ambos se encontraban rojos. Adamaris solloza y se lanza a él. Alan la recibe con calidez y consuelo. Ambos hermanos se fundan en un fuerte abrazo.
—No te pido que me digas lo que te pasa —Alan besa su cabeza.—pero siempre recuerda que has salido triunfante de situaciones difíciles... y que hay personas que daríamos nuestra vida por ti. Y yo voy guiando la fila.
Adamaris convulsiona, ahogada en llanto. Alan al verla tan devastada le da pequeños golpes en la espalda a manera de consuelo. Arrullandola como una vez su padre hizo con él.
—Estoy tan cansada —dice Adamaris en un suspiro ahogado, sin poder evitar sollozar.
—Lo sé, lo sé.
La brisa sopló, una brisa tenue pero extrañamente cálida que hablando sus corazones. Alan quiso creer que aquel improbable fenómeno se trataba de sus padres presentes. No pudo evitar recordarlos con pesar. Las horas pasaron y pronto eran más de medio día, ambos se encontraban exhaustos así que decidieron regresar a la casa. En todo el camino ninguno tuvo fuerzas para entablar una conversación, además de que la castaña se la paso parte del viaje dormida y una vez que llegaron a su destino Alan se encargo de llevarla adentro con la mala suerte de que al intentar bajarla ésta se despertó.
—Vuelve a dormir —le dice en un susurro viendola pestañear. Adamaris observa a su alrededor como tratando de ubicarse.
Alan nisiquiera logró introducir la llave a la cerradura cuando la puerta se abrió sola. Estaba mal cerrada. Al entrar grande fue la sorpresa que se llevaron puesto que todos los rincones de la sala, comedor y pasillo de encontraban llenos de diferentes arreglos florales de rosas de color rosas, margaritas y lirios de color blanco.
Adamaris se le vuelven a llenar los ojos de lágrimas y solloza, pero aquello sólo puede sentirlo Alan puesto que ésta esconde su rostro al echar sus cabellos hacia delante. Siente hervir sus venas. Su tía es la primera en hablar.
—¡Qué bueno que están aquí! ¡Miren! ¿A poco no se ve muy linda la casa? —dice emocionada, sin dejar de estrujar las orquídeas que llevaba en las manos. —las trajeron para Adamaris, ¿A poco no son hermosas? Y es tan por toda la casa.
Alan frunce el ceño. Adamaris se remueve entre sus brazos incómoda.
—¿Quién fue?
— No sé, es anónimo. Aunque todas las cartas vienen acompañadas con una nota —explica atropellando las palabras.—¿deseas leerla? Firma como doble Á.
Un sentimiento de ira brotó en lo más profundo de Adamaris quien levanta su cabeza y aún llorando alza la voz. Indignada por su atrevimiento.
—Tíralas, ¡no las quiero ver! Desaste de ellas, ¡bótalas!.
Los presentes se quedaron sorprendidos ante los gritos de Adamaris quien se nota visiblemente alterada. Frunciendo el ceño sin apartar la mirada asesina de cada uno de los arreglos. Maricé parpadea, desorientada.
—Pero... son tan lindas —vocifera haciendo un puchero.
—Hazlo, por favor tía —habla Alan en tono conciliador, pero autoritario. —María, ayudala —la nombrada asiente enérgica.
—¡Yo también ayudó! —exclama Carlitos, enérgico y es el primero en empezar a recoger los arreglos y amontonarlos.
—Llévame a mi habitación, deseo estar sola —pide con voz congestionada.
Alan intenta pasar, esquivando los arreglos para no pisarlos, volviéndose una gran odisea puesto que traía consigo a su hermana. Pero al final se termina rindiendo y las pisa con fuerza, imaginando que aquello era lo que tenía a su hermana en aquel estado. Se apresuran a llegar a la habitación, pero al abrir su puerta se dan de frente también con varios arreglos florales más grandes y del mismo tipo de rosas que las de hace un momento. Alan gruñe y maldice. Adamaris se aferra con fuerza en su camisa.
—Por favor Alan, no las quiero ver —le pide visiblemente afectada y apuntó de romper nuevamente en llanto.
—No te preocupes, yo me encargo —le dice en tono dulce tratando de tragar el nudo que traía en su garganta.
Alan inhala conteniendo el enojo y con las venas de la frente sobresaltando del coraje, agarra los jarrones de la mesa de noche y con sus pies tira los demás arreglos en el suelo. Deja delicadamente ha Adamaris en la cama, ésta se arropa completamente mientras Alan se apresura a recoger las flores para rápidamente salir de la habitación. Exhala al ver la cantidad trabajo que hay por hacer.
El tiempo pasó, pero las rosas parecían no tener fin, Alan estaba empezando a pensar que se reproducían. Los tres estaban cargado con grandes bolsas llenas de rosas cuando Mónica llegó a la casa. Ésta al ver la escena hace una mueca mientras maldice internamente al empresario. Se empezaba arrepentir de estarme ayudando. María al verla hace una mueca y se mete a la cocina.
—Wow, ¿qué es todo esto? —pregunta tratando de parecer sorprendida. Alan detiene sus movimientos y centra su atención en ella. Se sonríen.
—Estupideces —le responde Alan, tirando otro de los arreglos dentro de una gran bolsa. Chista sus dientes tratando de ahogar una maldición.
—¡Se nos acabaron las bolsas, voy a comprar más a la tienda! —anuncia Maricé, saliendo de la cocina. Al ver a la rubia le sonríe con calidez, luego se avergüenza por la imagen de la casa. Mónica le devuelve la sonrisa. —Hola licenciada, ¿cómo está el día de hoy? Que pena con el desorden.
—No sé preocupe. Y me encuentro bien gracias a Dios, ¿usted?.
—Oh, ya puede ver. Pero pase, pase, no sé quedé allí de pie. Pensarán que le debemos algo —bromea, tratando de apartar las flores de uno de los sofás. Cuando Mónica se sienta sale de casa.
—Ya terminó de recoger esto y te atiendo —le dice Alan.
—Si desean, les puedo ayudar.
—Oh no, no queremos echar a perder tan finas manos —interfiere María.—algunas rosas traen espinas.
Tanto Alan como su hijo voltean a mirarla. Ninguna de los ramos que ellos habían recogido los había pinchado. María los ignora y continúa metiendo flores a la bolsa. Alan iba hablar pero fue Carlitos quien se le adelantó.
—Pero ninguna de las...
—Unos simples pinchazos no me quitaran la vida —resuelve Mónica en tono consiliador y con una sonrisa honesta. Sin esperar otra negativa, empezó a recoger ella también y cuando obtuvo lo suficiente, camino hacia Alan. —oh, habré la bolsa por favor.
Alan la obedece y permite que está eché las rosas, antes de apartarse y mirar satisfecha le bolsa llena.
—Creo que se llenó —anuncia. Alan asiente y se apresura a cerrar la bolsa en un moño.
—Creo que tenemos que esperar a por más bolsas. Mientras, vamos al cuarto —deja la bolsa sobre otras cuatro y limpiando su mano, le hace una señal con la cabeza para que lo siga. Mónica se apresura agarrar su bolso y seguirlo, bajo la atenta mirada de María. Ya estando solos, Alan se gira a enfrentarla. —¿Y bien?
—Este es el presupuesto que me pediste —le pasa el portafolio. Alan centra su atención en las páginas del cuaderno. —me encargué de recalcar los puntos importantes como te puedes dar cuenta—vocifera observando sus expresiones. Alejandro realmente se había esforzado en conseguirle buenos descuentos. Toma valor y agrega. —deberás tener un socio. Los costos de producción son altos y necesitas al menos contar con un gran capital para apaciguar los costos menores sin contar la mano de obra.
Alan frunce el ceño revisando los papeles.
—También agregue los costos de la máquinaria... según el presupuesto que me das y que me ofrece la empresa que nos las está vendiendo. Son buenas marcas. Diría que una de las mejores.
—Tan sólo con el alquiler del local se va parte del dinero —puntualiza leyendo cuidadosamente cada hoja. —y ni siquiera es tan grande. Tantas máquinas no van a entrar en tan poco espacio.
—Bueno pero puedes tenerlo aquí —propone. —tu casa es espaciosa y con respecto al local puede estar en otra zona menos costosa.
Alan nieva con la cabeza ante sus últimas palabras.
—No. En esta zona las visitan personas de todo el mundo y de cualquier estrato, sin contar que su mercado es prácticamente veinticuatro siete.
Mónica que no entendía la postura de Alan se apresura a protestar.
—Tienes razón, pero también compites con marcas más reconocidas y que tienen poder en el mercado.
Por primera vez, Alan centra su mirada en ella y se encuentra sonriendo con expresión de extrema confianza para desconcierto de la rubia.
—La cosa es... que yo tengo a la mejor diseñadora del mundo. Esa es mi ventaja.
—Alan, yo puedo ser esa socia —dice después de estar un rato en silencio. No supo si por su expresión o las palabras.—Piénsalo. Tengo el capital que necesitas para arrancar con el negocio y aunque no sé si es importante también conozco a personas de la industria sin contar con mi círculo de conocidos.
—Pero... ¿ese dinero no lo ibas a invertir en el Buffet donde trabajas? —le pregunta Alan desconcertado, después de un largo silencio en el que proceso las palabras de Mónica. La rubia suspira.
—Si, pero ahora me doy cuenta que mi participación va hacer mucho menor de la que puedo tener aquí —confiesa tratando de ser honesta.—y también porque confío en ustedes. Sé que no voy hacer una mala inversión. No con ustedes —sonríe afable y le extiende la mano a modo de cerrar un pacto, Alan no se apresura a agarrarla viendola como si le acabaran de salir dos cabezas más. Mónica se ríe divertida con su expresión. —¿entonces, qué dices?¿socios?.
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