Capítulo 53
Un suspiro sale de lo más profundo de Adamaris. Sus ojos se mueven de las cristalinas aguas hacia el bello rostro de Alejandro, quien sonreía anonadado observándola. Suelta un suspiro, sus miradas se encuentran una vez más y casi por instinto se acercan, sin poder evitar el toque de sus pieles al contacto.
—Sé que me prohibiste decir esto, pero... pero gracias —Alejandro pone los ojos en blanco, pero su sonrisa no desvanece. — me encanta este lugar... debes estar muy contento por este paraíso. Que envidia.
—No te creas, las cosas no son tan así. No lo sabes pero llevo años de no venir a este lugar.
—¿Qué? No te lo creo.
—En serio —dice, riendo.— Haber... ¿cómo te lo explico? Ser el presidente de una empresa muy prestigiosa te quita tiempo para disfrutar de tus mansiones.
—Sin contar la mucha vida social que se debe tener —comenta con un toque de ironía.
Adamaris bufó.
—¡Eh, eh, eh! Pero eres la primer mujer que traigo aquí. Así que eso debe de sumar puntos y redimirme.
Esta arruga su frente, siguiéndole el juego.
—No sé...
—¿Con un beso puedo redimirme? —Ante su pregunta, Adamaris se encoje de hombros.
Sin pensarlo, Alejandro acorta la distancia y junta sus labios en un corto beso. Al separase lo hacen sonrientes.
—¿Entonces... no estoy redimido? —le pregunta, pícaro.
Esta retiene una carcajada, cierra y abre los ojos en un intento por contenerse. Se aclara la garganta.
—A ver... un poco más.
Vuelve a unir sus labios, esta vez metiendo su lengua a su boca saboreando su humedad, disfrutando su sabor y degustando la contextura de cada parte de esta. Sus bocas parecen danzar muy sensual, a un ritmo suave e intenso, enredando sus cuerpos como si fueran uno, tal cual una sola piel en dos cuerpos diferentes.
—¿Así?.
Asiente. Éste chifla.
—Si —responde, dichosa aceptando nuevamente un beso de Alejandro.
La brisa empezó a tornarse fría y pronto estar dentro del agua les pareció una idea encantadora, aunque la idea de contraer neumonia por la exposición del frío y al agua a la vez, fue cada vez más clara en sus mentes. Ambos estuvieron de acuerdo en regresar a la casona, se apresuraron a cambiarse de ropa y recoger sus pertenencias. No se apresuraron en cabalgar, su paso es lento pero conciso, disfrutando del paisaje, de la compañía y hasta de la misma brisa.
Conforme avanzaban, el sol también iba escondiéndose dándole paso a la noche y al sonido de los grillos y demás animales de la noche.
Al llegar a la casona, desmontaron los caballos y se adentraron al interior del hogar. En medio de risas, besos, abrazos y palabras dulces fueron abordados por Ortencia quien soltó un suspiro de alivio casi imperceptible.
—Que bueno que aparecen. Ya me estaba empezando a preocupar, ¿cómo les fue? ¿Si le gustó el paseo, joven?
Ortencia le sonrió con dulzura, y Adamaris le devuelve la sonrisa.
—Si, me gustó mucho señora Ortencia, la verdad me encuentro maravillada con... todo. Es... es un paraíso. No. Más que eso. Aquí podría vivir sin ningún problema.
—¿Te gusta este lugar para vivir? —le pregunta Alejandro.
—Es... es... es solo un decir.
El empresario observa el lugar, y después, vuelve a mirarla.
—Podríamos vivir aquí después de casarnos.
A ambas mujeres se le agradaron los ojos y se sonrojaron, incluso se les contó la respiración y ambos pecho vibrado. Claro, por diferentes razones aunque el mismo sentir por lo que Ortencia se abanica al rostro ante la emoción de presenciar una vez más dichas palabras, pero Alejandro se encuentra fascinado con su expresión.
—¿Ya...ya van a cenar? —pregunta Ortencia, pretendiendo no romper el ambiente romántico.
Alejandro no aparta su mirada de ella cuando le pregunta.
—¿Tienes hambre, amor?.
La castaña abre y cierra la boca sin emitir palabra, solo gagea para su desdicha.
—Yo creo que eso es un si —bromea Ortencia. Alejandro ríe a carcajada.
—Per... perdón —articula Adamaris apenada, bajando la cabeza. —pe... pero sí, si tengo hambre.
—Bien, entonce pasen a la mesa. Ya la cena esta lista.
—¿Y su esposo? —pregunta el empresario al sentarse a la mesa.
Ortencia abre la boca para responder pero el fuerte sonido de afuera la interrumpe. Alejandro pregunta.
—¿Y esa música? ¿Están de celebración?
—Disculpe no haberle avisado joven, pero hoy la hija de Carmelo, el capataz se graduó de la preparatoria y entre nosotros le organizamos una pequeña fiestita, pero si esta muy fuerte la música mando a....
—Por mí no hay problema —se apresura a interrumpir. Y después, se gira hacia la castañ, agarrando su mano y entrelazando sus dedos, le pregunta.—¿y para ti amor?
—No, tampoco. Hasta sería agradable.
—Deberíamos ir así sea solo para felicitarla, ¿estas de acuerdo amor? ¿No estás demasiado cansada?.
—Un poco, pero no estaría mal acompañarlos un rato.
Se sonrieron y éste besa con dulzura su mano.
—Entonces... Ortencia, recoge lo mesa. Nos uniremos ahora, ¿Te parece bien? ¿O cenamos primero?.
—A mi me parece bien. Me imagino que tendrán comida.
—Por montón —contesta Ortencia, entusiasta.—no es por nada, pero yo ayude en la preparación y quedó —lleva sus dedos a la boca y los besa, provocando un sonido. —¡Riquísima!
—¡Si Ortencia lo dice es porque así es! —exclama el empresario riendo.
La mujer suelta una risilla y se apresura a llamar a las demás ayudantes, quienes se encargaron de recoger la mesa. Al rato, Ortencia los guió hacia la parte donde se iba a celebrar la fiesta, era retirado de la casona, más allá de las caballerizas. Carmelo apenas los vio aparecer, corrio hacia su encuentro. Entendiendo su manos hacia Alejandro. Ortencia había sido acaparada por un grupo de mujeres y no tuvo más remedio que dejarlos solos.
—Carmelo, tiempo sin verte —saludó Alejandro, apretando su mano.
—Si, bueno, a mi me da mucha alegría verle joven, ¿vino con sus padres?.
—No, no.
—¿Y esta señorita? —pregunta, después de un rato corto de silencio.
—Es mi novia. Adamaris, este es Carmelo.
—Mucho gustó —ambos dijeron al unísonomo, entendiendo sus manos.
—Bueno, pues, bienvenida. ¿Se... se van a unir a la celebración?.
—Si, solo por un tiempo —responde Alejandro.
Carmelo asiente.
—¿Ya conoce a mi hija? Se la voy a presentar —dice y chifla por encima de la música. A los pocos segundos aparece una muchacha, delgada y menuda, muy parecido a éste aunque no podían saberlo con facilidad ya que la joven mantuvo baja su cabeza. —está es mi hija, Lilian.
—Mucho gusto —gesticula por lo bajo, apenas audibles por la música y por lo encorvada que se encuentra.
—Mucho gusto Lilian, felicitaciones —comenta Alejandro.—apenado porque nos presentamos sin regalo, pero te lo debemos, ¿no es así, amor?.
A la joven se le pusieron los cachetes rojos gesto que no pasó desapercibido para los presentes y que tensó considerablemente a uno de ellos.
—Nooo, faltaba más patrón, con su sola presencia es suficiente —objeta el hombre.
—Igual nosotros le vamos a dar algo —dice condescendiente, sin ningunas ganas de ceder.
—Gra-gracias señor —habla la joven, después de intuir que su padre no iba a objetar más.
—Es patrón mija, patrón —la corrige su padre, rodeando sus hombros con sus manos.
—A mí no me molesta que me digan señor, aunque prefiero que me llamen por mi nombre —dice Alejandro, conciliador.
—Usted disculpará mi don, pero es mejor así. La niña se debe acostumbrar a distinguirse cual es su lugar y quienes son sus superiores.
Ante sus palabras, Adamaris frunce un poco el ceño, a su lado, Alejandro tuerce su sonrisa.
—Yo también quiero felicitarte Lilian —interviene Adamaris ante la tensa situación que se había empezado a tornar. Internamente, Alejandro se lo agradeció. La joven la mira de reojo. —por cierto, me llamó Adamaris. Cuéntanos, ¿qué piensas estudiar ahora que ya saliste del colegio?.
Lilian abre la boca para contestar pero su padre se le adelanta. La joven baja la mirada, pretendiendo observar el suelo.
—Pues de eso precisamente quería hablarle a usted, patrón y ahora que esta aquí, pues quisiera, si no es mucha molestia, hablar con usted.
Alejandro fingió una sonrisa amable y asiente en respuesta. Vuelca a mirar a Adamaris que también lo observa y al conectar mirada todo enojo quedó al descubierto.
—¿Me esperas aquí amor? —le pregunta en un susurro.
Adamaris lo mira comprensiva y asiente. Carmelo arrastro al empresario lejos de ellas y por fin Adamaris notó a Lilian relajarse. Hasta el ambiente estaba relajado, como si la escena de hace unos segundos no hubiese existido, pero también le dió un poco de pena la situación en que esta a envuelto su novio. Entonces el movimiento a su izquierda captó su atención. Lilian se preparaba a irse.
—Y... ahora que estamos solas —se apresura hablar, reteniendola. Esta vez, la joven no bajó la cabeza, se mantuvo muy pendiente de lo que iba a decir, casi como si estuviera reparandola. Entonces Adamaris pudo confirmar el parecido de ella con su padre, ambos son castaños, su tono de piel es como de chocolate y sus ojos de un oscuro intenso.—¿por qué no me cuentas lo que piensas estudiar ahora que ya te graduaste?
—Ni-ni al caso, joven —contesta, resignada. —igual ya no voy a poder.
—¿Y eso por qué?.
La chica se encoje de hombros luciendo deprimido.
—Mi destino ya esta marcado —suspira.
Ante sus palabras, Adamaris suelta una risilla. Sorprendida de esas palabras, de volver a escucharla y de lo absurdo que se escucha oírla. A su lado, Lilian la observa entre atenta e igual de sorprendida.
Rápidamente Adamaris trata de volver a sus sentidos, mirándola por un segundo apenada.
—No vayas a pensar que me estoy riendo de ti, es —se aclara la garganta.—porque una vez yo también dije esa frase y creo que en un tiempo me la creí. Ahora ya no —se queda en silencio, pensativa.—ahora tengo cosas que nunca pensé tener. Por ejemplo, un puesto al lado de uno de los mejores diseñadores que a nacido en el mundo, trabajar en una empresa importante y estar al lado de un hombre maravilloso. A veces siento que escucho la voz de mis profesores y compañeras de clase decirme muy sutilmente, rindete. Y no te voy a decir la palabra que le acompañaba porque... son muchas. Pero ¡heme aquí! Eh conseguido lo que e querido, aunque me a tomado tiempo. Una vez soñé con ser una diseñadora de moda famosa y... creo que voy por buen camino.
Lilian se queda en silencio, reflexionando sobre las palabras de Adamaris. Al fondo la música sigue sonando alegrando la noche y avivando los corazones de las personas. Por su parte, Adamaris esperó ha algún cambio o palabra de la joven mientras su mirada observa al grupo de personas ir y venir, alegres con una gran sonrisa.
Después de un tiempo, la joven habló.
—Quiero ser cantante —anuncia, en voz alta. Adamaris sonrió, sintiéndose inexplicablemente orgullosa. —una tan grande como Juan Gabriel o... o Helenita Vargas —prosigue, pero después su voz se apaga lentamente.— pero eso es solo un sueño.
—Cualquiera puede ser lo que quiera siempre y cuando luche por ello.
Adamaris asiente ante sus palabras, convencida. Ninguna de las dos logra agregar alguna palabra porque Ortencia llega a su encuentro. Acompañada por una mujer, Jacky, la hermana mayor de Lilian, quien se lanza a la adolescente mirándola furiosa. Como un autoreflejo, Lilian baja la cabeza, pero Adamaris puede observar como frunce sus labios. Sin embargo, a la mujer parece no importarle.
—Eh, que sea tu fiesta no significa que te portarás como un princesa —la reprende, sin dignar aparta la mirada. —vení ha ayudar a las demás en la cocina.
Ortencia se apresura a intervenir demasiado acostumbrada a esa escena, captando la atención de ambas mujeres.
—Ay Jacky, por favor deja a la niña tranquila, es su fiesta merece disfrutarla.
Jacky pone los ojos en blanco, agarra el brazo de Lilian acercándola a ella y la mira obstinada.
—Por más festiva que sea debe conocer su lugar —antes de irse, le lanza una mirada significativa a Adamaris y se va, llevándose a su hermana consigo. No sin antes, decir.—Permiso.
Las vieron alejarse y perderse entre el grupo de mujeres reunidas.
—Ay, Jacky —exhala Ortencia, incapaz de contener el lamento de su voz.
Adamaris prefirió callar y dirigir su mirada hacia el empresario que aún continúa hablando con Carmelo y por lo que pudo notar no había podido relajarse ni un poco, su expresión aún seguía siendo tensa.
—Ven, sentémonos —propone la mujer. Adamaris la sigue y se sientan juntas.
—¿Sabe? Mi familia a labrado esta tierra desde hace décadas. Prácticamente vio nacer esta región. Mi bis abuelo que en paz descanse fue el encargado de construir con sus propias manos esta lugar y mi bis abuela fue quien recibió al difunto Antonio —cuenta observando la fogata.—estas tierras alvergan grandes alegrías como tristezas y han observado los quiebres de esta familia. Para empezar, la primera mujer en entrar a estas tierras no fue la difunta Amada. No. Fue el verdadero amor del patrón y aquella por la que hace mención trayendo consigo años de tristeza y soledad de la patrona. Y practicamente una década después pasó lo mismo y nadie pudo evitar la tragedia. Este día me recuerda aquellos tiempos —para cuando hizo silencio, la atención de la castaña estaba puesta totalmente en las palabras de la mujer.— pero ¿sabes lo que tienen en común? Hay la misma determinación en ustedes, una determinación que una vez vi reflejada en ambos amantes, me alegra que haya una tercera —Ortencia toma aire y sonríe. — Estás tierras, son las tierras del amor. Las mujeres que han llegado de la mano de un Álcala siempre traen consigo el amor.
Ante sus palabras, Adamaris no supo que contestar y se encontraba demasiado estupefacta por estas aún procesando cada una de sus palabras aunque inexplicablementese sentía muy bien al oírlas.
Para cuando Alejandro se reunió con ella ya Ortencia no se encontraba por lo que no volvió a separase pese a que algunos trabajadores, hasta el propio Carmelo, lo instaron a reunirse en el gran grupo de hombres que estaban alrededor de la fogata. Juntos disfrutaron de la fiesta, comieron y bailaron ante la atenta mirada de los presentes pero ambos intentaron ignorar tanto las miradas como los cuchicheos y se dedicaron a disfrutar cada momento que pudieran.
A medida que la noche avanzaba incrementaba el número de parejas bailando así como de personas ya muy influenciados por el alcohol, incluidos Alejandro y Adamaris, que si bien no habían consumido mucho alcohol no estaban acostumbrados a la bebida que repartían, pero increíblemente todo fue más ameno y ya nadie se preocupaba de ninguna etiqueta sobre otra persona. Las risas fueron aumentando y pronto todos estaban disfrutando bailando a ritmo de cumbias, corridas, norteñas y cuanta música pusieran. En un momento de la fiesta, un grupo de rancheras
Al momento de retirarse, se despidieron de las personas menos borrachas y regresaron a la casona esta vez sin ninguna mirada encima. De regreso a las habitaciones no pararon de reír mientras comentaban lo bien que había estado el rato de esparcimiento, llegó un punto en su recorrido hacia las habitaciones en el que la música era muy mínima por lo que ya no tuvieron la necesidad de alzar la voz.
Si bien no habían terminado de llegar hasta las habitaciones cuando, la voz distorsionada de Adamaris llegó nuevamente a sus oídos, pero esta vez con palabras que aunque Alejandro deseaba escuchar lograron agarrarlo fuera de base y acelerar su corazón.
—¿Sabes? Creo que... si voy a necesitar quien espante a los monstruos esta noche.
Alejandro la observa sorprendido y todo rastro de ebriedad desaparece de su sistema. Incapaz de no repetirse que había escuchado mal. Abre y cierra sus labios pero nada sale de su boca. Sigue estupefacto, observando el perfil de la castaña, ni siquiera se fijo el momento en que se detuvieron porque ya habían llegado. Adamaris no lo miraba, pero entonces se gira hacia él, enfrentándolo; con sus cachetes enrojecidos por el alcohol y la vergüenza pero manteniéndole la mirada.
—¿Qué? ¿Qué has dicho? —pregunta.
—Que sí voy a necesitar quien luche a los monstruos esta noche —hace una mueca chistosa y se encoje de hombros.—estoy demasiado tomada para combatir yo sola, ¿si?.
El empresario aprieta sus labios en un intento por contener su emoción, suelta un suspiro y se aclara la garganta.
—Entonces no se diga más, yo... tengo que ir al cuarto a por mi pijama... y mis otras cosas.
Adamaris asiente tensa y lleva sus manos hacia atrás, uniéndolas y jugando con sus dedos.
—¡Bien! Entonces... nos vemos ahora.
—Si.
—Entonces yo... te espero en el cuarto.
Sonrieron nerviosos y Alejandro se apresura a entrar al cuarto. Adamaris lo observa irse sintiendo su corazón bombear con rápidez. Al quedarse sola, suelta el aire que no pensó tenía retenido. Pasa su mano por su brazo y decide entrar al cuarto, sin poder evitar echar miradas furtivas a la puerta.
Ya a solas, apenas logró llegar hacia los pieceros de la cama, no se sentó su mirada aún seguía divagando hacia la puerta.
—¡Dios, ¿en qué estás pensando?! —murmura en un susurro.
Agita la cabeza en una forma desesperada de alejar sus pensamientos y decide que merece un buen baño, primero para refrescarse y segundo para alejar el olor de la escena de hace un momento. Al otro lado de la habitación, Alejandro se apresura agarrar todas sus pertenencias que no eran muchas aún sin dejar de recitar palabras incoherentes, y vuelve a toda velocidad a la habitación. Frenó un poco al estar frente a la puerta y tratar de calmar su desenfrenado corazón, liberar un poco de tensión sacude sus brazos y piernas y entra a la habitación, descubriendo rápidamente que ésta estaba dándose una ducha.
Ni siquiera entró a la habitación, no se atreve. Se imagina, ahora que a caído en cuenta, que aunque es la primera vez que duermen juntos para Adamaris no debería ser fácil. Nunca se a preguntado con cuantos hombres a dormido la castaña, tampoco quiere saberlo, pero de lo que esta seguro es que quiere hacer las cosas bien, darle su espacio y que ésta se vaya acoplando a él. Con ese último pensamiento, se aleja de la puerta, cerrándola en el proceso. Se gira y regresa a la habitación, donde deja las pertenencias que lleva en las manos y las observa pensando sus próximas acciones.
—Necesito un baño —concluye.
Siguiendo sus pensamientos, decide darse una ducha para liberar tensión y despejar un poco la mente. Le sirvió la ducha y al sentirse mucho más relajado y con la convicción de que el tiempo que se había tomado en la ducha era suficiente para darle espacio a la castaña. Decide regresar a la habitación ya listo para descansar.
Esta vez sí toca la puerta, dos veces. Antes de escuchar el sonido suave con un toque de nerviosismo presente, llegar a través de la habitación.
—Pa —se aclara la garganta al sentirse trabar su lengua.—pase.
Al recibir una respuesta afirmativa, Alejandro abre la puerta y se adentra a la habitación, descubriendo que Adamaris aún está fuera de la cama. La mujer lo voltea a mirar, abriendo la boca para decir algo, pero de esta no salieron más que simples gagueós.
—Oh, pensé que ya estabas dormida —menciona, sonríe e ingresa al cuarto, caminando directo el armario.—decidí tomar una ducha antes de acostarme. La noche está bastante calurosa, afuera no se nota nada.
Mientras hablaba el empresario dejó sus pertenencias, acomodándolas al lado de las de su novia. Adamaris siguió todos sus pasos sin poder aparta la mirada de su amplia espalda sin pronunciar ninguna palabra o sonido y Alejandro habría podido seguir sino hubiera sido porque al darse la vuelta y enfrentarla, los ojos de ésta se apresuraron a encontrar los suyos, apartando la mirada de su torso.
—¿Qué? —pregunta, al verla abrir y cerrar la boca. —¿Qué pasa? —vuelve a preguntar, dando un paso hacia delante, más cerca de ella.
—¿Va... vas a... usar el baño? —le pregunta, tímidamente Adamaris encontrando su voz.
Aquellas palabras desconcertaron al empresario quien pensó que su pregunta era relevante puesto que todavía queda rastro del baño tomado. Frunció un poco el ceño y se tomó el tiempo para analizar la situación. O no era suficiente las gotas caer desde su cabello mojado y expandirse por todo su cuerpo o la castaña se había caído en el baño.
—¿Estás bien?.
Adamaris asiente, lentamente sin dejar de mirarlo a la cara.
—Solo voy a dejar estas cosas —responde, mostrando su cepillo de dientes, al no recibir respuesta no puede evitar pasar por alto el hecho de que esta evita a toda costa mirar hacia su pecho desnudo.
Entonces lo entendió.
¿Cómo se le acurría aparecer así?
Éste pasó de largo hasta llegar al baño sin dejar de mirar a Adamaris y hasta notar como ella prefería retener la respiración y mantener su mirada antes de mirar su torso desnudo. Aquello le hizo gracia pero no lo comentó. Estaba siendo una noche inusual pero divertida.
—¿Vas... a querer el lado izquierdo o derecho de la cama? —pregunta Adamaris, despues de un tiempo de estar petrificada.
—Por mí esta bien cualquiera.
Alejandro sale del baño justo cuando su novia se dispone a ocupar el lado izquierdo. Sin mucho que pensar, se acomodó a su lado y sin mediar palabra se acomodaron debajo la sábanas. Alejandro es quien apaga las luces de la habitación y vuelve a su lugar, cerro los ojos imaginando que su acompañante también dormiría. No pudo estar más equivocado, a su lado Adamaris mantiene sus ojos abiertos pese al silencio que reina. Ambos inhalan con respiración profunda intentando dormir, pero la cercanía del otro no se los permite. Ambos inmersos en sus pensamientos.
—Buenas noches.
—Amor, ¿de qué quería hablar contigo el señor Carmelo?
—De su hija —responde sin dejar de acariciar su cabello.—quería que le permita trabajar en la hacienda como servidumbre.
Ante sus palabras, Adamaris levanta la cabeza
—Eso es terrible —dice.—y muy triste. Lilian no quiero eso. ¿Tú qué le dijiste?.
—¿Qué más podría decir? —se defiende.
Adamaris sintió pena, sentimiento que se vio reflejado en su mirada. Regresó la cabeza a su lugar y Alejandro continuó acariciándola. Volvió a reinar el silencio que fue roto por su voz.
—Lilian quiere ser cantante —menciona.—¿Sabes cual sería el mejor regalo? Darle bases para que ella alcance sus sueños.
Alejandro exhala.
—No lo sé, no me gustaría tener que meterme en la vida de mis empleados.
Ante sus palabras, Adamaris no refuta si no que su mirada se queda prendada en el reflejo de la ventana.
—Igual sigue siendo lamentable.
Alejandro besa su frente y la acerca más a su cuerpo.
—Duerme. Ya mañana será un nuevo día.
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