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Crowley estaba sumido en una profunda melancolía. Con la mirada fija en la carretera, mientras conducía su Bentley, su expresión era seria y pensativa. Su rostro, enmarcado por el cabello rojo oscuro, vibrante y distintivo, reflejaba la tormenta emocional que llevaba dentro. Los ojos amarillos, que se asemejaban a los de una serpiente, brillaban con una tristeza que contrastaba con su usual arrogancia. Era un momento en el que su naturaleza demoníaca chocaba con sus anhelos más humanos.
En el silencio ensordecedor que siguió a su partida, las últimas palabras "Te perdono"
resonaban en el aire como un eco doloroso, pronunciadas por el ángel Aziraphale, a quien Crowley había amado alguna vez. Marcando el fin de su unión. Con el corazón pesado y lleno de tristeza, se alejó, dejando atrás los recuerdos de lo que una vez compartieron.
Cada farol era un recordatorio de su soledad. Su destino era incierto, al menos en lo que respectaba al apartamento de Shax, ahora Lord del Infierno, quien había decidido abandonarlo por no convivir con los humanos. Al estacionarse cerca de una casa, una avalancha de correspondencia sin abrir apareció. Miles y miles de cartas, todas con su nombre, Antony J. Crowley, se esparcieron por el suelo. Sin darle mucha importancia. En su mano, apareció una botella de vino, su única compañía a partir de ahora en sus largas horas de soledad. Día tras día, noche tras noche, se sumergía en
el líquido rojo, buscando olvidar, junto con el remordimiento, sin perdón de nadie ni de él mismo...
El aroma a galletas recién horneadas llenaba la pequeña cabaña, creando una atmósfera cálida. Emma, con su cabello rojo brillante y ojos azules, reía mientras jugaba con su padre,
Crowley, en el jardín.
― ¡Ya están las galletas! ―anunció Aziraphale desde la ventana, con su mandil adornado de ositos. La risa se mezclaba con el sonido suave de la música, era la imagen perfecta de una familia unida. Crowley miró a su hija, recordando cómo solía ser una niña traviesa.
―No es justo. ¡Corriste mucho ―protestó Emma.
―Obvio, soy un demonio―respondió Crowley, riendo.
—Crowley, no te burles de Emma —intervino Aziraphale, sirviendo el té.
—Sss… Aziraphale, solo estoy jugando. Me da risa cuando hace pucheros; se parece a ti.
—No soy así —negó el ángel, mirándolo con desdén.
—Oh, claro que sí, ángel. —Con una sonrisa, volvió su atención a Emma—. Ve y ayuda a tu padre. Emma se levantó, dispuesta a buscar la bandeja de galletas recién horneadas.
—¿Por qué galletas hoy? —preguntó el demonio, con curiosidad.
—Nada especial, solo me tentó cocinarlas. Sabes que Emma no está en casa por la universidad —dijo Aziraphale, con nostalgia en la mirada.
—Siento que fue ayer cuando era una niña traviesa que rayaba las paredes —murmuró el demonio, recordando esos días.
Pero cuando Emma volvió con las galletas, un fuerte temblor sacudió la casa. La joven cayó al suelo, aterrorizada, mientras ambos mayores la cuidaron con gran preocupación. Para el ángel y demonio, un temblor era un recuerdo vívido cuando fue el Armagedón , y el anticristo. Pero para Emma era una nueva experiencia que jamás en su vida había vivido.
—Buenos días —dijo, frotándose los ojos.
—¿Cómo te sientes, pequeña? —preguntó Aziraphale, aliviado.
—Estoy bien, gracias. ¿Qué me sucedió ayer?
—Experimentaste un desmayo —explicó Crowley, entregándole una taza con su nombre—. Incluso nosotros, no estamos exentos de eso.
—Emma... —Aziraphale dudó, pero ya era el momento, sintiendo la gravedad del momento.
—Estamos desapareciendo, eso es todo —dijo Crowley, sin rodeos.
Emma se quedó en shock.
—¿Desde hace...? —preguntó, pero fue interrumpida.
—Hace unos días —respondió Crowley—. No es la primera vez que ocurre.
—Pensaba que era mi imaginación —dijo Emma, parpadeando.
—Estamos tratando de encontrar el problema. Pero hay una teoría que quiero compartir —dijo Crowley, reflejando confianza—. Nuestro pasado está cambiando, y tú puedes ayudar. Tienes que viajar al pasado.
—¿Por qué no van ustedes? —cuestionó Emma, confusa.
—Si decimos algo extraño, el cielo y el infierno caerán en caos y no querrás experimentar eso también, tu poder es más fuerte, solo
falta despertarlo —dijo Aziraphale, tomando su mano.
—Pero yo no siento ese poder.
—Es hora de despertarlo —dijo el ángel, decidido.
Con ello, la pobre Emma accedió. La familia acomodó la sala en medio de todo.
—¿Listos? —preguntó Crowley.
—Esperen, si funciona, recuerden que los amo y siempre estarán en mi memoria. Regresaré pronto —dijo Emma, sincera. Con una sonrisa llena de esperanza, los tres se tomaron las manos.
—Uno...
—Dos...
—¡Tres! —gritaron al unísono, y un chasquido resonó en el aire.
Al cerrar los ojos levemente y volver a abrirlos, se encontraba flotando en un vasto agujero negro, lleno de luces y colores vibrantes. A pesar de la magnitud de la experiencia, no sintió miedo; más bien, una felicidad indescriptible la envolvió.
Corrió y tocó cada luz, que eran fragmentos de memorias presentes, pasadas y futuras. Cuando finalmente sintió el suelo bajo sus pies, se preguntó:
—¿Dónde estoy?
Pero antes de poder responder, el cansancio la venció, y cayó en los brazos de Morfeo.
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