Capítulo 19: La pena del rey Rafael y los comentarios contra Felipe
Rafael tenía un aire tan alegre de tener a su nieta cerca, a la única descendiente de su adorada hija, que nadie se atrevía a abrir la boca para contar los motivos de su visita. Y al rey eso no le importaba, no cuestionaba porqué Noelia estaba vestida como hombre cuando llegó ni por qué lo hizo en compañía de dos hombres jóvenes. Lo único importante era que la tenía cerca y así podía recordar a Catalina, quien dejó un gran vacío en su interior con su repentina partida.
Por ello, a pesar de estar vestido de negro, Rafael les sonrió a sus invitados, instándolos a consumir los alimentos que se le ofrecían, llamando a hacer un brindis por la llegada de la princesa Noelia y la vida que daría a ese palacio que sentía tan solitario. Desde que quedó viudo y con la partida de sus hijas e hijo a sus propios hogares, el rey se sentía casi abandonado, pues a pesar de tenerlo todo, no tenía con quién compartir sus más grandes pesares o sus alegrías, aquellas que uno solo quiere anunciar al mundo para que compartan nuestra emoción.
Fue Noelia, quien lamentando causarle dolor al hombre que conocía como su abuelo, tomó la palabra para instaurar el tema de conversación que se llevaría toda la alegría de su rostro. Así, con mucho tacto empezó a decirle que habían acudido a él en busca de ayuda, declaración que hizo que Rafael se pusiera serio. Pensó que se trataba de un matrimonio, que la joven quería su aprobación y bendición para celebrar una boda secreta con uno de sus dos compañeros, pues alcanzaba a ver la confianza que tenía especialmente con el rubio, pero Noelia rápidamente lo negó. Entonces mencionó el nombre de Catalina y aquello empezó a encender las alarmas de Rafael.
—¿Se sabe algo de ella? —Preguntó emocionado, ansioso por ver a su hija, abrazarla y decirle cuánto la extrañaba.
—La verdad, venimos de estar con ella —confesó Noelia, quien con una mirada frenó a Eric y Fausto, pues quería ser ella quien le diera las noticias a su abuelo. Si bien había compartido poco con él a lo largo de su vida, sentía que se lo debía por el gran cariño que le profesó cuando se reunieron para su cumpleaños número quince.
—¿Y dónde está? ¿Por qué no ha venido con ustedes?
—Abuelo... la reina Catalina está con las hadas en un claro en lo más profundo del bosque. No está contra su voluntad, al contrario, ella quiere estar ahí... Allá es feliz.
—¡Mentira! ¿Cómo va a ser feliz allá entre extraños y no en su casa con su marido?
—La historia es más compleja de lo que parece.
—Pues entonces cuéntala, que así no entiendo nada.
Así, Noelia le relató a Rafael la misma historia que Catalina le confesó. Desde lo feliz que fue mientras creció en Salírico y el comienzo de su matrimonio, hasta todo lo que sufrió en los años que siguieron con la imposibilidad de tener hijos y el ascenso al trono en un reino extranjero. Solo omitió que la mujer estaba disfrutando de sus segundas nupcias, pues al tener el rey un pensamiento muy conservador guiado por la iglesia, él se mostraría en desacuerdo al respecto, pero confiaba en que se colocaría del lado de su hija en lo demás.
Con miedo vio cómo poco a poco la cara del rey fue mutando, desde la completa concentración, pasando por la sorpresa, la pena y la ira, hasta convertirse en una mezcla difícil de leer, pues era tal la complejidad del sentimiento del hombre, que incluso para él era difícil identificarlo. Lo único de lo que estaba seguro era de que no quería volver a ver a Felipe en su vida por todo el daño que le hizo a su hija hasta el punto de hacerla pensar que con criaturas mágicas se vivía mejor que en la civilización. Por todo lo que le hizo pasar y que ella se tuvo que guardar, por todas sus cartas referentes a su salud delicada que él inocentemente se creyó, aguantando los deseos de visitar a su hija por las advertencias de contagio. Debió haber ido, haber acabado él con todo y traerla de regreso al lugar donde creció, donde estaría protegida y sería feliz, pero ya era demasiado tarde. Su único consuelo fue que se encontraba en algún lugar feliz, tranquila y disfrutando de su vida con calma.
Entonces le entró otro dolor, porque la chica que tenía frente a él, a quien recibió como su nieta, no estaba emparentada con él de verdad. Su única esperanza de tener algo de Catalina cerca de él se desvaneció rápidamente, dejándolo sin nada. Entonces Noelia se paró de su lugar e hizo algo que, por protocolo, no estaba permitido, pero que ella sentía que era necesario. Abrazó a quien consideraba su abuelo y lo consoló con todo el cariño que se permitió, entregándolo de la forma que Ayla le enseñó a hacer y así se quedó hasta que vio que el rey se sentía mejor. Eric y Fausto miraban en silencio la tierna escena, sin saber qué decir para mostrar su apoyo hacia el hombre desconsolado.
Cuando Rafael ya estaba recompuesto, agradeció a Noelia su gesto, ya con la certeza de que sin importar qué hubiera pasado, la joven siempre sería su nieta, sin importar los lazos sanguíneos, pues en instancias como ellas, lo que debía pesar era el corazón. Y con eso en mente, estaba decidido a brindar su apoyo a los tres jóvenes, para que en conjunto hicieran que Felipe recibiera su merecido. Así, no solo pagaría por el daño a Catalina, sino que también por sembrar la idea de una guerra contra Cristalírico años atrás.
El rey Rafael no podía evitar pensar que lo acontecido con su hija era su castigo por seguir las ideas de su yerno y liderar el conflicto que se llevó cientos de vidas inocentes. Al mirar al pasado, incluso pensó que de no haber apoyado a Felipe, la guerra no habría iniciado, por ende, su hija se habría quedado a vivir en Salírico, en una residencia más cercana y de fácil acceso para ayudarla de ser necesario. Pero ya de nada valía lamentarse por lo que hizo o no hizo, esa era su oportunidad de cambiar el futuro.
Lo primero que hizo fue ofrecerles su palacio como refugio, donde los abasteció de ropas nuevas y en mejores condiciones, alimentos e incluso mandó a sus guardias a que fueran a Cristalírico a buscar a la madre de Fausto para mantenerla segura. Con ella cerca, Rafael procedió a enviar a sus guardias de mayor confianza disfrazados de comerciantes, con el fin de que esparcieran rumores sobre Felipe en los mercados. Les advirtió que tuvieran cuidado, pues en Cristalírico persistían las leyes restrictivas respecto a la opinión sobre la corona, sin embargo, esa misión tuvo éxito y en poco tiempo la gente comentaba a escondidas lo que acababan de escuchar del rey.
La gente hablaba de que Noelia no era hija de Felipe, que la reina se había ido por voluntad propia y no fue secuestrada como se dijo en un principio, que mandó a matar a inocentes, entre tantas otras cosas, todas ciertas. Los Bastías, desde su lugar en la cabaña al interior del palacio, vieron venir una gran tragedia, pero estaban tan cansados de obedecer a Felipe en sus fechorías y de ver a la hija de Benjamín crecer lejos de ellos, que decidieron no advertirlo, al contrario, le aseguraron que se venían buenos tiempos, incluso mejores. Por ello, el rey ni se inmutó cuando sus guardias se reunían con él para decirle algunos de los rumores que corrían en su contra.
—Son solo habladurías, los perdonaré por ahora. Si esto va a peor, matamos a uno y los asustamos para que se detengan —comentó con liviandad, como si la vida de una persona fuera un juego.
Pero Felipe no contaba con que el guardia a quien le dijo esto también estaba disgustado con él y sus injustas leyes. Por ese motivo, una vez terminada la reunión con su majestad, fue un día a la plaza, donde hizo correr ese nuevo chisme, que se expandió rápidamente como la pólvora. Pocos días después, todos en Cristalírico, sin falta, estaban molestos con su rey, por el poco peso que les daba a sus vidas. Si tan poco importaban, ¿entonces cómo podían confiar en que él haría gestiones a su favor? Y para apoyarse en sus cuestionamientos, se acordaban de las tragedias acontecidas, del tiempo que siguió a la guerra y la nula ayuda que recibieron de Felipe, quien solicitó a todos los hombres más fuertes para que reconstruyeran su palacio, prohibiéndoles trabajar para reconstruir sus propios hogares. Con todo este descontento acumulado por tantos años, no hubo quién dijera que no cuando un guardia de Rafael les preguntó si preferirían tener como rey al príncipe Eric, hijo de Aarón.
—Si es hijo de su majestad Aarón, debe ser igual de bueno.
—Lo mejor sería que volviera un descendiente de nuestro antiguo rey.
—Así debió ser desde un principio.
—Hay que sacar rápidamente a Felipe, el abusivo.
Aquellas fueron algunas de las respuestas y en varias más se repitió el apodo de "el abusivo", lo que daba cuenta de que Felipe no pasaría a la historia por su grandeza como él esperaba. Rafael, Fausto, Eric y Noelia recibían cada semana aquellos reportes, satisfechos de que el plan del rey hubiera surtido un gran efecto positivo para ellos, lo que los llenaba de más convicción y fe en que las cosas saldrían bien.
En ese período, Eric y Fausto se habían centrado en practicar técnicas de combates, pues sabían que Felipe no dejaría el palacio voluntariamente sin dar pelea, por lo que debían estar listos, ante todo. Noelia se quedaba a un lado mirándolos con atención, centrando su mirada en Eric. Tenían diez años de diferencia, pero a pesar de ello el joven le parecía el más guapo que había visto y mientras más lo veía esforzarse por sus convicciones, más se enamoraba. No le importaba cederle el trono, al fin y al cabo, ella no lo merecía ni se sentía con las capacidades suficientes como para gobernar, no con el nerviosismo que sentía cada vez que debía hablar en público. Prefería quedarse a un lado para darle el paso y mirarlo cumplir con su meta, alegrarse con sus alegrías y disfrutar de su éxito como una humilde súbdita. Así aprovecharía también de recuperar el tiempo perdido con su familia, aprendería el oficio familiar y desde lejos miraría a quien fue el primer hombre del que se enamoró.
Nunca imaginó que Eric la miraba con los mismos ojos y admiración al verla cómo practicaba a solas las técnicas que Fausto le había enseñado para defenderse. Con el paso del tiempo, el joven príncipe vio que Noelia era muy diferente a como la había imaginado, llamándole más la atención de lo que alguna vez pensó. Con el lazo sanguíneo descartado, la única barrera que quedaba era la edad, pero poco le importaba esperar a que ella cumpliera la mayoría de edad, pues tenía esperanza de que podrían sobrellevarlo, así debía ser si su amigo y el hada le aseguraron que eran una pareja destinada a estar junta. Y aunque no había cosa en el mundo que quisiera más que cortejarla, se limitaba pues quería primero tener algo que ofrecerle. En la actualidad no tenía nada seguro, por lo que para él era preciso esperar a recuperar su lugar, entonces podría cortejarla hasta hacerla su reina, con la promesa de una vida tranquila y solventada.
En este contexto de desconfianza contra el rey Felipe, Rafael citó a reunión a sus tres visitantes para establecer un plan de acción antes de convocar a sus mejores guerreros. Así, determinaron que ya era momento de tomar acción, de aprovechar la mala fama que ya tenía Felipe, que tenían a todo el reino a su favor y acordaron un ataque por sorpresa, tal y como lo hizo él varios años atrás, cuando la guerra empezó. Sería una especie de revolución de la que todos participarían, incluso Noelia a pesar de la negativa de su abuelo y Eric, a quienes convenció argumentando que, de no ser invitada, ella se colaría de algún modo para ir, tal y como lo hizo para viajar al bosque. Como sabían que la joven cumpliría con su amenaza, no tuvieron más remedio que incluirla y cuando ya todo estuvo listo, Rafael mandó a llamar a sus guerreros, a quienes les hizo saber la próxima misión que se llevaría a cabo al día siguiente en la noche,
Cuando terminaron la reunión, el rey le pidió a Eric que se quedara, pues quería pedirle disculpas por haber apoyado la guerra de tantos años atrás, en la que su padre perdió la vida y luego de la que Felipe se apoderó del trono. Jamás pensó que su yerno llegaría a ser de ese modo, tan cruel y tirano con la gente que juró proteger cuando asumió cómo monarca. Eric agradeció el gesto de Rafael y lo perdonó, porque su tío los había engañado a todos, aprovechándose de su buena fama para luego clavar el cuchillo por la espalda sin miramientos, ni teniendo en consideración a sus propios familiares. Y aceptó también con gratitud y gran seriedad los buenos deseos del monarca, no solo en su futuro gobierno, sino que para cuando sea esposo de Noelia, advirtiéndole que, de hacerle daño, organizaría una nueva revolución en su contra.
—Le prometo que nunca le haré daño —prometió con solemnidad, seguro de que jamás sería como su tío.
—Más te vale —respondió con seriedad el rey, mientras le apretaba la mano a su futuro nieto político.
El único testigo de aquel gesto fue Fausto, quien escuchaba a escondidas, también agradecido de las disculpas del rey respecto a la guerra que se llevó a su padre a una edad tan joven.
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