Capítulo 17: Lo que pasó con Catalina
La reina miró con molestia a los visitantes. A pesar de no ser ella quien mandara en ese lugar, lo único que quería era enviar de regreso a quienes le recordaban su triste pasado como la esposa de Felipe. La verdad es que ya estaba acostumbrada a haber botado su título nobiliario. Si bien en un principio extrañó en demasía a su padre, sabía que lo mejor sería quedarse con las hadas, pues de regresar, Rafael la habría enviado de vuelta a Cristalírico sin miramientos. No importaba cuánto la quisiera, el decoro estaba antes que todo. Debido a ello, nunca se sintió tentada a regresar con los humanos y por lo mismo rezaba todas las noches a Dios para que Ayla no volviera jamás.
Ahí con las hadas podía ser ella misma, podía usar su nombre, Catalina, en lugar de ser llamada constantemente la esposa del rey Felipe o la hija del rey Rafael. Estaba cansada de que todos se refirieran a ella por los hombres que han pasado por su vida en lugar de tomarla como persona autónoma. Nunca le había tomado el peso antes, ni siquiera se preguntó nunca cuál sería el nombre de su cuñada, la antigua reina, a quien solo conocía como la esposa del rey Aarón. Pero en ese claro, con aquellas criaturas sobrenaturales, se preguntó eso y muchas cosas más. Se preguntó de qué le servía ser reina en Cristalírico si su palabra tenía menos peso que una pluma, para qué quería tanta riqueza si siempre se sentía pobre en cariño. Por qué todos conocían a su esposo y a ella de cara, más no su nombre para referirse a ella como tal. Por qué siempre tenía que obedecer a pesar de sentir muy en su interior que no estaba de acuerdo con aquellas determinaciones.
Cuando Ayla la dejó en el bosque, rememoró todos sus años de matrimonio y supo que este no estaba funcionando desde mucho antes de la guerra, desde que Felipe empezó a notar que no importaba cuánto lo intentaran, los hijos no venían. Siempre se sintió culpable al respecto, pues ¿para qué servía una mujer si no era para dar hijos a su esposo? Por un tiempo se alivió de estas preocupaciones con la llegada de la guerra, pero con el ascenso de Felipe al trono, puesto inesperado para ella que pensó que siempre sería princesa y nada más, la exigencia de un hijo se volvió vital para perpetuar el mandato de su esposo. Sin embargo, nuevamente, por más que lo intentaba, no lograba quedar embarazada, aunque tomara todos los tónicos que le eran recomendados.
Lo peor fue que, con la corona, Felipe adoptó una personalidad que desconocía de su esposo. Pasó de ser el hombre amable y gentil que conoció, a uno codicioso, vanidoso y cruel. Esto generó otra magulladura en el matrimonio, cuando el rey sin remordimientos sentenció a muerte a su propia cuñada, con quien antes se codeaba como si fueran grandes amigos. Luego dictó esas leyes que reprimían a la población y sus gestiones poco a poco se salieron de control, pues todas eran para favorecerse a sí mismo y no a sus súbditos. Por ello, en más de una ocasión Catalina se acostó en las noches temerosa de que en cualquier momento iniciara una revolución en contra de ella y Felipe, la que afortunadamente nunca aconteció.
Finalmente, llegó el golpe que terminó por quebrar el vaso en el que estaba vertido ese matrimonio y fue la forma en que Felipe se las arregló para conseguir un hijo. Durante el período que pasó en el palacio de su padre, Catalina se sintió libre, pues ahí no tenía tantas restricciones para caminar como en Cristalírico, donde debía permanecer día y noche en su habitación. Incluso pensó que esa clase de vacaciones era una forma que tenía Felipe de hacerla feliz, aunque sea por un tiempo limitado. Jamás pensó que la niña que nació de la joven que la acompañó le sería entregada y presentada como la futura princesa, cuya mamá fue asesinada por orden de su esposo.
—Pero esta niña tiene madre y un padre esperándola en Cristalírico —replicó Catalina cuando un guardia le entregó el bebé.
—La madre murió y el padre no podrá cuidarla él solo —respondió el aludido, sin intención de dar mayores explicaciones, pues la orden venía del rey.
—Insisto, el padre querrá criarla él mismo...
—Es la orden del rey Felipe, su majestad.
Y con ello, Catalina supo que no importaba qué dijera, la decisión estaba tomada y el destino de la niña sellado. La cargó durante todo el camino de regreso a su hogar sintiéndose culpable por ella, pidiéndole perdón en nombre de su marido y rezando porque Felipe se arrepintiera al ver que era una niña y no un niño como él quería. Grande fue su decepción cuando él se enojó, pero la aceptó de todos modos con la frase "peor sería no tener nada". Aquel fue un día inolvidable para Catalina, no por la felicidad de ser madre, aunque sea obligada, sino que porque en ese momento supo que su matrimonio ya era insalvable.
Pasaron los años y ella detestaba ver a Noelia, porque la niña le recordaba los pecados de su marido. La culpa la embargaba al pensar en la pequeña familia que se rompió por su culpa, por no haber podido dar a luz a un hijo para prevenir que Felipe tomara esas acciones desesperadas. Incluso en ocasiones agradecía poder quedarse en su dormitorio, pues con ello evitaba ver a su marido, a quien aprendió a odiar en vez de amar y evitaba también a Noelia y su rostro suplicante de cariño. Lo único que despreciaba de su dormitorio era que en las noches la visitaban los fantasmas del pasado para atormentarla, culparla y hacerla sentir mal por las malas decisiones de su esposo. Fueron años de tortura psicológica, de los que logró escapar con la ayuda de Ayla.
Cuando el hada la visitó, Catalina ya no tenía esperanzas de un futuro diferente. Si alguien le hubiese preguntado cómo se imaginaba a sí misma en unos años más, ella habría contestado que se veía en el mismo lugar, encerrada entre cuatro paredes con su salud mental destrozada. En ese contexto, la verdad es que poco y nada le importó aceptar la oferta de Ayla, pensaba que nada podría ser peor que la existencia que estaba llevando. Por lo mismo, grande fue su sorpresa y gratitud cuando al despertar en el claro del bosque, fue bienvenida por el resto de las hadas, quienes la recibieron con honores por ser amiga de Ayla, una de las hadas de mayor rango y edad. Le confeccionaron vestidos cómodos, le facilitaron alimento, le dieron un hogar y, por sobre todo, le dieron el cariño que tanta falta le hacía.
Ahí se sentía feliz, ahí era ella misma, Catalina y no la reina. Ahí aprendió a quererse a sí misma y aceptar que no tenía la culpa de las malas decisiones de Felipe, que hay cosas que salen de nuestro control y que es de humanos equivocarse. Cuando pensaba que no podría ser más feliz, conoció a Allen, un hada masculina que la supo valorar y respetar tanto como se merecía, un hombre que la trataba como a un individuo por sí mismo y no como la amiga o pariente de alguien más. Fueron esas cosas las que más enamoraron a Catalina, quien sin dudarlo dos veces ni pensar en sus votos matrimoniales previos, se casó con Allen en una ceremonia en medio de la naturaleza, con el resto de las hadas, lobos, elfos y faunos como testigos de las promesas que se juraron.
Por todo lo anterior, Catalina estaba molesta cuando vio a los visitantes, entre quienes reconoció a su supuesta hija y a su sobrino, porque a diferencia de Felipe, ella supo de inmediato que uno de los jóvenes presentes era hijo de Aarón. El verlos fue como si se rompiera el hechizo, como si la trajeran de regreso a la realidad desde un sueño del que no quería despertar jamás. Afortunadamente, tenía a su esposo actual a su lado, tomándole la mano para darle el valor que necesitaba para afrontar esta situación.
Noelia miró a quien creía que era su madre con incredulidad al ver cómo la mujer se aferraba a la mano de otro hombre. Su físico era tal y como lo recordaba, con algunas arrugas adornando su rostro como señal de los años transcurridos, pero su actitud era totalmente diferente a la que tenía cuando aún vivía en el palacio. Sus ojos, antes atormentados, se veían llenos de vida, su pose era firme y no desviaba la mirada por ningún motivo, muy diferente a la personalidad nerviosa y tímida que mostraba antes. Era como estar frente a otra mujer, como si las hadas siguieran jugando con ella, cambiando a su madre tanto como querían para confundirla, por lo que tuvo que preguntar para asegurarse.
—Estoy buscando a mi madre, la reina de Cristalírico —anunció con voz firme, tomando la iniciativa entre los tres.
—Yo era la reina de Cristalírico —respondió Catalina, remarcando el verbo pasado y sin atreverse a afirmar ser la madre de Noelia, pues aquello habría sido mentir.
Ahí la tenía frente a ella, la mujer que llevaba tantos días buscando para averiguar la historia detrás de Ayla. Sin embargo, al verse ya en la meta, la princesa perdió las palabras y las preguntas que tanto había ensayado. De pronto era como si su mente estuviera en blanco, impidiéndole formar oración congruente para continuar la conversación que ella misma empezó. Eric a su lado miraba con incredulidad a Catalina, pues esperaba encontrarse con una mujer atormentada, con miedo, agradecida de ver llegar a sus salvadores, pero en vez de eso, se encontró con alguien con la actitud de quien no quiere marcharse. Fausto, al ver que sus compañeros estaban atónitos, tomó la iniciativa para explicar los motivos de su viaje.
—Su majestad —se inclinó con respeto, pues, aunque no estaba de acuerdo con la forma en que Catalina ascendió al trono, ella seguía siendo una autoridad—. Estamos aquí porque su majestad, el rey Felipe, nos ha encomendado la misión de venir a buscarla para llevarla de regreso a su hogar, sana y salva.
—Yo nunca pedí ser rescatada, así que no sé por qué mandó a hacer esta misión.
—Se nos encomendó porque recientemente fue descubierto que un hada la estaba encubriendo. Se llegó a la conclusión de que había sido secuestrada, por lo que aquí estamos para llevarla de regreso —continuó Eric, deseoso de llevar a la reina de vuelta al palacio y darle a Felipe la noticia de que uno de los valientes caballeros que cumplió con esta misión imposible era él, su sobrino. Junto a ello ya se veía a sí mismo contando la verdad al pueblo, el por qué se vio obligado a esconderse y cómo le fue arrebatado lo que, por derecho, le pertenecía. Grande fue su decepción cuando vio la negativa de Catalina, quien firmemente se negó a ser llevada a ninguna parte.
—Insisto, yo no quiero ni necesito ser rescatada. Así que, príncipe Eric, puedes tomar a la princesa Noelia y tu amigo y regresar por donde mismo vinieron.
Noelia abrió sus ojos tan grandes como pudo ante las palabras de su madre. ¿De dónde había sacado que Eric era un príncipe? Miró al aludido, quien le devolvió la mirada en un intento por aclarar el asunto. Aunque trató de fingir inocencia, algo en su actitud ayudó a la joven a confirmar aquel dicho, sin llegar a comprender cómo era posible que fuera un príncipe. En todos esos días de viaje, en medio de conversaciones, sabía que Eric había nacido y crecido en Cristalírico, pero en ese reino no había más príncipes ni princesas que ella misma, entonces ¿de dónde venía su título?
—Veo que no lo sabías, Noelia. Será mejor que tu amiguito te lo explique después...
—No vengo a saber de dónde es príncipe, vengo a saber cómo conociste a Ayla. Quiero saber de ella.
Catalina se quedó un instante sin saber qué decir. Lo único que quería era que los visitantes se marcharan lo antes posible, pero algo dentro de ella le decía que debía retribuirle algo a Noelia, que le debía algo a cambio de todo lo que sufrió y por la forma en que fue alejada de su verdadera familia. Fue por eso y animada por Allen, que permitió que las hadas les dieran la bienvenida, pues ellas esperaban que la mujer diera su aprobación antes de actuar. Con esto conseguido, decenas de hadas se acercaron a los allegados, ofreciendo ropa para que se cambien, agua y alimentos frescos para que comieran. Les prepararon un lugar donde dormir para que recuperen energía y les hablaban de su cultura y especie. Los tres se dejaron agasajar en medio de la confusión. De ellos, Noelia era la más encantada con la ropa limpia y respuestas a sus preguntas respecto a cómo vivía Ayla antes de conocerla, sintiéndose satisfecha al saber que tuvo una vida feliz.
Cuando ya todos estuvieron instalados, era entrada la noche, por lo que Catalina les dijo que descansaran, con la promesa de que al día siguiente respondería sus preguntas.
—Pero solo con la condición de que se marchen en cuanto hayan terminado su interrogatorio —puntualizó la mujer.
—Lo prometemos —respondieron los tres viajeros rápidamente, satisfechos con lo que obtendrían y ya dispuestos a dormir, por primera vez en muchos días sin sueños premonitorios.
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