Las fantasmagorías de una mente perturbada
Numerosas noches en vela se mantuvo, pues aquella macabra visión siempre lo acechaba.
En vano intentaba cerrar sus ojos, con la esperanza de sumirse en el onírico mundo del olvido.
Mas el recurrente delirio de inmutable forma interrumpía incluso la más breve de sus siestas.
"Cuando despertaba, el dinosaurio todavía estaba allí", con su sarcástica risa de niño presumido.
Enormes eran los chispeantes globos oculares, teñidos de escarlata, que la infame bestia poseía.
Interminables hileras de puntiaguda dentina se pavoneaban con desidia ante su víctima.
Plomizo lucía el rugoso cuero que cubría a la titánica criatura de membranosas alas blancas.
Sus nervudas zarpas asimétricas trazaban antiguas runas en el pestífero aire de la estancia.
Entre estertores y sollozos se retorcía con violencia aquel trastornado espécimen humano.
Ríos caudalosos de fétida transpiración decoraban su lastimera anatomía de cadáver con vida.
Su pecho subía y bajaba a la velocidad del relámpago; tal era la angustia que lo estrujaba.
Profusas corrientes de lechoso espumarajo hacían de su boca un viscoso charco de escupitajo.
El grisáceo animal de apariencia sepulcral colocó sus pesados dedos en la frente del lunático.
Sonreía al percibir la exquisita tibieza que llevaría al hombre a su tumba en una sola pieza.
Al lado de la escamosa silueta del colosal dinosaurio, reposaban curiosos espectros tremebundos.
El glacial hálito proveniente del pánico era quien protagonizaba esta curiosa velada desquiciada.
El pobre maniático se escabulló de su lecho cual convulsa liebre que se alista para la huida.
Anhelaba la llegada del momento en que el bucle del lazo colgante lo despojase del oxígeno.
El torturante espejismo del lagarto risueño por fin suspendería sus visitas no solicitadas.
Subió alcadalso improvisado y saltó al vacío, al tiempo que el reptil lo mirabaembelesado.
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