PRÓLOGO
El joven caminaba con dificultad por el ardiente suelo lleno de ceniza. Sus pies, ahora descalzos y chamuscados por el calor de la piedra que pisaba, avanzaban con cansancio y torpeza.
La larga y negra cola acabada en punta se le enredaba en los pies haciéndolo tropezar, no se acababa de acostumbrar a ella. La cabeza aun le ardía de dolor por la piel desgarrada que había provocado la repentina aparición de sus cuernos, y la boca aun le chorreaba en sangre a causa de sus nuevos colmillos.
Había sido tan dolorosa la transformación como el saber que sería imposible poder salir de ese desagradable lugar. Pero debía cumplir su parte del pacto.
Recordó aquella pregunta que tiempo atrás le hizo aquel diablo. «¿Qué harás ahora Law? Dime, ¿qué puedes ofrecerme ahora?»
¿Qué podía ofrecerle? Solo una cosa, su servicio, su condena. Se había encadenado al mismísimo diablo, había condenado su alma al infierno, se había destinado a hacer el mal y lo peor. Se había condenado a volverse el enemigo de su amado... Una condena dura pero certera, todo fuera por Él.
Acabó su trayecto alcanzando al fin el río de lava transparente, ese extraño líquido que simulaba agua, pero derretía y quemaba como lo que realmente era: pura lava de fuego.
En esa extraña claridad se hizo presente una imagen. Un lindo bebé cobijado entre finas sábanas blancas sobre un pequeño berce de madera. Una pequeña infante recién nacida de cabellos rosados asomaba la cabecita y mostraba una linda sonrisa llena de inocencia y alegría.
-- "Sabes lo que tienes que hacer." -- Esa voz retumbó en su cabeza como muchas otras veces lo había hecho.
-- Sí, lo sé...
****
En otro lugar, en otra dimensión, más arriba de donde el joven ojeroso se encontraba, otro corría esquivando y saltando escombros que se encontraba por el camino.
Con los pies descalzos y la tela blanca y fina de sus cortos y bombachos pantalones bailando al son del aire. El pecho descubierto y el cabello oscuro y medio largo, removiéndose rebelde ante su apresurado movimiento.
Ya habían pasado meses, meses en los cuales la raza humana había dado señal de vida. Una poca escasa parte de la humanidad se había salvado, aunque solo se trataban de simples supervivientes punteados por lugares remotos del mundo entero. Así como también animales y plantas habían sobrevivido a mayor escala.
Como causa de eso, una buena noticia desde luego, los ángeles habían dispuesto una nueva forma de mandato. Debían proteger a todos los seres vivos que quedaban. Aun había esperanza para salvar y renovar lo que quedaba del planeta Tierra y sus habitantes.
Tropezó con una piedra, algo más grande de lo que esperó al pisarla, y calló de bruces al suelo. Pero eso no lo detuvo, se incorporó al instante y siguió corriendo.
-- "¡Apresurate! ¡La niña está en peligro!" -- La voz lo apremiaba a aumentar la carrera. -- "¡Debes llegar! ¡Luffy no falles ahora!"
-- ¡Joder que ya voy!
Nunca pensó que llegaría a hablar así, nunca pensó siquiera que llegaría a pensar de otra forma. Pero cuando un demonio te roza el alma da igual cuan bueno y puro fueras en vida, la experiencia es espeluznante y te marca para siempre.
Había madurado, eso era lo más razonable a entender. El alegre, bondadoso e inocente chico había madurado. Ahora solo podía pensar en el bien mayor, y en este momento en la pequeña que corría peligro.
-- ¡Law ni se te ocurra, si lo haces te mataré! -- Exclamó a voz en grito en cuanto tuvo a la vista la pequeña cabaña y por ende la imagen del demonio sosteniendo al bebé de incansable llanto.
-- Lo siento Luffy, pero sabes que no me queda más remedio.
-- ¡Law! ¡Sueltala! ¡Ahora!
Lo último que se escuchó, antes de que el conflicto estallará, fue el pequeño pero sonoro chillido de la pequeña seguido del desgarrador grito del ángel.
-- ¡NO!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro