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Capítulo 28 -El reencuentro de los enemigos-

Ni siquiera el estruendo que produce el colapso del núcleo de Los Asfiuhs es capaz de ahogar mis gritos, estos emergen con tanta fuerza que casi quiebran mis cuerdas vocales. Mientras siento cómo el estallido de energía me desgarra por dentro y por fuera, pierdo la noción del tiempo. La energía me quema, me consume y a la vez me alimenta.

La fuerza de las ascuas extintas se adentra en mi ser fundiéndose de tal modo con mi alma que me cuesta diferenciar mi consciencia de la energía de ese fuego helado. Hasta que la explosión no me desintegra, hasta mis fragmentos no son empujados lejos del lugar que alimentaba el poder de las deidades oscuras, no llego a sentirme un poco yo mismo.

Aun descompuestos en millones de partículas, aun con el cuerpo y el alma diseminados por un espacio vacío que se extiende sin fin, mi consciencia pervive permitiéndome el ir retomando el control poco a poco. Sin embargo, hasta que la inercia cesa y empiezo a recomponerme, hasta que mi cuerpo y mi alma toman forma de nuevo, no logro ser dueño por completo de mi ser. Solo en ese instante vuelvo a ser verdaderamente yo.

Asimilando lo que ha pasado, cómo he consumido el núcleo de Los Asfiuhs, empiezo a prestar atención al lugar en el que me encuentro: un paraje oscuro tan solo iluminado por una lejana esfera celeste que emite una luz de un gris claro; un extraño mundo con una temperatura glacial que me fuerza a manifestar el aura negruzca y carmesí para evitar congelarme.

Mientras veo cómo mi aliento se trasforma en un vaho que desaparece lentamente fundiéndose con la atmósfera, mientras siento el vacío que impregna el lugar y el silencio que lo domina, mientras noto la ausencia de vida, pienso en mis hermanos de armas, en la guerra contra la imperfección y empiezo a caminar en busca de una fisura en este plano que me permita conectarme con el mundo de ceniza.

Sin sentirme extrañado por ello, avanzo percibiendo cómo el tiempo no existe en este paraje yermo, en este mundo sin montañas ni valles cubierto por una arena fina teñida por tonos grisáceos. Lo único que parece desafiar esa carencia es la lejana esfera que titila de vez en cuando.

No sé cuánto terreno recorro hasta detenerme, no sé cuánto he caminado hasta que he tenido la necesidad de pararme agobiado por la ausencia que proyecta este lugar, por ese sentimiento de nostalgia emitido por un vacío sin fin que quiere adueñarse de mí.

Sin darme por vencido, sin dejar que la carencia de todo que impregna este mundo profundice en mi ser y termine de inmovilizarme convirtiéndome en una estatua varada en la superficie de arena grisácea, susurro:

—No puedo rendirme... —Me observo la mano y compruebo que mi piel está descascarillada—. ¿Por qué me has empujado a este lugar? —pregunto, sabiendo que la fuerza que me otorgó su poder en el núcleo de Los Asfiuhs no podrá responderme.

Cierro los párpados, inspiro por la nariz y siento que de las ascuas extintas tan solo queda un residuo muerto que yace en el interior de mi ser, alimentándome, dándome un poder inmenso que no me sirve de nada en este paraje donde la ausencia es la dueña.

Abro los ojos, miro a mi alrededor, contemplo el paisaje inmutable que se extiende en todas direcciones y, venciendo al deseo naciente de fundirme con este mundo, reemprendo la marcha centrando mis pensamientos en la certeza de que encontraré un modo de volver al mundo de ceniza, de que lograré dejar atrás este sitio gobernado por la ausencia para combatir al lado de mis hermanos de armas.

Sin ceder ante los fuertes impulsos de darme por vencido, continúo caminando, pisando una arena que al igual que el resto del paraje empieza a llamarle para que me una a ella, para que me convierta en polvo. Los susurros de silencio del mundo, los ecos sin sonido que proyecta, resuenan dentro de mi mente sin decir nada, tan solo alcanzado lo más profundo de mi ser.

—No... —mascullo, antes de incrementar al aura que me recubre el cuerpo, antes de canalizar una gran fracción de mi poder para demostrarle a este lugar que no logrará adueñarse de mí—. ¡No voy a convertirme en una parte de ti! —bramo, notando cómo el mundo parece desistir en su intento de anularme.

Aunque sé que es solo cuestión de tiempo que la esencia que impregna este sitio vuelva a intentar acabar conmigo, no me voy a dar por vencido, mis hermanos me necesitan, tenemos que vencer a Los Ancestros y restaurar el pasado. Tenemos que salvar el tiempo y la realidad.

Centrado en mi objetivo, continúo caminando sintiendo cómo se incrementa el ambiente glacial, viendo cómo mi aliento se congela y se convierte en una película de partículas heladas que desciende al suelo en una lluvia lenta.

Cuando he avanzado una veintena de pasos, me detengo al escuchar unos susurros ahogados que se propagan desde todas direcciones. Percibiendo algo que se mueve entre la ausencia del lugar, notando cómo la trasciende y se desplaza por este paraje sin que el vacío pueda reclamarlo, pregunto:

—¿Qué eres? —Al no recibir respuesta, avanzo un poco, intensifico mis sentidos y busco lo que se esconde en el paisaje grisáceo teñido por la luz de la esfera celeste—. Noto que estás ahí. —Siento una ligera corriente de aire moverse a muchos metros de distancia—. Muéstrate.

No dejo de buscar a la presencia, pero lo único que logro es volver a notar una brisa, aunque esta vez en la dirección opuesta. Aunque no sé si es una amenaza lo que se mantiene oculto, me pongo en guardia, me doy la vuelta y empiezo a caminar aumentando la energía del aura negruzca y carmesí.

—Sal, deja de ocultarte. —A mi espalda, a mucha distancia, percibo una corriente de aire y escucho cómo eleva cientos de granos de arena—. ¿Quién eres? —pregunto, volteándome.

Casi en el mismo momento en que termino de girarme, siento el tacto de una mano gélida en la nuca y escucho cómo alguien susurra mi nombre al oído:

—Vagalat... Llevo esperando este momento mucho tiempo.

Cuando trato de darme la vuelta para ver quién me está hablando, el mundo tiembla y miles de grietas se abren paso por la superficie tragándose la arena grisácea. Aunque durante algunos instantes esquivo las fisuras que resquebrajan el suelo con la intención de alcanzarme y hundirme en las profundidades de este lugar, llega un punto en el que el terreno está tan fracturado que me es imposible seguir evitando no ser engullido.

En un último intento, salto al vacío, me aferro al borde de un fragmento de mundo que aún no ha sido tragado por las grietas, observo la oscuridad que se expande por las profundidades y pregunto:

—¿Quién eres?

Poco antes de que la roca se parta y me empuje hacia la oscuridad, escucho:

—Soy el reflejo que temes cuando te miras a un espejo. Soy todo lo que te gustaría ser pero que no eres capaz de admitir.

Aunque la voz ha sonado entrecortada, mientras desciendo a gran velocidad hacia lo más profundo de este paraje gobernado por la ausencia, tengo la sensación de saber a quien pertenece.

«¿Eres tú...? No puede ser... ¿Cómo has sobrevivido...?».

***

Poco a poco, abro los ojos, parpadeo para aclarar la visión y veo la superficie sobre la que me encuentro. Notando el intenso frío que desprende el suelo, me incorporo y observo cómo está dividido en grandes cuadrados grises y negros.

Mientras me pongo de pie, fijándome en la simetría de los cuadrados que se extienden en todas direcciones, viendo cómo se pierden en un horizonte cubierto por una niebla oscura, suelto:

—¿Qué es este lugar?

Casi al instante, una de los cuadrados desaparece y su lugar lo ocupa lentamente una estatua de un guerrero ataviado con una gruesa armadura. Sin comprender qué está pasando, sintiendo cómo tenues corrientes de aire comienzan a moverse a mi alrededor, camino hacia la escultura y digo:

—No sé quién eres ni por qué me has traído aquí. —Cuando alcanzo la figura, viendo la empuñadura del mandoble de piedra a la que se aferran las manos de la estatua, suelto—: Antes has intentado engañarme, has querido que pensara que eras alguien que hace mucho que dejó de existir, pero tus trucos no te van a funcionar.

Sin llegar a tocarme, una corriente de aire pasa cerca de mí. Al escuchar el sonido que produce, sigo su trayectoria con la mirada y trato de ver qué la origina. Cuando la brisa se detiene, fuerzo mis sentidos para alcanzar la fuerza que la ha generado. Sin embargo, por más que me esfuerzo, no logro más que percibir cómo la ausencia que dominaba el paraje de arena grisácea se abre paso hasta aquí.

Tras unos instantes en los que contemplo los cuadrados del suelo, oigo un ruido a mi espalda, me giro y veo cómo surgen dos nuevas estatuas. Una de ellas representa a una criatura desnuda, sin pelaje, de cierto aspecto humano, con inscripciones talladas en la representación de su piel, con las cuencas vacías, con el rostro reflejando dolor y la boca sellada a causa de tener los labios fundidos.

La otra escultura es una réplica de un ser grotesco con músculos deformes, con gruesas venas emergiendo de ellos y los huesos haciéndose visibles en la mayoría de articulaciones, con una cara falta de piel, mostrando la carne corroída, proyectando ira y sufrimiento.

—¿Qué sois? —me pregunto mientras me acerco a las esculturas—. Nunca había visto a seres como vosotros...

Antes de detenerme, siento cómo una corriente gélida me roza la espalda y escucho:

—¿Seguro que no los habías visto?

Me doy la vuelta con rapidez, busco a quien ha hablado, pero delante de mí tan solo veo el suelo de cuadrados y la estatua del guerrero.

—¿Quién eres? —suelto, apretando los puños de forma inconsciente.

Siento una ráfaga gélida moverse detrás de mí, noto el tacto helado de una mano posarse en mi hombro y oigo cómo alguien me susurra cerca del oído con un tono espectral:

—A veces las personas buscan olvidar para evadirse de sus pecados.

Doy forma a Dhagul, me giro con rapidez y busco a quien ha hablado.

—¡Muéstrate! —bramo, incrementando el aura que me recubre el cuerpo.

Despacio, proyectando un zumbido que hace que el aire vibre, una niebla oscura emerge delante de las estatuas y comienza a volverse sólida. Cuando la bruma termina de dar forma al que ha hablado, al que ha estado proyectando de forma intermitente su energía durante el tiempo que llevo en este paraje de ausencia, suelto:

—Sí que eras tú... —Sorprendido, bajo el brazo, desmaterializo a Dhagul y hago que mengue el brillo del aura—. ¿Cómo es posible? ¿Cómo sobreviviste a La Guerra del Silencio y al renacimiento de Los Ancestros?

Lentamente, mueve las manos que sobresalen de las mangas de su túnica oscura y desgastada, las eleva, se retira la capucha y le veo el rostro falto de nariz, ojos, pelo y orejas, con tan solo una pequeña boca que deja al descubierto dientes negros.

—Sobreviví porque no puedo morir. —A paso lento, El Señor de Abismo camina hacia mí—. Sobreviví porque debía hacerlo. Porque era el único que podía evitar la destrucción.

Mientras se detiene a poco más de dos metros de mí, mientras observo las ampollas y los cortes de su cara por los que escapa un líquido viscoso, mientras siento cómo su poder fluye con fuerza haciendo retroceder a la ausencia que gobierna este paraje, sacudido todavía por la sorpresa, le digo:

—Tus siervos creyeron que habías muerto... Hasta yo noté parte de tu esencia fundida con en el núcleo de poder de Los Ancestros.

Él ladea la cabeza, mueve la mano y hace que la estatua del guerrero sea engullida por el suelo.

—Tuve que dejar un rastro de mí en las entrañas de la corrupción del Silencio. —Al mismo tiempo que se vuelve a colocar la capucha, añade—: No podía permitir que nadie supiera que seguía vivo. Para que mi plan funcionara, todos debían pensar que había muerto.

Percibiendo cómo su aura oscura proyecta su fuerza, dejando atrás la sorpresa, pensando en todo el mal que ha hecho, notando cómo emerge de mi interior el odio que siento por él, le pregunto:

—¿Qué tenía que funcionar? ¿Cuál era tu plan? —Aprieto los puños—. ¿Dejar que la creación se precipitara hacia su destrucción para intervenir en el último momento y reclamar sus restos?

Sin reflejar intranquilidad, sin darle importancia a mi rabia, me explica:

—Cuando El Silencio empezó a vibrar, cuando perdió el equilibrio que lo mantenía estable, cuando percibí las voces que emanaban de las profundidades de su esencia, me adentré en la fuerza ancestral hacia el lugar del que brotaba la corrupción y descubrí que los mitos secretos eran ciertos. —Se queda pensativo unos instantes—. El Silencio no solo contenía en su interior unas fuerzas corruptas con un poder infinito, sino que además estas fuerzas eran las que lo habían creado. —Menea ligeramente la cabeza y la capucha crea un pequeño baile de sombras sobre su rostro—. Allí, en ese lugar en el que el tiempo nunca empezó a fluir, en ese paraje envuelto por muros creados por la fuerza del Silencio, se hallaban los cadáveres de Los Ancestros.

Mientras veo cómo se da la vuelta y camina hacia las estatuas de seres grotescos, controlo los sentimientos que casi me impulsan a abalanzarme sobre él y le pregunto:

—¿Qué pasó?

Cuando se detiene cerca de las esculturas, responde:

—Revivieron. —Mueve la mano y convierte las representaciones de las criaturas en polvo—. Sus huesos, corroídos por eones de una fuerte concentración del poder del Silencio, empezaron a recubrirse de carne. —Poco a poco, se da la vuelta hasta quedar enfrente de mí—. Volvieron a la vida con toda su fuerza. Una tan inmensa que ni yo ni El Silencio representábamos una amenaza. —Hace una breve pausa—. Antes de que acabaran de restaurar su esencia, me adentré en sus mentes, busqué qué eran y qué querían. —Mueve la mano y una corriente de aire esparce los montones de polvo en los que se han convertido las esculturas—. Entonces descubrí la verdad sobre el origen del Silencio, sobre las creaciones a las que dio forma, sobre mi poder y las diferentes encarnaciones de Abismo. Descubrí que mi reino era la manifestación del propio origen del Silencio, que Abismo representa la corrupción de aquellos y aquellas que le dieron forma.

Observando cómo camina hacia una estatua que comienza a emerger del suelo, a una que representa a un ser sin apenas carne, con los huesos deformes emergiendo del cuerpo, sobresaliendo torcidos y apuntado en todas direcciones, a una criatura con la cabeza partida por la mitad, con los extremos del rostro cayendo sobre los hombros, pienso en lo que ha dicho, en cómo vio cómo Los Ancestros cobraban vida, en la esencia de Abismo y en el origen del Silencio.

—¿Qué pasó? —le pregunto—. ¿Qué hicieron cuando te vieron?

Se detiene, mueve la mano lentamente creando un surco de energía negra que se evapora con rapidez y contesta:

—Nada. No dejé que me vieran. Usé mi poder para ocultarme y reescribir La Historia. 

Mientras camino hacia él, espeto:

—¿Tú creaste este futuro?

Se da la vuelta, observo su rostro sin facciones repleto de ampollas que no dejan de supurar y escucho su respuesta:

—No, Vagalat. No fui yo quien lo creo. —Eleva la mano lentamente y me señala—. Fuiste tú. Tú diste forma al futuro de la corrupción. No sabía por qué habían renacido Los Ancestros, pero, antes de dejar aquel lugar y resguardarme en el reino de la ausencia, llegué a apreciar el punto que originó su resurrección. —Guarda silencio mientras baja el brazo—. Tu rechazo a aceptar el camino que habías trazado, tu negativa a llevar a cabo el plan que urdiste en Abismo, fue la causa del renacimiento de Los Ancestros. Cuando decidiste no unirte a mí, cuando rechazaste que fusionáramos nuestras almas, la creación tomó un rumbo de destrucción. Tu acto produjo una vibración que originó una fisura en el núcleo que contenía a la imperfección. El futuro en el que has estado fue creado por ti.

Golpeado por sus palabras, niego con la cabeza, me encaro a Él y espeto:

—Tratas de manipularme. Como siempre has hecho. —Observo de reojo el lugar al que ha dado forma, el paraje con el suelo de cuadrados donde se resguarda de la ausencia, vuelvo a centrar la mirada en su rostro y replico—: Este era tu plan, traerme aquí para llenarme la mente con tu veneno. Quieres que me sienta culpable, que me desplome por la culpa. —Inspiro con fuerza por la nariz y retrocedo un paso—. Esta vez no te saldrás con la tuya. Esta vez no me arrastrarás a tu terreno.

Él, que se ha mantenido imperturbable mientras yo hablaba, camina bordeándome. Cuando está a unos dos metros de mí, mueve la mano, manifiesta un espejo de energía y dice:

—Míralo por ti mismo. Observa cómo empezó a pudrirse el tejido de la realidad. Contempla dónde se fraguó la muerte del Silencio.

Poco a poco, al mismo tiempo que la creación energética comienza a mostrar el momento en que rechacé a Abismo, el instante en que me negué a fundir mi alma con la de Él, camino acercándome a ese reflejo del pasado.

Cuando veo cómo la imagen de la proyección se eleva, cómo se alza por encima del Mundo Ghuraki, cuando observo cómo refleja un tenue brillo proveniente de la luna roja, susurro:

—La esencia de la imperfección...

Por un breve instante, sobre la superficie del satélite, se abre una grieta hacia otro plano de la que emerge una mano azul oscura con la palma cubierta por un metal que brilla con un tenue añil.

Mientras el reflejo del pasado me muestra cómo se cierra la fisura entre dimensiones recluyendo al que trataba de atravesarla, mientras la proyección cambia de lugar y refleja cientos de ríos de fuego que escupen azufre, mientras veo cómo de ellos emergen demonios y diablesas con el aspecto de la especie de Valdhuitrg y Karthmessha, sacudido por la idea de que puedo haber sido culpable de originar la muerte del Silencio, suelto:

—Valdhuitrg... Tu especie... —Confundido, miro a Él y le pregunto—: ¿Por qué me muestras esto? ¿Qué tienen que ver esos demonios con la muerte del Silencio?

El señor de Abismo ladea la cabeza y contesta:

—Después de que rompieras el equilibrio, después de que fracturaras el núcleo del Silencio, al no poder llegar hasta nosotros, El Ancestro que trató de escapar por la fisura en la luna roja usó su poder para liberar a unas criaturas muy antiguas, a una especie de demonios que le sirvieron a él y a sus hermanos y hermanas durante eones. —Mueve la mano despacio y hace que la imagen del espejo de energía muestre algo que sucedió en un pasado muy remoto—. Ellos son una extensión de sus poderes y de sus almas.

Observando a cientos de demonios y diablesas con las rodillas posadas en el suelo y las cabezas inclinadas, viéndolos rendir pleitesía a seres de pieles azules oscuras y armaduras del mismo color, percibiendo cómo el poder de la corrupción fluye por ellos, un escalofrío me recorre la columna.

—No puede ser... —susurro—. Valdhuitrg no es una extensión de la imperfección.

Él hace que desaparezca el espejo de energía y contesta:

—Lo es, aunque no lo sabe. Cuando Los Ancestros se dieron cuenta de que incluso con un Silencio debilitado les era imposible escapar de su esencia, empezaron a jugar con el tiempo, con los recuerdos y con las distintas realidades. —Genera una imagen de Valdhuitrg—. El demonio al que estuviste encadenado nació en un mundo subyugado a los siervos de Los Ancestros. En él su especie padeció el poder de los creadores del Silencio y por eso su deseo de venganza es real. Él no sabe que la llama que porta en su interior nació de la esencia de la imperfección. Él no sabe que la llama de su pueblo, la que dio origen al mundo de ceniza, no es más que una extensión de la esencia de los que fueron los amos de sus antepasados. —Menea los dedos y la imagen de mi hermano de armas empieza a desaparecer—. Los Ancestros moldearon el tiempo más allá de nuestra era para hacer que esos demonios nacieran y crecieran libres del influjo mental que ellos les impusieron en su antigua creación.

Durante unos segundos me quedo pensando en Valdhuitrg, en lo que ha padecido y, en que de ser cierto, el dolor lo corroerá al saber que su poder es una extensión del de sus enemigos.

—¿Por qué? —Centro la mirada en el rostro sin facciones de Él—. ¿Por qué los usaron de ese modo? ¿Qué quieren de ellos?

Él mueve los brazos y hace que se eleven infinidad de estatuas que representan a demonios, diablesas y Ancestros.

—Quieren que acumulen poder y que aviven la llama que creó el mundo de ceniza. Quieren que esa llama crezca y brille con más intensidad que cuando ardió por primera vez. Quieren que su fuerza sacuda los restos del Silencio y consuma a los que aún pueden resistir. Quieren acabar con todos los seres que están luchando o van a luchar en el mundo de ceniza. Quieren acabar contigo, con Los Asfiuhs, con las tropas de Vhareis, con los restos de los pueblos que sobrevivieron a la ceniza, con los fantasmas de Los Ethakhors, con las mujeres que fueron trasformadas por el polvo negro y con tus compañeros del Ghoathorg. Quieren acabar con todos lo que aún existen.

Meditando sobre lo que me ha dicho, pensando en el plan de Los Ancestros, suelto:

—La destrucción del mundo de ceniza y la revitalización de llama conducen a la muerte del Silencio... —Me quedo callado unos instantes observando las estatuas que nos rodean—. ¿Cómo podemos vencer? ¿Qué podemos hacer para derrotar a Los Ancestros?

Antes de contestar, Él da unos pasos, se acerca a una escultura que representa a uno de Los Ancestros, la toca y hace que explote.

—Incluso para mí es difícil saberlo. —Cuando el polvo que han desprendido los fragmentos de la estatua se desvanece, queda a la vista la figura de piedra que había detrás—. Por eso usé mi poder en la esencia del Silencio para dar forma a alguien que pudiera caminar por las distintas realidades sin ser destruido. Alguien que pudiera encontrar el modo de vencer antes de que nuestra creación se acercara a su fin.

Al ver a quien representa la escultura, pregunto:

—¿Tú creaste al hombre de los tatuajes rojos?

Él se voltea, centra su rostro en mí y contesta:

—Sí, lo moldeé usando mi esencia y la esencia de Los Ancestros.

Durante unos instantes, observo las facciones de la estatua y recuerdo la visión donde lo vi hablando con otra versión de mí.

—¿Él lo sabe? —Centro la mirada en el señor de Abismo—. ¿Sabe que tú eres su creador?

Acaricia la escultura y responde:

—No, desconoce tanto su origen como su necesidad de viajar de una realidad moribunda a otra.

Vuelvo a mirar el rostro pétreo.

—¿Sabes que ha ayudado a una versión de mí imbuida por un poder oscuro, una versión de mí que está consumiendo la realidad?

El señor de Abismo tarda un par de segundos en contestar:

—Lo sé. Desde este santuario de ausencia he observado sus movimientos. Los de él y los de los que están implicados en la muerte del Silencio. He seguido los pasos de todos, por eso pude traerte aquí desde el núcleo del poder de Los Asfiuhs, por eso pude evitar que te desvanecieras convertido en polvo. —Cuando ve que lo miro con desconfianza, añade—: No, Vagalat, no he dejado de odiarte, pero sé que, al ser el responsable de este desastre, eres esencial para revertirlo.

Clavo la mirada en su rostro y espeto:

—Me salvas la vida para que evite la destrucción de la realidad con la intención de reclamarla cuando Los Ancestros hayan caído.

Se aproxima un poco a mí y me pregunta:

—Si yo estuviera en peligro y supieras que soy esencial para evitar que la realidad se colapse, ¿qué harías? ¿No me salvarías y me contarías lo que supieses?

Aunque me incomoda tener que aceptar que tiene razón, aunque sigo sin confiar en él, aunque lo odio con todas mis fuerzas, en estos momentos no puedo más que verlo como un aliado.

—Te salvaría... Y eso nos llevaría a esta situación...

Durante unos instantes que se tornan eternos, lo observo percibiendo el poder oscuro que emana de su alma, sabiendo que, en el fondo, aunque esté dispuesto a ayudar, ya está tramando lo que hará cuando el poder de Los Ancestros sea muy débil.

—Ambos desconfiamos del otro —me dice mientras empieza a andar hacia una figura que representa a un demonio de la especie de Valdhuitrg—. Eso no cambiaría nunca. Estamos destinados a combatir hasta el fin. —Hunde la mano en el torso de la escultura y la convierte en polvo—. Somos fuerzas opuestas que deben chocar una y otra vez hasta que una de las dos acabe siendo absorbida o destruida por la otra. —Extiende el brazo y me enseña el montón de polvo que tiene en la palma—. Nuestra lucha prevalecerá a la guerra que se está librando en el mundo de ceniza. —Sopla sobre los diminutos granos y estos crean una figura translucida que muestra a un ser que no reconozco—. Pero hasta que llegue el momento de nuestra confrontación final, debemos unir fuerzas. —Se separa de la proyección y concluye—: Debemos hacerlo para derrotar a un enemigo común.

Centro la mirada en el rostro sin facciones repleto de ampollas y cortes, veo cómo desciende el líquido viscoso de las heridas de la piel y contesto:

—Tienes razón. No confío en ti. Eres despreciable y me encantaría acabar contigo ahora mismo. Pero, por más que me gustaría atravesarte la garganta con Dhagul, en estos momentos necesito cualquier ayuda para vencer a Los Ancestros. Aunque esa ayuda provenga de ti

Él asiente y contesta:

—A mí también me gustaría arrancarte los ojos, estrujarlos y beberme el líquido que supurasen. Me encantaría hacer que tus músculos explotasen y darle tu corazón a mis Kasughuids para que lo desgarran con sus fauces, pero, al igual que tú, necesito tu ayuda. Desde aquí no puedo hacer más de lo que he hecho. Este plano plagado de ausencia es un buen refugio a la vez que un lugar con fronteras que por ahora no puedo traspasar. —Señala la figura translucida—. Por eso debes alcanzarlo tú.

Observando cómo la representación del ser se torna más sólida, viendo el pelaje anaranjado que se extiende desde los reversos de las manos hasta casi alcanzar los hombros, fijándome en las piezas de metal azul claro que le cubren el tronco y otras de un tono más oscuro que hacen lo mismo con las piernas, contemplando la piel naranja, la barba y el pelo del mismo color, mirando los rasgos arrugados y los ojos que reflejan cansancio, pregunto:

—¿Quién es?

Él se aproxima a la proyección y contesta:

—Un recuerdo vivo de un pasado muy lejano. Alguien que alguna vez perteneció a Los Ancestros. Alguien que rehusó seguir sus pasos y permaneció observando el vacío infinito. —Centra su rostro en mí—. Alguien a quien Los Ancestros temen. Alguien que puede darnos las respuestas que necesitamos.

Doy unos pasos bordeando la figura, examinándola.

—Y ¿dónde está?

—En ningún lugar y en todos. En la nada y en El Silencio. En Abismo y en La Convergencia. En El Ghoarthorg y en el mundo de ceniza. En mí y en ti. Está anclado a todos y a todo.

Comprendiendo la trascendencia del ser, observo al dueño de Abismo

—¿Cómo puedo llegar a él?

—No es fácil. Ha sellado los accesos a su morada para que su contemplación no sea interrumpida. Tan solo la energía que ayudó a crear puede dar forma a una grieta por la que alcanzarlo.

Sintiendo cómo fluye por el brazo el poder que he absorbido en el núcleo de Los Asfiuhs, cierro la mano, miro el puño y suelto:

—Las ascuas oscuras... —Dirijo la mirada hacia Él—. La fuerza de las ascuas oscuras me puede llevar hasta él.

El Señor de Abismo asiente y contesta:

—Sí, el fuego helado, o lo que queda de él, pueden conducirte al que una vez formó parte de Los Ancestros.

Comprendiendo el verdadero potencial del poder que fluye por mi ser, notando cómo vibra, incremento el aura negruzca y carmesí, aumento la fuerza que proyecto y siento una conexión escondida en lo más profundo de lo que hasta no hace mucho fueron los restos de las ascuas oscuras.

—Hay un sendero... —digo—. O al menos un rastro casi inapreciable...

El Señor de Abismo camina hacia mí y dice:

—Debes unirte a él, debes usarlo para alcanzar a que renegó de sus hermanos.

Aunque desconfío de Él, aunque sé que no dudará en traicionarme cuando la guerra esté a punto de acabar, por un instante, siento la esencia de ese antiguo Ancestro, percibo su poder y acabo de convencerme de que El Señor de Abismo dice la verdad.

—Tienes razón, ese ser está compuesto de imperfección, pero a la vez también está compuesto de Silencio. No es cómo sus hermanos, no proyecta la misma energía que proyectan ellos.

Él se da la vuelta, hace que las estatuas exploten, empieza a alejarse y, al mismo tiempo que su figura comienza a difuminarse, me dice:

—Pues habla con él y descubre lo que nos falta por saber para alcanzar la victoria.

Antes de que se termine de desvanecer, le pregunto:

—¿Tú qué harás?

—Mover a algunos peones para retrasar la resurrección de Los Ancestros.

Después de ver cómo Él desparece, cuando noto cómo la ausencia vuelve a aproximarse y veo cómo el suelo de cuadrados empieza a quebrarse, cierro los ojos, escucho el lejano eco que proyecta el que renegó de sus hermanos y dejo que la energía de las ascuas me lleve hacia él. 

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