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Capítulo 21 -El camino de la muerte-

Mientras una parte del sudor que resbala por mi rostro me bordea los labios, se filtra en la boca y me deja un sabor salado, el resto continúa deslizándose por la barbilla y gotea hacia el suelo polvoriento. Escuchando el sonido que producen las gotas al ser absorbidas por el polvo, percibiendo cómo el aire se enrarece, notando cómo cada vez me cuesta más respirar, lucho para no desfallecer.

En medio de esta atmósfera opresiva, rodeado por una negrura que arrastra pequeños granos de arena que se hunden en los pulmones, padeciendo una presión que me obliga a forzar el cuerpo mucho más allá de lo que me imaginaba que podrían soportar mis músculos, apenas me da tiempo a ordenar mis pensamientos.

¿Cuánto tiempo ha pasado desde que Vhareis derrumbó la torre? ¿Segundos? ¿Minutos? ¿Horas? El tener que recurrir a un poder latente que se desvanece casi antes de que me dé tiempo de canalizarlo ha anulado la forma en la que percibo el tiempo. El estar conectado a una fuerza que vibra unida a recuerdos que desfallecen, a un pasado que se evapora junto con los últimos restos de la vidas que viví, hace que mi mente se nuble con una bruma borrosa que casi me impide mantenerme centrado en aguantar el peso de la construcción.

Aún no he sucumbido, aún puedo seguir luchando, pero si mis compañeros permanecen sumidos en la inconsciencia y no me ayudan puede que mi fuerza se resquebraje y que mi resistencia solo haya retrasado lo inevitable. Si no me ayudan pronto, acabaremos enterrados bajo las ruinas de la torre.

Mientras recuerdos difusos me bombardean la mente, mientras me veo forzado a ceder un poco, mientras la presión me obliga a posar la rodilla en el suelo, mientras lucho por seguir fortaleciendo la burbuja de energía carmesí que nos protege, escucho cómo se aproximan unos pasos y siento una presencia que me recuerda que una parte de mi ser se ha alejado de mí.

—No puedes escapar de tu final —dice mi yo oscuro, poniéndose en frente de mí—. Nuestro tiempo ha dejado de existir, nuestro pasado ha desparecido y ahora somos los dueños de nuestro futuro. —Observo cómo en algunos partes de su rostro se desprende trozos de piel negruzca y brumosa—. Hemos soñado muchas veces con una existencia libre de Abismo. Hemos fantaseado con la extinción del pozo sin fondo. Y aquí, en este mundo agonizante, ni siquiera se alcanzan a oír los ecos de la destrucción del reino de Él. —Se pasa la mano por la cara y se recoloca parte de la piel que se ha desprendido—. Hemos ganado. Y lo hemos hecho sin tener que combatir.

Observo sus ojos, veo cómo emiten un tenue brillo negro, trago saliva, humedezco la garganta polvorienta, fuerzo las cuerdas vocales y le pregunto:

—¿Por qué estás aquí? ¿Qué quieres?

Eleva la mirada, contempla cómo la burbuja de energía carmesí comienza a resquebrajarse bajo el peso de los escombros y contesta:

—He venido a ayudarte. —Baja la vista y la centra en mi rostro—. He venido a ayudarnos. Te sacaré de aquí, a ti y a los que te importan.

Mientras observo más allá de su interpretación y veo el fondo de sus intenciones, pregunto:

—¿Y cuál es el precio de tu ayuda?

Extiende la mano, la deja cerca de mi pecho y responde:

—Lo único que tienes para pagarme. Dame el control y te sacaré de aquí. Dame la parte de nuestra alma a la que te aferras y te prometo que acabaré lo que has empezado. Pondré freno a Los Ancestros, los destruiré, a ellos, a la traicionera Vhareis y a las fuerzas que la mueven. —Acerca un poco más la mano y la deja casi rozándome la prenda que me cubre el torso—. Tan solo acepta, y cumpliremos nuestros sueños.

Aunque sé que está aprovechando un momento de debilidad para intentar manipularme, aunque sé que tengo enfrente de mí la representación de la peor parte de mi ser, por un segundo me veo tentado de aceptar y dejar que mi oscuridad lleve a cabo aquello que hasta ahora me ha sido imposible conseguir. Sin embargo, abandono con rapidez esa idea, centro la mirada en los ojos de mi yo oscuro y aseguro:

—Me vas a ayudar, pero lo harás sin que tenga que pagar ningún precio. —Las facciones de su rostro se tornan rígidas, muestran ira y revelan la verdadera forma de su ser—. No has venido solo a tentarme, has venido porque temes que muera. —Al ver que no contesta, al ver cómo la rabia se sigue plasmando en su cara, prosigo—: ¿Qué harás si pierdes la oportunidad de ocupar mi cuerpo? ¿Podrás existir si se rompe nuestro enlace, si perezco y mi esencia se desvanece? ¿Podrás hacer algo más que vagar por los restos de la creación como un fantasma condenado?

Aprieta los puños y los dientes, me mira con el odio inyectado en los ojos y responde:

—Siempre hay otros caminos. Hay senderos para burlar cualquier destino.

Viendo que apenas puede contener el temor ante la posibilidad de verse desterrado en una agonía eterna, contesto:

—Puede que los haya. Puede que los encontraras tras buscarlos por mucho tiempo. Aunque lo más probable es que Los Ancestros o las fuerzas que manipulan a Vhareis dieran contigo antes de que pudieras crearte una manifestación permanente en este mundo. —Escucho el sonido que producen las grietas en la burbuja de energía al agrandarse—. Hasta que logres subyugarme o que yo logre vencerte, nuestros destinos están unidos. —Notando la presión que ejercen las toneladas de escombros sobre la energía de mi alma, añado—: Decídete, ayúdame a salir de aquí y obtén una oportunidad de vencerme más adelante, o deja que muera y olvídate de ocupar mi cuerpo.

Mi yo oscuro se mantiene callado, meditando qué hacer, proyectando su odio. Cuando está a punto de hablar, parte de la burbuja de energía se parte y una avalancha de rocas desciende con rapidez.

Mientras eleva la mano y frena los fragmentos de la construcción, mi yo oscuro dice:

—Es inevitable que acabe ocupando el lugar que merezco. No puedes escapar a formar parte de mí. A ser lo que una vez fuiste.

Elevo un poco la cabeza, observo los escombros flotando, veo cómo se vuelven a alzar, cómo la burbuja de energía se fortalece, se reconstruye y consigue retenerlos.

—Puede que tengas razón. Puede que acabes ganando. Pero hoy no tienes el poder necesario para derrotarme. Lo único que puedes hacer es ayudarme a salir de aquí.

Una mueca de asco se apodera de su rostro.

—Nuestro próximo encuentro no acabará así —dice mientras toma el control de la burbuja, se fusiona con ella y se desvanece.

Una vez que me siento liberado de la presión, busco a Valdhuitrg, lo veo inconsciente sobre una gran roca, voy hacia él, lo zarandeo y le digo:

—Vamos, amigo, debemos salir de aquí.

Poco a poco, abre lo ojos y me mira extrañado. Tras un par de segundos, en los que le cuesta recordar qué ha pasado, masculla:

—Vhareis... —Aprieta los dientes—. Traidora... pagarás por esto... —Se levanta, observa la burbuja de energía, ve cómo sostiene el peso de la construcción derruida, dirige la mirada hacia Athwolyort que se halla inconsciente y masculla—: Sí, pagarás...

Mientras siento cómo recupero una pequeña parte de mi poder, mientras noto cómo el no tener que alimentar la burbuja que nos protege hace que poco a poco mi fuerza aumente, miro a la mujer de ropajes marrones y veo cómo las prendas que le cubren el torso se alzan débilmente.

—Respira... —susurro y voy hacia ella.

Poco antes de que la alcance, abre los párpados, me observa con el rostro fatigado, se incorpora y dice:

—Su sangre es necesaria. —Señala al hermano de Vhareis que halla a unos metros cubierto por el polvo—. Su linaje tiene el poder de alterar el orden de este mundo. Las barreras de las dimensiones que se entrelazan dando forma al planeta pueden ser derruidas por la fuerza de su sangre. —Se levanta, contempla su alrededor, ve más allá de la burbuja, ve que la está sosteniendo una parte oscura de mi ser, me ojea un instante y vuelve a dirigir la mirada hacia el hermano de Vhareis—. Ahora que el linaje glaurco tiene acceso a la brecha de la energía residual de Los Ethakhors, llevarán a cabo un ritual para unir los planos y extinguir la ceniza. —Me mira a los ojos—. Si lo consiguen, las imperfecciones alcanzarán este mundo y también lo harán las fuerzas que han manipulado a la última descendiente del linaje.

Aprieto los puños de forma inconsciente y contesto:

—No lo harán. Se lo impediremos.

La mujer afirma con la cabeza, eleva un poco la vista, la centra en la burbuja de energía y dice:

—Llamaré a mis hermanas para que creen un túnel de ceniza.

Valdhuitrg, con Athwolyort cargado en el hombro y portando su hacha, se acerca y pregunta:

—¿Podrán sacarnos de aquí? —La mujer lo mira, pero no contesta, se halla hablando mentalmente con sus hermanas—. Nosotros estamos demasiado agotados para crear un pórtico.

Mientras me dirijo hacia el hermano de Vhareis, escucho lo que dice la perteneciente al pueblo de la ceniza:

—Están siendo atacadas... —La mujer guarda silencio durante unos segundos—. Las tropas de Vhareis las están cazando en sus santuarios. —El pesar se apodera de su rostro—. Sus guerreras han logrado traspasar los muros de ceniza.

Con la rabia poseyéndome, cargo al descendiente del linaje glaurco en mi hombro, me doy la vuelta y digo:

—Todo formaba parte del plan. No solo querían acabar con nosotros, también querían destruir a tu pueblo. —Aprieto los dientes—. Maldita Vhareis.

Valdhuitrg agacha un poco la cabeza, se mira la mano e intenta concentrar su llama logrando solo que la piel se le recubra con humo.

—Estamos atrapados —dice el demonio—. Tenemos que salir de aquí.

Cuando voy a contestar, mientras camino hacia ellos, escucho cómo se resquebraja la burbuja y oigo en mi mente la voz de mi yo oscuro:

«Los restos de la torre se están impregnando con una energía antigua y no podré sostenerlos durante mucho tiempo».

Acelero el paso, alcanzo a mis compañeros y le pregunto a la mujer de ropajes marrones:

—¿Alguna de tus hermanas puede ayudarnos? —Su mirada parece perdida, en ella se ve reflejada la angustia por el destino de su pueblo—. Ayudaremos a tus hermanas, lucharemos a vuestro lado, pero tenemos que salir de aquí. —Consigo que deje atrás sus pensamientos de tristeza y derrota—. ¿Nos puede ayudar alguna?

Cierra los ojos y se conecta con las que conforman a su pueblo. Tras casi un minuto en el que percibo la desesperación que la posee por no hallar más que destrucción, abre los ojos y dice:

—Jraramit. El ataque a su santuario se está llevando a cabo mientras ella se halla en una zona remota. —Da varios pasos, se queda cerca del centro de la estancia y eleva el brazo—. Es la única que puede sacarnos de aquí.

Al mismo tiempo que veo cómo llueve una energía marrón que impregna la mano de la mujer, a la vez que siento cómo esta fuerza es trasportada desde muy lejos, miro a Valdhuitrg, observo a Athwolyort y aseguro:

—Nos vengaremos. —El demonio asiente—. Acabaremos con Vhareis, con las fuerzas que la han manipulado y con Los Ancestros. El único futuro posible es el que construiremos con su sangre y nuestra victoria.

—Lo sé... —contesta el demonio antes de apretar los dientes—. No descansaré hasta que pongamos fin a nuestros enemigos.

La energía que envuelve el brazo de la mujer comienza a vibrar y a unos metros empieza a crearse un vórtice de bruma marrón que poco a poco deja a la vista lo que hay al otro extremo.

Cuando el pórtico termina de tomar forma, la mujer camina hacia él y nos dice:

—El túnel es débil. El poder de la ceniza se está reestructurando para soportar la pérdida de los santuarios y su canalización no se puede mantener. Debemos cruzar rápido.

Tanto Valdhuitrg como yo caminamos deprisa y la seguimos. Apenas salimos por el otro lado del vórtice, escuchamos el estruendo que produce la torre al terminar de colapsarse y sentimos cómo nos sacude y nos envuelve una nube de polvo que emerge con fuerza de la estancia sepultada.

Una vez que el pórtico se cierra, cuando la densidad de la bruma polvorienta empieza a perder fuerza, observando los árboles de finos troncos y ramas alargadas cargadas de hojas marrones que nos rodean, susurro aliviado:

—Lo logramos. —Después de unos instantes, en los que busco sin éxito a la hermana de la mujer, le pregunto—: ¿Dónde está Jraramit?

Antes de contestarme, cierra los ojos durante unos segundos.

—No ha podido crear un túnel de ceniza hasta donde se encuentra, solo nos ha podido acercar hasta aquí.

Elevo la mirada un poco, veo cómo resplandecen los rayos del sol rojo a través de las ramas y digo:

—No podemos quedarnos en este sitio. Debemos movernos. Si Vhareis descubre que hemos sobrevivido, vendrá con sus mejores tropas y acabará con nosotros. —Miro a Valdhuitrg—. Esa mujer ha perdido el juicio, ha sido manipulada y nos hemos convertido en sus enemigos. No podemos razonar con ella. No al menos sin cortar el lazo con la fuerza oscura que la está manipulando.

El demonio asiente y contesta:

—Dejaremos atrás este lugar y buscaremos un sitio donde poder planear una estrategia... —Se calla cuando percibe algo que a los demás no pasa inadvertido. Tras un par de segundos, olfatea, se gira y susurra—: ¿Karthmessha?

—¿Karthmessha? —pregunto, dirigiendo la vista hacia la dirección en la que mira—. ¿Captas su rastro?

—Sí... —murmura, da unos pasos y vuelve a olfatear—. Está bajo tierra. Debajo de aquella montaña. —Señala la cima que se pierde entre las nubes—. Está ocultándose, apenas aprecio su rastro.

Me pongo a su lado y le digo:

—Iremos a por ella.

La mujer de ropajes marrones, que parece comunicarse con su hermana, nos explica:

—Debo reunirme con Jraramit, tenemos que prepararnos para hacer frente a las tropas de Vhareis. —Mueve las manos creando una especie de conjuro—. Nuestra única posibilidad de retrasarla está en la sangre de su linaje. Mientras buscáis a vuestra compañera, me llevaré al descendiente del linaje glaurco y preparé el ritual para ralentizar el avance de las imperfecciones y de las fuerzas oscuras que amenazan la existencia. —Los brazos se le envuelven con un potente brillo pardo, el cuerpo del hermano de Vhareis se recubre por cadenas de energía marrón, levita y se alza de mi hombro—. Cuando os reunáis con vuestra compañera, seguidme. —Antes de darse la vuelta y comenzar a caminar, crea una pluma marrón que vuela hasta posarse en mi mano—. Os esperaremos.

Mientras veo cómo se aleja caminando cerca de los troncos de los árboles y arrastrando por el aire al hermano de Vhareis, siento cómo la pluma se une a la energía carmesí que brota de la piel de mi palma y susurro:

—La ceniza... La ceniza es una parte del Silencio que se ha consumido...

Al notar cómo Athwolyort empieza a recobrar la consciencia, Valdhuitrg lo deja apoyada en un árbol, posa el hacha a su lado, retrocede un paso y, sin poder ocultar cierta alegría, suelta:

—Hermano, los lagos de fuego consumido se resisten a reclamarte. Me alegro de que sigas entre nosotros.

—¿Qué ha pasado? —Athwolyort se toca la frente, siente cómo se le humedecen los dedos con sangre y se observa la palma—. Los Ethakhors, la torre y la maldita Vhareis...

Me acerco, concentro la energía carmesí en la mano y la aproximo a la frente. Mientras la esencia de mi alma le sana la herida, sonrío y le digo:

—Hace falta mucho más que una traición y las fuerzas residuales de Los Ethakhors para acabar contigo. —Bajo el brazo y retrocedo un paso.

Athwolyort se toca la frente, ve que no sangra y enarca una ceja. Tras un par de segundos, se apoya en el tronco, coge su arma, se levanta, me mira a los ojos y dice:

—Tenéis suerte de que no haya caído. No sé qué sería de vosotros sin mí. Me necesitáis para partir los cráneos de Los Ancestros y para humillar a las tropas de Vhareis.

Sin perder la sonrisa, contemplo la montaña que se halla a cierta distancia de nosotros, siento cómo emana a través del suelo la esencia de Karthmessha, empiezo a caminar y digo:

—Menos mal que podremos seguir contando contigo y tu hacha.

Valdhuitrg comienza a andar, Athwolyort lo sigue y responde:

—Sí, tenéis suerte.

Al poco de que mi compañero deje de hablar, mientras avanzo con la mirada fija en la montaña y en la frondosidad de los árboles que hunde sus raíces en el monte, pienso en mi yo oscuro; esa parte de mí representa la energía de Él que se fusionó con mi alma. Ese fragmento de mi ser es una proyección de lo que pude haber sido y un recuerdo de la suerte que tuve al convertirme en la persona que soy ahora.

Al mismo tiempo que me hallo inmerso en mis pensamientos, siento una brisa espectral que no proviene de este mundo, noto cómo me eriza la piel y escucho en mi mente:

«El Silencio se muere, el final se acerca y no puedes hacer nada más que aceptarlo».

Sin contestar, sin siquiera plantearme lo que me dicen los susurros, sigo avanzando.

«¿Cómo quieres salvar a los que te importan cuando no eres capaz de salvarte a ti mismo? Acepta tu final y da comienzo a un nuevo origen».

Aun siendo crípticos, entiendo lo que dicen los susurros, pero no me apetece seguir escuchándolos. Muevo la mano, proyecto un poco de energía invisible y apago la brisa y las palabras que me alcanzan la mente.

—Yo soy el dueño de mi futuro... —murmuro, notando que Valdhuitrg logra escucharme.

Mientras caminamos por este terreno a pasos yermo y a otros salpicado por arbustos y hierba, nos recluimos en nuestros pensamientos reviviendo momentos que nos atormentan, viajando a lugares tristes, a recuerdos incrustados en el alma que nos obligan a seguir adelante y a luchar para cambiar el futuro que se creó en La Guerra del Silencio.

El maestro decía que somos esclavos de las cadenas que forjamos con nuestros actos y decisiones, y en momentos como este es cuando más me doy cuenta de la verdad que encerraban sus palabras. Aunque muchas veces nos somos conscientes de que estamos caminando hacia un lugar sin retorno, cuando nos acercamos a ese punto, cuando por fin somos capaces de ver que nos hemos equivocado, en muchos casos somos incapaces de corregir nuestros errores. Somos imperfectos, y la mayoría de veces hacemos que nuestra imperfección crezca cada vez más.

Después avanzar un gran tramo, después de recorrer muchos senderos dolorosos dentro de mí, de revivir escenas enterradas en lo más profundo de mi ser, cuando recupero fuerzas, cuando me digo que debo seguir adelante, que venceré cada amenaza que se interponga en mi camino, que hallaré la forma de retroceder en el tiempo, cuando ya no estoy muy lejos de la montaña, siento un leve temblor en la tierra.

En el momento en que el suelo deja de moverse, miro a Athwolyort, veo cómo enarca una ceja y escucho cómo suelta casi gruñendo:

—Este mundo casi me enferma más que el Ghoarthorg, parece que no quiere ponernos las cosas fáciles.

Valdhuitrg eleva un poco la cabeza, olfatea, se agacha, posa la mano sobre el suelo y dice:

—El temblor no ha sido natural... —Se levanta—. Lo ha producido alguien que se halla junto a Karthmessha. —Da unos pasos y fija la mirada en una pequeña grieta que se extiende entre dos grandes árboles—. Tenemos que alcanzarla. Tenemos que averiguar qué está pasando.

Me pongo a su lado, observo la diminuta fisura y afirmo:

—Lo haremos. —Alzo un poco la cabeza y busco sin éxito alguna cavidad en la montaña—. Tiene que haber una entrada.

Athwolyort se fija en que a no mucha distancia hay una pequeña piedra incrustada en el suelo que cambia lentamente su tonalidad, pasando de un marrón oscuro a un color más brillante.

—¿Qué demonios? —suelta mientras camina hacia la roca.

Antes de que llegue a alcanzarla, pisa una parte del suelo que comienza a vibrar. Al mismo tiempo que las vibraciones lo tambalean, nos mira y dice:
—¿Es que no vais a hacer nada? —Incrusta el hacha en el suelo y se aferra a ella—. Esta debe de ser la entrada que buscabais.

Valdhuitrg y yo nos movemos con rapidez y nos acercamos a nuestro compañero. Nada más que pisamos el círculo de terreno que está temblando, la piedra incrustada en el suelo se desintegra, el polvo brillante que desprende se funde con la tierra y una porción del terreno comienza a hundirse.

Sintiendo la fuerza y la velocidad con la que caemos, viendo cómo nos envuelve la negrura y cómo la luz que se filtra por el hueco que ha creado el orificio empieza a perderse, manifiesto el aura carmesí y me dispongo a dar forma a las esferas de luz. Sin embargo, antes de que pueda crearlas, Valdhuitrg aprieta los dientes, se envuelve con una potente llama, extiende los brazos e ilumina los contornos oscuros de la tierra que estamos atravesando.

Al cabo de unos instantes, la velocidad de descenso disminuye y la pequeña plataforma que nos ha adentrado en las profundidades de la tierra comienza a bajar lentamente por una inmensa cavidad repleta de telarañas, de muros derruidos y de armaduras oxidadas que se han convertido en las tumbas de cadáveres a los que ya no les queda ni una pequeña porción de carne.

—¿Qué es este lugar? —pegunta el demonio, intensificando el brillo se la llama.

—Un reino en ruinas —susurra Athwolyort.

Cuando la plataforma se funde con el suelo, avanzo unos pasos, me fijo en los guerreros muertos, en cómo las sonrisas macabras se dejan ver por los cascos, centro la vista en un camino que avanza entre los muros derruidos y digo:

—Estemos donde estemos, lo importante es encontrar a Karthmessha.

Valdhuitrg se pone a mi lado, me mira, asiente y olfatea.

—Su rastro avanza en esa dirección. —Señala el sendero.

—No perdamos tiempo entonces —dice Athwolyort, adelantándonos.

Comienzo a caminar siguiendo a mi compañero, observando los cadáveres atrapados en las armaduras, viendo cómo los restos de los muros se esparcen en todas direcciones, intentando imaginar por qué este lugar se halla bajo tierra y cómo era antes de convertirse en un sitio sombrío cargado de muerte.

Cuando avanzamos un buen tramo, sentimos una fluctuación en el aire y una leve vibración en el suelo. Nos detenemos y miramos en todas direcciones para ver si emerge algún enemigo de las zonas que, alejados del brillo de la llama de Valdhuitrg, permanecen sumidos en una profunda oscuridad.

Después de unos instantes, cuando estamos seguros de que no hay ninguna amenaza acechándonos, cuando estamos a punto de volver a centrar la vista en el sendero, escuchamos la voz de Karthmessha:

—Valdhuitrg, menos mal que ha funcionado.

Desde la parte oscura del sendero, la diablesa, reluciendo, envuelta en llamas, ataviada con una armadura roja, moviendo un poco con cada paso el brazo de llamas y humo negro que ocupa el lugar del que le amputaron, camina hacia nosotros, sonríe y vuelve a hablar:

—Pensé que no os volvería a ver.

Valdhuitrg no puede contener la emoción, una diminuta lágrima escapa del ojo y desprende humo al abrasarle la piel del rostro.

—Yo también pensé que no volvería a verte —dice el demonio.

Karthmessha se acerca, lo abraza, luego se agacha, abraza al Athwolyort, que no esconde que le incomoda tanta muestra de afecto, se levanta, se acerca a mí y dice:

—Me alegro de veros.

Extiende la mano y se la estrecho.

—Y yo me alegro de verte.

Cuando la diablesa ve que centro la vista en el brazo de fuego, lo mueve, dirige la mirada hacia Valdhuitrg y le explica:

—El poder de la llama ha restaurado mi ser. —Observa la parte de la cavidad derruida y repleta de cadáveres—. Este mundo en ruinas ha conseguido avivar mi esencia. —Mira a los ojos del demonio—. Nuestro hogar nos ha devuelto lo que Los Ancestros le arrebataron a nuestro pueblo hace eones.

Sintiendo la fuerza con la emerge la llama del interior de Karthmessha, le pregunto:

—¿Cómo has acabado aquí?

La diablesa me observa y contesta:

—Alcancé este mundo hace unos días. Llegué exhausta, sin fuerzas si quiera para levantarme. Pasé la primera noche arrastrándome hacia la montaña para buscar un lugar seguro y alejado de los depredadores nocturnos que merodeaban cerca de mí, pero, cuando casi la había alcanzado, una de las bestias me atacó y perdí el conocimiento. Cuando me desperté, me encontraba en este lugar, en estas ruinas, y entonces él se me apareció y me mostró el poder de mi llama. —Dirige la mirada hacia Valdhuitrg—. Gracias a él, estáis aquí. Interceptó el túnel de ceniza para que aparecierais cerca de este lugar.

Antes de que el demonio pueda contestar, escuchamos el repiqueteo que producen unos grilletes al ser golpeados los unos con los otros, oímos los pasos que arrastran las cadenas por el suelo y vemos cómo desde la parte oscura del sendero va quedando a la vista un ser de piel amarilla y pelo blanco.

—¿Lo ves, querida? Te dije que funcionaría.

Mientras el extraño se va acercando, me fijo en sus ojos verdes, en sus ropajes anchos y desgastados, en sus zapatos rotos y en la exacerbada sonrisa que le surca el rostro.

—¿Quién eres? —le pregunto.

Karthmessha me mira y responde:

—Es un amigo.

Valdhuitrg guarda silencio y lo examina intentando alcanzar la esencia del ser. Cuando el recién aparecido siente que el demonio trata de adentrarse en su mente, dice:

—No tienes nada que temer, soy un amigo de tu especie. Hace mucho que los tuyos y yo acordamos ayudarnos en momentos delicados. —Se detiene cerca de nosotros, nos enseña los grilletes oxidados que se le hunden en las muñecas—. Y como ves, este es un momento muy delicado para mí. —Alterna la mirada entre el demonio, entre Athwolyort y yo—. Bueno, es un momento delicado para todos. El pequeño ansía la venganza y reunirse con su querida. Tú, hijo de la llama, buscas más o menos lo mismo que él, aunque también deseas que tu pueblo recobre la libertad. Y en cuanto a ti. —Me mira a los ojos—. Quieres salvar El Silencio, canalizarlo y convertirte en su portador. Buscas retroceder en el tiempo, acabar con Los Ancestros y con las fuerzas de Abismo.

—¿Cómo sabes eso? —pregunto, observando cómo le divierte mi desconfianza.

—Lo sé porque también soy capaz de escuchar los susurros que provienen de los confines de la creación. —Se acerca un poco más a mí—. No eres el único capaz de oír las voces del Silencio. —Ante mi incredulidad, su mueca de satisfacción se intensifica—. La diferencia entre tú y yo, es que para mi no son murmullos incomprensibles y soy capaz de buscar entre ellos lo que deseo saber. —Aparta la mirada de mi rostro y la dirige hacia los muertos esparcidos por la cavidad—. El Silencio no solo es la fuerza de la que nació todo, también es la esencia en la que se guardan los sucesos que pasaron, los que pasarán, los que podrían haber pasado y los que nunca pasarán.

Contemplo su rostro sonriente, lo miro a los ojos y le digo:

—Si es así, si eres capaz de saber todo, ¿por qué estás encadenado? —El ser observa los grilletes y vuelve a centrar la vista en mi rostro—. ¿Cómo no pudiste saber que te iban a encadenar?

Durante unos segundos, la única contestación que obtengo es la de su sonrisa que se profundiza más.

—No pude evitar que me encadenaran porque fui yo el que forjó los grilletes y el que se aprisionó. —Mueve las manos todo lo que permiten los eslabones y la cavidad se ilumina dejando a la vista partes en las que hay muros que no han sido derruidos—. Me aprisioné para no volverme más loco de lo que ya estoy. Una enfermedad comenzó a propagarse por la creación, una esencia oscura que usaba la fuerza del silencio para susurrar delirios. Así que decidí silenciar mis sentidos. —Se da la vuelta y comienza a caminar arrastrando las cadenas—. Me até a las leyendas, a los mitos. Amarré mi ser a las entidades que pudieran alargar mi existencia lo suficiente como para alcanzar un fututo remoto.—Después de avanzar un buen tramo, se detiene delante de una esfera brumosa de energía negra y rojiza—. Até mi alma al pasado para poder alcanzar este presente.

Después de hablar, se queda quieto delante de la bola de niebla y esta comienza a descomponerse.

—No puede ser... —susurro al observar y sentir lo que la esfera deja a la vista.

El ser se da la vuelta, queda de espaldas a una representación de él muy envejecida, decrépita, con los ojos rojos y la piel descascarillada, aferrada a un pilar marrón que emerge del suelo, y dice:

—Sí, lo que sientes es parecido a la energía de Abismo. Aunque es anterior a la creación del Pozo sin Fondo. Es la esencia del Alma Oscura. La esencia a la que até mi cuerpo y condené mi alma.

Alterno la mirada entre él y su versión consumida, entre su cuerpo decrépito y la proyección de su espíritu que representa él, y le pregunto:

—¿Por qué quisiste alargar tu tiempo de este modo? ¿Qué ganabas manteniéndote en este estado durante milenios?

Me mira a los ojos y responde:

—Llegar a vosotros.

Valdhuitrg, que se ha guardado silencio observando la versión consumida y analizando lo que el ser decía, se adelanta, se acerca a él y le pregunta:

—¿Y qué quieres de nosotros?

Los ojos del ser le iluminan.

—Que me ayudéis a destruir este mundo.

Athwolyort aprieta los dientes, se aferra al hacha, avanza un paso y espeta:

—¿Estás loco? ¿Quieres que te ayudemos a destruir lo poco que queda en pie?

El ser asiente y contesta:

—Sí, quiero que me ayudéis a destruir este mundo, a sus pobladores, a las imperfecciones y a la fuerza que está ensuciando los susurros del Silencio. —Ante la negativa que muestran nuestros rostros, añade—: Todavía no habéis entendido que el único modo de acabar con Los Ancestros y restaurar el tiempo es destruyendo este mundo.

Mientras me resisto a creerle, siento una tenue brisa acariciarme la espalda, erizarme el vello y trasportar unos susurros que me dicen:

«La muerte del Silencio...».

Niego con la cabeza, me encaro al ser y suelto:

—No vamos a destruir este mundo. Vamos a romper el muro que han alzado Los Ancestros en el tiempo y alcanzaremos el pasado.

—Ya no hay pasado que alcanzar —asegura, se gira, mueve un poco las manos y proyecta una escena que muestra un inmenso vacío—. Todo lo que existía antes de este momento ha dejado paso a la oscuridad que precede a la muerte del Silencio. —La imagen se altera, se trasforma y revela la representación de alguien ataviado con una gruesa armadura negra—. El pasado ha servido de alimento a la imperfección. —El ser de la armadura nos mira y se le iluminan los ojos con un potente brillo carmesí—. En lo que era el pasado tan solo quedan dos cosas: la imperfección y la fuerza que enturbia los susurros del Silencio. —La proyección se desvanece despacio—. Y, a no ser que hagamos algo, lo que alcance antes este mundo será lo que termine de destruir El Silencio adueñándose de la energía residual de la existencia.

Dirigiendo la vista hacia la versión consumida del ser, observando cómo contempla el vacío con la mirada perdida, viendo cómo se mueven las costillas a medida que inspira, pregunto:

—¿Y en qué nos ayudaría destruir este mundo?

—El Silencio guarda los sucesos de todo lo que pasó, de lo que pasará, de lo que pudo pasar y de lo que nunca pasará. —Lo miro de reojo—. Tan solo hemos de alcanzar su fuerza residual para darle el empuje que necesita para destruir lo que queda en pie, absorberlo y crear de nuevo lo que ha dejado de existir. La única forma de que puedas volver a tu tiempo, de que puedas destruir por siempre a Los Ancestros y puedas acabar con las fuerza de Abismo y ganar La Guerra del Silencio, es consiguiendo que este mundo deje de existir.

Miro a Valdhuitrg, siento la fuerza de sus pensamientos, noto cómo empieza a plantearse la destrucción del mundo y le pregunto:

—¿Estás dispuesto a arriesgarte?

El demonio observa a Karthmessha, a Athwolyort, a la representación envejecida del ser y responde:

—Antes averiguaremos si lo que dice es cierto. —Manifiesta la espada de fuego y le pregunta al ser—: ¿Esto es lo que estabas esperando? —Cuando asiente, hunde el filo en el cuerpo decrépito y las cadenas que mantenían apresada la proyección del alma se desvanecen—. Necesitabas la llama para romper tu conexión con tu cuerpo enfermo.

Al liberarse, el alma del ser replica un nuevo cuerpo a partir de la proyección.

—Tan solo el fuego podía acabar con las cadenas de mi tormento.

Valdhuitrg da un paso, eleva la espada y le apunta con ella.

—Espero que no nos mientas, porque si lo has haces, me encargaré de que lo pagues caro.

El ser asiente y Valdhuitrg se da la vuelta. Mientras mis compañeros comienzan a caminar hacia la plataforma, observo el cadáver envejecido y me pregunto:

«¿Cómo puede ser que la única salvación sea la destrucción de este mundo?».

Durante los instantes que me mantengo pensativo, escucho ruidos, arañazos en las piedras, sonidos estridentes que desaparecen con rapidez, chirridos a los que no presto atención pensando en que tan solo son producto de algún animal que merodea el lugar.

Tras ver cómo la piel del cuerpo consumido se agrieta y cómo emerge polvo amarillo de ella, me doy la vuelta, empiezo a seguir a mis compañeros, observo cómo camina el ser y la alegría que desprende, y me digo:

«Espero que no nos estemos equivocando».

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