Capítulo 17 -El mundo más allá del tiempo-
No sé dónde estoy ni si el ritual ha funcionado y me hallo en el mundo del futuro distante, no sé el tiempo que he pasado inconsciente, la única certeza que tengo es que poco a poco he ido recobrando los sentidos y comienzo a percibir lo que me rodea.
El cuerpo me duele y los músculos arden, cuando intento forzarlos siento como si estuvieran a punto de estallar. Estoy tan agotado que hasta me cuesta intentar abrir los párpados. El conjuro para utilizar la energía del Ghoarthorg me ha debilitado, el tránsito a este lugar ha drenado mis fuerzas y necesitaré algo de tiempo para recuperarme.
Mientras me hallo inmóvil, tumbado, notando la humedad de la arena mojada en la piel del rostro, sintiendo el cálido tacto del agua templada acariciarme el brazo, escucho el rítmico sonido que producen las olas.
El aire húmedo, el olor a sal y el ruido que generan algunas aves al volar y sumergirse en busca de presas revelan que estoy al lado de un mar o de un gran lago salado.
Después de conseguir abrir los ojos, atisbo a ver algo más que la arena sobre la que estoy tirado y logro distinguir el tono entre un azul y un verde claro del agua.
«¿Qué lugar es este?» me pregunto, notando cómo la debilidad apenas me deja pensar.
Aunque debería luchar contra la falta de fuerzas y la parálisis, al no percibir ninguna amenaza cerca, me dejo llevar por el sonido relajante de las olas, me adentro en mis recuerdos e ignoro el lugar donde me encuentro. He vivido tanto en tan poco que necesito un poco de tiempo para mí mismo.
«Adalt... Bacrurus... Doscientas Vidas...».
Los nombres de mis hermanos resuenan en mi mente mientras los sentimientos por haberlos encontrado y haberlos perdido fluyen desde lo más profundo de mi ser y se adueñan de mí.
En este momento, en el que me hallo tumbado inmóvil sintiendo el cálido tacto del agua y el calor que proyecta el sol desde el cielo, permito que mis emociones tomen el control y dejo que una lágrima brote, que surque la piel, que bañe la mejilla y que descienda hacia la arena.
Durante este instante de sinceridad conmigo mismo, aunque no me guste aceptarlo ni exteriorizarlo, pienso en cómo a veces me siento superado por la enorme carga de conseguir restaurar la realidad que Los Ancestros destruyeron. En momentos como este, el peso por el destino de la creación me agobia y para soportarlo tengo que aferrarme con fuerza a la esperanza de la victoria.
No es debilidad, no es rendición, tan solo es que una parte de mi ser, la más vulnerable, la que trato de ocultar y fortalecer, la que en el fondo siempre consigue hacerme seguir adelante, me pide un respiro. Esa porción de mí mismo quiere que asuma que no soy más que un ser limitado enfrentándose a criaturas con poderes que escapan a mi imaginación.
—Las imperfecciones... —susurro, notando cómo los músculos empiezan a dejar de arder y cómo se va desvaneciendo la parálisis y la falta de fuerzas.
Mientras escucho el murmullo del mar golpeando la playa, mientras siento los sonidos de las aves al volar y zambullirse en el agua en busca de presas, hundo las palmas en la arena húmeda, flexiono los brazos, alzo la cabeza y contemplo el lugar donde me encuentro.
—¿El mundo distante...? —suelto un pensamiento en voz alta, mirando las rocas que no muy lejos dan comienzo a una pequeña cadena de montañas que desde tierra adentro avanzan hasta hundirse en el agua.
Elevo un poco más la mirada, la subo por encima de la pequeña construcción montañosa y observo el cielo de un azul apagado que se extiende hasta un punto cerca de horizonte, hasta una zona en la que un gran sol rojo proyecta su luz y calor y trasforma el firmamento en un cúmulo de tonos carmesíes.
Sin dejar de mirar el cielo, contemplando las nubes de tonalidades apagadas que se disipan con el viento, hago fuerza con los brazos, me arrodillo, vuelvo a centrar la atención en los sonidos de las aves y dirijo la vista hacia ellas.
—Reptiles... —susurro, observando las criaturas voladoras de pequeño tamaño que mueven sus largas alas resaltando la rigidez de las escamas—. Hacía tiempo que no veía reptiles capaces de volar...
Casi sin darme cuenta, habiendo olvidado mi conexión con Valdhuitrg, miro la muñeca de la que nace la cadena, contemplo los eslabones agrietados y examino el punto donde el metal se parte. El lazo que me une al demonio ha sido roto y también el símbolo de nuestra unión.
Mientras un escalofrío me recorre el cuerpo, mientras el temor por el posible destino de mi compañero se apodera de mí, me pongo de pie y bramo:
—¡Valdhuitrg! ¡¿Dónde estás?! —Camino por la arena húmeda, me alejo del agua, dejo atrás la playa, observo el terreno rocoso de suelo cobrizo que comienza a no mucha distancia de la orilla y vuelvo a gritar—: ¡Valdhuitrg!
Cuando mi chillido se silencia, cuando los sonidos de las aves reptiloides se alejan, siento un fuerte dolor en la muñeca, uno tan intenso que me arranca un fuerte gemido. Mientras aprieto los dientes e intento reprimir un alarido que quiere emerger de lo más profundo de mi ser, miro cómo los eslabones de la cadena partida se iluminan con un potente brillo rojizo y siento cómo me abrasan la carne, el hueso y el alma.
Aunque sigo tratando de contener los gritos, el dolor es tan intenso que estos acaban escapando y resuenan por la playa. Cuando creo que estoy a punto de perder el conocimiento, el calor mengua y los eslabones dejan de estar cubiertos por el fuerte fulgor rojo.
A la vez que el brillo se apaga, el metal que da forma a la cadena se torna negro y se empieza a convertir en ceniza. Atónito, sin comprender qué sucede, observo cómo el viento esparce los restos del yugo que me impusieron Los Ancestros arrastrando los restos de los eslabones que me unían al alma de Valdhuitrg.
En el momento en que se cierra la herida que ha dejado el metal al descomponerse, cuando el hueso y la carne se regeneran, siento como si nunca hubiera tenido la cadena incrustada en la muñeca.
Después de ver volar los últimos granos de polvo gris, guiado por un impulso del que apenas soy consciente, dirijo la mirada hacia el mar. No sé por qué, pero la inmensidad de este lago u océano turquesa consigue que sienta de un modo más profundo la liberación del metal de Los Ancestros.
Cautivado, dejo que la calma que trasmite el sonido de las olas se adueñe de mí. Tras unos instantes en los que me pierdo en la sensación de libertad, el recuerdo de Valdhuitrg se vuelve a apoderar de mí y, guiado por la necesidad de encontrarlo, me giro para examinar el entorno.
Mientras avanzo hacia el terreno rocoso que se extiende desde la playa hasta el horizonte, manifiesto el aura carmesí e incremento mis sentidos en busca de mi compañero.
Con cada paso que doy, aumento el poder que emana de mi ser y me fundo más con el entorno. El oído me lleva a alejarme centenares de metros, me lleva a escuchar el débil sonido que producen unos pequeños insectos al caminar por un tronco seco a mucha distancia. La vista se acentúa tanto que soy capaz de ver qué hay en el límite del horizonte, llegando a vislumbrar cómo se mueven las ramas de un arbusto al ser mecidas por el viento. El tacto me conduce a fundirme con la suave brisa que me acaricia la piel, a unirme a ella, a sentir cómo recorre la atmósfera y percibir cómo pasa por encima de multitud de animales, vegetales y rocas.
Sin dejar de caminar, incremento aún más mi poder, canalizo la energía que nace de la ausencia de pasado y alzo la cabeza.
—¿Dónde estás, Valdhuitrg? —pregunto al mismo tiempo que empiezo a fundirme con parte de la energía del mundo que piso—. Vamos, amigo, muéstrame el lugar en el que te encuentras.
Cierro los ojos, termino de manifestar la fuerza que anida en mi interior y hago que el aura carmesí proyecte un rayo que se eleva hacia el firmamento.
—Te encontraré... —susurro, abro los párpados y siento en la distancia la débil llama de mi amigo—. Iré por ti.
Dejando de canalizar gran parte de poder, apagando el fuego que emana del aura carmesí, me centro en el origen de la energía de Valdhuitrg y empiezo a avanzar a paso ligero surcando el terreno casi desprovisto de vegetación.
Mientras recorro un entorno prácticamente estéril, con tan solo algunos arbustos rompiendo el aspecto desértico, mientras observo que en ciertos puntos algunas piedras apiladas dan forma a construcciones en las que se aprecian los ojos de los pequeños depredadores que aprovechan el día para camuflarse en ellas, pienso en Valdhuitrg, en todo lo que hemos vivido juntos y en lo importante que se ha vuelto para mí.
Hemos pasado por mucho después de que nos conociéramos en los calabozos de Los Ancestros. Hemos luchado, hemos resistido y hemos hallado un modo de poder vencer en la guerra contra las imperfecciones.
En el tiempo que hemos estado unidos por el fuerte lazo que generaba la cadena, hemos dejado de ser dos desconocidos y nos hemos convertido en hermanos de armas. Ahora, después de haber sentido las cargas que arrastra, después de haber alcanzado las profundidades de su alma, después de haber conseguido ganar la primera batalla a los siervos de las imperfecciones y a sus amos, después de haber compartido tanto, no dudaría en dar mi vida por él. Como mis otros hermanos, Valdhuitrg es alguien por el que merece la pena sacrificarse.
—Te encontraré y acabaremos juntos con el reino de terror de Los Ancestros... —susurro, acelero el paso, me dirijo hacia el lugar de donde proviene la energía de mi hermano y me acerco con rapidez a un inmenso cráter que engulle el terreno rocoso.
Cuando alcanzo el borde del gigantesco orificio, me doy cuenta de la profundidad que tiene y me quedo inmóvil un segundo, tratando de ver a Valdhuitrg en la bastedad del cráter, intentando encontrarlo entre los puntos en los que hay una gran cantidad de rocas pulidas acumuladas y la infinidad de pequeños lagos de un líquido marrón.
Al no hallar a mi compañero, empiezo a descender por una de las paredes del cráter pisando la piedra casi lisa que da forma a la superficie. Al mismo tiempo que me dejo resbalar y dirijo la bajada, siento la antigüedad del lugar y la de tiempo que ha pasado desde que el calor y la fuerza del impacto moldearon esta parte del planeta.
Después de descender lo suficiente y alcanzar la zona del cráter donde el suelo se mantiene al mismo nivel, camino bordeando los charcos y lagos de líquido marrón y avanzo entre los cúmulos de piedras apiladas que se elevan tres metros.
Sin detenerme, me concentro y trato de hallar el lugar exacto desde el que fluye la energía de Valdhuitrg, pero lo único que logro es sentir cómo la esencia del demonio se diluye por el cráter. Sin frenar el paso, sin dejar que me perturbe el extraño efecto de sentir el alma de mi hermano extendida por todo el lugar, empiezo a escuchar sonidos casi inapreciables que me muestran que algo se mueve por debajo de la superficie de los lagos marrones.
Instintivamente, manifiesto el aura carmesí, a Dhagul y me giro para observar la orilla del lago que tengo más próximo. Justo cuando termino de darme la vuelta, veo a una decena de seres envueltos por una pringue marrón salir del líquido y lanzarse contra mí.
Mientras doy estocadas y secciono miembros, me fijo en la forma de las criaturas, en los ojos ovalados de color negro, en la piel lisa y verde que va quedando al descubierto cuando el líquido resbala por sus cuerpos, en la ausencia de bocas, de orejas y pelo, en las manos de dedos largos con puntas afiladas, en las membranas que los unen y en los pies largos con gruesas uñas.
Aunque casi no le doy importancia mientras voy acabando con ellos, escucho los sonidos que producen. Aun sin tener boca, son capaces de emitir estridentes chillidos que consiguen que tenga que modular la intensidad de mi oído para no me hieran los tímpanos.
Una vez decapito al último de los seres que han salido del lago, notando que tan solo han sido una avanzadilla, retrocedo unos pasos, me pongo en guardia, intensifico el aura carmesí y digo con la mirada clavada en el líquido marrón:
—Vamos. Venid.
La decena de criaturas que componen la primera oleada gritan y se abalanza contra mí. Espero hasta el último momento, incrusto a Dhagul en el suelo, muevo la mano y la espada avanza creando un surco cargado de energía. Cuando supera la avanzadilla, hago que la manifestación de poder que ha impregnado la espada en la roca estalle consumiendo la carne de los seres.
Con media sonrisa marcada en la cara, bajo el brazo y Dhagul se eleva retornado a mí. Una vez cojo la empuñadura, al mismo tiempo que más criaturas emergen del líquido marrón y corren hacia mí, apunto con la palma hacia el cielo y digo:
—Ya está bien.
Justo cuando mis palabras se silencian, lanzo un haz que se separa en una infinidad de pequeños filamentos que vuelan unos metros hasta que caen en picado hacia mis enemigos. Ante la sorpresa que muestran los seres, las puntas afiladas de esos grandes hilos luminosos les atraviesan la carne, les destrozan los huesos, los órganos y los clavan al suelo.
Mientras intentan moverse, mientras luchan por liberarse, bajo despacio el brazo, hago que los filamentos exploten y susurro:
—Se acabó.
Los pedazos de carne vuelan en todas direcciones y las vísceras y la sangre de un tono púrpura salpica el terreno. Al mismo tiempo que contemplo cómo algunos pedazos de los seres impactan contra la barrera carmesí que he generado a partir de mi aura para que las entrañas de las criaturas nos me salpiquen, hago que Dhagul se desmaterialice, me giro y vuelvo a buscar a Valdhuitrg.
«¿Dónde estás?» me pregunto, reemprendiendo la marcha, dejando atrás el cementerio de carne troceada en el que se ha convertido la orilla del lago.
Sin darle importancia a mi encuentro con los seres, avanzo por una zona repleta de pequeños charcos, siguiendo el rastro de la energía de mi hermano de armas. Después de avanzar unos centenares de metros, cuando alcanzo una parte del terreno en la que los charcos se unifican y cubren la superficie algo más de un palmo, me fijo en una energía casi invisible que tan solo llego a percibir por los débiles destellos verdes que producen algunas de sus partículas.
—¿Qué es eso? —me pregunto, tratando de alcanzar la esencia que se halla oculta.
Tras unos segundos, en los que canalizo mis habilidades para averiguar qué produce esa energía, me adelanto unos pasos, me adentro en el charco, manifiesto el aura carmesí y obligo a la fuerza invisible a que cobre forma.
—¿Qué eres? —mascullo, forzando los músculos del cuerpo, haciendo que mi poder crezca lo suficiente para que lo que se mantiene oculto se vea forzado a mostrarse.
Al cabo de unos instantes, la energía casi invisible se empieza a condensar, produciendo destellos y creando una nube gris que no tarda en volverse verde. Poco a poco, mientras un fuerte viento se propaga desde el interior de la bruma, se escucha una voz emerger de la niebla:
—¿Por qué interrumpes mi sueño?
Cuando empiezo a notar la presencia de quien se está materializando, manifiesto a Dhagul y aseguro:
—Interrumpo tu sueño porque creo que tienes algo que ver con que la energía de mi amigo esté diseminada por este cráter.
La bruma comienza a desvanecerse despacio y deja a la vista a un ser de piel púrpura muy fornido. Los brazos los lleva recubiertos por anillas marrones que se afirman con fuerza a los músculos. Las piernas están casi completamente desnudas, pero, de la prenda ajustada que se aferra a la cintura y cae hasta el cuadriceps, nacen varios hilos metálicos que recorren la piel hasta dar forma a un calzado que cubre la parte baja de las extremidades.
Aunque el tronco está descubierto, casi a la altura de los hombros, en la parte alta del pecho, se halla incrustada una pieza alargada de metal negro que le recorre la espalda. La melena de color marrón cae apoyándose en los hombros y la barba densa surca el rostro hasta condensarse en una perilla muy poblada; la única parte afeitada es la del contorno del labio superior.
Los ojos tienen un tono púrpura más apagado que el de la piel y proyectan la intensa fuerza del alma del ser. El rostro, en conjunto, revela con fuerza la ferocidad que se esconde tras unos rasgos que muestran una aparente capa de contención.
—¿Tu amigo? —pregunta sin moverse, sin plasmar ninguna emoción en las palabras—. No sé de quién me hablas. —Inspira despacio, los pulmones se llenan y los músculos del pecho se elevan un poco—. Ahora vete y deja de molestarme.
Vuelvo a sentir la energía de Valdhuitrg emanar del cráter, aprieto con fuerza la empuñadura de Dhagul, doy un paso y sentencio:
—Este lugar está impregnado con la energía de mi amigo. —Le apunto con la el filo de Dhagul—. Y este lugar se condensa en ti. —El aura carmesí me recubre el cuerpo—. Dices que no sabes nada de él, pero no te creo.
El ser se mantiene en silencio unos segundos.
—Me da igual lo que pienses. No es mi problema que la energía de tu amigo impregne el cráter. Para mí lo único importante es mi descanso.
Aunque tengo ganas de atacarle y comprobar si dice la verdad, me contengo, freno los impulsos y le doy una última oportunidad.
—¿Entonces cómo explicas que la esencia de mi amigo se halle aquí?
Por primera vez, el ser mueve ligeramente la cabeza y dirige la mirada hacia un lago de líquido marrón que no se encuentra muy lejos.
—No lo sé. Quizá haya criaturas que atacaron a tu amigo. O puede que de alguna forma él disgregara su energía. —Despacio, vuelve a centrar la vista en mí—. Pero eso no es mi problema.
Cuando empiezo a creerle, cuando estoy a punto de bajar el brazo y desmaterializar a Dhagul, escucho un intenso sonido similar al que producían las criaturas que vencí y veo cómo emerge del lago un ser con cierta semejanza física aunque mucho más grande, rápido y fuerte.
La criatura gigante se desplaza a gran velocidad, llega a nuestra altura y se abalanza sobre el fornido de las anillas sin darme tiempo a reaccionar. Cuando casi está encima de él y se dispone a golpearlo, el ser musculoso mueve el brazo con rapidez, da un puñetazo y destroza la cabeza de la bestia.
Al ver cómo se desploma el cuerpo sin vida de la criatura gigante, el fornido gira la cabeza, mira hacia una parte cercana del charco que pisamos y pronuncia casi como si estuviera hablando consigo mismo:
—Este lugar ha cambiado demasiado durante mi descanso.
Apenas pasan unos segundos, un temblor sacude el suelo y hace que vibre el líquido marrón en el que se hunden mis pies. Cerca de nosotros, unos tentáculos marrones emergen, se alzan una decena de metros y comienzan a expulsar una sustancia que enrarece y enturbia el aire.
—¿Qué demonios eres? —pregunto mientras me alcanza el aire contaminado.
Tosiendo, con el reverso de la mano tapándome la boca, sintiendo lo que se halla sumergido en las cavidades inundadas que se encuentran por debajo de los lagos, miro al fornido de las anillas y le digo:
—Forma parte de algo mucho más grande.
Sin devolverme la mirada, sin siquiera asentir o mostrar con algún gesto que me ha prestado atención, observa los tentáculos y pronuncia sin ocultar lo mucho que le molesta que su descanso haya sido perturbado:
—Me da igual a qué pertenezca. Yo debería estar descansando, pero por tu culpa he sido traído de vuelta a este mundo y tengo que destruir a la bestia que vive sumergida. —Sin moverse, inspira despacio, da una fuerte palmada y genera una onda que vibra con tanta intensidad que revienta los tentáculos—. Me has traído de vuelta para que destruya. Me obligas a hacerlo. —Me mira a los ojos y siento cómo le corroe el tener que utilizar su poder—. Ahora que sabe que existo, esa bestia no me dejaría descansar, si me convierto en energía y me recluyo en mi ser, azotará las partículas de mi alma para intentar devorarme. —Cierra los puños y clava una rodilla en el charco—. Me has obligado a tener que matar. —Lanza un puñetazo contra el suelo, la tierra tiembla y tengo que pisar con fuerza para no tambalearme—. No quería que la destrucción me volviera a reclamar... —Canaliza una gran cantidad de poder, lo desplaza por el brazo y lo proyecta al interior de las cavidades subterráneas aniquilando a la bestia—. La destrucción... —susurra, elevando la mirada, clavándola en mí.
Percibo los sentimientos que emergen con fuerza de su interior, noto la contradicción que se apodera de él, las ganas de acabar conmigo por haberlo despertado para que volviera a matar y el intenso deseo de dejarme en paz y recluirse en su ser para alejarse del mundo y de su pasado.
—La energía de mi amigo está impregnada en este lugar —le digo—. No quería despertarte, pero tú eras lo único que me podía dar respuestas.
Aunque se levanta sin ocultar las ganas que tiene de golpearme, tras unos segundos, se calma, inspira despacio y dice:
—No sé quién es tu amigo ni dónde está. Este mundo existe en diferentes planos. Quizá sí esté aquí, en este cráter, pero vibrando a una intensidad que lo aleja de este nivel de existencia.
Ladeo un poco la cabeza, pienso en lo que me ha dicho y, mientras vuelvo a mirarlo a los ojos, susurro:
—¿Diferentes planos? —Observo el charco, los lagos, el entorno de piedra pulida y los tentáculos destrozados—. Un mundo dentro de muchos mundos —suelto un pensamiento en voz alta.
—En este mundo hay encerrado mucho más de lo que parece —asegura.
Percibiendo a través de sus ojos las inmensas cargas que arrastra, le digo:
—Siento haberte sacado de tu descanso, pero mi amigo es esencial para ganar la guerra.
—¿La guerra? ¿Qué guerra? —pregunta casi por inercia, sin importarle de verdad.
—La guerra contra Los Ancestros del Silencio. —Aunque se mantiene imperturbable, su mirada muestra una pequeña reacción, revela que no ha desconectado del todo con el mundo y que aún le importa lo que ocurra fuera de su plano de descanso—. Las imperfecciones que nacieron de la fuerza primordial y destruyeron el tiempo.
—El tiempo... Los Ancestros... —Guarda silencio durante unos instantes, se recluye en sus pensamientos, medita lo que le he dicho y luego añade—: Espero que encuentres a tu amigo y que logréis vencer.
Poco a poco, el líquido marrón empieza a evaporarse y los lagos y charcos se van convirtiendo en terreno sólido. El aspecto del cráter va cambiando con rapidez y en pocos segundos ni siquiera queda rastro de los restos de las criaturas y los tentáculos.
Mientras contemplo cómo lo que me rodea termina de trasmutarse, suelto:
—La muerte de la bestia ha trasformado el entorno...
El fornido de las anillas me mira extrañado y pregunta:
—¿No sabes cuál es la naturaleza de este mundo? —Al comprobar por mi expresión que la desconozco, añade—: Curioso.
Cuando estoy a punto de pedirle que me hable de ella, escucho el sonido desgarrador que emerge de la garganta de una bestia, cómo resuenan los golpes que producen las patas mientras avanza, me giro y veo descender por uno de los costados del cráter a un gran animal y al que lo monta.
Mientras fuerzo la visión para ver el rostro de quien dirige a la criatura, me fijo en la piel rugosa y gris del animal que avanza a gran velocidad, en el tamaño el doble de grande que el de un caballo, en los pequeños cuernos que se extienden desde el interior de la boca unos pocos centímetros fuera de ella, en las piezas de metal que se hallan en gran parte del cuerpo creándole una fuerte armadura y en la potencia de los músculos de las patas que golpean el suelo.
—¿Qué clase de criatura es esa? —me pregunto poco antes de ver con claridad el rostro del que monta al animal—. No puede ser... —mascullo, aprieto los puños, me adelanto unos pasos y pronuncio con rabia—: Un Ghuraki. ¿Qué hace un Ghuraki en este mundo?
Manifiesto el aura carmesí, doy forma a Dhagul y me pongo en la trayectoria de la bestia. Cuando la criatura está a unos metros de mí, el Ghuraki la frena y me observa desafiante.
—¿Quién eres? ¿Y qué haces en este lugar? —me pregunta mostrando desprecio.
Aunque apenas dejo de mirarle a los ojos, durante un par de segundos, me fijo en la inmensa arma que porta envainada en la espalda, una espada construida con la mandíbula de algún gran depredador, y ojeo el colgante que le cae sobre el pecho desnudo, una cadena de metal gris que se funde con una piedra preciosa negra
—Soy tu muerte —aseguro—. Soy el que acabó con tu pueblo.
Por un instante, se manifiesta cierta sorpresa en su rostro.
—¿Acabaste con mi pueblo? ¿Acabaste con los Ghurakis? —Ante mi silencio, ante lo que muestra mi semblante, sonríe y sigue hablando—: Así que acabaste con mi especie y mataste a We'ahthurg y a sus malditos hijos. —Desmonta, da una palmada en el grueso cuello de su montura y esta retrocede un poco—. Supongo que debo darte las gracias por acabar con ellos.
Durante los segundos que me mantengo callado, lo observo tratando de descubrir si lo que ha querido hacer era enmascarar sus emociones tras sus palabras, si en el fondo lo que desea es arrancarme la cabeza por haber matado a los suyos, si dentro de su mente no bulle la idea de estrangularme con mis tripas.
—No te creo. —Me mantengo firme, con la mano aferrada a la empuñadura de la espada, aumentando la intensidad del brillo de mi aura, mirándole a los ojos—. Tu especie merece todo el dolor que les infligí. —Guardo silencio un segundo—. Y tú también.
Centra la vista en mis ojos, pierde la tenue sonrisa que se había dibujado en su rostro y las iris púrpuras le brillan un poco dotando a su mirada de un halo que llega a perturbar. Pasa todo tan rápido que apenas me da tiempo a sentir cómo se adentra en mi mente, cómo penetra en mis recuerdos y busca si lo que digo es cierto.
—¡Basta! —bramo, moviendo la mano, expulsándolo de mi ser—. No hace falta que busques en mi memoria para saber que lo que digo es verdad. —Impulsado por la fuerza que nace en mi interior, por la que crece por la ausencia de un pasado, dirigido por ella, alzo el brazo y genero una imagen compuesta por energía carmesí que da forma a los últimos momentos de We'ahthurg y El Mundo Ghuraki—. Esto es lo que pasó —añado, mientras meneo ligeramente los dedos y hago que la imagen se ponga en movimiento y muestre cómo murió el caudillo Ghuraki—. Así fue cómo acabó el primero de tu especie, siendo devorado por el mundo que subyugó durante siglos. —Bajo el brazo y la energía que da forma a la escena regresa a mí.
El Ghuraki sonríe y me pregunta:
—¿Y acabaste con todo mi pueblo? ¿No dejaste a ninguno con vida? —A través de su mirada sé qué quiere decir, a través de sus ojos alcanzo a ver a quién se refiere—. ¿No dejaste a una Ghuraki con vida?
—Así es —contesto, sabiendo que ha conseguido descubrir en mis recuerdos cómo La Cazadora se unió a nuestra causa—. A la única de tu especie que merecía vivir.
—A La Cazadora, una de las Ghurakis más poderosas. Alguien importante. —Dirige la vista hacia el fornido de las anillas y me pregunta—: ¿Voy a poder ir hacia mi viejo amigo sin que intentes matarme? —Vuelve a mirarme a los ojos—. ¿O voy a tener que combatir contra ti?
Aunque dudo al oír que llama amigo al ser musculoso, el odio que siento por su especie y la oscuridad que propaga su interior consiguen que me mantenga firme.
—Para llegar a él, vas a tener que pagar con sangre.
—No me dejas otra opción... —Desenvaina el arma creada con la mandíbula de la una bestia gigante—. Si quieres combatir, no negaré tu deseo.
Antes de que corramos el uno contra el otro, el fornido de las anillas avanza unos pasos y ordena:
—Parad ya. No vais a destrozar el lugar de mi descanso con vuestra absurda batalla por ver quién es el más poderoso. —Camina hasta adelantarme y se pone entremedio de los dos—. Dejad de comportaros como niños y mostrad respeto por mi hogar.
Aunque deseo lanzarme contra el Ghuraki, aunque me encantaría golpearlo y borrarle la sonrisa que se le dibuja en el rostro, desmaterializo a Dhagul y hago que el aura desaparezca.
—Está bien —digo, mientras veo cómo mi enemigo envaina el arma.
El fornido de las anillas mira al Ghuraki y le pregunta:
—¿Qué haces aquí? ¿No te quedó claro que no quería saber nada de tus locuras? ¿No entendiste que nuestro destierro significó mi renuncia a la violencia?
—Sí, me quedó claro después de insistirte varias veces para que te unieras a nosotros. —El Ghuraki camina hasta quedar muy cerca de él—. Pero, al sentir tu despertar, he creído que habías cambiado de opinión. Que habías decidido abandonar tu refugio espiritual porque habías purgado tus pecados. —Lo mira a los ojos—. He llegado a pensar que te unirías y que volveríamos a luchar juntos.
El fornido de las anillas cierra los ojos, niega con la cabeza, eleva un poco la cabeza, abre los párpados, contempla el cielo rojizo y dice:
—Aquellos tiempos quedaron atrás. Después de que los creadores nos enviaran a este exilio, después de que dijeran que liberamos el alma oscura, una parte de mi se perdió; la parte que me empujaba a luchar, la que me creaba las ansias por destruir... —Baja la cabeza y mira a los ojos del Ghuraki—. El Yhasnet que conociste desapareció en el momento en que abandonamos nuestro antiguo hogar.
Sin poder ocultar cierta decepción, el Ghuraki susurra:
—Entiendo...
Tras unos instantes en los que permanecen en silencio, el fornido de las anillas empieza a hablar:
—No sé qué me hicieron los creadores, no sé qué energía usaron para crear el vórtice, pero al arrastrarme aquí consiguieron que sintiera una gran culpa. Consiguieron que me arrepintiera de mi pasado.
—Malditos creadores. —El Ghuraki aprieta los puños de forma inconsciente—. Nunca habían usado tanto poder. No al menos desde que desterraron a Dheasthe.
Al escuchar el nombre del creador de Ghurakis loco, suelto:
—Dheasthe, ese enfermo. —Ambos me miran con curiosidad, queriendo saber de qué lo conozco—. Luché contra él y lo derroté, pero escapó. No tendrá tanta suerte la próxima vez que lo vea. Haré que pague por lo que hizo, por engañarme, por querer aniquilar nuestras almas y usarlas de alimento para traer de vuelta a Los Asfiuhs.
—¿Los Asfiuhs? —pregunta el Ghuraki—. ¿Llegaste a ver a Los Asfiuhs? ¿Tomaron forma? ¿Dejaron atrás su prisión?
Lo miro a los ojos y le contesto:
—Sí, los vi. Me adentré en el lugar donde se hallan aprisionados. —Dirijo la mirada hacia el fornido de las anillas que me contempla con cierta expectación—. Salí de su prisión y, junto a mis hermanos de armas, cuando estaban a punto de dejar atrás el plano que los recluye, los derroté.
Ambos se quedan callados, sin poder ocultar su sorpresa.
—¿Derrotaste a los dioses oscuros? —me pregunta Yhasnet.
Asiento.
—Los volvimos a recluir en su prisión. Aunque, antes de que quedaran encerrados, manipulando la energía de uno de mis hermanos, consiguieron destruir una luna roja. —Guardo silencio un segundo—. Mukrah estaba conectado al satélite y lo usaron para destruirlo.
—Una luna roja... —suelta el Ghuraki—. De ahí la perturbación que percibimos...
Aunque noto cómo Yhasnet quiere alejarse de las sensaciones y pensamientos que le han creado mis palabras, el hecho de saber de la destrucción del satélite y de que de alguna forma eso esté unido a la perturbación que ha mencionado el Ghuraki hace que durante unos instantes se plantee dejar atrás su descanso. Sin embargo, al poco de sentir cómo ha cobrado fuerza dentro de él la idea de renunciar al camino por el que ha decidido conducir su vida, la necesidad de alejarse de la destrucción y la violencia se vuelven a apoderar de él.
—Aunque me gustaría ayudar, mi descanso me reclama —comenta, dándose la vuelta y empezando a caminar hacia el lugar donde lo saqué de su sueño.
—Espera —dice el Ghuraki y Yhasnet se detiene sin darse la vuelta—. Si Los Asfiuhs tomaron forma, significa que su energía volverá a renacer. No podemos dejar que las deidades oscuras engendren creadores enfermos. No podemos dejar que destruyan la existencia para convertirla en un lugar de ausencia permanente. —En un último intento por lograr que su amigo se una a él, insiste—: Recae en nosotros la obligación de no darles los poco que nos queda.
El fornido de las anillas reemprende la marcha y contesta:
—No, en mí no. Y si quieres que recaiga en ti, busca aliados, los necesitarás.
Cuando a Yhasnet apenas le quedan unos pasos para alcanzar el lugar desde el que regresará a su descanso, un estallido de energía roja, que se extiende a una veintena de metros por encima de nosotros, llama su atención y lo hace detenerse.
—No puede ser... —susurro, viendo cómo en medio de la intensa explosión de luz empieza a tomar forma Valdhuitrg—. ¿Cómo es posible?
Yhasnet se da la vuelta, me mira a los ojos y responde:
—La naturaleza de este mundo encierra muchos secretos. Espero que no acaben devorándote a ti y a tu amigo. —Vuelve a caminar, da unos pasos y alcanza el lugar de su descanso—. Ojalá que no devore a nadie más —murmura, antes de que su cuerpo se convierta en una bruma verdosa que pierde brillo con rapidez hasta tornarse casi inapreciable.
—¿Devorarnos...? —susurro.
—Este mundo es un lugar en el que es difícil mantenerse alejado —dice el Ghuraki con un tono cargado de pesar, frustración y cierta rabia—. Es el mundo perfecto para convertirte en un siervo del destino —añade, observando el lugar donde su amigo ha vuelto a su descanso.
Cuando Valdhuitrg termina de manifestarse, la gravedad del mundo tira de él y el demonio cae con fuerza contra el suelo del cráter agrietándolo con el impacto. Mientras corro hacía el demonio, veo cómo recupera la consciencia, cómo se levanta desorientado y cómo se tambalea.
Antes de que se derrumbe, lo alcanzo y lo ayudo a sostenerse. Tras unos segundos en los que contempla lo que nos rodea, me mira y me pregunta:
—¿Dónde estamos? ¿Funcionó? ¿Alcanzamos el mundo distante? —Confundido, asimilando lo que ha pasado y recuperándose del viaje, dirige la mirada hacia el Ghuraki y pronuncia—: ¿Quién es ese?
Mientras observo cómo los eslabones que se le hunden en la muñeca se convierten en polvo, mientras veo cómo no se da cuenta de que se desvanece el signo de la esclavitud impuesta por Los Ancestros, contesto:
—No sé si funcionó. No sé si este es el mundo que teníamos que alcanzar. —Miro al Ghuraki y añado—: En cuanto a él, es una larga historia.
Apenas se silencian mis palabras, tanto Valdhuitrg como yo empezamos a sentir cómo se propaga por el planeta la energía de los aliados que nos acompañaban en el Ghoarthorg; las almas de Jhartghartgahst, de Hathgrelmuthl, de Zhuasraht, de Karthmessha, de Athwolyort y también la de los encadenados que se nos unieron en las ruinas lanzan destellos al arrastrar los cuerpos a este tiempo y lugar.
Las esencias de nuestros compañeros están distantes, alejadas las unas de las otras y también de nosotros, pero nos muestran que el conjuro fue lo suficiente potente para desplazarlos a todos. Aunque quizá este no sea el lugar al que teníamos que ir, al menos sabemos que en parte el conjuro funcionó y que nos alejó del Ghoarthorg.
El Ghuraki, que se ha mantenido observando el cielo rojizo durante los instantes en los que las energías de nuestros aliados se han percibido con fuerza, baja la mirada, la centra en nosotros y dice:
—No sé quiénes sois ni quiénes son los que se han materializado, pero no habríais podido elegir un peor destino. —Vuelve a mirar hacia el sitio donde Yhasnet ha regresado a su descanso—. Acabareis echando de menos el lugar desde donde partisteis.
Recuperado de la debilidad y de la desorientación que lo poseía, Valdhuitrg se separa de mí, avanza unos pasos y le dice:
—He caminado por muchos infiernos, por los mundos surgidos de las pesadillas de los demonios más temibles, y aunque este mundo sea aún más terrible que las peores recreaciones de las imperfecciones, no echaré de menos el reino de Los Ancestros. —Centra la mirada en los ojos del Ghuraki y pronuncia sin ocultar sus ansias de venganza—: Iría donde fuera con tal de acabar con ellos.
Valdhuitrg está tan inmerso en el odio que siente por Los Ancestros que no se da cuenta de que pequeños destellos rojizos comienzan a recorrerle la piel; el poder del demonio ha aumentado hasta alcanzar un nivel que me sorprende.
El Ghuraki lo observa con cierta sorpresa y dice:
—Interesante... —Se acerca a Valdhuitrg y contempla los pequeños destellos rojos—. La llama... —Lo mira a los ojos—. ¿Cómo es posible que poseas la llama?
—¿Qué llama? ¿La llama de mi especie? —pregunta mi hermano de armas.
Antes de contestar, el Ghuraki se queda observando los destellos.
—La llama que se extinguió hace mucho, la que tan solo dejó cenizas: la llama de este mundo. —Se quita el colgante que porta, lo lanza al suelo y la piedra preciosa oscura proyecta una imagen que muestra una ciudad en ruinas, una urbe cubierta por una densa bruma de cenizas—. Según cuentan, los restos de la brasa extinta emergieron del suelo al poco de que la llama se apagara, no mucho después de que los portadores dejaron atrás este mundo. —Mira la imagen, ve cómo una bandada de aves gigantes de ocho alas y tres cabezas vuelan por encima de la ciudad destruida y continúa—: Yo no llegué a conocer este mundo cuando resplandecía, pero sí que alcancé a ver cómo era la llama a través de un moribundo que conservaba parte de ella en su interior. —Dirige la mirada hacia los ojos de Valdhuitrg—. A través de alguien que llegó a contarme cómo fue el pasado de este lugar y las especies que lo custodiaban. —Recoge el colgante y se lo vuelve a colocar—. No sé el tiempo que llevo vagando por este mundo, no sé cuánto hace desde que mis creadores me desterraron, pero sí sé que la ceniza avanza imparable.
Nos mira una última vez, se da la vuelta y se dirige hacia el animal que lo ha traído hasta aquí. Antes de que lo alcance, Valdhuitrg le pide:
—Únete a nosotros. —El Ghuraki se detiene, pero no se da la vuelta—. Cuando Los Ancestros alcancen este mundo, la ceniza no será lo único de lo que tendrás que preocuparte. Las imperfecciones poseen el poder del Silencio.
—¿El poder del Silencio? —pregunta antes de seguir caminando y montar al animal—. El Silencio se apartó de la creación después de darle forma. El Silencio no interviene. Eso fue lo que descubrí después de mucho tiempo vagando por su creación.
Aunque no me fío del Ghuraki, aunque al ver su rostro pienso en Haskhas y We'ahthurg, aunque me repugna la oscuridad que brota de él, me adelanto un paso y aseguro:
—El Silencio empezó a intervenir sutilmente. La fuerza ancestral comenzó a manifestarse para que yo pudiera ganar la guerra contra las fuerzas de Abismo. Pero algo o alguien cambió el futuro, usó la corrupción en El Silencio y dio forma a Los Ancestros. —Lo miro a los ojos y sentencio—: Si esas imperfecciones no son detenidas, arrasarán lo que existe. Acabarán con este mundo y contigo.
El Ghuraki se queda casi medio minuto pensativo, observándonos, valorando qué hacer. Al final, ayudado por el dedo pulgar y corazón, da un fuerte silbido. Mientras escuchamos los golpes que dos animales como el que monta producen al acercarse, nos dice:
—Hace mucho que no me gusta tomar decisiones solo, le consultaré a Vhareis, a ver qué piensa ella.
En silencio, mueve las correas que sujetan la cabeza del animal, hace que se dé la vuelta y lo empuja a trotar. Valdhuitrg y yo nos montamos en los otros dos y los seguimos. Al poco de dejar atrás el cráter, nos dirigimos a gran velocidad hacia un portal lo suficientemente grande como para que quepamos los tres.
Mientras lo atravesamos, antes de ver qué hay más allá, me digo:
«Espero que no sea un error aliarse con un Ghuraki...».
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