Capítulo 4
El Patriarca continúa con su búsqueda, preguntándose cómo estará la Matriarca. Tal vez se sienta sola sin él o todo lo contrario.
–El valle silvestre está muy cerca –comenta y voltea a ver a su acompañante. La muchacha cayó hace un par de metros del cansancio, mientras que las ovejas balan, alentando a que se levante. Él corre a su encuentro y nota los pies lastimados de la muchacha, llenos de sangre y suciedad. Debido a esto ella tiene fiebre.
–Estoy bien, solo... –Mercedes aparta suavemente la mano que le ofrece ayuda e intenta levantarse. Entonces una fuerte punzada de dolor en sus pies la obliga a permanecer en el suelo.
–¿Por qué no dijiste nada? –le pregunta levantándola del suelo, la toma con delicadeza, asegurándose de que no tocar sus heridas.
–¿Me estás culpando por esto? –murmura forcejeando, sin importarle que pueda caer. Por lo general no acepta ayuda de ningún hombre ni mucho menos aceptará al líder de estos.
–Yo no me canso, si tú o tus animales necesitan descansar debes avisarme y nos detendremos –responde mientras reanudan la caminata. Las ovejas no se alejan mucho de ellos mientras se detienen un momento para pastar.
El sol se cubre en ese momento por unas feas nubes de lluvia, pero la mayor preocupación para el Patriarca es la molesta mujer que lo mira con el ceño fruncido. Mantiene cruzados los brazos mientras murmura entre dientes que ya quiere llegar a un lugar para acampar, así la dejará de tocar.
Además el incómodo silencio entre ambos es casi insoportable para Mercedes. Su mente busca alguna excusa para que la baje, así caminará por su cuenta.
–Creo que ya me siento mejor, puedes bajarme –habla mirando al suelo, pero él la ignora y continúa avanzando–. Además pronto lloverá. Tengo una tienda entre mis cosas.
Mercedes frunce el ceño y golpea el pecho del Patriarca tan fuerte como puede, aunque esto equivale para su puño impactar de lleno contra una pared. Ella maldice mientras sostiene su mano lastimada. Entonces él la deja sobre la hierba y la mira. Sus ojos azules y profundos como el mismo mar. Un momento después dirige su mirada hacia las nubes que desataron toda su ira hacia los valles. La temperatura del ambiente cambia, haciendo tiritar a Mercedes. Rápidamente toma a sus ovejas y las abraza. Reviviendo el desastroso recuerdo de aquel huracán.
Los minutos pasan y la lluvia es fuerte, se oye como si una cascada estuviera a su alrededor. Entonces, al no sentir la lluvia sobre ella, Mercedes abre los ojos, encontrándose con algo imposible y espectacular. Pues la lluvia impactan contra una especie de campo de fuerza invisible y resbala por este, creando una semi esfera de agua que los rodea. Todo dentro de este campo continúa seco.
–Descansaremos aquí –dice el Patriarca mientras toma asiento frente a ella. Luego toma la pierna de Mercedes, haciendo que esta grite y lo patee repetidas veces. Muchas imágenes de ella sometida por el hombre llegan a su mente y trata de huir.
–¡Sabía que algo así pasaría, suéltame!
–¡Basta! Sólo voy a curar tus pies, histérica –responde y la suelta, provocando que ella caiga de cara al suelo, ya que estiraba con fuerza para recuperar su pierna. Luego de esto ella se calma mientras permanece recostada sobre la hierba. Hace muecas y suelta quejidos de vez en cuando mientras él desinfecta sus ampollas, para terminar coloca un ungüento especial para heridas y luego venda los pequeños pies con paciencia.
–Listo –dice luego de acabar. Mercedes le agradece en voz baja para luego pretender que no dijo nada, aunque–. Ahora dame tu mano y continuaré con tu mentón –le pide extendiendo la suya hacia ella. Finalmente bufa y deja que él cure incluso el raspón de su barbilla cuando intentaba huir.
–Este... ¿Por qué la Matriarca se fue? ¿Qué le hiciste?
–También quisiera saberlo, sólo se marchó. Tuvimos una charla extraña antes de eso –murmura mientras toma una semilla de la bolsita que trajo consigo del templo. Él planta la semilla y con un poco de agua consigue creer, pero a un ritmo muy acelerado. La semilla termina convirtiéndose en un fuerte árbol de manzanos, repleto de esta fruta. Entonces el recuerdo viene a su mente, él estaba decorando los jardines del templo cuando la Matriarca le dijo que extrañaba los tiempos en donde ambos utilizaban sus poderes y moldearon el mundo.
–¿Poderes como estos? –pregunta su acompañante mientras come dos manzanas al mismo tiempo. Ella y sus ovejas no se detendrán hasta quedar satisfechas.
–Oh si, entonces le dije que eso quedaría en el pasado. Creamos el mundo tan perfecto que los ecosistemas y seres vivos pueden existir sin nuestra intervención. Por ejemplo, ya no hacía falta que la Matriarca mueva las corrientes del océano porque creamos la Luna. Con cada sistema funcionando por sí solo creí que tendríamos más tiempo para nosotros.
Mercedes lo escucha sin atreverse a interrumpir pero siente que debería decir algo.
–Por lo que dices de ella, parece ser muy poderosa –comienzan haciendo que la atención del Patriarca esté enteramente sobre ella–. Es una lastima que nunca había escuchado hablar de la Matriarca.
–Lo es, igual que yo, pero suele tener problemas para controlarlos. Además ambos nos distanciamos bastante de los humanos los últimos milenios. La idea de dioses y seres poderosos es ridícula para ustedes actualmente y solo algunos nos recuerdan. –Él deja de hablar y se sienta en el suelo, recostando su espalda por el gran manzano.
–¿Sabes? Estaba pensando en huir –dice Mercedes mientras se acuesta en la suave hierba junto con su rebaño–. Pero ahora quiero conocer a la Matriarca y te seguiré a donde vayas. –Ella suelta un largo bostezo y comienza a cerrar los párpados, siendo unos ojos azules y una sonrisa lo último que ve antes de caer dormida.
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