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Capítulo 3

–Cree que me intimida, ja, está muy equivocado –refunfuña Mercedes mientras recorre los lugares más recónditos del gran templo, en busca de sus ovejas. No puede marcharse sin ellas, no puede perder más.

Un balido llama su atención, lo reconoce a la perfección ya que se trata de cordero más pequeño, entonces corre rápidamente hacia el sonido. Topándose con algo que la deja sin aliento pero a la vez aliviada, la familia de ovejas están junto al padre que se había perdido con los otros dos corderos en el huracán. Mercedes sonríe y acaricia al animal, diciendo que lo había extrañado.

Al ver la pata vendada y las telas manchadas de sangre, ella deduce que intentó proteger a sus pequeños de los depredadores. Sin embargo fue demasiado para él.

–Todo estará bien –dice sonriendo–. Ya estamos juntos.

–Esto sucede cuando pasas demasiado tiempo solo. –La voz del Patriarca la hace girar hacia él. Encontrando al mismo hombre que le dio la bienvenida al templo, sin embargo ahora, en lugar de llevar una túnica de finísimas telas blancas, viste un suéter marrón y unos jeans azul oscuro. Además cortó su larga cabellera dorada.

–Q-Que...

–Veo que encontraste a tus ovejas, la que está lastimada apareció anoche y traté su herida –comenta para luego agacharse y quitar la tela de la pata del cordero, donde antes había una fea marca de colmillos ahora solo queda una cicatriz.

–Gracias. Fueron un regalo de mis padres y perderlos sería terrible –murmura dándole un par de acaricias más al pequeño de la familia.

–Bueno, hora de partir –declara él luego de levantar una pesada mochila sobre sus hombros–. ¡Camina mujer! –le ordena la ver que aún no se a movido de su lugar.

–Está bien –suspira relajando un poco si expresión malhumorada. Mercedes le ordena a las ovejas seguirla y va tras el Patriarca. Las ruinas del templo se van cayendo poco a poco a medida que el dios abandona su hogar.

El Patriarca mira al cielo, recordando por un momento cuando, en todo su esplendor, podía ver el sol salir al estar entre las nubes. Sin embargo la tierra firme no está tan mal, la tranquila brisa y el aroma al campo silvestre son maravillosos.

Él se detiene por un momento y toma el mapa para descifrar donde podría estar la Matriarca. La conoce como la palma de su mano, pero también ella lo conoce a él, por lo que encontrarla será una tarea difícil. En ese momento siente la presencia de la mortal, intentando asomarse para ver también el mapa con curiosidad.

–Esto es el mapa del mundo, diseñado por mí por supuesto –le explica dándole una sonrisa, de inmediato la misma se borra al ver la mirada fúrica de la muchacha.

–Sé lo que es un mapa, mi madre me enseñó cada rincón de Imalva. Si, escuchaste bien, mi madre.

–Bueno, no te enojes. –El Patriarca bufa y regresa la mirada al mapa, piensa que las inmensas montañas del continente Zenmeideoga sea el lugar en donde la Matriarca fue. Aunque los desiertos y oasis de Olmian también son una buena opción, así como las exóticas selvas y mares de Austresaea.

–No existe un lugar llamado Afreseas o Hibernas aquí en Imalva –cuestiona Mercedes luego de darle una rápida mirada al mapa.

–Es porque Imalva está dentro del continente Afreseas e Hibernas es otro continente –él se toma la molestia de explicarle a pesar de que ella pueda molestarse sin razón.

–Pero-

–¿Acaso tú creaste este mundo o yo? ¿hum? –Una sonrisa ilumina el rostro del Patriarca al verla inflar sus cachetes y refunfuñar–. Dime, ¿dónde irías si fueras la Matriarca?

Muy lejos de ti, piensa Mercedes reprimiendo una risa ya que su propia broma es demasiado graciosa para ella.

–Bueno, iría aquí. Claro que sí –responde al mismo tiempo que señala un lugar llamado valle silvestre, el mismo en donde se encontraba su nuevo hogar.

–Que no se diga más –exclama él enrollando el mapa y lo guarda dentro de la mochila. Así comienza otro tedioso viaje para Mercedes, ella aún no se a recuperado de las ampollas de sus pies y ni siquiera pudo tomar un baño luego del huracán.

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