Capítulo 17
Mercedes se mantiene alejada, caminando frente al grupo mientras el Patriarca y el morocho miran las noticias en el celular del menor. Resulta que, luego del fallido juicio, las personas poderosas anunciaron "en secreto" que buscan la manera de eliminar a ese enemigo de la humanidad.
–El ataque del avión –comenta él luego de pensarlo un momento.
–P-Pero nosotros estábamos ahí y la tripulación –dice el morocho.
–Descuida, no va a pasarles nada. Lo prometo. –Esas palabras no convencen al joven, entonces agrega–. Ustedes son mis sirvientes, míos.
–No entiendo muy bien eso.
–Son mi responsabilidad, debo cuidarlos y mimarlos –luego de decir esto se acerca rápidamente a Mercedes para intentar darle un abrazo. Sin embargo ella tiene buenos reflejos, librándose de los brazos del Patriarca.
–¿Y eso? –cuestiona manteniendo el ceño fruncido.
–Estás muy tensa, solo quería darte un abrazo –responde en su defensa, al ver que ella mantiene su postura se aleja y toma al morocho–. Lo abrazaré a él entonces.
–¿Que? –Este no puede reaccionar a tiempo y sus huesos terminan tronando por el abrazo. Mercedes grita de terror y rápido corre para ayudarlo.
–¡Lo mataste! –exclama mientras sostiene al joven, lo hace con dificultad porque es más pasado de lo que pensaba. Finalmente termina recostándolo sobre el césped y revisa su estado, al mismo tiempo que mira con el ceño fruncido al Patriarca.
–No lo maté, solo relajé su cuerpo.
–¿Cómo te sientes? –le pregunta mientras acomoda la cabeza sobre su regazo.
–Muy bien –responde el morocho cuando sus mejillas se vuelven muy rojas–. Se siente suave y mi cuerpo está suelto.
–Permiso. –El Patriarca toma el celular del morocho para inspeccionarlo. Los ojos del menor comienzan a cristalizarse al verlo despedazar el aparato con sus propias manos.
–A-Apenas lo terminé de pagar –murmura.
_Quito esto, agrego aquello y ya. –El Patriarca voltea y le entrega su nuevo celular, completamente dorado y con un diseño de alas–. Lo mejoré, ahora es indestructible y puede darte cualquier información que quieras.
–Gracias. –El morocho lo recibe y mira su nuevo móvil.
–¿Indestructible? –cuestiona Mercedes, para luego tomarlo y golpear el mismo contra una roca que estaba a su lado. Esto deja al muchacho sin aliento, pero suspira al final al ver que la pantalla está completamente intacta y el celular funciona.
–¿Puedes devolvérmelo? –pide señalando el móvil. Mercedes le sonríe y se lo da, entonces ella dirige su mirada al Patriarca.
–Ya te di un esposo, ¿qué más quieres? –le dice el rubio mirando a un lado.
–No quiero nada –responde y se cruza de brazos.
–Pareces una niña –se queja, molestando aún más a la muchacha–. Pero creo que esto puede ser tuyo –agrega mientras le enseña una daga. La empuñadura es también dorada mientras que el hoja luce bastante filosa.
–¿Un cuchillo?
–Para que me prepares sándwichs.
–¡Estúpido! –exclama y lanza la daga hacia el Patriarca, él lo esquiva sin problemas y el arma termina enterrada en la corteza de un árbol.
–Que agresiva. Más te vale cuidarla, tengo en mente que le pertenezca a mis guerreros más valientes y leales –comenta mientras la ve sacar el punzón del tronco–. ¿Te interesa ser la primera?
–Mmm, no. Pero me quedaré con la daga.
El Patriarca niega mientras una sonrisa aparece en su rostro. Entonces reanudan la caminata cuando él siente la presencia de la Matriarca mucho más cerca. Ambos ríen al verlo ir de un lado al otro como un cachorro emocionado en su primer paseo.
En un momento se detiene y sus seguidores también.
–Sé que estás aquí –habla, alzando un poco la voz. Mercedes rápidamente busca a la Matriarca pero sólo árboles y más árboles.
–Aquí no hay nada.
–Es porque tratas de verla con los ojos, yo la veo con el corazón –responde el Patriarca, haciendo que ella simule unas arcadas.
–Definitivamente no me gusta tu lado cursi.
–Pero ella lo adora –se defiende él.
–Señor, no hay nadie en este lugar –dice el morocho.
–Es lo que ella quiere hacernos pensar. ¡Ya basta, sé que estás aquí! –El hombre se sienta con la piernas cruzadas y mira a la nada–. No me iré, muéstrate por favor.
En ese momento las copas de los árboles comienzan a sacudirse y una mano surge del follaje, apartando el largo cabello y descubriendo a la Matriarca. Su melena deja de tener aquel tono verdoso de los árboles para ser negro nuevamente.
–Hola –murmura. Se mantiene agachada mientras abraza sus piernas, sus ojos fijos en la pequeña figura del Patriarca.
–Es la Matriarca -susurra Mercedes dando unos pasos hacia ella–. Hola s-soy... soy...
–Tranquila, no te desmayes –dice el joven cuando la toma de los hombros.
–¿Quiénes son ellos? –pregunta luego de notar a los acompañantes del Patriarca.
–Es una pareja que me ayudó a buscarte. Las cosas en el mundo cambiaron bastante y necesitaba una mano.
–Si, donde antes eran valles y ríos ahora hay edificios y puentes que las personas hicieron. Todo cambió... Igual que nosotros. –Ella cubre su rostro con las manos para que no la vean llorar.
–¿Por qué lo dices?
–¡¿Todavía preguntas eso?! –alza la voz, aturdiendo a los simples mortales por tu noto elevado–. Ya no quieres crear conmigo, pasas más tiempo en tu jardín, ordenas siempre que debo contenerme y sólo me necesitas para sostener tu templo.
La Matriarca continúa llorando por cada palabra y los demás deben sostenerse del tronco de unos árboles para no ser arrastrados por el río de lágrimas. El morocho logró clavar la daga de Mercedes para sostenerse y tomarla a ella de la cintura.
–Si, paso tiempo en el jardín para tener algo que hacer y no es que ya no quiera crear contigo, sucede que-
–¡No quiero escucharte! –Ella se mueve para levantarse, ocultando la luz del sol y creando unas violentas ventiscas. De repente se detiene al sentir un pequeño grano de arena dentro de su ojo, que en realidad es una roca que Mercedes le lanzó.
–¡No perdí a mis ovejas, el tiempo y también la soltería por nada! –exclama la muchacha, llamando la atención de todos los presentes–. ¡Vas a hablar con él y resolverán sus diferencias en calma, sin huracanes raros ni...! –ella se interrumpe cuando recuerda la noche que su casa fue destruida, cosa que la obligó buscar ayuda con el Patriarca. Casualmente esa noche la Matriarca había huido.
–¿Estás bien? –le pregunta su esposo al verla con la mirada perdida.
–¡Fuiste tú!
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