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Capítulo 16

–Una cinta en tu cabello
Una flor en tu ventana
Un canario en tu balcón
Canta el sol... en la mañanaaaa...
¡Una calle me separaaaa
del amor que está en mis sueñoooos
de tu amor no exijo nadaaaa
solo quieroooo ser tu dueñoooo. ¡Otra!

En la cabina, debido al aburrimiento, el Patriarca comenzó a cantar, teniendo a la cocinera como compañera de dueto. La tormenta quedó atrás hace tiempo y ambos mantienen el curso hacia la reserva.

–¿Conoce esta? Será que nunca le sucedió que cuando adolescente no se enamoró.

–Hoy día de su hija me quiere separaaar
No entiende que mi amor es tan puro y real
La chica que yo amo ella me ama también
Y su padre no me acepta juntos no nos quiere ver.

–Otra.

–Bien... –Él piensa un momento hasta comenzar a cantar–. Yyyyyyyy vezzzz en donde tú esteeees
Siempre te lleeevo en el almaaaa
Mi alma... te seeeeguiraaaaaa....

La cocinera ríe porque él desafina a propósito. Entonces Mercedes entra la cabina cubriéndose las orejas.

–¿Ya llegamos? –pregunta cansada–. Además sus alaridos lastiman los oídos de todos –agrega refunfuñando.

–No exageres –responde el Patriarca sonriendo. De repente su rostro cambia de expresión al sentir algo acercarse directamente a ellos–. ¡Los cinturones! –exclama para luego mover de manera brusca el avión. Mercedes acaba por flotar por un momento hasta que golpea su trasero contra el sueño.

–¡Auch! ¡¿Qué fue eso?! –Él no consigue responder porque un gran estruendo deja aturdida a toda la tripulación. Excepto al Patriarca.

El morocho se recupera y consigue ver a través de la ventanilla como una de las alas del avión se encuentra ardiendo. El pánico lo invade al saber que morirán sin duda, aun así se deshace del cinturón de seguridad y corre en busca de Mercedes.

Al verla en el suelo la toma entre sus brazos para despertarla con cuidado. Ella reacciona ante las sacudidas y lo primero que ve son los ojos cristalizados de él.

–¿Q-Qué me... pasó? –pregunta sintiendo como un molesto eco retumba en su cabeza, además sus oídos zumban.

–Una de las alas está ardiendo y estamos cayendo –responde el muchacho. Mercedes niega lentamente para luego ver como los controles se volvieron locos, hay cientos de luces y alarmas sonando al mismo tiempo. La cocinera está inconsciente con un feo golpe en la frente mientras que el Patriarca desapareció.

–Yo no quiero morir –murmura bajando al mirada–. Debo encontrar a mis ovejas y ver a la Matriarca.

–Si, lo sé –responde mientras toma el rostro de la muchacha con sus manos, también limpia las lágrimas que bajan por sus mejillas–. Quiero que sepas que casarme fue una de las mejores cosas que me pasaron en la vida.

Ella hace una mueca de disgusto por sus palabras, luego mira el tatuaje que ambos tienen en su dedo anular de la mano izquierda. Esto hace que trague saliva y lo mire a los ojos.

–¡A mí también! –exclama Mercedes cuando se aferra a su ropa, le da unos suaves golpes de puño en el pecho para luego disculparse–. Tenía mucho miedo, los pretendientes estaban pero siempre los rechazaba por eso –confiesa para luego levantar la mirada hacia él.

El morocho también está conteniendo el llanto y, sin mediar palabra, levanta su mentón suavemente para tomar sus labios. Ella reacciona abriendo los ojos de la sorpresa, luego poco a poco los cierra mientras todo a su alrededor desaparece. El ruido de las alarmas, los gritos de terror y la explosión del ala en llamas. Todo es opacado por un simple beso en donde sus labios se acarician sin prisa. Él tiene la iniciativa mientras ella simplemente lo sigue, disfrutando de la calidez y suavidad.

Mercedes abre los ojos y la burbuja se rompe cuando se separan. Mira sorprendida a joven mientras aprieta los labios, él cierra un ojo al creer que lo golpeara. Sin embargo ella solo se acerca y lo abraza, ocultando su rostro en el pecho del morocho. Escucha su corazón latir sin control y también siente su perfume impregnarse en su cabello y piel.

–¿No deberíamos haber muerto ya? –comenta él teniendo el rostro sumamente rojo.

–Es cierto –Mercedes se pone de pie en un parpadeo para ver el tablero de con troles. Las alarmas se detuvieron por alguna razón e indica que están descendiendo adecuadamente.

–Puede que el Patriarca... –Otra brusca sacudida los obliga a abrazarse nuevamente. Ambos tiemblan y se mantienen así hasta que uno de los tripulantes les avisa que ya aterrizaron. Todos salen rápidamente, incluso la cocinera que estaba inconsciente se recuperó al igual que los pilotos.

La pareja también abandona la nave y ven que se encuentran en un claro de la reserva Brisaires. El avión está muy maltratado, una de sus alas no está y el interior está revuelto. Pero lo que llama la atención de los sobrevivientes es la gigantesca águila dorada que se encuentra junto a la aeronave.

La criatura retira una de sus enormes garras del avión y se acerca al grupo de personas. Sus plumas relucen con el sol dando la impresión que está brillando, dicho brillo obliga a los presentes cerrar los ojo y al abrirlos el Patriarca se encuentra sonriéndole a todos.

–Fue un buen aterrizaje –comenta. Entonces recibe el agradecimiento de los sobrevivientes–. No fue nada, pero ella también hizo su parte –responde indicando a la cocinera. Ella niega rápidamente pero de igual forma recibe la gratitud de sus compañeros y de los mismísimos pilotos. Luego de eso cada grupo toma su propio camino, el Patriarca y sus sirvientes seguirán con su búsqueda mientras que los sobrevivientes regresarán a casa.

–Ponte unos pantalones –le pide Mercedes mientras cubre sus ojos. El Patriarca le dio un gran discurso a todos, pero el público estaba sumamente distraído e incómodo.

–Debe haber ropa por aquí –murmura cuando entra al avión para revisar el equipaje. También buscará algo de comida.

El silencio se instala entre Mercedes y el morocho, ambos evitan mirarse al estar muy avergonzados por lo que pasó. Además no pudieron evitarlo, pensaban que iban a morir.

–Entonces el Patriarca puede transformarse en un águila gigantesca dorada –comenta ella.

–Si y nos salvó la vida –agrega él. Ambos continúan avergonzados, ni siguiera se atreven a mirarse el uno al otro. Mercedes mira los árboles mientras él tiene la vista en sus zapatos.

En ese momento el Patriarca regresa con una nueva muda de ropa y una mochila sobre su hombro. El incómodo silencio se acaba y el mayor sonríe al ver a ambos sonrojados.

–Bueno, podemos continuar. Oh, esperen, parecen enfermos... Sus caras están tan rojas.

–¡No es nada! –exclaman al mismo tiempo. Mercedes camina rápidamente frente al grupo mientras el joven guía debe soportar la mirada del Patriarca. Él no dice nada, simple lo mira con una sonrisa de lado.

–La besé, nos besamos, fue mágico –dice para luego soltar aire. Es como si se quitara un gran peso de encima.

–¡Hey! –Mercedes logró escucharlo y camina hacia el muchacho para tomarle del brazo y alejarlo del Patriarca–. No hables con él –le pide para, un segundo después, separarse un poco al notar que abrazaba su brazo mientras caminan juntos.

–Lo siento, es que...

–La pareja al fin se comporta como una –interrumpe el mayor–. Ahora siento que hago mal tercio –se lamenta de forma exagerada, hasta finge llorar.

–Tú hiciste esto, ahora te aguantas –responde Mercedes para luego reír también de forma exagerada.

–Que cruel –El Patriarca deja de fingir para caminar hacia ellos y tocar el hombro de cada uno–. Hablando en serio, ya tengo pensado su noche de bodas.

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