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Capítulo 14

Un molesto zumbido en sus oídos hace que sacuda la cabeza, intenta despertar a su cuerpo que se mantiene quieto y dormido. En eso, el zumbido da paso a lugar a murmullos entremezclados. Entonces abre los ojos lentamente, una luz fuerte lo obliga a cerrar los párpados hasta que consigue acostumbrarse.

Una vez más, desde que salió de su templo, los humanos consiguen sorprenderlo. Ya que se encuentra en el centro de, lo que él considera, un enorme coliseo lleno de personas. Miles de personas.

–¿Pero qué? –Ahora ve la razón por la que está quieto. Su cuerpo se encuentra atado con gruesas cadenas a un pilar igual de resistente e imponente. Así como sus manos están fuertemente inmovilizadas con unas pesadas esposas enterizas, además tiene un bozal en su boca como si de un animal se tratara.

Frente a él una gran pantalla se enciende y proyecta la imagen de un grupo de personas sentadas en un tribunal. Cada una de ellas tiene el hombre del país que representan. Aunque su preocupación no es que haya despertado en un lugar desconocido o que esas personas estén furiosas y lo insulte, ni siquiera se inmuta de los tanques o francotiradores que están listos para abrir fuego ante cualquier movimiento sospechoso.

–¡Muchacho! ¡Mujer insoportable! –Ninguno de sus acompañantes está presente, por lo que no recibe respuestas. En eso, una de las mujeres de la pantalla se pone de pie, llamando su atención.

–¿Usted es el Patriarca? ¿Del que todos nosotros habíamos escuchado historias dichas por nuestros ancestros?

–Si, soy yo. ¿Dónde están mis sirvientes? Necesito-

–Por favor, límitese a responder con un sí o un no –Interrumpe la mujer para luego respirar profundo–. ¿Es el Patriarca?

–Si.

–El creador de este mundo y de todo lo que es propio de él.

–Si –responde firmemente, aunque la verdad es que todo lo hizo junto a la Matriarca.

–Bien, ahora podremos continuar con el juicio. El Patriarca está acusado de repetidos atentados hacia la humanidad, tales como: asesinato, violación de la dignidad humana en todas sus variantes, persecución de un grupo o colectividad, desaparición forzada de personas, actos inhumanos que afecten el cuerpo y mente, deportación o traslado forzoso de una población, encarcelamiento o privación grave de la libertad, esclavitud, tortura y exterminio. –La mujer, con un nudo en la garganta, levanta la vista de la hoja que estaba leyendo para ver al acusado–. ¿Cómo se declara?

–Inocente –da su respuesta para luego recibir el abucheo masivo de las personas que lo rodean, más de uno trató de saltar las vallas para llegar hasta él. Sin embargo hay agentes uniformados y armados quienes controlan a la furiosa multitud.

Incluso quienes se encuentran en el tribunal reacciona de una manera agresiva. Muchos hablan sus idiomas nativos, diferentes entre un país al otro, sin embargo el Patriarca logran entender y aprender sus idiomas con solo oír un par de palabras. La mayoría son insultos.

–¡Es culpable!

–Miles de enfermedades sin cura existen por su maldita culpa.

–¿Inocente? Si claro.

–Ni siquiera debería tener derecho a un juicio.

–¡Silencio! –exclama el Patriarca, su voz potenciada de ira ya que perdió la paciencia. Todos guardan silencio luego de su orden, hasta el gran grupo de miles que lo rodean–. Soy inocente porque desde la creación no volví a interferir con la vida o los sistemas que diseñé. Ustedes se hicieron solitos, evolucionaron como los demás organismos o eso quiero creer. Pero los entiendo, ahora pueden culpar a alguien más de todo lo malo que les pasa y... vengarse.

Las esposas que están en sus muñecas caen, todos los seguros liberados, cosa que alerta a todos los que lo tienen en la mira.

–No puede marcharse, nosotros-

–Disculpen, pero no me haré responsable de cosas que no hice –la corta antes de que pueda protestar. Todos ven horrorizados como las ataduras del Patriarca, supuestamente seguras e indestructibles, se abren por sí mismas. Como su de un acto de magia se trata, el hombre se libera sin esfuerzo y estira sus músculos dormidos. Por ultimo quita el bozal de su rostro para arrojarlo a sus pies.

En ese momento cientos de luces rojas apuntan a su cuerpo en todas direcciones, revelando las posiciones de los francotiradores. Además los tanques alinean su fuego, apuntando directamente a él.

–¡Si no coopera se le dará muerte en un instante! –habla un hombre en la pantalla–. Desobedezca y nos ahorrará este juicio que es una perdida de tiempo.

–Bien –responde para luego dar un paso y comenzar a bajar de la plataforma en donde se encuentra. Entonces todos abren fuego, asustando a las personas de las tribunas, incluso los tanques lo hacen en un ataque de paranoia. Miles de balas impactan contra su cuerpo, siendo machucadas cuando entran en contacto con su piel. Las ráfagas son como masajes para los dolores de su espalda, al menos las balas de los tanques logran hacerlo retroceder. Pero tampoco le causan ningún daño, hasta consigue detener una con sus manos.

–¿Están locos o qué? Estas armas son muy peligrosas –dice para luego recibir más impactos. La plataforma es destruida completamente por el fuego, al igual que esa parte del estadio. Mientras las miles de personas lo presencian y muchas más lo miran a través de la televisión.

El silencio se hace presente, pues los proyectiles se acabaron, agotaron todos los cartuchos y un gran cráter humeante ahora suplanta a la plataforma.

–Objetivo eliminado –anuncia el jefe del escuadrón de élite que custodiaba al Patriarca. Sin embargo queda con la boca abierta al igual que los presentes cuando divisan al hombre emerger del centro del cráter. El Patriarca se levanta lentamente y luego sacude la tierra y polvo de su cuerpo, ahora desnudo porque su vestimenta terminó destrozada. Peina su cabello, dejando relucir los dorados mechones que bailan con el viento. Sus ojos azules, más oscuros como las profundidades del océano, miran a cada persona que le disparó.

–No son valientes sin sus armas, ¡¿O si?! –exclama dando una fuerte pisada, entonces al tierra se sacude. El estadio tiembla y las personas entran en pánico. Unas grietas comienzan a extenderse desde su pie derecho hacia las gradas.

–¡Es un terremoto!

–¡¿En este lugar?! ¡Es imposible!

–¡Todos moriremos!

El Patriarca sonríe al escuchar los gritos de terror, sabe que se sentiría muy bien enterrar a todas esas personar y que se los devore el mundo. Sin embargo da una profunda respiración y las grietas se cierran con la misma rapidez con la que aparecieron.

–¡Todos escúchenme! –su voz es tan potente que cada persona en el estadio puede oírlo–. ¡No les haré daño, no soy un monstruo ni un asesino! ¡Me iré y no volverán a saber de mí! ¡Solo quiero a mis sirvientes y unos pantalones!

Mientras el juicio transcurría, Mercedes intentaba escapar de una prisión altamente segura, lugar en donde fue encerrada junto al morocho. Ambos despertaron en la celda y ella golpeó y mordió al guardia que les trajo comida. Gritaba molesta mientras le reclamaba a todos por sus ovejas y por el Patriarca.

Al quedar sin fuerza él la consoló diciendo que saldrían de alguna manera. Y tenía razón, pues el Patriarca se acerca a la celda siendo escoltado por los mismísimos guardias.

–Hey, ¿están bien? –pregunta mientras le sonríe a ambos.

–Señor, ¿qué pasó? ¿Por qué estamos aquí? –el muchacho lo interroga mientras se acerca a él con Mercedes aferrada a su brazo.

–No lo sé y no me gusta. Vámonos –pide ella.

–Fue un error. Todo está arreglado, nos llevarán a la reserva Brisaires en algo llamado primera clase –contesta para luego mirar a los uniformados–. ¿Es así?

–S-Si, señor. L-Los están esperando a-afuera.

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