Marcela caminó y caminó hasta encontrar un rastro rojo entre la maleza. Al acercarse puede notar los restos pelados de dos de los corderos y no hay rastros del padre. Sin ninguna palabra de promedio hacia su amiga oveja, continúa su camino por una distancia más. Sus pies están bastante lastimados, no solo por la caminata, sino por su trabajo que al final terminó destruido.

–Meses de trabajo... Desaparece en segundos –murmura, reprimiendo su rabia e impotencia. Quiere estrellar su cabeza contra algo una y otra vez, aún más al darse cuenta que abandonó sus tierras–. Espero que ese Patriarca exista.

Sus plegarias son escuchadas al ver una estructura a lo lejos, un templo de mármol con pilares blancos y relucientes. Aunque estos están rasgados, incluso algunos de estos pilares se encuentran desechos.

–¡Hola! –exclama luego de haber subido los escalones del templo. Mercedes se pregunta cómo se vería el lugar en condiciones y también si ese huracán es el responsable. Sus ovejas balan junto a ella y se aventuran dentro del templo como si estuvieran en casa.

–¿Quién osa a entrar a mi templo de esta manera? –le responde una voz grabe y potente. Debe ser él, supone Mercedes.

Una figura oscura resalta gracias a la luz del sol que se cuela por el techo roto. Ella se acerca decidida hasta distinguir unos ojos azules y una cabellera dorada, la cual brilla con la luz natural.

–Necesito recuperar mis tierras, unos idiotas me-

–¿Dónde está tu esposo? –pregunta el hombre ante ella. Jamás había visto a una persona como él, sus rasgos parecen hechos por ángeles que combina con un cuerpo musculoso y atlético. La muchacha está perdida en sus pensamientos, haciéndose miles de preguntas al respecto.

Porque había escuchado historias sobre el Patriarca, especialmente contadas por sus abuelos. Claro, ella siempre creyó que solo era demencia senil. Pero ahora, teniéndolo ante sus ojos, piensa que debió prestar más atención a los relatos. Recuerda que en una parte decían que al pedir un favor debías llevar un regalo o presente para el Patriarca sin excepción.

–¿Eh? Esposo... No tengo –sacude su cabeza para despejar su mente y responde apropiadamente–. No necesito un hombre, me estoy independizando y tuve un percance con mi casa.

–Si claro. ¿De qué tipo de percance hablas? –El Patriarca ladea la cabeza y no se molesta en ocultar su desagrado. Pué la muchacha está desalineada y sucia.

–Un maldito huracán la destruyó y unos idiotas me convencieron de venir aquí y mis tierras ya no son mías. –Da una pausa para respirar y luego suspira–. ¿Puedes ayudarme a recuperarlo todo?

–Mujer, soy un dios, ¿tú qué crees? –asiente viendo el brillo en los ojos de la chica–. Aunque primero quiero el presente.

Mercedes maldice entre dientes y se apresura en buscar algo de valor entre sus cosas. Los corderos son intocables, no puede dárselos.

–Eh, bueno. E-Este –balbusea mientras revuelve las pocas pertenencias dentro de su valija.

El Patriarca levanta una ceja al ver un par de sándwichs en las manos de la muchacha. Preguntándose si esto es una broma o no.

–Es lo último que tengo para comer, realmente vale mucho –murmura ella, harta de esa mirada despectiva hacia su persona.

–Es una ofensa de proporciones cósmicas, pero lo acepto porque te veo muy desesperada.

–¿Ya puedo volver a casa? –pregunta, una sonrisa radiante aparece en su rostro.

–Claro, luego de que hagas algo por mí –al decir estas palabras unas cadenas sostienen los tobillos de la muchacha, dejándola sorprendida y asustada a la vez.

–¡Suéltame desquiciado! –Mercedes intenta liberarse, aunque solo consigue que su piel se torne roja por el forcejeo.

–Perdón por ser brusco, pero necesito una ayudante. Y como no tienes esposo, ni hogar, te reclamo como mía.