—Rosaline, ¡me ha tocado! —anunció Susan con alegría.

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—Por favor, hermanita... ¡Quedémonos un poco más! ¡Me ha tocado el número! — suplicó Sam.

—Puede ir conmigo— se ofreció John, que también había sido uno de los afortunados.

— ¿Por qué solo veinticinco? — preguntó Sylvia.

—Quién sabe...— contestó Kyle.

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—¡Vaya, Ryan! Menuda suerte has tenido- exclamó Sebastian.

Pero él se sentía intranquilo. Recordaba la mirada de aquel hombre, la pregunta de su número que solo le había formulado a él... Así que decidió regalar la entrada a un hombre que estaba a su lado.

—¿Sabes? Si no te importa, me gustaría ir a casa. Tengo demasiado frío— mintió. No quería decirle que era porque se había vuelto un poco paranoico.

—De acuerdo. Nos vamos— dijo Sebastian.

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—Aquí inspectora Davis. ¿Alguien me escucha? – preguntó inútilmente. Algunas veces los ruidos aumentaban de intensidad, otras veces, descendían.

Se fijó en el cielo y pensó cómo podían haber hecho que los colores fueran tan reales.

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Los agentes Adam y Martin se encontraban haciendo vigilancia mientras intentaban atisbar algo. La niebla estaba obstaculizando la vista y eso les ponía nerviosos. Así que decidieron salir del coche. De repente, el ruido que llevaban rato escuchando aumentó brutalmente su intensidad dejándolos temporalmente sordos. Pero no fueron los únicos. Los otros policías que estaban de vigilancia cayeron al suelo mientras se tapaban las orejas con las manos. El agente Adam perdió el conocimiento y Martin quiso intentar comunicarse con alguien.

—Aquí el agente Martin... Necesito ayuda... Algo está pasando...— pero no pudo terminar.