Su novio parecía muy inquieto. Solo hacía que apretar con fuerza el volante y lanzarle miradas de soslayo.

— ¿Se puede saber qué te pasa? —preguntó Ryan.

— Nada. ¿Por qué lo preguntas? — se conocían a la perfección como para saber si alguno de los dos mentía o no. Y él lo estaba haciendo.

—Mejor déjalo— acabó por decir.

Sebastian cada vez estaba más nervioso. Con sus evasivas solo empeoraba la situación. En aquel vehículo se había establecido un tenso silencio.

— ¿No tienes frío? —preguntó Ryan pasados unos minutos.

—Sí— dijo él. Aunque era marzo, aquel frío no era el típico.

— ¡Mira, ya hemos llegado! — gritó emocionado.

Con la tensión rebajada, salieron del coche enfundados en sus abrigos. Solo quedaban tres cuartos de hora para que empezara el espectáculo. Después, podría sacar aquella pequeña caja negra.