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Capítulo uno: Los Amantes

En aquella mansión, un hombre joven, el mismo que ya habíamos visto en el balcón,  observaba incrédulo el regalo de cumpleaños que su padre había mandado para él. Leyó una carta que tenia en su mano.

Estimado hijo:

Quería felicitarlo por su cumpleaños número 21 y he aquí mi regalo, esa joven, se la he comprado a un viejo amigo mío, un gitano, para que sea su esposa.

En vista de que he gastado mucho dinero en ella no aceptaré un “No” por respuesta. La fecha de vuestro casamiento la pondréis ustedes.

Sin más nada que decirle, me despido.

Atentamente.

Su padre

Eso decía la carta. Aquel hombre levantó la vista de nuevo, observando a la joven, una pequeña albina de ojos verdes, delgada,  grácil y, aparentemente, dócil. Abrió la boca para decir algo, pero la cerró de nuevo y volvió a leer la carta, con la esperanza de haber leído mal. Pero nada de eso ocurrió, aquella joven estaba allí para casarse con él. Apoyó su cabeza en sus manos, pensando como solucionar aquella locura.

《Al fin ha sucedido, este hombre se ha vuelto loco…》

Pensó con fastidio, a la vez que dirigía su mirada a la criada que esperaba alguna orden de su parte.

—Gracias, Mary, puedes irte.— exclamó con entereza.

La mujer, de unos cincuenta años, hizo una reverencia y se marchó con la misma solemnidad con la que había entrado.  Él se levantó de su sillón y rodeó el escritorio, acortando el tramo que lo separaba de la joven, la estudió a conciencia.

—¿Tú nombre?— indagó, intentando no sonar brusco, cosa que sabia que fallaría con facilidad.

Notó como la jovencilla titubeaba y se maldijo por dentro por sonar demasiado prepotente.  Aquella niña - ya que, por la estatura y la contextura de ella, para él, era niña - bajó su mirada, dirigiéndola a sus pies. La oyó carraspear y tomar aire.

—Lorette, mi Señor.— fue su respuesta.

《Lorette》

Se repitió en su interior a la vez que daba sobrios pasos con las manos en su espalda, completamente erguido, cual caballero de la aristocracia inglesa.

—Lorette…— repitió pensativo.- un bello nombre. El mío es Lawrense.

La niña observó confusa aquel esfuerzo por parecer cordial. Intentó sonreír, pero, al igual que él, esta situación la tenia incomoda.

—¿Por qué intenta parecer amistoso? Si ambos sabemos que ninguno de los dos deseamos estar aquí, usted simplemente desea que mi presencia sea una broma. Lo veo en sus ojos, no se mienta.— le soltó la muchacha en un arrebato de sinceridad, con una voz suave y apacible, pero se arrepintió en el momento e intentó cambiar sus modos de expresarse. —Yo… discúlpeme, no estoy acostumbrada a extraños y…

Para sernos sinceros, eso dicho por la jovencita tomó por sorpresa a aquel conde, pero lejos de fastidiarlo, dio en él un efecto contrario, destensándolo y haciendo que bajara su guardia. Se paró en seco y ladeó su mirada sonriente hacia ella.

—No hace falta que te disculpes. Las verdades dichas con sinceridad y sin malicia, no son  agravios, por contrario, se agradecen.— interrumpió Lawrense exclamando con elocuencia. — pero, de todas formas… esto no me explica nada ¿Cómo fue que has llegado aquí? ¿Qué ha pasado para que mi padre tome tan descabellada decisión? No me mal interpretes, eres muy linda y me agradas en lo poco que llevamos hablando. Pero, siento que se me esta dando un honor al cual yo no estoy preparado. Y creo no equivocarme, que tú tampoco lo estas.

Esa respuesta la había incomodado, él lo podía sentir. Para sernos realistas, el conde no necesitaba ni siquiera ver su rostro, que en ese momento estaba desencajado, mostrando su sorpresa, para saber que su reacción no era la esperada.  Lawrense, podía admitirse que aquella joven le daba curiosidad y podía notar, que pese a la incomodidad que ella sentía, ese sentimiento reciproco. Lo intuía, ambos eran parecidos, tenían dones parecidos.

Se dio la vuelta, dándole la espalda, esperando alguna respuesta de su parte, conocedor del poder del silencio. Aquella respuesta no tardó en llegar.

—Para serle sincera… no he hablado con su padre, más allá del día en que este ha pisado mi casa para vernos a mis hermanas y a mi.— respondió la niña intentando sonar elocuente, al igual que él.

Lawrense se sonrió ante ese detalle, notaba a la perfección que su actitud de “gran lord” la incomodaba, no estaba acostumbrada a las grandes esferas de la sociedad. No era para menos, los gitanos siempre fueron y son los parias de la sociedad. Suspiró.

《Debería cambiar mi tono al hablar con ella. Debería, si quiero que me diga todo lo que sabe.》

Se dijo en su mente, a sabiendas de que si quería que ella bajara la guardia tendría que dejar de actuar como si se creyera un ser superior. Lo cual, era todo lo contrario.

Así fue, como en su intento por romper el hielo, nuestro protagonista, la invitó a sentarse en uno de los sofás de jardín que se encontraban en el mismo balcón que él, minutos antes observara la luna. En dos copas sirvió un poco de vino blanco, tomó la suya entre sus manos, con elegancia. Le sonrió y la extendió diciendo.

—A tu salud, pequeña.— dicho esto, tomó un pequeño sorbo y la dejó en la mesilla de jardín donde yacía su pipa.— Pues bien, dime ¿Cómo fue ese día? realmente estoy muy intrigado.

Ella sostuvo su copa, mirando el traslucido contenido de la bebida, premeditando sus palabras.

—Su padre llegó a mi casa hace unos meses atrás. Por lo que sé, ya había hablado algo con mi padre, puesto que este lo invitó a conocer a Xamara, mi hermana mayor, y luego a Alelí, la del medio. Su padre no estaba conforme, por ende, el mío, me llamó. Hablé muy poco con aquel extraño, pero le agradé, delante mío, desembolsó unas cuantas piezas de oro y mi padre asintió. En el momento que estaban trazando los detalles del pacto, irrumpió mi ex prometido. Estaba encolerizado e intentó pagar más por mi, pero su padre ofreció el doble de lo que Louis ofrecía. Él lo retó a duelo y su padre acepto…— Lorette, quiso seguir hablando, pero las palabras se le quedaban atoradas en el nudo de su garganta.

No dijo más nada, solo por temor a llorar, sabia que eso no era bien visto entre payos. Y tampoco lo era entre gitanos, puesto que, las penas se lloran en privado y las alegrías se muestran en publico.

El hombre sentía aquel sentimiento hondo de ella, como un abismo en su interior. Intentó, con un suspiro quitarse aquel pesar, recordar que no era algo suyo sino de ella. Esa rara cualidad de sentir lo mismo que los demás a veces le jugaba en contra. Sabia muy bien que no debía dejarse llevar por sentimientos ajenos. Intentó mantener la calma, pero no se olvidaba de su presencia, debía hacer algo para apaciguar su dolor. Tomó su mano y con ese pequeño gesto, la obligó a verlo a los ojos.

—No hace falta que continúes, ya me voy haciendo una idea de lo que ha pasado. Mi más sentido pésame, realmente lo siento mucho.— Le susurró con verdadero pesar, no era para menos, se sentía avergonzado por el accionar de su padre.- Te pido perdón por lo que estas pasando, por lo que hizo mi padre. Realmente, me avergüenzo de eso y te pido disculpas.

En ese momento, ella hizo algo que lo sorprendió. Levantó la vista y lo miró fijamente a los ojos, sonriendo. Él podía seguir sintiendo aquella tristeza en su corazón, eso no lo borraría con facilidad, pero lo importante, lo que realmente destacó, fue la entereza y el carácter que demostró aquella joven.

—No creo que usted sea el que deba disculparse. Al igual que yo, usted, es victima de las circunstancias.— le respondió tenue, para luego alzar los ojos a la luna y murmurar en su lengua.— Que bella se ve esta noche.

Lawrense, aunque algo confundido por las circunstancias entendía a la perfección esas ultimas palabras, tomó su copa y bebió un poco de vino.

—Bellísima…— murmuró en la misma lengua que ella, sobresaltándola, sonrió con sorna y agregó en la misma lengua — Si, sé hablar rumano.

—¿Cómo sabe usted mi lengua?— indagó la albina, sorprendida.

—¿Qué te hace suponer que te lo diré?— respondió fríamente, poniéndose en guardia.

Si habría algo en este mundo, que aquel hombre guardara con recelo, podríamos decir que era su pasado, él tenia motivos para no contar el porqué de su saber ante aquella cultura y el porqué de su conocimiento ante emociones ajenas. Esa respuesta no había agradado a Lorette, lo podía palpar en el aire y verlo en el ceño fruncido de la gitana ¿Qué más daba? Él no hablaría de ello, ni aunque lo maldijera. Suspiró y bebió otro poco de su copa, vaciándola. Miró el recipiente vacío y sonrió con vanidad, mirando la luna, recordó algo, una vieja historia que su madre le contaba.

—Los amantes…— habló, casi para si mismo.— ¿No es esa la leyenda de la luna llena que ayuda a una joven gitana apunto de ser casada con un cale que ella no conoce?

Lorette asintió, sabia a que se refería, sabia que ella o él debería contarla para que cierta magia surtiera efecto. Pero, para serse sincera, ella no se atrevía a decirla en voz alta. Aun así, tenia curiosidad de cuánto supiera aquel payo sobre su gente, su cultura.

—¿Usted la conoce?— indagó curiosa y sin malicia alguna.

Lawrense asintió, tomando su pipa y prendiendo el tabaco, fumó un poco, creando unos aros de humo, a la vez que intentaba recordar las palabras en rumano.

—Si, me la han contado en mi infancia.- comenzó a hablar.— Cuentan las comadronas,  que una bella gitana, llorando se encontraba en el claro de un bosque, tanta era su amargura, que la Luna, entristecida por su llanto, se le acercó preguntando el motivo, grande fue el pesar de la Luna, al enterarse de que a la bella muchacha la habían prometido a un cale. Uno muy rico, uno muy apuesto, un hijo del toro, gran bailaor y cantaor, como ningún otro hubo jamás. Pero que ella no lo conocía, puesto que ni su nombre sabia. Llorando desconsolada, le confesó la gitana, que tenia miedo de no ser feliz con aquel hombre. La Luna, conmovida, la besó en la frente y le ordenó que volviera a su hogar, que el día que lo conociera, fuera de noche, que sea una noche de luna llena y que donde estuviera, la dejara pasar para bendecir la futura unión. La joven, así lo hizo y grata fue su sorpresa que muchos vivió su matrimonio con aquel jame. felices y unidos, hasta la vejez.

Dicho esto, caló hondo su pipa y escrutó la mirada de Lorette, que no dejaba de observarlo atentamente. Sorprendida, él creyó que esa sorpresa se debía a que conocía aquella leyenda.

—Si, esa misma… vaya, la conoce muy bien.— comentó ella sintiendo algo extraño en su pecho, una especie de vacío y pesadez ansiosa, preguntándose si aquel desconocido también la sentía.— Es una de mis favoritas.

—Una de las mías, también… aunque bueno, he crecido y sinceramente, no creo en esos cuentos.— exclamó con una sonrisa un tanto burlona.

Esa sonrisa se la borró ella con solo una pregunta.

—Usted no es un payo, usted es un cale… ¿Cómo puede un cale creer que esas historias son solo cuentos?— indagó mordaz e indignada.

Lawrense, chasqueó la lengua sorprendido, sabia a que se refería, entendía el significado de “payo”, aquellas personas que para los gitanos no eran iguales a ellos, la forma despectiva de llamar a un extranjero. Irónico, ya que los extranjeros siempre fueron ellos. Pero, la niña había dicho que él era un “cale”, lo contrario a payo, en otras palabras, lo había reconocido como un igual.

Suspiró. Aquella dirección en la que se estaba yendo esa conversación, ya no le gustaba al conde. Notaba que ella ya se había dado cuenta de lo que él era realmente, pero eso no le daba derecho a cuestionar sus creencias o su forma de pensar. Y eso, lo molestaba.

—Dispénsame si crees que me burlo de tu creencia, es todo lo contrario. Dispénsame sino la creo. Pero ¿Realmente importa que la luna bendiga una unión no concebida por ninguno de los dos? ¿Realmente es eso lógico? No existe tal cosa como el amor. Eso solo son mentiras, no busques peras en un olmo, pequeña. No las encontraras.- respondió, sin importarle lo mordaz e hiriente que podría ser.

Para ser realistas, estaba cansado, fastidiado y confundido. Era la primera vez, en muchos años, que podía hablar con alguien sin sentir que su guardia estuviera en alto, le agradaba pero le atemorizaba. A la vez, no quería aquel compromiso. No, él ya lo había decidido, quería vivir solo y así mismo morir. No ansiaba descendencia ni menos esposa. Solo ansiaba la paz en su pequeño mundo.

—Entiendo tu molestia ante mis palabras, discúlpame si no te agrada mi pensamiento. Pero ninguno de los dos queremos esta unión, sé muy bien que si te mando de nuevo a tu casa, sin miramientos, sin explicaciones, traerás deshonra a tu familia. No quiero causarte problemas, tampoco está en mis planes tenerte a mi lado. Mañana iremos con tu padre y romperé aquel pacto, el cual  nunca hice,  no quise

Sabia bien que a Lorette eso no le había agradado, le daba igual, era lo suficientemente orgulloso como para hacer de cuentas que sus palabras no fueron hirientes. Se levantó de su asiento y llamó a su criada, mediante una campana adherida al techo. En pocos minutos, Mary, ya se encontraba allí.

—Mary, prepara la habitación de huéspedes y lleva a la niña a sus aposentos. Que ya es tarde y mañana tendremos que salir temprano.— fue la simple respuesta que le dio antes de dirigir la mirada a Lorette, intentando suavizar la voz.— Espero que duermas bien.

Lorette lo miraba furibunda, no le respondió, solo pasó a su lado como si de un mueble se tratase. Mala idea, eso molestó más al dueño de casa, que intentó ocultar su rabia con una sonrisa sarcástica, aparentemente seductora.

—Eh…¿y tus modales?- consultó como quien no quiere la cosa.— Vamos, salúdame, algo de gratitud puedes mostrar.

Ella se dio la vuelta, observándolo como se ve a un insecto asqueroso, con cierto rencor en sus ojos. Se acercó a él, le extendió su mano con un ceño fruncido.

—Buenas noches, milord.— le susurró sarcástica.

—Buenas noches, my lady.— respondió el conde, disfrutando de fastidiarla, tomando su mano y besándole el dorso sin dejar de verla a los ojos con una sonrisa maliciosa asomando en la comisura de sus labios y un brillo de cinismo en aquellas iris azul claro,  para luego agregar, sugerente, a la vez que se erguía.— Si usted gusta, la acompaño yo, vamos por el mismo camino de todas formas.

La joven no respondió, se había vuelto roja de la rabia. Dio la vuelta, dándole la espalda, tensando su mandíbula y siguió a la criada, que la esperaba con solemnidad.

Una vez cerrada la puerta, el conde se atrevió a reír a carcajadas. Adoraba fastidiar a la gente que osara de ignorarlo. Pero esa carcajada se apagó enseguida. Sintiendo aquella opresión en el pecho, indagándose a si mismo cosas que quería evitar. Ese sentimiento ya lo conocía, pero lo quería evitar. No quería admitírselo, pero le temía a aquello.

Suspiró, encolerizado. No, no y no ¡No se permitiría por nada en el mundo salir de su zona de confort! Jamás se atrevería a romper esas murallas que tanto esfuerzo le había costado crear entre la gente y él.

Iracundo, golpeó el escritorio de roble y vio la carta de su padre. Tomándola en sus manos, lo maldijo, se maldijo una y mil veces. Con rabia rompió el papel, haciéndolo añicos y aventándolo al fuego del hogar.  Se quedó observando como aquellos trocitos de papel de bambú se consumían, sintiendo el calor de las llamas en su cara.  

—¿Qué pretende, padre, con todo este circo? Simplemente ¿Tanto me odia como para no dejarme vivir en paz? — le dijo a la nada.

Levantó la cara y desde el gran ventanal vio la silueta plateada de la luna.

—¿Realmente es posible todo eso?...— se preguntó un tanto irónico e incrédulo.

Suspiró y apagó las luces, se iría a la cama, sabia bien que el día siguiente seria largo. Necesitaba descansar y creer por un momento, que aquello era un mal sueño.

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